Hablar de este tema resulta, sin duda, atractivo, al menos para mí, que desde hace tiempo soy una gran aficionada a la novela negra. Pero si no somos simpatizantes, al menos alguna vez habremos sentido curiosidad o intriga (nunca mejor dicho) al ver las secciones correspondientes de todas las librerías de nuestras ciudades llenas de publicaciones de este tipo y una mesa de novedades dedicada exclusivamente a ellas.
En 2016, un artículo de Alberto Olmos en El Confidencial proclamaba que “la novela negra nos enterrará a todos” y afirmaba que “[este género] … se expande por las librerías, que colocan ya este tipo de libros en un espacio particular y privilegiado; (…) clava su estandarte en el catálogo de sellos hasta ahora estrictamente literarios (Anagrama, Random House, Destino…). (…) Novela negra es lo que gana últimamente el premio Nadal, para sonrojo de los que aún se acuerdan de El Jarama o de Las ninfas; novela negra es lo que gana el premio Planeta, el premio Primavera…; (…) y más: una escritora de novela negra dirige Babelia, el suplemento de libros más (o menos) prestigioso de España. Recientemente dedicaron el número entero a vendernos novela negra. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Sin duda, matando a alguien”.
Desde mi punto de vista (y considerando también la ironía del artículo) no hay que pensar que lo popular es sinónimo de mala literatura. Ahí están los Premios Princesa de Asturias de las Letras concedidos a John Banville (2014), Leonardo Padura (2015) y a Fred Vargas (2018), los tres escritores de novela policíaca, y si todavía desconfiamos de los jurados que conceden estas distinciones, vayamos a los mismos libros. Padura afirma: “Aprendí de Hammett, Chandler, Vázquez Montalbán y Sciascia que es posible una novela policial que tenga una relación real con el ambiente del país, que denuncie o toque realidades concretas y no sólo imaginarias”.
Antes de entrar plenamente en el objetivo de este artículo, vamos a diferenciar la novela negra de la novela policíaca. Claro que no son distintas desde el punto de vista del género detectivesco, pero cada una de ellas ha ido cultivando matices y rasgos diferenciadores. La novela policíaca tiene orígenes antiguos conocidos de todos: Poe y Conan Doyle y sus seguidores, aunque fuese americano el primero, crearon con sus personajes la escuela original del género, lo que ahora conocemos como la escuela inglesa de la novela policiaca. Basada en el ejercicio intelectual de la investigación, estas novelas giran en torno al proceso de resolución del caso conducido por la mente brillante del detective. sin que el análisis de los aspectos sociales y morales del crimen tengan en ella una preponderancia clara; suele ambientarse en los sectores altos de la sociedad y las intrigas de este tipo de relatos son muy elaboradas y complejas.
El resto queda oscurecido o más bien anulado. En estas novelas no hay circunstancias sociales ni políticas que enmarquen la historia. Por ejemplo, la autora más famosa de esta escuela, Agatha Christie, ignoraba en sus novelas de los años 40, las circunstancias de la guerra, así como, en los años anteriores, había excluido las de la Gran Depresión. Esas eran las reglas del género y el público las aceptaba plenamente. Los años de la II Guerra Mundial fueron, precisamente, los de mayor éxito para la escritora.
Pero al otro lado del Atlántico, los escritores Raymond Chandler y Dashiell Hammet (sin olvidar a Carroll J. Daly o Jim Thompson) forjaban la correspondiente escuela estadounidense de novela policíaca, criticando precisamente el escaso realismo de las novelas inglesas. Aunque, citando de nuevo a Olmos, “en realidad, la novela negra o policial al estilo de Raymond Chandler (ya saben: detective problemático, sociedad corrompida, bajos fondos, crítica del sistema y final sorprendente) le debe -a mi juicio- mucho más a la novela naturalista de Zola que al macramé narrativo de Agatha Christie, del que eventualmente podría incluso prescindir. Basta con leer ‘La bestia humana’ para saber por dónde voy”.
