ARTÍCULOS ENTREVISTAS

“SIEMPRE HABRÁ ESCRITORES”

Joaquín Leguina es un hombre valiente. En los últimos años lo han metido en todos los charcos del sectarismo patrio porque no se resigna a convertirse en un nombre alineado en la corrección política y practica la independencia de la voz y el espíritu. Cántabro nacido en Villanueva de Villaescusa en 1941, doctor en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense y en Ciencias Humanas y Demografía por la Sorbona, es un madrileño con paso firme en La Latina y fue presidente de la comunidad autónoma entre 1983 y 1995. Voz cabal y crítica con el socialismo de última hora, ha denunciado los abusos independentistas y el avance del populismo de izquierdas, mientras ha reclamado la necesidad de recuperar un socialismo no fragmentador, sino vertebrador de España. Pero además de uno de los políticos más influyentes de los últimos años y, aunque esta faceta casi parezca eclipsar a los demás, también es escritor de muy buenas novelas: una de ellas, Tu nombre envenena mis sueños, llevada al cine por Pilar Miró. Celebrando la publicación de su reciente libro autobiográfico Domicilio familiar (Valnera, 2019) hoy no hablaremos con él de política, sino de su relación con la literatura, la vida y el pasado. 

Joaquín Pérez Azaústre: ¿Cómo fueron tus comienzos como escritor?

Joaquín Leguina: En la facultad teníamos una revista que pagaba la Diputación de Vizcaya y ahí comencé a escribir. Incluso algún poema que tengo guardado bajo siete llaves. Con 17 años publiqué mi primer artículo en un periódico sobre el ferrocarril Santander-Mediterráneo.

J. P. A.: Tu escritura muestra planos autobiográficos, como en tu novela La luz crepuscular, donde relatas tus comienzos políticos. Pero no sueles hablar de tus inicios literarios.

J. L.: Es posible. No era consciente de eso. Es que escribir sobre lo que escribes tú no es muy apetecible, sinceramente. Es mejor escribir sobre otras cosas. Sobre lo que vives, sí.

J. P. A.: Tampoco eres muy dado a teorizar sobre la novela, sino más bien un narrador puro.

J. L.: Soy un narrador, claro. Es lo que pretendo ser.

J. P. A.: ¿Qué pasó con la poesía?

J. L.: La escribí muy joven, pero no me va.

J. P. A.: Cuéntanos el comienzo de tus lecturas, con las etapas que consideres fundamentales.

J. L.: He leído mucho desde niño, pero no de forma sistemática. En casa había libros y la esposa de mi padre, que no era mi madre, era socia del Ateneo y traía libros mediante préstamos. Por ella leí a Víctor Hugo y la primera serie de los Episodios Nacionales de Galdós. Esta mujer era pariente de Amando Palacio Valdés, conocido y leído entonces, aunque no era gran escritor. Pío Baroja, mucho. Unamuno. Y también franceses: de los buenos y de los malos. De los buenos: Stendhal. De los malos: Maxence Van der Meersch, muy popular.

J. P. A.: ¿Baroja o Valle-Inclán?

J. L.: Yo creo que Valle es mejor escritor que Baroja: es un creador de lenguaje. Pío Baroja da la sensación de que escribe al desgaire, aunque no es así: va a quedar. No pasará de moda. Ni Valle tampoco, con un teatro buenísimo. Luces de Bohemia es una maravilla. Me gustan mucho sus Sonatas. Por cierto, hay una película de Bardem que no está nada mal, aunque traiciona bastante al escritor, con Francisco Rabal y esa fea mexicana María Félix.

J. P. A.: Sí, era feísima (risas de los dos, porque era una belleza). ¿Y Juan Benet?

J. L.: Lo he leído ya mucho más tarde, cuando nos conocimos y nos hicimos amigos. Tiene una novela, Saúl ante Samuel, que yo no encontraba por ninguna parte y me la regaló. Aseguran que es ilegible, me dijo. La leí y, en efecto: era ilegible. Se lo dije y se rio.

J. P. A.: Benet presumía, por coquetería literaria, de ser el escritor menos leído de España.

J. L.: Sí, es verdad. Pero además de esos libros difíciles tenía relatos muy buenos, que no quería publicar porque consideraba que no llegaban a tener la categoría que él exigía. Era un escritor sobre todo de lenguaje. Y como era ingeniero de caminos, no vivía de la pluma.

