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THIS IS AMERICA: MITO Y REALIDAD DEL DESTINO MANIFIESTO EN EL S. XXI

En 2018, el artista Childlist Gambino, nombre artístico de Daniel Glover, estrenaba un videoclip –This is America– desafiante y provocador sobre el lado oscuro del sueño americano. Un sueño tornado en pesadilla desde las entrañas de la sociedad norteamericana a tenor de las voces, marcadas por los componentes raciales, de una sociedad forjada de hecho desde la multiculturalidad, pero en la que el imperio de la libertad al que se refiriera Thomas Jefferson delimitaría demarcaciones fronterizas simbólicas y líneas abismales desde las que se dibujarían espacios de invisibilidad y alteridad en razón del género, la etnia u otros preceptos desde los propios orígenes de la República.  Las políticas auspiciadas por la Administración Trump, en particular la política inmigratoria, no han hecho sino agitar aún más estos posos de sombras sobre el providencialismo que el Destino Manifiesto proyectaría desde su vocación universalista como parte sustancial del equipaje con que se dotaría el ejercicio de la hegemonía estadounidense desde el siglo pasado, el “siglo americano” tal como lo bautizaría en 1941 Henry Luce -el director y editor de las revistas Times y Life-.

El sueño americano, escribía el 24 de marzo de 2019 Miguel Ángel García Vega,  está trenzado de epopeyas personales que conducen de la nada a la riqueza y al éxito social y político, como se retrataría en algunos de sus presidentes como Andrew Jackson. Sin embargo, “el sueño, a veces, funde a negro”. Desde la “Edad Dorada (1870-1890) la mayor potencia económica del mundo no tenía unos índices de desigualdad tan elevados”. El salario medio estadounidense, por ejemplo, lleva estancado casi medio siglo y “cada vez menos jóvenes piensan que les irá mejor que a sus progenitores”, según los datos esgrimidos por Ryan Ripell, director de movilidad económica de la Fundación Bill & Melinda Gates. Podemos “estar acercándonos –según Christophe Donay, director de análisis macroeconómico de la gestora Pictet WM- a una revolución definida por el pleno empleo, baja productividad, altos márgenes empresariales y elevada desigualdad”1. Unos excesos que anidan en el capitalismo y que estarían en la trama y la inteligente ironía de la última película del octogenario director canadiense Dennys  Arcand La caída del imperio americano.

El Destino Manifiesto, como mito, remite a un espacio común en la cultura política, el mundo académico y el universo social del relato sobre los Estados Unidos acrisolado en torno a la convenciones excepcionalistas y mesiánicas de su épica fundacional. A diferencia de otras épicas nacionales al uso el lance fundacional y el propio término de los Estados Unidos remiten a una idea, una abstracción conceptual, y no sobre otras urdimbres tradicionales como la trama étnica, el componente lingüístico, el alma de la comunidad o la territorialidad.   De forma más acusada que en otros países, Estados Unidos –afirma Richard J. Payne- no “es solo una entidad geográfica, es una ideología o serie de creencias”2. Hasta su mismo nombre, los Estados Unidos, “suena a documento, no a lugar” –en palabras de Barbara Probst Solomon-3. El presidente Ronald Reagan, en un discurso pronunciado el 31 de enero de 1981 en la convención anual de the National Religious Broadcasters, gravitaba sobre aquellas mismas convicciones míticas: “Siempre creí que esta bendita nación era diferente de una forma especial, que había algún plan divino para este gran continente entre dos océanos, para que fuera encontrado por gentes de todos los puntos de la tierra –gentes con un amor especial por la libertad y con el coraje de desplazarse, dejar sus países de origen y sus amigos para venir a un país extraño”4. Años después, Madeleine Albright se refería en plena posguerra fría a los Estados Unidos como la “nación indispensable”. Un acervo providencialista que ya se había divulgado en la cultura popular en las interpretaciones que del clásico America the Beautifull hicieran Bing Crosby, Frank Sinatra o el propio Ray Charles, cuya letra remitía a un poema escrito por Katharine Lee Bates en 1893. Una canción cuya letra remitía al espacio utópico del Destino Manifiesto:

America! America!

God shed His grace on thee

And crown thy good with brotherhood

From sea to shining sea!

America! America!

God mend thine every flaw,

Confirm thy soul in self-control,

Thy liberty in law!