La novela negra nació moldeada en los días de la Gran Depresión, dejaba en segundo lugar la importancia del enigma y lo subordinaba al suspense, siempre con el fin de subrayar los aspectos sociales del crimen y la denuncia de una sociedad corrupta. La novela negra constituye, pues, un subgénero de la novela policiaca, de ambiente urbano, en la que el crimen se encuentra en barrios marginales o ambientes corruptos, de manera que, en sus historias se cuestionan implícitamente los valores éticos y materialistas de la sociedad capitalista, como responsable en última instancia del crimen.
A la crítica social, implícita o explícita, se une la recreación del personaje detectivesco. Aquellos investigadores no pertenecían normalmente al ambiente policial, lo que les permitía un espacio de independencia y movilidad que lo hacían “testigos privilegiados del derrumbe moral de su sociedad, la cual al desplazar sus valores hacia la sola búsqueda del dinero y el poder enfilará hacia un inevitable camino de violencia y degradación. Esta tensión entre el universo corrupto que suponen las grandes urbes y la mirada extraña del investigador se constituye como el eje dialéctico en que se apoya el relato negro en su planteamiento narrativo, permitiendo con ello la incorporación de un nuevo punto de vista, exógeno al relato, y que el espectador tiene la posibilidad de hacer suyo. Por lo cual, y, en resumidas cuentas, el código ético de un Sam Spade o un Phillip Marlowe, se podría subsumir en el respeto a sólo tres directrices básicas: fidelidad a la amistad (si es que ésta existe), estoicismo, y satisfacción por el trabajo bien realizado” (Alberto Mayor, Escuela de Cine, Chile, 2011).
El detective ya no es el personaje de inteligencia privilegiada y deducción portentosa que creara la escuela policiaca inglesa, ahora es un hombre abatido, desengañado del mundo, un antihéroe que mantiene el rumbo hacia la misión encomendada, sabiendo que sólo podrá ganar batallas parciales, pero nunca la guerra contra el mal.
En sus comienzos, el género negro era juzgado como literatura barata, pero esta consideración cambió al llegar las guerras, particularmente la II Guerra Mundial. El género se transformó en algo parecido a la crítica, y la gente comenzó, a través de la literatura y el cine, a tomar conciencia de la corrupción de las estructuras sociales. En EE. UU., las publicaciones de novela negra derivaban, de manera natural en estrenos de cine, por lo que el éxito de estas se amplificaba internacionalmente. Y, además de la visión social, o tal vez por eso, la novela negra fue, desde el punto de vista filosófico, una novela existencialista. En ella, acompañamos al protagonista solo frente al mal que combate, luchando por dar sentido a su existencia, armado solo de su libertad y responsabilidad.
Curiosamente, estos aspectos se presentan actualmente más en la novela policiaca y negra europeas, como la del escocés Ian Rankin y su detective John Rebus, hastiado de la propaganda independentista del gobierno de Escocia, o la del griego Petros Markaris, que hace vivir a su comisario Kostas Jaritos los tremendos problemas socioeconómicos que atraviesa Grecia. Aunque los rasgos más propiamente existencialistas, además de la crítica social, se encuentran particularmente entre los autores escandinavos como Henning Mankell (+ 2015) o, desde luego, Jo Nesbø.
Con más de 24 millones de libros vendidos, traducidos a muchos idiomas, Nesbø aúna en sus relatos sobre el inspector Harry Hole, no sólo la investigación de los casos, sino la conexión de estos con entornos tan diversos como el mundo de la droga en Oslo, los aborígenes australianos o las víctimas de la Guerra de los Balcanes. En sus novelas, subyace el propósito de desmitificar, ante el lector europeo, los sistemas de gobierno escandinavos que, a los ojos del resto de Europa, aparecen como los auténticos baluartes del estado del bienestar. Nesbø se encarga de desvelar miserias y corrupciones negando la perfección idealizada de su mundo. Por otra parte, la mera historia del inspector Hole tiene suficiente tirón novelesco. Extremadamente inteligente, pero esclavizado por su alcoholismo, es imprevisible para sus jefes, a quienes resulta imprescindible y molesto a partes iguales. Sólo cuenta con un grupito de fieles compañeros, en ocasiones, relegado a utilizar un cuartucho del sótano como oficina.
