ARTÍCULOS LITERATURA

JUAN MANUEL DE PRADA: “LAS CAZUELITAS SE ACABARON”

Juan Manuel de Prada nos recibe en el Café Varela como si nos abriera las puertas del salón de su casa, con paredes cubiertas por retratos ocres de escritores noventayochistas que lo habrían reconocido como uno de los suyos, bajo tomos colgantes de Gómez de la Serna y la sombra venial de Baudelaire. Es el mismo Café Varela que le tributó un gran homenaje el pasado noviembre por el que desfilaron populares, podemitas, socialistas, periodistas, cineastas, editores y, parafraseando su título, poetas y literatos desgarrados y excéntricos. El mismo Café Varela que acogió la tertulia de Manuel y Antonio Machado -que no eran las dos Españas, sino una hermandad fecunda en sus matices- y en el que entrevistado y entrevistador nos hemos reunido tantas veces, aunque sea la primera que lo hacemos con una grabadora. Ganador de todos los premios y corazón libre, deslumbró en su juventud por obras como El silencio del patinador, Coños y Las máscaras del héroe, y ganó el Premio Planeta en 1997 por La tempestad. Hoy sigue analizando la actualidad desde su atronadora libertad en ABC y encadena la publicación de espléndidas novelas.

Joaquín  Pérez  Azaústre: ¿Cómo te va la vida?

Juan Manuel de Prada: Ahí va, amigo, tirando. 

J. P. A: Pensando en la entrevista, he recordado cuando en la Córdoba de mi juventud se empezaba a hablar de ti en los bares en los que nos reuníamos algunos aprendices de escritores. ¿Cómo recuerdas aquel tiempo, cuando eras un muchacho que ya vivía para escribir y ganaba todos los premios de relato de ayuntamientos y comarcas?

J. M. de P.: En aquel momento, había muchas cosas de esta vida dedicada a la literatura que no me podía imaginar. Algunas muy buenas y otras muy malas. Aquel era otro mundo, no porque tuviera más ilusiones o menos, sino porque era un mundo en el que al escritor que empezaba se le ofrecían muchas posibilidades de despegue. Porque algo después, cuando empiezas tú, ya no hay tantas, y luego no hay ninguna. Pero en aquel momento sí las había y varios escritores despegaron. Yo quería vivir profesionalmente de la literatura y estaba lleno de esperanzas en este oficio. Hoy gran parte de esas esperanzas han desaparecido.

J. P. A.: Luis Mancha hizo un documental sobre esos autores titulado Generación Kronen. Aunque coinciden cronológicamente contigo, era una estética de Generación X que poco o nada tenía que ver con tu literatura. Por ahí hay nombres prematuramente desaparecidos. Sin embargo, el autor más literario es el único que ha sobrevivido.

J. M. de P.: Yo tenía más fuelle, seguramente más dedicación y más capacidad de trabajo, y eso me ayudó. Cuando tomas determinadas opciones las tienes que tomar en serio. Por ejemplo, es muy difícil mantener una colaboración periodística durante 25 años, como la mía en ABC, si no tienes una visión del mundo, un discurso, una tesis. No puedes ser un diletante.

J. P. A.: El trío de ases de entonces -Luis María Anson, Francisco Umbral, Pere Gimferrer- te reconoció rápidamente. Tres nombres, por cierto, que hoy no tienen sucesores.

J. M. de P.:  Ya nadie tiene esa capacidad prescriptora. Y mucha más gente me reconoció en ese momento, pero luego las cañas se volvieron lanzas. De salida sí. Como el ambiente era precisamente ese costumbrismo discotequero y juvenil, y yo salgo con un homenaje a Gómez de la Serna, luego sigo con una novela sobre la bohemia y con unos cuentos de atmósfera, junto a un bagaje de lectura de los clásicos, creo que en ese momento impacto.

J. P. A.: Las máscaras del héroe es un do de pecho. ¿Hubo una voluntad de afirmación?

J. M. de P.: No te creas, para nada. Es una novela que escribí porque a mí me gustaba mucho la bohemia, esa literatura, me gustaban esas novelas fresco de una época, pero nunca me la planteé como una novela de gran ambición, ni nada parecido. De hecho, desde el ámbito imaginativo tengo novelas más ambiciosas, y era una novela que me lo daba todo hecho.

J. P. A.: Las esquinas del aire, con el personaje de Ana María Martínez Sagi, llegó luego. Metaliteratura y autoficción culturalista, con un divertido retrato de Gimferrer.