La externalización del sueño americano, parte fundamental para la comprensión del alcance global de la atracción ejercida por el experimento social emprendido por los Estados Unidos y que encontraría en la mitología de la frontera el ecosistema predilecto desde su nacimiento, forma parte del universo simbólico de la modernidad una vez que ésta comenzó a rearticularse en torno a los Estados Unidos.  El efecto llamada se socializaría y divulgaría desde consignas como “Go West Young man” atribuida tradicionalmente a Horace Greely en plena deriva de la expansión hacia la frontera, hacia las tierras del Oeste. Sería en este contexto expansionista de la frontera en el que cristalizaría a mediados del siglo XIX la consigna del Destino Manifiesto. La evocación y formulación del Destino Manifiesto por John Louis O’Sullivan desde las páginas de la revista Democratic Review en 1845 crearía un marco discursivo donde encontraría acomodo el expansionismo democrático jacksoniano y la noción de imperio a la que se abrazarían las presidencias de John Tayler y con mayor énfasis la de James Knox Polk. La expansión en la frontera del Oeste se legitimaba desde un discurso moderno al asociar la democracia, la cristiandad, la paz y la civilización con la noción de progreso. La homogeneización del territorio en términos de homología legal e institucional en torno a la democracia y la República se presentaba como la vía para la construcción de la paz5.

La clausura del censo de la frontera del Oeste balizaría el jalón cronológico de la primera formulación historiográfica de la frontera como clave de bóveda en la interpretación de la historia de los Estados Unidos. A caballo entre la clausura de la expansión transcontinental y la formulación y práctica del imperialismo estadounidense Frederick Jackson Turner, el más conocido e influyente de los progressive historians, pronunciaba una conferencia en 1893 en la American Historical Association titulada The Significance of the Frontier in American History. Su tesis anudaba el ideal nacionalista, el excepcionalismo, el Destino Manifiesto, la americanización y los valores esenciales de los estadounidenses para forjar un relato que enfatizaba la singularidad y el providencialismo de los Estados Unidos en clave liberal y democrática. Un relato ad hoc para la democracia de masas que emergía del tránsito de entre siglos. Posteriormente, Walter Prescott Webb –tal como explicitaban en su excelente estudio crítico Sylvia Hilton y Cornelis A. van Minnen- expandiría las hipótesis de Turner al argumentar que la expansión fronteriza había condicionado no solo la historia de los Estados Unidos sino también la historia euro-americana, occidental o atlántica. En consecuencia, el colonialismo, el capitalismo, el individualismo y las ideas e instituciones democráticas en las metrópolis europeas estaban ligados al efecto de sus experiencias fronterizas en ultramar6.

El siglo XX ilustraría una profunda resemantización del corolario conceptual de la República como la propia noción de Destino Manifiesto en una dinámica externalizante que iría in crescendo en el curso del siglo XX en el que la noción de frontera se proyectaría desde la lógica imperial –la frontera tropical-. Contexto en el que cristalizaría la evocación racial e imperialista de Rudyard Kipling –The White Man’s Burden– con el paisaje de fondo de Filipinas y las nuevas responsabilidades imperiales de la República. Pero el mito de la frontera también se proyectaría hacia el universo explicativo de la democracia de masas en la propia refundación de la República tras la crisis de 1929 en el New Deal y la dimensión social y económica de la frontera o versiones herederas del mismo como la New Frontier en los años sesenta. El universo interior y el entorno internacional se citarían de modo permanente en los grandes ciclos de la República – el ciclo del gran gobierno iniciado con el New Deal y sus diferentes reediciones hasta la crisis de los setenta y la revolución conservadora que cristalizaría con la llegada a la presidencia de Ronald Reagan. Nuevamente soluciones de inequívoca impronta norteamericana para responder a desafíos y procesos globales cambiantes en el tiempo como el temor a la revolución o al fascismo, la encrucijada interna y externa de la Guerra Fría ya como superpotencia global o el acomodo al mundo de la posguerra fría desde el altar del triunfo del capitalismo liberal, como rezaba el alegato apologético de Francis Fukuyama al proclamar el fin de la historia. Un liberalismo triunfante camuflado bajo nuevas etiquetas conceptuales como la gobernanza y la gobernabilidad que del mismo modo había servido de ariete contra el totalitarismo del marxismo-leninismo y más adelante para tejer el discurso del desmantelamiento del Estado del bienestar. Unas inercias que parecían lejos de estar sepultadas tras la crisis económica de 2007 y la llegada de Barack Obama a la presidencia. Y todo ello escalonado por diferentes diseños para proyectar la hegemonía de los Estados Unidos en el nuevo siglo. En octubre de 2002, tras el anuncio de la Doctrina del ataque preventivo por la Administración George W. Bush, M. A. Bastenier  afirmaba que “es hoy esa expansión de la idea de la frontera de Estados Unidos hasta el límite de lo planetario (…) la que está llegando a su plenitud con la doctrina del segundo Bush”7.