En la novela policiaca escrita a finales del siglo XX y en estos años del XXI, la diferenciación entre los relatos propiamente policiacos y los del subgénero de novela negra, hecha al principio del artículo, no es apreciada apenas por el gran público. Los estantes de las librerías rotulan muchas veces como novela negra, policíaca y de suspense” las publicaciones de este tipo. La diferenciación sigue siendo válida, pero es cierto que es mucho más difusa que a mediados del siglo XX.
Pero el propósito de este artículo es hablar sobre las mujeres escritoras de novela negra, así que después de hacer esta breve asomada a la historia y características del género, vamos con ellas.
Las mujeres escritoras de novelas policíacas y negras han estado presentes casi desde los inicios del género, como prueba el éxito mundial de Agatha Christie. Pero es en el siglo XXI, cuando los nombres de escritoras policiacas llegan para quedarse en el panorama literario. De hecho, hay estudios sobre el aumento del “número de mujeres investigadoras en la literatura de detectives, un género literario que había estado clásicamente construido como masculino. Sin embargo, durante el siglo XX, las mujeres adoptaron el rol de detective, en primer lugar, desde el ámbito doméstico y, más tarde, fuera de sus casas. Esta expansión conlleva el estudio de la construcción de los espacios desde una perspectiva de género” (E. Avanzas Álvarez, Oceánide, 7, 2015).
Como sigue diciendo la profesora Avanzas, la literatura de crímenes se configuró como masculina desde su popularización en el siglo XIX. Esta masculinización afecta tanto a la narración como al personaje principal y se refleja sobre todo en el papel de restauradores del orden que asumen los detectives. Sin embargo, durante el siglo XX, surgieron nuevos personajes femeninos que cuestionaron esa construcción. El género asumió los cambios que se daban en la sociedad e incluso, en algunos casos, los anticipó. El detective, como guardián del orden y perseguidor del delincuente representaba a ese mismo orden hecho, naturalmente, por hombres. Eran los varones los que debían asumir la defensa de las leyes (del bien) y la protección de las víctimas, muchas veces mujeres.
Pero ahora, y desde hace tiempo, las mujeres son policías, forenses, abogadas, fiscales y jueces, así como los personajes de sus novelas policíacas, aunque las escritoras policíacas no siempre elijan a mujeres como protagonistas de sus novelas.
En la breve historia femenina del género, hay que recordar a las autoras más veteranas, auténticas pioneras y enlaces entre los clásicos del género y la literatura policiaca más actual. Entre ellas, las norteamericanas Mary Higgins Clark (n. 1927) y la ya clásica Patricia Highsmith (1921-1995), cuya escritura fue mucho más aceptada en Europa que en EE. UU., lo que motivó que Highsmith viviera en Inglaterra y Francia, hasta su muerte. Su salto a la fama sucedió con la adaptación al cine de su novela Extraños en un tren (1951), dirigida por Alfred Hitchcock, pero también es muy conocida la serie de novelas sobre Ripley. Patricia Highsmith investiga en sus novelas la naturaleza del crimen y, por ende, la del criminal. El lector percibe algo siniestro tras las acciones de los asesinos que parece fluir en sus páginas.
Estas escritoras generaron una actitud muy importante en el público pues hicieron desaparecer completamente el prejuicio que diferenciaba temas literarios apropiados para hombres y otros para mujeres. En consecuencia, los libros sobre criminales escritos por mujeres resultarían inadecuados ya que, al describir hechos perversos y violentos, harían sospechar de la psicología de la escritora, atraída por temas morbosos. Naturalmente, ese prejuicio no se daba ante libros policíacos escritos por varones.
Centrándonos en las autoras actuales, quiero referirme en primer lugar a las suecas Camilla Läckberg, cuya primera novela fue La princesa de hielo, publicada en 2002, y Asa Larson, autora de Aurora Boreal, publicada en 2003. Después de Mankell o Nesbø, que hicieron volver la mirada lectora hacia el norte, Läckberg y Larson son las primeras escritoras referentes de esos países. Läckberg ambienta sus libros en la localidad de Fjällbacka y cuenta con dos protagonistas que son pareja: la escritora Erica Falck y el policía Patrik Hedströn. Por su parte, Larson, es una de las autoras más consolidadas dentro del género negro escandinavo o nordic noir. Aurora boreal es una novela notable, ambientada en Kiruna, una pequeña ciudad de Laponia donde se viven las noches y los días árticos. Su protagonista es la abogada Rebecka Martinsson que, a la vez que ayuda a la policía a resolver un asesinato, revive los años de su infancia en esa ciudad.
