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GENDER MATCH POINT

“Nada tiene tanta fuerza, como una idea, cuyo tiempo ha llegado”, escribió Víctor Hugo. En el mundo occidental está penetrando con tal fuerza el cambio en la condición social de las identidades de género, que se puede afirmar, sin duda, que su tiempo ha llegado. Y ésta, su oportunidad histórica, incrementa su intensidad. Bien es cierto que todo el último tercio del Siglo XX, había preparado bien la cosecha.

Explicito el significativo título: el Partido de Género (en inglés, gender match, en honor, como él mismo sugiere, a mi admirado Woody Allen, pero también es un título con carga propia, per se).

Estamos viviendo, somos testigos privilegiados y sumamente interesados en el siguiente fenómeno social: el partido, la competición, la lucha, probablemente, más grandiosa, profunda e incisiva de la historia de la Humanidad, y con efectos de mayor alcance de cara al futuro. Ésta es: el Partido de Género y, cómo no decirlo, este partido implica un fenómeno de cambio social que es a la vez fundamental, peligroso y apasionante. 

No obstante, y como acaece en todo proceso de cambio social, profundamente complejo (y éste lo es) el fenómeno que tratamos es poliédrico y cargado de matices. No en vano estamos hablando de la pérdida de legitimidad del patriarcado. 

Los arquetipos sociales de lo femenino y de lo masculino

1. El arquetipo femenino. Por evolución y por competición, se han generado en la Historia las dos figuras arquetípicas (rellenas de multitudes reales, aún hoy): el hombre unidimensional y la mujer multidimensional, reservándose en el juego de lo social (no lo olvidemos, un juego de dominantes y dominadas) para el hombre, el poder, la producción y la guerra; para la mujer, los espacios protegidos de las cocinas y las trastiendas de los gineceos. He ahí la histórica división del trabajo que engendró dos culturas, dos psicologías, convertidas en esencias por la fuerza de la dominación y del peso de la historia. Describe Castells (en un libro escrito a dúo con la socióloga Marina Subirats) el mundo de las mujeres como “una cultura propia hecha de observación subordinada y comportamiento estratégico a partir de una información más variopinta que la de los hombres y de los atributos en que tenían ventaja comparativa, desde la seducción hasta el socorro del frágil ego masculino”1. Triste mundo de mujeres que sólo el Siglo XX ha visto felizmente cambiar. Como afirma el autor citado: “La condición femenina ha cambiado más en tres décadas que en varios milenios”. 

He aquí otro punto de interés de los temas de género: al ser el patriarcado un universal, casi cualquier obra pueden ser leídas y entendidas por un público internacional, mucho más amplio que el nacional. Aunque haya ciertas connotaciones singulares para el cambio mayúsculo de la sociedad española y, doblemente mayúsculo, en el caso de sus mujeres que, en cierta manera, definen este cambio abismal y acelerado de España, hoy. Toda buena literatura de género, reúne esa crítica a lo universal patriarcal que le permite traspasar fronteras.

En la actualidad y en Occidente, se observa que “la larga sombra del patriarcado”, como la llama Castells, comienza a difuminarse. Afortunadamente, hoy las mujeres occidentales podemos hablar desde cualquier tribuna pública, con esta asertividad y libertad de expresión con las cuales se manifiesta una de nuestras más conocidas filósofas-feministas (Amelia Valcárcel dixit): “El machismo mata, empobrece y atonta, por ese orden”, en el encuentro de Mujeres Líderes de España y Latinoamérica.