Desde la perspectiva de muchos analistas y políticos europeos, entre ellos el francés Dominique de Moissi, se sentía añoranza de “esa América que es la tierra de los sueños”. Se sentía nostalgia del “amigo americano” que era irreconocible en la “política patriotera e imperialista, acobardada y agresiva al mismo tiempo de Bush y los neocon”. Una de las grandezas de los Estados Unidos –argumenta Javier Valenzuela- es su capacidad para la autocrítica y la regeneración, para el fresh start o new begining, el comenzar de nuevo. En consecuencia, como ya sucediera tras las “etapas de McCarthy y Nixon, el regreso del amigo americano era solo una cuestión de tiempo” para despertar del narcotizado tiempo que devino tras el 11 de septiembre y la lectura que de sus consecuencias hicieran los círculos neocon8. 

Las dudas y críticas suscitadas en torno al sueño americano transitan de modo recurrente en la historia de los Estados Unidos, tanto desde su universo interior como desde el ecosistema internacional. La mirada escéptica y agitadora de John Steinbeck en Las uvas de la ira o de Scott Fitzgerald en El gran Gatsby a la América de la Gran Depresión, la grave sensibilidad de Ralph Ellison en El hombre invisible hacia la sociedad de masas y la herida de los derechos civiles o la reflexión crítica que sobre la violencia en la era atómica hacía el artista Bruce Conner en algunas de sus películas cohabitarían en el tiempo con otros mensajes evocados desde la periferia del imperio como cristalizaría en la obra del artista holandés Constant, el arte conceptual de los artistas brasileños Cildo Mireilles y Öyvind Falhström o las aproximaciones desde el arte pop del Grupo Crónica y del Grupo Realidad en España.

En la cultura popular americana, especialmente en su cancionero, el Destino Manifiesto y el sueño americano ha serpenteado, en profunda mímesis con su contexto histórico y las voces intérpretes de dicho sueño, entre las luces y las sombras y las líneas fronterizas o abismales –externas e internas- de su cartografía providencialista.  Madonna cantaba: “I’m just living out the American dream, and I just realized that nothing is what it seems”. La letra de American Life atesora sorprendentes transiciones y contrastes en las concepciones políticas y religiosas de Madonna, cuestionando las estrecheces de la vida moderna y el concepto del sueño americano durante la presidencia de George W. Bush. Por su lado el rapero, productor y diseñador Kanye Omari West se preguntaba en 2010 “Who Will Survive in America?”, inspirándose en el “Comment No. 1” del poeta y músico estadounidense Gil Scott-Heron de 1970. Desde estas esencias se indagaba en torno al significado de la experiencia social de ser afroamericano en los Estados Unidos y la exclusión respecto a los movimientos de justicia social controlados por los liberales blancos y la lejanía del idealismo -universalista- del sueño americano. “And America is now blood and tears instead of milk and honey”.

En este retablo no podía faltar la figura de Bruce Springsteen como reflejo del modo en cómo la creatividad y la interpretación artística son permeables a las realidades sociales y políticas y su poderosa influencia en la cultura popular9. En una entrevista Barack Obama reconocía que “I just told Michelle backstage that the reason I’m running for president is because I can’t be Bruce Springsteen (…) I am the President but he is the Boss”10. La figura de Bruce Springsteen es un icono y en alguna ocasión se refieren a él como un philosopher. Su música y su letra se deslizan como un preciso bisturí a la hora de diseccionar la realidad estadounidense. Quizás más que ninguna otra de sus composiciones sea Born in the USA, grabada en 1984, la que con mayor profundidad y honestidad indague sobre las luces y las sombras de lo que significa ser estadounidense:

Born down in a dead man’s town

The first kick I took was when I hit the ground

End up like a dog that’s been beat too much

‘Til you spend half your life just to cover it up, now

Born in the U.S.A.

I was born in the U.S.A.

Una composición en la que brota la pesadilla de Vietnam y sus efectos disolventes, no desde la gran narrativa académica y política, sino desde las vivencias y miserias cotidianas de la gente corriente. Cuando el protagonista de la canción retorna a casa no solo se le niega el trabajo, sino también la dignidad y toda épica a su sacrificio. El estribillo de la canción: “Born in the USA!/I was born in the USA” podría parecer patriótico, pero de hecho era ironía. El impacto y el reflejo de la guerra contra el terror,  y en particular el expediente de Iraq, volvería a agitar algunos de los espectros evocados en la poética de Bruce Springsteen. ¿Ese espejo de desencanto no estaría detrás de no pocos de los votantes de Donald Trump en las pasadas elecciones presidenciales?

Casi 30 años después de la canción de Bruce Springsteen, Rihanna grabaría una moderna versión de la historia de un inmigrante bajo el título American Oxygen, en 2014. La composición, que generaría una gran controversia, anatemiza el sueño americano y emana una profunda desilusión. Esta canción bien podría estar tejida desde su propia biografía, como cantante nacida en Barbados. Su llegada a los Estados Unidos no tendría lugar hasta que comenzó su carrera musical en 2003 de la mano de su productor musical Evan Rogers. En American Oxygen:

Oh say can you see, this American dream?

