ACTUALIDAD

EMOCIONES Y POLÍTICA

Las emociones y lo que actualmente se llama inteligencia emocional constituyen un ámbito fundamental de la vida humana. Por un lado, son elementos centrales en la motivación del comportamiento, en este caso, en el ámbito de la política. Sin emociones, incluso sin fuertes y bien arraigadas emociones, apenas es concebible una intervención política digna de ese nombre. Por otro, lado, las emociones (y sentimientos) se manifiestan con frecuencia como pasiones, algo que padecemos involuntariamente y perturba nuestra razón y nuestra acción. En ese doble sentido merecen una atención especial y eso explica la reciente aparición de varios libros de filosofía que reflexionan sobre el tema: Victoria Camps (2011) El gobierno de las emociones; Martha Nussbaum (2013) Political Emotions. Why Love Matters for Justice; Manuel Arias Maldonado (2016) La democracia sentimental. Política y emociones en el siglo XXI. Sin olvidar dos autores que hace ya unas décadas replantearon el tema de las emociones y la política: Habermas, Jurgen (1989) Identidades nacionales y postnacionales y Viroli (1997) Por amor a la patria. Un ensayo sobre el patriotismo y el nacionalismo.

La relevancia de las emociones en la vida política procede también de la importante contribución que desde comienzos del siglo XX han realizado algunas ciencias humanas al tema de las relaciones entre la política y las emociones. Una aportación muy importante es la realizada por la psicología que ha abordado la economía conductual centrada en explicar las decisiones económicas (Tversky y Kahneman, 1986; Ariely, 2008); el papel que desempeña la persuasión en la publicidad y la promoción de productos (Salcedo, 2008); la actividad política en campañas electorales y mensajes políticos (Westen, 2007; Lakoff, 2004). 

En los dos siglos anteriores, el capitalismo y la democracia liberal (democracia representativa) a él vinculada daban por supuesto un ser humano racional y libre que toma libremente sus decisiones (económicas, sociales, políticas…) tras una deliberación racional. Al menos era la idea reguladora del modelo político vigente. Ya a finales del siglo XIX se empieza a cuestionar esta idea del elector racional. Nietzsche es quizá el más claro: las personas deciden por emociones y sentimientos y la argumentación aparece después para justificar nuestra decisión. Y en el cambio de siglo, Freud pone en cuestión el protagonismo del yo consciente y destaca el papel de profundas pulsiones inconscientes. Más recientemente, en 1994, Antonio Damasio (2004) destaca el error cometido por Descartes al defender un yo racional. 

Cierto es que ese poder de las emociones en los procesos de deliberación y decisión era bien conocida por Aristóteles, que trata bastante bien las emociones al estudiar la retórica destacando que las emociones juegan un papel central en el debate político cuyo objetivo no era tanto alcanzar decisiones razonadas, por lo que persuadir y vencer era más importante que argumentar y convencer. Adam Smith, en 1753, dio un importante papel a los sentimientos en su seminal libro de economía política. A principios del siglo XX, Edward Bernays (1923) analizó ese papel de lo emocional aprovechando lo que Freud había dicho sobre el inconsciente. Lo fundamental es influir en la opinión pública, dando paso a la ciencia o técnica de la persuasión e inaugurando el campo de la propaganda, las relaciones públicas y la publicidad (Lambert & Curtis, 2002). 

Existe cierto acuerdo en estos momentos en que las emociones ocupan un papel fundamental en la orientación del comportamiento humano y, por lo tanto, de la identidad de las personas. No tengo tan claro que haya existido nunca ese ciudadano con un comportamiento político y económico total y exclusivamente racional pero es cierto que se ha producido un giro importante y que ahora hay una cierta exaltación del lado emocional, con reivindicaciones importantes como las de Nussbaum y Sen (1986). Las emociones adquieren cierta prioridad y el ideal del ser humano racional, que, como el auriga platónico, controla sus pasiones, es sustituido por un ser humano más emotivo que da prioridad a la inteligencia emocional, como señalaba Coleman, pero en el marco de una psicología positiva que valora más la felicidad como estado de ánimo que el bienestar como situación de plenitud. 

No obstante, voces más cautas y críticas se alzan señalando los riesgos de las emociones. Ya a mediados del siglo anterior, los trabajos de Horkheimer, Adorno y Fromm, analizaron la personalidad autoritaria y el miedo a la libertad intentando comprender el ascenso imparable del nacismo, de tan nefastas consecuencias. El miedo, sentimiento importante para la supervivencia, es también una emoción que puede bloquear la capacidad de resolver sensatamente los problemas; es más, puede utilizarse consciente e intencionadamente para provocar la sumisión de las personas, que aceptarán con facilidad recortes en libertades fundamentales de los sistemas democráticos e incluso regímenes políticos más autoritarios. Planteado sesgadamente el dilema entre libertad y seguridad, como si fueran elementos contradictorios, es fácil que gran parte de la población opte libremente por la seguridad. 

