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LAS EMOCIONES Y EL PROCESO ELECTORAL

En el marco de la democracia representativa, las elecciones son un momento crucial sobre el que pivota, en gran parte, la legitimidad del sistema: el poder es ejercido por el pueblo (democracia), por toda la ciudadanía, determinando de ese modo el curso de los acontecimientos y el rumbo que va a tomar el país. Es el momento de someter a los gobernantes a una rendición de cuentas, castigando o premiando al partido que sale, y de apostar confiada, incluso ilusionadamente, por un futuro mejor hecho posible por el acceso al poder de quienes parecen estar más capacitados para ejercerlo. 

Continuando las reflexiones hechas en esta revista (García Moriyón, 2019), pretendo centrarme en el papel que las emociones y sentimientos desempeñan en el proceso electoral, esto es, por ejemplo en las elecciones del pasado 28 de abril.

En principio y en condiciones ideales, las elecciones se realizan tras un proceso de deliberación pública en el cual actores políticos diversos señalan cuáles son los problemas fundamentales que afronta una sociedad y cómo pretenden resolverlos. Los ciudadanos escuchamos atentos, cotejamos datos y experiencias, incluidas las propias, priorizamos los diferentes objetivos y al final votamos la propuesta que consideramos más adecuada para resolver nuestros problemas. Si el partido que gana las elecciones obtiene el respaldo del Congreso, accede al poder ejecutivo e inicia la aplicación de su programa.

Las limitaciones del proceso: no hay electores racionales

El proceso electoral da por supuesto que los votantes son electores racionales, concepto tomado de la economía de mercado, históricamente muy vinculada al liberalismo político y a la democracia representativa. Una abundante investigación reciente cuestiona que nuestras decisiones estén guiadas de hecho por una previa deliberación racional. 

Desde  principios del siglo XX, cuando se inició el incremento del consumo, el objetivo era convencer al potencial consumidor para que comprara. Se inició, con la ayuda de expertos en psicología social y en mercadotecnia, un conjunto de técnicas de persuasión y manipulación para conseguir que los consumidores potenciales terminaran eligiendo un producto, sin apenas deliberación racional y con un discutible grado de libertad. Eisenhower fue el primer político que usó esas técnicas para ganar la presidencia, un enfoque que ha crecido mucho desde entonces (Rey Lennon, 1995).

Un gran trabajo (Tversky y Kahneman, 1981) inaugura la economía del comportamiento, exponiendo los fuertes sesgos que distorsionan o limitan la racionalidad de nuestras decisiones. Dan Ariely (2008), economista también,  desvela las trampas del deseo y un psicólogo, Gerge Lakoff muestra que los ciudadanos votan movidos  más por afectos y emociones que por razones (Lakoff, 2007). 

Las aportaciones de la neurociencia y de la psicología cognitiva confirman las dificultades presentes en la toma de decisiones políticas. Las emociones tienen, sin duda, un papel fundamental; desde luego que pueden ser perturbadoras, pero sin emociones no se anima a la gente a votar a una opción concreta (Gutiérrez, 2007). Podemos responsabilizar a los propios votantes de no ejercer su reflexión racional  (Caplan, 2007); podemos destacar que son los élites políticas y económicas, las que, asesoradas por los expertos y enfrascadas en duras luchas por el poder, no reparan en medios para alcanzar el objetivo y nos aproximan a gobiernos dictatoriales (Harari, 2019).  Ambos enfoques nos recuerdan que debemos contar con las emociones y limitar sus efectos nocivos. 

Qué podemos hacer

Abordamos las elecciones  sine ira ac studio (Tácito, Anales, 1,1). Debe quedar claro que ni los votantes somos personas irracionales incapaces de tomar una decisión sensata ni las élites en el poder son personas omnipotentes, capaces de inducir nuestro voto, aun contando con el mejor asesoramiento de los expertos y el control del dinero y de los medios de producción. Nada de catastrofismos: Caplan decía que el pesimismo es un sesgo emocional frecuente que dificulta tomar decisiones. Son problemas serios y es necesario afrontarlos. Los votantes hacemos nuestros cálculos, somos conscientes de las limitaciones de los políticos y de sus ocultas intenciones y podemos dar alguna justificación de nuestro voto o de nuestra abstención.