J. P. A.: ¿Y Albert Camus?

J. L.: Albert Camus significa mucho para mí no sólo como escritor, también como pensador y como persona. Era un tipo admirable. Mantuvo siempre unas posiciones desde el punto de vista político impecables. Nunca se dejó arrastrar por el comunismo ni mucho menos por el otro lado, la derecha extrema. La posteridad lo ha tratado mejor que a Sartre, que me gusta como escritor, pero no me gusta como pensador. Era un servil del comunismo cuando ya se veía que era un sistema totalmente reprobable y él nunca criticó ese sistema.

J. P. A.: Sin embargo, en los años sesenta y en los setenta era frecuente medir el valor de los escritores por sus posiciones políticas.

J. L.: Eso es cierto, pero resulta una mezcla muy mala. Un escritor puede ser reaccionario y tener una literatura avanzada. Piensa en el caso de Valle: decía que era carlista, con eso está dicho todo.

J. P. A.: Pero carlista por estética.

J. L.: Claro: y como es frecuente en Valle, no te lo puedes creer. La ideología se mezcla muy mal con la literatura.

J. P. A.: Una de tus mejores novelas es, precisamente, La fiesta de los locos, protagonizada por Celine.

J. L.: Celine era antijudío. Pero ¿por qué era antijudío? He estudiado su vida a fondo. Era antijudío porque una de sus parejas, a la que dedicó Viaje al fin de la noche, lo abandonó -y entiendo que lo abandonara, porque era bastante insufrible- y se marchó con un judío viejo y rico. Yo creo que su antijudaísmo viene de ahí. Él había sufrido mucho durante la Primera Guerra Mundial, era pacifista militante y no quería que Francia entrara en guerra otra vez contra Alemania. Y claro, los judíos sí querían, por razones obvias. Por eso entró en conflicto con ellos. Pero no tiene nada que ver con el racismo, me parece a mí. Era un médico higienista acostumbrado a ver los males sociales de su época y no se puede decir que fuera reaccionario. Y como escritor no es fácil de leer, pero es un buenísimo escritor.

J. P. A.: ¿Cómo preparas la documentación previa a la escritura de tus novelas? 

J. L.: La trabajo mucho, pero no sólo antes de escribir. Durante la escritura suelo volver a investigar. En el caso de La fiesta de los locos, que es esta novela sobre Celine cargada de biografía, sus libros estaban prohibidos en Francia y no se podían sacar de la Biblioteca Nacional. Viajé a Israel, donde hay una biblioteca de libros antisemitas. Pedí ver los libros de Celine que no se podían conseguir en Francia y me los enseñaron: hasta me hicieron una copia. Eran unos panfletos infumables. Luego salió una biografía muy buena en francés que me ayudó a corregir algunas imprecisiones. Trabajo sobre la realidad de la historia. Como en Os salvaré la vida (Espasa, 2017) -la novela sobre Melchor Rodríguez, conocido El ángel rojo, que salvó de morir fusilados a miles de personas y ganó el Premio de Novela Histórica Alfonso X El Sabio-, que se desarrolla en la retaguardia republicana durante la guerra civil. Y también como en El rescoldo, sobre la guerra civil en Zaragoza.

J. P. A.: Hablando de Os salvaré la vida, ¿cómo fue escribir a cuatro manos?

J. L.:  Muy duro. Hay que dejarse maltratar por el otro, o no avanzas. Rubén Buren es bisnieto de Melchor Rodríguez, El ángel rojo. Cuando la novela estaba muy avanzada me dijo: ¿Te das cuenta de que me has eliminado casi cien páginas? Sí, le dije, aunque no las había contado; pero tú me has eliminado a mí más. Es que eso de cortar es muy importante en la escritura. Y te corta mejor otro, normalmente. Es muy complicado encajar los estilos.

J. P. A.: Como lo que decía Hemingway, que todo escritor debía tener un detector de mierda incorporado.

J. L.: Estoy de acuerdo, sí.

J. P. A.: Mezclas ficción y autobiografía, como en La luz crepuscular, donde hay referencias claramente autobiográficas. ¿Cómo manejas ahí los límites entre un registro y otro?