Young girl hustlin’

On the other side of the ocean.

You can be anything at all

In America, America.

I say, can’t see,

Just close your eyes and breathe,

La letra iría acompañada de un impactante vídeo clip en el que se haría una sombría representación de la persecución del sueño americano desde la atracción ejercida sobre su cercana periferia latinoamericana. El mensaje de Rihanna apunta a las contradicciones en las vidas de los inmigrantes norteamericanos y el esfuerzo por alcanzar un El Dorado cuya realidad no es siempre justa. El final de la pieza es bastante ambigua: “This is the new America, we are the new America”. El sueño americano de la nueva generación solo queda al alcance de los que sobreviven y la recompensa en sí es lograrlo.

El 13 de marzo de 2017 se clausuraba en el Museo Reina Sofía una exposición cuyo título era Ficciones y Territorios. Arte para pensar la nueva razón del mundo. La muestra que acogía artistas que se cuestionaban las certezas del Capitalismo liberal y de que éste no había parado de crear estructuras y normas, que habían ido consolidando una sociedad cada vez más autoritaria y en la que los aparatos de control habían sido implacables para lograr su objetivo: “La defensa del capital sobre los ciudadanos y el bien común”. Una de las salas recogía el encuentro entre dos relatos fronterizos y que denunciaban la subalternidad respecto al capitalismo liberal y, en concreto, hacia los Estados Unidos como modelo y la proyección secular de la americanización como epítome de la más reciente versión de la modernidad occidental. 

La obra de Zoe Leonard, Analogue (1998-2009) que recogía y ordenaba series fotográficas sobre el tejido comercial e industrial textil de la ciudad de Nueva York, mostrando una perspectiva decadentista del sueño americano en su iconografía, dialogaba con otro núcleo de imágenes tomadas e insertadas en el África subsahariana donde aquellos retazos textiles, aquellos fragmentos deshilachados del sueño americano esparcidos por destartalados puntos de distribución cobraban una nueva vida y reconstruían su semántica, lejos de su origen, como una secuela de la americanización. Como epílogo a estas páginas y a la obra de Zoe Leonard, el 12 de octubre de 2017 en las páginas de The New York Times se publicaba una noticia bajo el título For Dignity and Development, East Africa Curbs Used Clothes Imports en cuyas páginas se hacía referencia a aquellas esquirlas del sueño americano que en Kenia se conocían como clothes of dead white people y en Mozambique clothing of calamity. Toda una imagen esperpéntica del desarrollo, de la modernidad y de la americanización desde las periferias.

Autores: JOSÉ LUIS NEILA HERNÁNDEZ e IVANNA SHTOHRYN

BIBLIOGRAFÍA

1. García Vega, Miguel Ángel: Estados Unidos: del sueño a la pesadilla americana, en El País, 24 de marzo de 2019.

2. Payne, Richard J.: La cultura de la violencia de EE.UU. Choques con culturas distantes, Castellón, EllagoEdiciones, 2009, p. 18.

3. Probst Solomon,  Barbara Más caos, en El País, 13 de diciembre de 2000.

4. Payne, Richard J.: La cultura de la violencia de EE.UU. Choques con culturas distantes, Castellón, EllagoEdiciones, 2009, p.47.

5. Véase Hietala, Thomas R.: Empire by Design, Not Destiny, en Merril, Dennis-Paterson, Thomas G. Major Problems in American Foreign Relations, vol. I, New York, Houghton Mifflin Company, 2000,  pp. 247.

6. Hilton, Silvya-Minnen, Corenlis A. van: Frontiers and Boundaries in U.S. History: and Introduction, en Minnen, Corenlis A. van- Hilton, Silvya (eds.) Frontiers and Boundaries in U.S. History, Amsterdam, VU University Press, 2004, p. 7.

7. Bastenier , Miguel Ángel: Destino Manifiesto, en El País, 9 de octubre de 2002.

8. Valenzuela, Javier: El regreso del amigo americano, en El País, 5 de agosto de 2008.

9. Véase Fiachra Gibbons. Interview. Bruce Springsteen: What was done to my country was un-American. The Guardian. https://www.theguardian.com/music/2012/feb/17/bruce-springsteen-wrecking-ball (consultado el 10 de mayo de 2019).

10. Bruce Springsteen, Billy Joel Form Supergroup for Obama in NYC https://www.rollingstone.com/politics/politics-news/bruce-springsteen-billy-joel-form-supergroup-for-obama-in-nyc-117339/  (consultado el 10 de mayo de 2019).

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