Nuestra actitud debe estar orientada por una sólida actitud ética, una genuina ética de máximos que se toma en serio las virtudes republicanas (García Moriyón, 2003). Nuestra implicación en la vida política no se reduce a votar; exige una implicación constante canalizada de diversas maneras. Debemos esforzarnos por ser buenas personas, por tanto buenos ciudadanos, y eso exige, aquí y ahora, cuidar las tres dimensiones que definen la bondad.

Es la primera estar bien informados: esforzarse por conocer lo que sucede, buscar los datos relevantes y analizar cuáles son las medidas adecuadas. En unos momentos en los que ha crecido mucho la capacidad de manipular la información cobra más valor todavía el lema kantiano: atrévete a pensar por ti mismo, no des credibilidad a cualquier información, no te dejes llevar por la autoindulgencia cognitiva y escucha atentamente a quienes opinan de otro modo. Hay que basar el debate político en la parrexía  de los griegos recuperada por Foucault, la voluntad de verdad (ACYV, 2016).

Es la segunda mejorar nuestras competencias cognitivas: evitar la ceguera moral, ejercer un pensamiento crítico, cuidadoso y creativo, que tiene en cuenta los medios y los fines, que se plantea como objetivo central aclarar la clase de persona que queremos ser y la clase de mundo en el que queremos vivir. Se trata de poner en práctica las virtudes argumentativas, más allá del dominio de las competencias cognitivas (Gascón, 2018). Los clásicos lo llamaban también la virtud de la prudencia y Adela lo denomina no hace mucho racionalidad (Cortina, 2011).

Es la tercera fortalecer las competencias emocionales necesarias para la vida en sociedad, esto es, unas emociones razonables (Ovejero, 2010). El hilo conductor es potenciar un equilibrio emocional, que, en cierto sentido coincide, con la llamada inteligencia emocional, pero también con el factor P de la personalidad, por lo que tiene de logro de una personalidad más positiva y proactiva (Colom, 2018).  Pensando en las próximas elecciones que se van a celebrar en España, hay tres emociones, o tres campos emocionales, que requieren especial atención. 

Para empezar, mantener elevado el deseo o conatus, del que hablaba Spinoza (Lenoir, 2019). Cultivemos la fortaleza, el valor o coraje, la determinación a actuar a pesar de las dificultades, venciendo la procrastinación y haciendo frente al desánimo y la desconfianza provocado por las consecuencias negativas de una dura crisis y una globalización mal orientada que nos llevan a denostar la incompetencia de las élites incapaz de resolver problemas de gran magnitud y complejidad. Como bien decía Jonas, no rehacemos el miedo, pero aceptemos la heurística del miedo (Domingo, 2001). No caigamos en propuestas populistas que exaltan ficticias identidades nacionales políticas, cargadas de exclusión y odio, convirtiendo en chivos expiatorios a los otros.  El miedo, hábilmente manejado, es un instrumento de dominación y control social, que cultivan líderes carismáticos y autoritarios, con respuestas sencillas que eluden la complejidad de los problemas y buscan chivos expiatorios. Cerrar filas en torno a un grupo perfectamente delimitado parece darnos cierta tranquilidad y seguridad, al tiempo que despierta ilusiones en un futuro inmediato mejor. Los otros son el enemigo, y la solución de nuestros problemas viene precisamente de expulsarlos, lo que se puede hacer con los inmigrantes que no dejan de venir a nuestro país, o con los otros territorios del país propio, que ya no reconocemos.