J. M. de P.: Es una novela -nivola- que me surge de forma natural cuando yo estoy escribiendo una serie de semblanzas que luego reúno en Desgarrados y excéntricos. Me encuentro entonces que esta mujer, Ana María Martínez Sagi, está viva, y que ahí hay un libro. Un libro que te confieso que me gustaría haber hecho mejor. Era muy joven, me vino toda la vorágine del Premio Planeta que me desmanteló la vida. 1998 y 99 son años muy duros de fama y de viajes. El libro está escrito a salto de mata y no se me ocurre pensar que esa mujer me pudo haber contado su vida como a ella le conviene. Hoy el libro habría sido distinto, no un libro de exaltación de personaje. Yo entonces renuncio a la investigación, porque acepto todo lo que ella me dice, como una anécdota sobre Federico García Lorca que me cuenta y luego descubro que es falsa. Es un libro que recuerdo con mucho cariño.

J. P. A.: Veo dos etapas en tu narrativa: hasta El séptimo velo, en 2007, y a continuación. Siendo un narrador muy español en tema y tradición asimilada, en El séptimo velo tu mirada se vuelve europea. Luego, silencio hasta 2012, con Me hallará la muerte.

J. M. de P.:  Me hallará la muerte es una especie de versión negra de El séptimo velo, sobre la falsedad y la mentira. Después de esos cinco años en el dique seco, años personalmente muy difíciles, en los que estoy muy apartado de la literatura y me dedico a otras cosas, cuando vuelvo me doy cuenta de que la literatura como medio de vida se está acabando. Los anticipos de las editoriales son bajísimos, las ventas han disminuido una barbaridad, y yo creo que esa es la razón por la que me pongo a escribir tanto, porque me doy cuenta de que eso se va a acabar. Entonces publico Morir bajo tu cielo (2014), El castillo de diamante (2015), Mirlo blanco, cisne negro (2016) y la reciente Lucía en la noche. Las cosas han cambiado, las editoriales han dejado de pagar como pagaban antes de la crisis, y a lo mejor en diez años no voy a tener quien me publique una novela en las condiciones de antes. Las editoriales grandes publican otras cosas, de los youtubers y las celebrities.

J. P. A.: ¿Crees que la literatura con mayúsculas quedará reducida a editoriales pequeñas?

J. M. de P.:  Sí. Es cierto que por la mala conciencia colectiva, de tarde en tarde surge un libro que de pronto todo el mundo compra, pero eso no tiene nada que ver con la pérdida general de estos años. Por eso incrementé el ritmo de trabajo. También hay mayores dificultades, porque por ejemplo publicar un libro de artículos en una editorial se ha vuelto muy difícil. He escrito todas las novelas que me apetecía escribir, muy variadas, desde novelas confesionales, como Mirlo blanco, cisne negro, novelas de largo aliento como Morir bajo tu cielo, El castillo de diamante, que es una novela sobre Santa Teresa escrita con mucho gusto y un homenaje al siglo de oro. Han sido años en los que he alcanzado una cierta paz interior y una convicción no fatalista, pero sí pesimista, de este oficio y de su futuro.

J. P. A.: En Lucía en la noche, como en La vida invisible, hay un protagonista que nos recuerda mucho a ti. En Mirlo blanco, cisne negro, regresa Alejandro Ballesteros, el protagonista de La tempestad. Son novelas que rezuman vida, pero sin autoficción.

J. M. de P.: Claro, no es autoficción. Son novelas de ficción pero escritas desde la propia vida, no son novelas autobiográficas pero sí tienen el poso de la vida, la mirada sobre una vida que ya empieza a ser larga, con experiencias muy diversas que luego puedes aplicar a historias de pura ficción. Pero la mirada es la tuya en un momento muy concreto. Esto en Lucía lo vuelvo a hacer, a pesar de que quizá sea mi novela más imaginativa, pero es verdad que el personaje de Alejandro puede tener la mirada que yo tenía hace 10 o 12 años.

J. P. A.: Lucía en la noche es una novela con una gran presencia del amor. Especialmente el individual, como una construcción independiente de la realidad del sujeto amado.

J. M. de P.:  En la primera parte de la novela se juega mucho con la posibilidad de que Lucía sea un ángel o una musa creada por el propio Alejandro. Yo creo que el amor es un sentimiento que está esperando que le abras la puerta en todo momento, sí, pero ha de tener una base real. Yo no creo en el amor ideal, o cada vez menos, creo que necesita un soporte real.

J. P. A.: El personaje de Alejandro Ballesteros, al investigar sobre la desaparición de Lucía, se va acercando cada vez más a esa realidad. ¿Estamos preparados para la verdad?

J. M. de P.: La verdad es peligrosa. Cuando amas necesitas conocer. El amor al final es conocimiento; a diferencia del odio, porque tú puedes odiar de manera sumaria, esquemática, abstracta, pero para amar necesitas conocer y cuando estás enamorado quieres saberlo todo sobre la persona amada. Estableces en torno a esa relación una absoluta avidez de conocimiento, pero todo esto es peligroso, porque en toda relación tiene que haber habitaciones cerradas.

J. P. A.: Habitaciones separadas, como en el libro de Luis García Montero.

J. M. de P.:  [Ríe y asiente] Tiene que haber al menos un pequeño desván en el que guardes cosas que no puedas mostrar a nadie bajo ningún concepto; seguramente, ni siquiera a ti mismo.

