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CAMINOS DE ESPERANZA PARA LA UE

Las recientes elecciones europeas revelan,  por un lado, el creciente interés que estas han despertado en el voto de los jóvenes europeos que en algunos países de la UE han optado por los Verdes, que han hecho real su participación en el Parlamento Europeo, 69 escaños frente a los 50 que obtuvieron en las elecciones de 2014. Por otro lado, suben los partidos que demuestran el descontento con la UE, como en el caso del Partido del Brexit, fundado hace unas seis semanas por Nigel Farage, en Reino Unido, que ha obtenido el 30% de los votos y pide la salida inmediata de la UE, o aquellos que piden el recorte de competencias de las instituciones jurídicas en las instituciones europeas, como son el Lega de Salvini, el PIS en Polonia o el Fidesz de Orbán en Hungría que alcanzaron un alto porcentaje pero no suficiente para condicionar las decisiones en el Parlamento Europeo.

Otro dato a destacar es la pérdida de la mayoría absoluta en el Parlamento Europeo de los partidos que, hasta ahora la ostentaban: el Partido Popular Europeo, con 182 escaños, según fuentes provisionales del Parlamento, y los socialistas y demócratas, con 147, que en las anteriores, 2014, habían obtenido 291 y 191 respectivamente. Hecho que convierte al grupo liberal en un partido bisagra. A estos resultados,  tenemos que sumar los escaños de los euroescépticos, con 171 escaños, que han vencido en Francia, Italia, Polonia y Reino Unido. Las elecciones muestran la diversidad y variado panorama en una Europa sacudida por diversas crisis, entre ellas, la de su unión con la problemática que presenta en muchos de sus países la ruptura del Brexit. ¿A qué Europa nos referimos? ¿Cuál es su identidad?

Parece interesante recurrir al nacimiento de esta y a los valores que la identificaron. ¿Son los que ahora vivimos? En el discurso del papa Francisco a los jefes de estado y de gobierno de la UE que celebraron el 24 de marzo de 2017 el 60 aniversario del Tratado de Roma,  se expresa cómo esa celebración no puede ser un viaje al pasado sino un redescubrimiento de la memoria viva de ese evento para comprender el presente, para hacer frente  a los desafíos de hoy y del futuro. En el día que esa Unión se logró, 25 de marzo de 1957, los padres fundadores de la UE fueron conscientes de que estaban creando una realidad política, económica, cultural  y, ante todo, humana.

¿Son estos los valores que hoy vivimos en la UE? Y sigue diciendo, retomando las palabras de Gasperi: “Europa no es un conjunto de normas que cumplir, o un manual de protocolos y procedimientos que seguir. Es una vida, una manera de concebir al hombre a partir de su dignidad trascendente e inalienable y no sólo como un conjunto de derechos que hay que defender o de pretensiones que reclamar. El origen de la idea de Europa es «la figura y la responsabilidad de la persona humana con su fermento de fraternidad evangélica, […] con su deseo de verdad y de justicia que se ha aquilatado a través de una experiencia milenaria”. 

También afirma que esa UE debe estar llena de un espíritu que le diese vida, y ese primer elemento es la solidaridad y recoge las palabras del primer ministro Luxemburgués, Bech, en el discurso de la creación de la Unión: “La Comunidad Económica Europea sólo vivirá y tendrá éxito si, durante su existencia, se mantiene fiel al espíritu de solidaridad europea que la creó y si la voluntad común de la Europa en gestación es más fuerte que las voluntades nacionales”. Y las de Conrad Adenauer: “Nuestros planes no son de tipo egoísta”, o las del Ministro francés de Asuntos Exteriores, Pineau: “Los países que se van a unir no tienen intención de aislarse del resto del mundo y erigir a su alrededor barreras infranqueables”.

Francisco afirma cómo la conciencia de los padres fundadores era la construcción de una empresa colectiva que traspasaba las fronteras del espacio y el tiempo y unía a futuras generaciones en la construcción de la casa común. ¿Qué ha sucedido con estos sueños? ¿Qué hemos hecho las generaciones  a la que aludían estos políticos? ¿Ha sido nuestro denominador común el espíritu de servicio, unido a la pasión política, y afianzado en la convicción de que el origen de la civilización europea se encuentra en el cristianismo -como afirmaba Gasperi- sin el cual los valores occidentales de la dignidad, libertad y  justicia resultan incomprensibles?

El papa Francisco alude a los valores que resaltó Juan Pablo II, en 1982, en Santiago de Compostela, y que fueron el origen de su unidad y constituyen el alma de Europa: la dignidad de la persona humana, los sentimientos de justicia y libertad, la laboriosidad, el espíritu de iniciativa, de amor a la familia, de respeto a la vida, de tolerancia y deseo de cooperación y paz. Y afirma el papa Francisco que, “en la fecundidad de tal nexo está la posibilidad de edificar sociedades auténticamente laicas, sin contraposiciones ideológicas, en las que encuentran igualmente su lugar el oriundo, el autóctono, el creyente y el no creyente” y constata la existencia de la crisis que vivimos. Crisis económica, crisis de familia, crisis de las instituciones, crisis de los emigrantes. Crisis que exigen una nueva hermeneútica para descifrar el futuro. Ofrece en su discurso propuestas que revitalicen la UE e insta a los que gobiernan a discernir los caminos de la esperanza y a identificar los procesos concretos para que lo realizado hasta ahora avance: poner al hombre en el centro y corazón de las instituciones, encontrar el espíritu de familia que la creó: “Hoy la Unión Europea tiene necesidad de redescubrir el sentido de ser ante todo comunidad de personas y de pueblos, consciente de que el todo es más que la parte, y también es más que la mera suma de ella”.

A esta, se suman “la solidaridad, la ausencia de miedo, la apertura al mundo que implica la capacidad de diálogo como forma de encuentro, la superación de la crisis migratoria, y denuncia cómo la cuestión migratoria plantea una pregunta más profunda, que es sobre todo cultural. ¿Qué cultura propone la Europa de hoy? El miedo que se advierte encuentra a menudo su causa más profunda en la pérdida de ideales. Sin una verdadera perspectiva de ideales, se acaba siendo dominado por el temor de que el otro nos cambie nuestras costumbres arraigadas, nos prive de las comodidades adquiridas, ponga de alguna manera en discusión un estilo de vida basado sólo con frecuencia en el bienestar material y afirma que  la riqueza de Europa ha sido siempre su apertura espiritual y la capacidad de plantearse cuestiones fundamentales sobre el sentido de la existencia”. 

¿Son estos caminos de esperanza los que podríamos empezar a transitar en nuestra Europa de 2019? Creemos que sí, el futuro nos urge.

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