Junto a ellas, la noruega Anne Holt, que debutó en 1993 con su novela La diosa ciega, cuya protagonista es la detective de policía lesbiana Hanne Wilhelmsen, sobre la que ya se han publicado siete títulos, y las también suecas Ann Rosman, Emelie Schepp, Anna Jansson, Mari Jungsted, autora de la serie de casos que investiga el comisario Anders Knutas, y Asa Avdic con La isla (2017).
Este grupo de escritoras, llamadas en algún estudio del género damas negras, no escriben siempre, al igual que sus colegas varones, novela negra propiamente dicha. Tomemos como ejemplos las obras de las autoras Batya Gur y Donna Leon. La escritora israelí tiene como protagonista de sus relatos al detective Michael Ohayon que es inspector jefe, subdirector del Departamento de Investigación del subdistrito de Jerusalén situado en el barrio ruso.
Ohayon es judío, pero de origen marroquí; su familia emigró a Israel cuando tenía tres años. Estudió interno en el colegio Bayit V’gan. Se licenció en historia con sobresaliente. Comenzó el doctorado, pero a los 24 años se vio obligado a casarse con una mujer a la que no amaba al dejarla embarazada. Interrumpió su carrera universitaria e ingresó en la policía. Se divorció a los pocos años de casarse.
Batya Gur lo configura como guía a través de las complejas sociedades israelí y jerosolimitana. A través de sus investigaciones conocemos los mundos de la universidad, de las orquestas o de los kibutz. Sin duda, la temprana muerte de la escritora imposibilitó que el recorrido de Ohayon fuese más largo. En las novelas de Gur se aprecia el ojo crítico con que mira a su país, sin que ello suponga un juicio histórico ni político. Pero Batya Gur no escribe novela negra. No hay en sus relatos cuestionamiento sobre el mal, su detective tiene problemas, no es un judío europeo y, por tanto, es sutilmente mirado como ciudadano de segunda, pero no hay en él amargura o debilidad esenciales. Es atractivo, culto, empático y perspicaz. Prefiere sumergirse en el entorno de la víctima antes que establecer sus sospechas sólo con datos.
De modo parecido, escribe la italiana Donna Leon, que dota a su detective, el comisario veneciano Guido Brunetti de una vida doméstica estable. Está casado con Paola, perteneciente a una de las más antiguas familias venecianas y tiene dos hijos. El escenario de sus investigaciones es la ciudad de Venecia y sus alrededores y cada caso nos muestra el lado oscuro y oculto de la realidad: la corrupción endémica del sistema. El hecho de no poder acabar con ella, más que de modo parcial, convierte al comisario Brunetti en un hombre cínico, aunque ello no impide que vuelva a la lucha una vez tras otra.
Por tanto, estamos ante novelas inteligentes, hechas con finura y buen estilo que dejan siempre con ganas de más. Sus personajes están vivos y evolucionan, cambian y maduran, están trazados con gran saber humano y son, en general, positivos.
Junto a ellas hay que destacar especialmente a Fred Vargas, pseudónimo de Frédérique Audoin-Rouzeau que escogió su apellido del personaje María Vargas, interpretado por Ava Gardner en La condesa descalza. El estilo de Vargas es personalísimo y tremendamente atractivo. La creación de su detective Adamsberg es genial psicológica y literariamente hablando. Fernando Savater lo describe como un investigador que no pertenece al clasicismo del género ni a la novela negra: “Adamsberg no encaja en ninguna de estas categorías: es anárquico, sentimental, conflictivo con sus colegas a pesar de que carece de mala intención, intuitivo y a la vez resignadamente racional. Da la impresión de que los casos se van urdiendo a su alrededor sin que él pueda evitarlo, como en el proceso de cristalización que Stendhal aplicó al amor. El mal le desafía y le desconcierta, como al lector que le sigue fascinado”. (El País, 24/5/2018).