J. P. A.: ¿Es tu novela de más intimidad emocional?

J. M. de P.:  Puede que sí. También lo es Mirlo blanco, cisne negro, aunque de otra manera.

J. P. A.: Pero en Mirlo blanco, cisne negro, el tema es el asalto a la literatura. Aquí es el amor, que salva a Alejandro Ballesteros de su degradación televisiva, con un juego de espejismos que recuerda a la escena final de La dama de Shanghái, de Orson Welles.

J. M. de P.: Eso sí tiene mucho que ver con mi vida y la novela muestra mi intimidad metamorfoseada, sublimada, alterada. No es una novela confesional ni autobiográfica, aunque sí se alimenta de mi propia vida, de mi redención a través de mi mujer; pero, sin embargo, la protagonista no tiene que ver con mi mujer, con pasados, presentes y futuros distintos. Es la forma en que ahora me apetece trabajar, pero no tiene nada que ver con la autoficción.

J. P. A.: Es un homenaje a Vértigo, de Hitchcock.

J. M. de P.: Quizá sea mi novela más cinematográfica porque juega mucho con los homenajes al cine, de forma explícita a Vértigo, sí; pero también a Ciudadano Kane con las entrevistas a personajes que van completando la revelación para el espectador, porque el periodista que va reconstruyendo su vida nunca descubre qué significa Rosebud. Como lector de novelas de intriga estoy muy virgen y mis referentes, más que literarios, eran cinematográficos.

J. P. A.: Lucía en la noche es una novela de vida y lenguaje con temas recurrentes en tu obra, como la falsedad y la culpa. Ahí entra Lucía: es un personaje escurridizo, y parte de su encanto reside en que se escabulle permanentemente del protagonista y del lector.

J. M. de P.: Es una mujer que ha mirado el mal de frente y esto deja en ella una huella profunda. Quizá también por eso, de alguna manera, es escurridiza: porque necesita serlo. Pero no quiere arrastrar consigo a Alejandro, quiere dejarlo al margen del horror que ha conocido. Por eso jugué a presentar a Lucía en la primera parte como un personaje que va y viene. La búsqueda de Alejandro lo va a ir llevando hacia ese horror que conoció Lucía, en una recreación del mito de Orfeo y Eurídice, con un descenso a los infiernos de este mundo.

J. P. A.: También has publicado recientemente Los tesoros de la cripta, con artículos de cine.

J. M. de P.: Siempre he sido muy cinéfilo. El cine siempre me ha acompañado. Ya no tanto como antaño, porque cada vez me refugio más en el cine clásico. Es cierto que ha influido mucho en mí. No sé realmente cómo, porque uno nunca sabe. No como a otros escritores de mi generación que casi parece que hacen guiones adaptados. Pero quizá en la composición de la historia o la elaboración de personajes esa cinefilia está muy presente.

J. P. A.: ¿Y cómo manejas la imagen que proyectas de hombre comprometido desde su cristianismo, cada vez más interpelado desde cierta izquierda, cercana a Podemos, y por la derecha tradicional? Eres un electrón libre total, coherente y no alineado.

J. M. de P.:  Un escritor tiene que ser fiel a su pensamiento, a su visión del mundo, y tiene que seguir. Hay épocas mejores y épocas peores. Si me preguntas por nuestra actualidad, estoy poco esperanzado con el futuro de España, la veo cada vez más fanatizada. El alineamiento está en la consigna. Es un mundo de zoquetes. No hay matices ni comprensión para entenderlos. La gente está fanatizada y en manos de fanáticos. No hay más que hooligans y demagogos que se encargan de pastorear a esos rebaños de hooligans, de fanatizarlos cada vez más. Soy muy escéptico. Pero uno tiene que seguir su camino y Dios dirá.

J. P. A.: Si tu hija te dijera que quiere ser escritora…

J. M. de P.: [Sonríe] Yo la disuadiría. Afortunadamente no tengo ese problema. 

J. P. A.: ¿Y qué le dirías a un chaval joven que tenga ese fuego en el cuerpo?

J. M. de P.: Lo situaría en la realidad, aunque yo creo que ellos ya están situados. Nosotros todavía vivíamos una mitología que ya no era la nuestra con esos personajes, como Cela y Delibes. Era una época brumosa todavía: parecía que sí, pero no. Hoy ya es no. Porque la realidad es que ya no existe ningún periodista como Anson, ni ningún poeta como Gimferrer, ni ningún escritor como Umbral. Yo les diría que tienen que buscar un trabajo.

J. P. A.: Escuchándote, recuerdo en 2003 la presentación de tu novela La vida invisible, Premio Primavera, en el Círculo de Bellas Artes. Fue el canto del cisne de una época: en el cóctel, con gin-tonics, había hasta un guiso servido en unas cazuelitas de barro.

J. M. de P.: Pues las cazuelitas se acabaron, querido amigo.

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