La libertad da cierto miedo, tanto por la angustia que conlleva tomar decisiones difíciles como por la posibilidad de incrementar la inseguridad ciudadana. Klein (2007) denuncia el uso estratégico del miedo para lograr el control social; en un periodo en el que la humanidad afronta riesgos existenciales (está en riesgo la supervivencia de la vida humana) y globales (afectan a toda la humanidad) crece el miedo y el pesimismo. Al mismo tiempo, el desarrollo tecnológico está mejorando la capacidad de ejercer el control social y la manipulación de las personas con procedimientos inconscientes y emocionales (Harari, 2019).

Por otra parte, las democracias representativas vigentes han basado su legitimidad en un gran pacto social que se dio tras la II Guerra Mundial que creó lo que podemos llamar el Estado Social de Derechos y la sociedad del bienestar. La globalización acelerada es percibida como un proceso que está enriqueciendo a una minoría, rompe el pacto social y provoca la desafección de la ciudadanía que no se siente vinculada ni a sus políticos ni a sus gobiernos. De algún modo crece el convencimiento de que las democracias pueden desaparecer (Spitz, 2018), perdido el afecto que los ciudadanos sentían por ella.

Carentes de identidad en una sociedad líquida, en la que abundan los individuos aislados, cuyo carácter ha sido corroído por una modelo de organización social que exalta el deseo fugaz e inconsistente, que favorece el consumo sin límites sin con ello garantizar una adecuada satisfacción de las necesidades, los individuos solitarios se dejan atraer por discursos fuertemente identitarios que apelan a sentimientos patrióticos y lazos de pertenencia, sin pararse a reflexionar en el lado negativo de esos discursos, denunciado por autores como Malouf y Sen. Un debate político en el que las emociones se anteponen a las razones, no puede garantizar una sociedad sólida y bien cohesionada con lazos de solidaridad y apoyo mutuo.

Los esfuerzos por devolver un cierto sentido de pertenencia se redoblan, como muestran, entre otros, Nussbaum o Arias Maldonado. No es fácil la tarea, pero en ello estamos, por un lado recuperando las llamadas virtudes cívicas o republicanas, que pivotan sobre una fuerte carga emocional de coraje y solidaridad, y por otro promoviendo formas de participación y renovación de la vida democrática. Es tiempo de éticas de máximos, es decir, de un compromiso beligerante con ese conjunto de emociones y razones que pueden consolidar y mantener una organización social regida por la satisfacción de las necesidades de la población, cuya participación activa es requisito imprescindible. 

BIBLIOGRAFÍA

Ariely, D. (2008): Las trampas del deseo. Barcelona. Ariel

Bernays, Edward L. (2008) Cristalizando la opinión pública. Barcelona. Editorial Furtwangen. Primera edición en inglés 1923

Damasio, A. (2004). El error de Descartes: la emoción, la razón y el cerebro humano. Barcelona. Crítica

Drew Westen (2007) The Political Brain: The Role of Emotion in Deciding the Fate of the Nation. Perseus Publishing. ISBN-13: 9781586484255. 480 páginas

Habermas, Jurgen (1989) Identidades nacionales y postnacionales. Madrid. Tecnos. 

Harari, Y.N. (2019). Los cerebros ‘hackeados’ votan. El País. 06/01/2019

Klein, N. (2007). La doctrina del shock: el auge del capitalismo del desastre.

Lambert, S. y Curtis, A. (2002) The Century of the self: “Happiness Machines”; “The Engineering of Consent”; “There is a Policeman Inside All Our Heads; He Must Be Destroyed”; “Eight People Sipping Wine in Kettering”.  London. BBC & RDF Television

Levitsky. S. & Ziblatt, D. (2018). How Democracies Die. New York. Viking Press

Luntz, Frank I. (2011) La palabra es poder: lo importante no es lo que dices sino lo que la gente entiende. Madrid. La esfera de los libros.

Salcedo Fernández, A. (2008). Anatomía de la persuasion. Valencia. Esic Editorial, 2ª ed..

Nussbaum, M. (2013). Political Emotions. Why Love Matters for Justice. Cambridge, Ms. Harvard Univ. Press

Sen, Amartya. (1986). Los tontos racionales: Una crítica de los fundamentos conductistas de la teoría económica. En: Hahn, F. y Hollis, M. Filosofía y Teoría Económica. P.p. 172-217. México: Fondo de Cultura Económica.

Spitz, J.F. (2018). «Le capitalisme démocratique. La fin d’une exception historique?», La Vie des idées , 10 juillet 2018.

Tversky, A. y Kahneman, D. (1981) The Framing of Decisions and the Psychology of Choice. Science, New Series, Vol. 211, No. 4481 pp. 453-458.

Viroli, Maurizio (1997) Por amor a la patria. Un ensayo sobre el patriotismo y el nacionalismo.For Love of Country Acento Editorial. Madrid

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