Ese estilo tan original y atrayente, ese manejo del lenguaje prestado para oír pensar, sentir e intuir a su detective convierten los libros de Vargas en historias armoniosamente complejas y, a la vez, fáciles de leer. Se declara admiradora de Agatha Christie y como ella no escribe novela negra, pero no por ello sus relatos son meros ejercicios deductivos. Realmente, la complejidad de nuestro mundo late en sus libros y Adamsberg se abre paso en ella a la vez lúcido y confuso.
No quiero terminar sin nombrar a las escritoras españolas que junto a los escritores del género han fortalecido en nuestro país una corriente literaria que nos era ajena hasta los años 80. En esta década, precisamente, surge como precursora Maria Antònia Olliver, y su Estudi en lila, protagonizada por la investigadora Lònia Guiu, y publicada en 1985.
Alicia Giménez Bartlet quiso aportar una perspectiva femenina y feminista a la novela policíaca española. Creó a una inspectora famosa en el género: Petra Delicado, destinada en Barcelona, que aparece por primera vez en la novela Ritos de muerte, en1996. De ella, afirmó su autora: “Su construcción vino de mi deseo de crear una mujer que tuviera categoría de protagonista en un género donde los estereotipos femeninos son tan lamentables y, sobre todo, tan secundarios. Sin embargo, la aspiración era crear un buen personaje, no otro estereotipo”.
La catedrática y académica Carme Riera también ha puesto su veterana escritura al servicio del género desde que publicó Naturaleza casi muerta en 2011. En 2018 apareció su segunda novela policíaca, Vengaré tu muerte, aunque ella misma dice que “ha coloreado su historia de gris oscuro”. En ella se cuenta la investigación de un crimen a cargo de la detective Elena Martínez, en un entramado de corrupción empresarial. La novela supone un declarado homenaje a Manuel Vázquez Montalbán.
Por su parte, Rosa Ribas ha creado varias investigadoras de ficción. La más reciente es la periodista Ana Martí, escrita junto a Sabine Hoffmann y protagonista de Don de lenguas (2013), El gran frío (2014) y Azul marino (2016).
María Oruña ha conseguido gran éxito con una trilogía que se inició con: Puerto escondido (2015), a la que siguieron Un lugar a donde ir (2017) y, por último Donde fuimos invencibles (2018). Los tres libros se ambientan en Cantabria y tienen como protagonistas a la teniente de la Guardia Civil Valentina Redondo y a su subordinado Oliver Gordon.
Para terminar, quiero destacar a Dolores Redondo, autora de la Trilogía del Baztán, compuesta por El guardián invisible (2012), (que pasó al cine en 2017), Legado en los huesos (2013) y Ofrenda a la tormenta (2014). Con estas novelas, la autora se muestra como una auténtica escritora de novela negra. La historia personal de la protagonista, Amaia Salazar, inspectora de la policía foral de Navarra, el escenario de los sucesos narrados, Elizondo en el Valle del Baztán, la mezcla de lo real con la mitología local y las costumbres ancestrales, generan una suerte de realismo fantástico que, por otra parte, nunca desbarra ni se desvía de su objetivo. La trilogía habla de la conciencia del mal y de la percepción del mismo, en la línea del escritor John Connolly. En las novelas se habla expresamente de la existencia del mal en sí, no como consecuencia de una tara o enfermedad mental. Sin embargo, la inspectora Salazar no ha sucumbido a sus efectos. La autora ha evitado que su investigadora sea una persona solitaria o amargada y ha querido, a decir de ella misma, que “las mujeres de su familia tuvieran un peso y un carácter fuerte para tratar el tema del matriarcado y captar todos los aspectos [de la vida] de la mujer: la que trabaja, la muy válida que mantiene a un hombre que no vale nada, la madre, la esposa, la madre, la jefa, la compañera de trabajo…”.
Soy consciente de que hay más escritoras que no aparecen aquí. No era posible. Algunas de las nombradas merecerían más detenimiento. Tampoco había espacio para ello. Tal vez llegue un día en que la novela negra (o policíaca) decaiga y sea sustituida por otra corriente literaria, pero hasta que eso suceda, aprovechemos un género en el que caben la filosofía, la historia, la magia y el lirismo, la razón y el sentimiento, el bien y el mal, y en el que las mujeres entran, hoy por hoy, como no lo han hecho en ningún otro género literario, a lo largo de la historia. Algo tendrá.
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