ACTUALIDAD ARTÍCULOS

APRENDER A SER OPTIMISTAS

Vivimos en una sociedad en la que las buenas noticias ocupan siempre el último lugar. Lo positivo, lo alegre, lo bueno, no está de moda. Es necesario aprender a ser optimistas para vivir con ilusión y esperanza. 

Tenemos la responsabilidad de aprender a vivir la vida con entusiasmo, con alegría, con el compromiso de facilitar ambientes en los que se respire un clima positivo y de éxito, para que el optimismo nos ayude a sentir el bienestar, a vivir con confianza y a facilitarle a las personas que nos rodean una mirada positiva de la vida que nos ayudará a sentir la alegría y la fuerza para asumir nuestros compromisos y responsabilidades personales de cada día.

El optimismo es un estado de ánimo que nos predispone para la acción. Ser optimista no se trata de generar una alegría tonta y sin sentido, no se trata de afirmar que todo va a ir bien sin hacer nada, esperando que nuestra lámpara maravillosa haga una acción mágica. Siguiendo a Marujo (2003), el optimismo exige una participación activa del sujeto en su propia vida que le guíe a tener interpretaciones, creencias y expectativas positivas relativas a su propia capacidad de influir en los acontecimientos y episodios significativos de su vida. La calidad de estos pensamientos y expectativas será, uno de los aspectos, que nos ayude a mejorar nuestra motivación y autoestima. 

El optimismo, igual que la belleza, el bien y el amor, es fácil de identificar y de percibir. Párate un instante a pensar en la gente que te rodea (familia, amigos, compañeros de trabajo, etc.), ¿serías capaz de definir quién tiene una tendencia hacia el optimismo y quien es más tendente hacia el pesimismo? ¿Y tú vives con una actitud optimista?  

Las personas con actitud optimista confían en sus propias posibilidades, en su capacidad de logro, de lucha y de superación. Son capaces de conocer y aceptar sus debilidades, de valorar sus fortalezas personales, de rentabilizar las oportunidades que le rodean y de afrontar las dificultades que le sobrevengan como retos a superar y no como problemas paralizantes. Esta actitud supone no tener miedo a responsabilizarse y aceptar que podemos cometer errores y que éstos se convertirán en oportunidades para mejorar. Son personas perseverantes, incluso ante obstáculo, establecen objetivos y los mantienen en el curso del tiempo, son activos, establecen relaciones interpersonales, piensan estratégicamente, atribuyen los fracasos a falta de esfuerzo, tienen sentimientos de autorrealización: “Yo puedo, yo soy capaz, confío en mí mismo”. En ocasiones, el pesimismo nos reduce y nos provoca un retraimiento, de modo que no vivimos en plenitud, ni damos todo lo que somos y podemos, mermando de este modo nuestra iniciativa, autonomía y nuestra capacidad para relacionarnos. Ya lo decía W. Churchill: “Un optimista ve una oportunidad en toda calamidad y un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad”.

Debemos tener en cuenta que el optimismo es compatible con la capacidad de valorar las ventajas e inconvenientes de las decisiones que se tomen o de valorar lo que ocurre con sensatez. Nos ayuda a valorarnos, a ser valientes para poner en práctica nuestras habilidades y a enfrentarnos a nuestras dificultades sin desmoralizarnos.

Para mejorar nuestra capacidad de ser optimistas debemos cuidar nuestro lenguaje verbal y no verbal, nuestros pensamientos y nuestras expectativas. Identificar nuestro tipo de discurso interior, lo que nos decimos a nosotros mismos cuando tenemos experiencias negativas y transformarlo en un discurso optimista nos va a ayudar a generar un pensamiento resolutivo, motivador, confiado y dinámico y a tener una expectativa potencialmente exitosa de aquello que tenemos que afrontar. Si, por el contrario, nuestro discurso interior es pesimista, los pensamientos que voy a generar serán de pasividad y desánimo y, por lo tanto, proyectaré una expectativa potencialmente de fracaso sobre aquello que tengo que resolver. La forma y el contenido de nuestro lenguaje interior marcarán nuestros sentimientos y determinarán los comportamientos y actitudes que tengamos. 

Para generar un discurso optimista debemos transmitir mensajes verbalmente positivos (por ejemplo, ante una situación en la que me quedan diez minutos para concluirla y tengo que terminarla debo decirme  “todavía me quedan diez minutos” en lugar de “sólo me quedan diez minutos”); dirigir el diálogo de manera que busquemos el lado positivo de las situaciones; plantear cuestiones generadoras de cambio que nos ayuden a encontrar otras posibilidades ante situaciones de conflicto.

Para entrenar el pensamiento positivo, debemos sustituir las ideas negativas de nuestras experiencias por otras que nos alejen de la autoculpabilización, de la victimización, la indecisión, la preocupación malsana y la negatividad en general.