J. L.: Hay ficción, pero con un componente real en la aventura política del personaje: es autobiográfica en la parte política, no en la personal. Por ejemplo: lo que le sucede al personaje en Chile durante la época de Allende pertenece a la ficción. Yo estuve en Chile con el golpe de Pinochet, pero mis vivencias fueron otras y ya las contaré en otra novela.

J. P. A.: ¿Y el episodio con Marlene Dietrich en la orilla del Sena, es verdad?

J. L.: Es cierto, sí.

J. P. A.: ¿Te pones límites morales cuando manejas el plano autobiográfico?

J. L.: Por supuesto. Especialmente en las vivencias con mujeres, porque un caballero no puede hablar de esas cosas. También con la familia. Ahí no entro. Hay muchas cosas personales.

J. P. A.: También hay reflejos de historias entre unos libros y otros. Como en un relato de Historias de la calle Cádiz que se desarrolla en la novela La tierra más hermosa.

J. L.: Sí, cierto. El relato es anterior a la novela. Es pura ficción, pero el personaje de la mujer me gustaba mucho y por eso lo retomé en mi novela cubana, La tierra más hermosa. El título lo saqué de una frase real de Cristóbal Colón cuando visitó la isla de Cuba.

J. P. A.: En la novela declarabas que no impostarías los modismos del lenguaje cubano.

J. L.: Conviene no engañar al lector. Para conocer los dejes y las frases hechas de Cuba tienes que ser cubano, no estar allí de visita. La novela se vendió muy bien no en Cuba, donde estaba prohibida y me pusieron la cruz, sino en Estados Unidos, en Nueva York, y en Florida, donde fueron a parar miles de cubanos. Se la mandé a Felipe González y me llamó a los pocos días para decirme que le había gustado mucho. Pero no me contó que se la había regalado a Gabriel García Márquez, que a su vez fue a Cuba y se la regaló a Fidel Castro. Pasó un año y El País dio una comida a García Márquez. Cuando nos presentaron dijo: Yo ya te conozco. Respondí: No nos conocemos. Él me contestó: Te conozco y he leído tu novela. Me dijo que le había gustado, pero no comentamos más.

J. P. A.: Como lector de García Márquez hay dos tendencias: la oralidad barroca de Cien años de soledad y la exactitud preciosista de El coronel no tiene quien le escriba.

J. L.: A mí me impresionó Cien años de soledad. Recuerdo que compré una primera edición argentina, la cogí y no la solté. Me pareció algo nuevo, extraordinario. También he leído El coronel no tiene quien le escriba. Me gustan las dos, pero le lectura de Cien años de soledad me produjo un gran impacto. Es un grandísimo escritor. Aunque creo que Vargas Llosa es de más largo aliento. En primer lugar, porque tiene más obra, y en segundo porque es un escritor muy trabajado. Los dos tienen el Premio Nobel, por algo será.

J. P. A.: Vargas Llosa tiene en común contigo la filiación francesa. Desde luego es un escritor de talento, pero muy trabajador como dices y estudió muy bien a Flaubert. García Márquez, que también es un trabajador, parece más tocado por el don narrativo.

J. L.:  Esa impresión la comparto contigo. Conocí a Mario Vargas Llosa en París. Yo entonces formaba parte de un grupo político que se llamaba FLP, el Frente de Liberación Popular.

J. P. A.: El Felipe.

J. L.: El Felipe. Recibíamos las cartas en una dirección que era, curiosamente, el domicilio de Vargas Llosa. Yo iba a por las cartas y hablaba un rato con él. No sabía quién era, ni que era peruano. Sólo era Mario Vargas. Cuando lo volví a ver en Madrid se lo recordé.

J. P. A.: Vargas Llosa es, como tú, una figura política: no sólo por sus posiciones, también llegó a presentarse a las elecciones para la presidencia de la república del Perú.

J. L.: Por suerte para él y para beneficio de la literatura, pero para desgracia del Perú, ganó Fujimori. Lo admiro como literato y como personaje civil. Lo pusimos a parir durante una etapa de la juventud porque, tras un primer momento castrista, se dio cuenta de que aquello era un desastre. Ha defendido un liberalismo sui generis, pero no es un neocon. Algunas lecciones ha dado en España, como con Cataluña, y yo estoy de acuerdo con él.