El coraje cívico es necesario para superar el desánimo y  la desconfianza, sobre todo respecto a la democracia, régimen en el que ya no se confía mucho.  Por un lado, la imagen de las élites está por los suelos y no confiamos en los políticos (todos son iguales, todos son unos corruptos, todos defienden los derechos de las élites…) y los poderosos. Más de diez años de crisis nos han hecho ver que no se ha dado una genuina salida a la misma y que unos pocos se han enriquecido notablemente mientras la mayoría ve cómo sus condiciones se degradan o simplemente se estanca. Todo parece indicar que ni contamos ni cuentan con nosotros, o por lo menos esa es una percepción generalizada. Por otra parte,  somos conscientes de la magnitud de los problemas ecológicos, económicos, sociales, tecnológicos… Y la salida no acaba de verse, o lo que se ve son futuros distópicos con una significativa pérdida de la calidad de vida.

Por último, el campo emocional crucial para la consolidación de una convivencia política digna: la solidaridad radical. Las tendencias prosociales, ancladas en la empatía y la compasión, constituyen uno de los rasgos que mejor definen a los seres humanos.  Martha Nussbaum (2014) tiene claro que no hay justicia sin amor, y parece absolutamente necesario romper con una política reducida a la conquista del poder que se cimenta en el enfrentamiento total con el otro, concebido como enemigo, no simplemente como un rival con propuestas diferentes. Derrida (2003) proponía con acierto que solo se puede perdonar realmente lo imperdonable, pues es ahí donde se quiebra la dialéctica destructiva del mal y el odio. 

Y puede que la mejor manera de prepararnos para reflexionar sobre nuestro comportamiento electoral sea una lectura atenta de la Laudatio si, del papa Francisco, una potente apelación a nuestra implicación personal para afrontar los problemas actuales de la humanidad.

REFERENCIAS 

Ariely, D. (2008). Las trampas del deseo. Cómo controlar los impulsos irracionales que nos llevan al error. Barcelona: Editorial Ariel, S.A. pp. 282.

ACYV (2015). La parrexia. Texto inédito de Foucault. El Confidencial. 06/04/2016. (https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2015-04-06/michel-foucault-la-parresia_751634/

Caplan, B. (2007) The Myth of the Rational Voter: Why Democracies Choose Bad Policies.  Princeton University Press. 

Colom, R. (2017). Beautiful Personality. Blog personal de Roberto Colom 06/08/2018

Cortina, A. (2011). La racionalidad como rara avis. El País, 31/05/2011

Derrida, J. (2003) Entrevista con Michel Wieviorka[i], en El siglo y el perdón seguida de Fe y saber. Buenos Aires, Ediciones de la Flor, pp. 7-39.

Domingo Moratalla, T. El mundo en nuestras manos: La ética antropológica de Hans Jonas Diálogo Filosófico, Número 49. Tomás 

Gascón, J. A. (2018): Las virtudes argumentativas. En Niaia, consultado el 31/01/2018 en  

García Moriyón, F. (2004) Éticas de mínimos y éticas de máximos. En Murillo, I. (Coord.). Filosofía práctica y persona humana. Salamanca: Publicaciones Universidad Pontificia, 2004. pp. 523-532

—(2019) Emociones y política. Crítica. N. 1039. Enero, 2019

Gutiérrez Rubí, A. (2007) La política de las emociones. Revista Fundació Rafael Campalans (núm.14).  

Harari, Y.N. (2019). Los cerebros ‘hackeados’ votan. El País. 06/01/2019

Lakoff, G. (2007). No pienses en un elefante: lenguaje y debate político. Madrid. Editorial Complutense

Lenoir, F. (2019). Spinoza o cómo salvar la democracia. El País, 12/02/2019

Nussbaum, M. C. (2014) Emociones políticas. ¿Por qué el amor es importante para la justicia? Barcelona. Paidós. 

Ovejero Lucas, F.  (2010) Emociones razonables. Claves de razón práctica,  Nº 203, 2010, págs. 22-28

Rey Lennon, F. (1995). Marketing político, ¿hacer pensar o hacer soñar? Communication & Society, VOL. 8(2)/ 1995. Accesible el 11/03/2019 en 

Tversky, A. and Kahneman, D. (1981): The Framing of Decisions and the Psychology of Choice. Science, New Series, Vol. 211, No. 4481. (Jan. 30, 1981), pp. 453-458

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