Realmente en Europa (por circunscribirme a esta área del mundo occidental desde la que escribo) vivimos una Edad de Oro de las mujeres. Que gran privilegio ser europea, vivir en el Siglo XXI y ser una mujer profesional, podemos exclamar sin sonrojo y sin faltar a la verdad, quienes pertenecemos a este colectivo relevante tanto por número como por influencia en nuestras sociedades. Si, además de ello, somos de la generación que ha vivido el franquismo – la transición, tenemos una perspectiva histórica del cambio social experimentado (objetiva y subjetivamente) auténticamente sobresaliente. Lo hemos visto todo, podríamos exclamar. O poner por escrito en mis memorias, como ya he hecho: “Mi abuela era feudal, mi madre precapitalista, yo soy postmoderna”. Y el futuro es halagüeño: la tendencia es clara, el Siglo XXI será el siglo de la consolidación de la mujer. (Un Siglo de cambios. Informe de la Fundación BBVA).

2. El arquetipo masculino. Arquetipos tanto del pasado como del presente, se encuadran dentro del mandato o código cultural de “morir de hombría”, como lo llama Subirats, en la obra citada ya. Dicho código se encarna en el guerrero, en el caballero de la triste figura, en los arquetipos fílmicos de los rebeldes sin causa o de Gigante, en los que van desde Manolete a Ronaldinho, en “el ejecutivo agresivo global”… y, asimismo, se manifiesta en sus acciones: la guerra, la lucha, el fútbol, los deportes de alto riesgo, la conducción temeraria, entre tantas otras conductas típica y tópicamente de la masculinidad tradicional. 

Una conclusión parece meridiana: “Competir es la gran palabra de la masculinidad de nuestro tiempo, una palabra que ha pasado del deporte a la economía y de ella a invadir el conjunto de la sociedad. Competir, es la versión actual de pelear”2. Efectivamente, este impulso de la masculinidad va desde el taller mecánico a los ambientes más sofisticados del mundo intelectual. Competir, dominar, imponer, ser poderoso, es lo propio de los hombres, aunque sea imponiendo la última palabra en el marco de una reunión académica, o siendo el que pone la última coma de un informe. En estos quehaceres ha quedado traducida el hacha de guerra, hoy, pero su impulso y finalidad son los mismos, quasi ancestrales.

De esta etnografía de la masculinidad, hemos dado cumplida cuenta las mujeres académicas. Poco a poco, hemos ido traduciendo los códigos de nuestro entorno profesional inmediato, mayoritariamente masculino, con el saber de la propia cultura culta que se nos había negado hasta hace poco y también con la lucidez de las excluidas (o de las recién llegadas, de las outsiders). Posición ésta significativa y paradójicamente privilegiada: se ve mucho desde la orilla, por ejemplo, el horizonte. Desde el centro, se está hasta tal punto embebido/encuadrado en tal posición que se ve poco. Valga esta forma metafórica de decirlo. En suma, el género enseña el poder, es la visión del otro. 

Los claroscuros del género y sus alternativas, hoy

Los estudios de género (los de corte sociológico, sobre todo) están centrando la atención en el mundo occidental sobre preguntas fundamentales como las siguientes: ¿Qué cambia y qué permanece? ¿Qué simplemente se altera transformándose? Como en el conocido dictum del Gatopardo: “Que todo cambie para que todo quede igual”. Tal vez sea esta la vía frecuentada por publicistas y el gran mercado del mundo de la estética, la belleza, la moda que no quiere soltar a las mujeres de sus fauces manipuladoras, en los miles de formas de alienación que continuamente inventa para jóvenes o viejas. Para cada cual, su forma de alienación especializada.

¿Qué persiste? Hay una imagen muy plástica al respecto de lo dicho: la del antiguo azucarillo (en forma de paralelepípedo) que al contacto con un líquido se disuelve fácilmente, pero queda un núcleo duro, resistente, sin disolver que hay que forzar con la cucharilla y romperlo. Así hemos visto la caída y muerte del ama de casa en tanto que status dominante y recomendado para las mujeres. No hay mujer en la sociedad española actual que recomiende a sus hijas ser ama de casa, por el contrario, ser una mujer profesional es la imagen social hegemónica. Sin embargo, aquella fue la imagen impuesta y reproducida hasta la saciedad por el franquismo que no ha aguantado los modestos embates del tiempo. Se ha disuelto, sin pena ni gloria.