J. P. A.: Volviendo a tus influencias, dime una película que te venga ahora mismo a la cabeza.

J. L.: Todo John Huston. Su última película, Dublineses, sobre un cuento de James Joyce, es una maravilla. O todas las negras, como Cayo largo o El halcón maltés. Son magníficas.

J. P. A.: ¿Te consideras un escritor de mapa o de brújula?

J. L.: Tengo un guion. La novela tendrá una historia en un lugar y en un momento histórico. Me coloco en ese momento y trato de recuperarlo. Siempre con mujeres bravas y hermosas. Yo narro una historia llena de amor o desamor dentro de un contexto físico. No me gusta escribir en el aire.

J. P. A.: En tu último libro, Domicilio natural, hay personajes femeninos muy logrados.

J. L.: Las protagonistas son mujeres. Lo que cuido más es lo que menos conozco: las mujeres.

J. P. A.: En tus novelas hay mujeres con varias capas de profundidad, que se van desvelando con gran delicadeza, preservando el misterio, como en La tierra más hermosa.

J. L.: El mundo protagonista de Domicilio familiar también es femenino: mi madre y mis tías. 

J. P. A.: ¿Crees que tu infancia, rodeado de mujeres, ha podido influir en que en tu obra las mujeres sean las protagonistas?

J. L.: No lo he pensado. Como no he ido al psicoanalista ni pienso ir, no lo sabré nunca. En El canon occidental, Harold Bloom coloca a Freud entre los grandes escritores occidentales. Cuando un periodista le preguntó si era por ser el creador del psicoanálisis, Bloom respondió que no, que había incluido a Freud por ser un gran escritor. Y yo estoy de acuerdo. Respecto al psicoanálisis, eso no sirve para nada. Cuando se dijo que Shakespeare no había escrito los dramas que siempre se le habían adjudicado, el primero que se apuntó a esa teoría fue Sigmund Freud. Harold Bloom afirma, socarrón, que no podía soportar que un cómico de la legua del siglo XVII conociera mejor el alma humana.

J. P. A.: ¿Y los relatos de los libros Historias de la calle Cádiz y Cuernos? ¿Pueden ser pasos previos a la escritura de novelas?

J. L.: Hay relatos como el que has mencionado antes que luego los he alargado y han sido una novela, pero son relatos en sí mismos. No lo pienso a priori, pero si un personaje me gusta lo puedo alargar, aunque no es lo habitual. Lo normal es que me plantee una novela. Últimamente estoy sacando libros de ensayo sobre literatura y me gusta el resultado.

J. P. A.: Cambiando de tercio, ¿qué le recomendarías a un escritor joven?

J. L.: Que se prepare unas oposiciones, porque la escritura va mal y las editoriales van peor. La concentración del mundo editorial en pocas manos no trae consigo una selección de la mejor literatura, sino un gran desprecio por la literatura. De ahí que publiquen libros de youtubers que no saben escribir y están escritos por otras personas. Esto no es bueno. Los adelantos que dan hoy son miserables. Pero siempre habrá escritores y la novela es un género muy interesante. La novela está bien, pero los novelistas las van a pasar canutas.

J. P. A.: Domicilio familiar, tu último libro, es autobiográfico y cohesiona todo tu universo. Me ha llamado la atención lo emocionante que es y lo sobriamente que está escrito.

J. L.: De niño tuve muchas razones para llorar, porque perdí a mi madre cuando tenía seis años. Pero al trasladarlo al papel hay que contenerse. Mediante esa contención, lo subterráneo llega con más fuerza. El lector atento no pierde la carga de emoción. Hay que ser austero. 

J. P. A.: ¿Y cómo ha sido la reacción de tu familia?

J. L.:  Han descubierto algunos errores de nombres. Tenían miedo, pero se lo han tomado bien.

J. P. A.: Hablas poco de tu padre, pero vuestra relación parece compleja. Hay un momento en el libro en el que sueñas una conversación con él en la casa familiar. Los dos adultos, conversáis sobre vuestras frustraciones, vuestras alegrías y tristezas.

J. L.: Las relaciones humanas son complejas, porque están llenas de errores. Esa conversación la soñé, sí, pero no la tuvimos nunca en la vida real. Y si él hubiera estado vivo todavía, no hubiera escrito este libro. Pero sí la soñé, y he recuperado aquel sueño al escribirlo.

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