Quizá muchos podamos pensar que sería más fácil ser optimista si la vida no tuviese obstáculos, dificultades, contratiempos…, pero realmente estos ingredientes de la vida son los que nos van a dar la oportunidad de mejorar nuestra capacidad de ser optimistas. Las adversidades desarrollan un papel fundamental en nuestro desarrollo y crecimiento personal. Es mucho lo que podemos aprender con las dificultades, sólo necesitamos mirarlas de una forma constructiva y pedagógica. 

Pedagogía del optimismo

¿Cuándo debo empezar a entrenar en mi hijo su capacidad de ser optimista? ¿Cómo debo hacerlo? Estas son dos de las preguntas que con más frecuencia me realizan. Debemos fomentar en nuestros hijos su capacidad de ser optimistas desde su primer día de vida y durante todas y cada una de las etapas de su desarrollo evolutivo. 

Desde la Pedagogía del Optimismo, concibiéndola como aquella disciplina que, desde la perspectiva de la prevención, y teniendo por objeto la educación incorpora el optimismo como clave procesal y metodológica de sus intervenciones, podemos definir estrategias para fomentar una buena autoestima, así como el desarrollo de competencias de autorespeto, autoaceptación y autoconfianza que nos ayudarán a sentirnos más optimistas, capaces de conseguir lo que nos propongamos y de confiar en nosotros mismos. Un ejemplo de estas estrategias son las siguientes: 

  • Escucharles con respeto.
  • Dejar que expresen sus sentimientos, aunque sean negativos.
  • Expresarles nuestra satisfacción por sus acciones personales.
  • Fomentar en ellos una actitud activa y proactiva frente a la pasividad.
  • Dar a cada uno el tiempo que necesite para madurar. 
  • Reforzar su autoconcepto positivo. 
  • Potenciar la autonomía a través de las responsabilidades. 
  • Ayudarles a conocer sus propias capacidades y característica positivas, pero también sus puntos débiles y limitaciones, sin sentirse disminuidos por reconocerlos.
  • Enseñarles a marcarse objetivos a corto plazo y realizables.
  • Motivarles para que no estén todo el tiempo comparándose con los demás.
  • Ayudarles a valorar lo que tienen, dejando de ansiar lo que les falta.
  • Enseñarles a que sean capaces de, ante situaciones diversas, “esperar lo mejor, para conseguir lo mejor”. La práctica de unas expectativas positivas frente a experiencias que se prevén difíciles es una forma comprobada de orientarse hacia el éxito en esas experiencias. 
  • Refuerzo de los aspectos positivos de comportamientos o acontecimientos. 
  • Disposición para reírnos de nosotros mismos. 
  • Cuidado del lenguaje corporal positivo, especialmente de acercarnos sonriendo. 
  • Ayudarles a reconocer y fortalecer los vínculos afectivos.

Resulta bastante eficaz hacer una revisión de nuestra historia personal para identificar los recursos internos que tenemos y encontrar aquellas actitudes y comportamientos considerados como exitosos, analizando qué factores pueden haber contribuido a que logremos un éxito y automotivarnos para utilizarlos con mayor frecuencia, al mismo tiempo que vamos descubriendo nuevas variaciones a esas estrategias de comportamiento que puedan resultar igualmente exitosas (Muñoz y De Pedro, 2005).

Cuando nos equivocamos, de nada sirve recriminarnos por no haber sido capaces de prever el futuro. Debemos recibir los errores con aceptación y con mucha paciencia hacía nosotros mismos y hacía aquellas personas que se confunden a nuestro alrededor.

Enseñar y aprender a ser optimistas es posible, necesario y muy divertido. Adelantémonos a entrenar nuestra capacidad de ser optimistas sin esperar a tener que hacerlo en el preciso momento en el que más necesitemos vivir con esta actitud. Seamos proactivos y fomentemos nuestro optimismo en tiempos de bonanza, dado que será lo que nos ayude a vivir con esperanza cuando más lo necesitemos. “La esperanza es poder ser optimistas en circunstancias que sabemos desesperadas” (G.K.Chesterton).

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Muñoz Garrido, V. y De Pedro Sotelo, F. (2005).  Educar para la resiliencia. Un cambio de mirada en la prevención de situaciones de riesgo social. En Revista Complutense de Educación Vol. 16 Núm. 1.

Marujo, H.A.; Neto, L.M.; Perloiro, Mª. F. (2003). Pedagogía del Optimismo. Madrid, Narcea S.A. de Ediciones.

Comments

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Solicitamos su permiso para obtener datos estadísticos de su navegación en esta web, en cumplimiento del Real Decreto-ley 13/2012. Si continúa navegando consideramos que acepta el uso de cookies. Más Información

The cookie settings on this website are set to "allow cookies" to give you the best browsing experience possible. If you continue to use this website without changing your cookie settings or you click "Accept" below then you are consenting to this.

Close