¿Cual es el núcleo duro que resiste sin disolverse? Sin ambages: el poder. Y ello porque en el poder, como hemos analizado antes, encuentra la masculinidad su eje, su identidad más profunda. Lo que parece meridiano es que estamos en un periodo de transición, y asimismo somos hombres y mujeres en transición. Veamos este curioso flash sobre las identidades de género: “El tipo de hombre que les gusta a las mujeres está por venir, y el tipo de mujeres que les gusta a los hombres ha desaparecido”3. Expresiva claridad que enfatiza esta especie de esquizofrenia social que vivimos en la actualidad, tan característica de un periodo de cambio como es el de nuestra contemporaneidad. 

A duras penas hemos dicho adiós a la tiranía patriarcal (a sus elementos más obvios). Ya no somos, ni seremos jamás, las hijas de Bernarda Alba. También hemos dicho adiós a nuestro pasado ideal de la masculinidad, Pepe, el romano (macho por el que suspiraban y se mataban las hijas de Bernarda) por seguir en el estilo del plástico juego de los arquetipos (lorquianos). Pero el mito del amor romántico, esa droga dura diseñada para la mujer, no ha dejado de hacer estragos. Una y otra vez, el mito toma aliento y marcha alimentado por Hollywood, y más aún, por los publicistas y diseñadores de moda. 

Hemos escrito los claroscuros del género, porque las cosas dejan de estar ya tan claras una vez que se ha logrado la nada desdeñable plataforma de conquistas que el feminismo ha promovido para lograr la igualdad, una condición social femenina autónoma. Nada más ni nada menos. Lograda la base socioeconómica, el paso histórico de la mujer objeto a la mujer sujeto (por primera vez en la historia de la humanidad, no lo olvidemos) ¿Qué queda?

Todo ello, lo que hemos tratado, es una tarea titánica, en la que habrá que robar el fuego a los dioses. No sólo sociólogos, sino también antropólogos, psicólogos, psicoanalistas, filósofos, filólogos… y toda una caterva de especialistas, tendrán que intervenir en una tarea histórica: la descolonización del imaginario de género. Ese es el reto, una vez conseguida la igualdad social.

Este imaginario patriarcal ha troquelado por igual a hombres y mujeres, ahormados ambos, ligados con la intensidad y el sentido de la convexidad/concavidad. Por ende, a ambos compete la tarea de sacudirse el yugo de unas antiguas relaciones de género que devienen cada vez más en una alienación, en la actualidad, en clara disfuncionalidad con el nuevo estilo de vida y orden social. Es llegado el tiempo para esta tarea conjunta de hombres y mujeres.

Coda

Si la cultura es como un texto a leer e interpretar (Geertz, dixit) lo que acontece hoy respecto a las identidades de género en el escenario cultural, es un gran novelón, dicho a modo de humorada didáctica. De ahí que los expertos/as no pueden sino jadear corriendo tras el rápido cambio social, su pieza a cazar, despellejar y abrirle las entrañas, como los antiguos augures, para adivinar el rumbo del futuro.

Sintetizadamente, trazaremos un recorrido conclusivo respecto a lo que hemos llamado los claroscuros del género en el texto. Los claros están claros (dicho en esta deliberada redundancia). Son de dominio público. Forman parte de los recuentos y balances que periódicamente hacen los organismos públicos: Ley de igualdad, medidas en pro de la paridad, etc., etc. Mejor que detallarlos, enunciemos brevemente las etapas del progreso del cambio social de las mujeres y su lucha (algunas superadas, otras de plena actualidad e incluso inéditas):

1. Etapa del victimismo (tanto en ensayos como en agitación social).

2. Lucha contra la discriminación (etapa de denuncia, crítica negativa al sistema).

3. Etapa en pro de la igualdad (medidas de acción positiva).

4. Etapa de alianza y redes femeninas (revolucionando la tradicional enemistad femenina cultivada por el patriarcado y en lógica con sus códigos sociales).

5. Etapa del logro (empoderamiento de las mujeres).

6. Etapa del cambio del paradigma de la masculinidad. 

7. Descolonizar del patriarcado las identidades de género (en pos de otro modelo social).

Los puntos oscuros, en los cuales se engolfan los problemas de género, en nuestra opinión, en los cuales no se modernizan las identidades de género (y el corazón sigue siendo patriarcal, imponiéndose o forcejeando contra la modernidad de la cabeza, como hemos reflejado en la dualidad enunciada ya en este texto) son los siguientes:

1. La publicidad, el marketing sobre y para las mujeres, la exigencia estética (una auténtica violencia de género). 

2. El imaginario de género sigue dominado-alienado por toda la mitología hollywoodiense, lejos de patrones de modernidad y racionalidad en paralelo a nuestros esquemas mentales.

3. Las relaciones personales-amorosas están frecuentemente marcadas por el código patriarcal.

4. El poder oculto, informal (el poder par excellence) sigue siendo una asignatura pendiente para las mujeres, tanto aprender sus códigos como obtenerlo de hecho. A duras penas, han obtenido algunas cuotas de poder formal, visible, de acceso reglamentado (y ello, con el pago del marketing de género impuesto por el poder político).

5. El paradigma del logro: atreverse, gustarse, crecerse (utilizando el argot taurino, y posponiendo la ya inevitable palabra de empoderarse). Salir del característico medio juego en el que las mujeres se sitúan o las reglas sociales las sitúan, ser capaces de llegar al jaque mate, que es el momento del logro/del poderío, por seguir esta metáfora ajedrecística.

6. El epicentro del cambio de género está en la masculinidad. Clarificar esa especie de caja negra que es llamada conciliación de la vida familiar-profesional. Las mujeres hace tiempo que están conciliadas, casi es una de las claras tradiciones femeninas: tratar de hacer todo, de atender a todas las esferas de responsabilidades. Así tratada como conciliación familiar parece un enfoque débil, inexacto. Es de desalienación masculina (del mundo del trabajo)/conciliación masculina (hacia el mundo familiar) de lo que se debe hablar, en aras a la verdad y a la eficacia de cara a medidas futuras. En pos del paradigma de la nueva identidad masculina. Este es el auténtico “problema sin nombre” (por decirlo al estilo de B. Friedan) al que hay que dar nombre, como en nuestro caso estamos haciendo, pues un problema sin nombre es, por definición, irresoluble.

7. A modo de síntesis conclusiva. En un estadio futuro pero próximo ya, es muy probable que de lo que en esencia se trate sea de alterar la naturaleza unidimensional con la que el patriarcado troqueló respectivamente al hombre para el mundo del trabajo y a la mujer para la domesticidad, copia de un estado quasi de naturaleza, las cuales han sido el eje de sus respectivas alienaciones. Nuestro estado civilizatorio es evidente que ofrece otras posibilidades de ser y de actuar en el mundo tanto a hombres como a mujeres. Feminizar la masculinidad/masculinizar la feminidad, puede ser la fórmula.

En todo caso el momento histórico que estamos viviendo es crucial respecto a la formación de nuevas identidades de género, y es único como avatar histórico. Subrayamos esta apreciación final con la cita siguiente cuyo sentido converge hacia la idea-fuerza con la que iniciamos el presente texto, enfatizándola en una especie de alfa y omega, dice así: “No hay programa más movilizador que el de una buena utopía, sobre todo si es necesaria”. Y, sin duda, este es el caso de la utopía de la igualdad de género que empieza a ser realidad.

1. Castells, M.y Subirats,M.(2007) Mujeres y Hombres. Alianza, Madrid.

2. Ibid. p. 98.

3. Cerolo, cargo municipal de Madrid. (El País, 21-5-05 2.

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