OPINIÓN

EL MUNDO COMO CASA COMÚN

El 23 de septiembre, El País publicaba en su sección de Opinión un artículo de Andrea Bonanni en el que la corresponsal para asuntos europeos de La Repubblica describía el giro que Úrsula Von der Leyen, presidenta electa de la Comisión Europea, dio a lo que la periodista denomina error inicial y que consistió en cambiar el nombre de la cartera de Inmigración, asignada al griego Margaritis Schinas, por el de “protección del modo de vida europeo”. Analiza cómo muchos pensaron que esta decisión fue una concesión a los partidos nacionalistas del este europeo que niegan la acogida a los inmigrantes porque pueden amenazar el modo de vida europeo y sus valores.

Pero la misma Ursula Von der Leyen en un artículo publicado en El País de 16 de septiembre usa la argumentación de que los valores presentados en el artículo 2 del Tratado de la Unión Europea  son los que definen ese modo de vida europeo:

Artículo 2: La Unión se fundamenta en los valores de respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos, incluidos los derechos de las personas pertenecientes a minorías. Estos valores son comunes a los Estados miembros en una sociedad caracterizada por el pluralismo, la no discriminación, la tolerancia, la justicia, la solidaridad y la igualdad entre mujeres y hombres1. 

Es decir, el respeto a la dignidad humana, a la libertad, a la democracia, a la igualdad, al Estado de Derecho, al respeto de los derechos humanos, incluidas las minorías, son los valores propios de una sociedad caracterizada por el pluralismo, la no discriminación, la tolerancia, la justicia, la solidaridad y la igualdad entre hombres y mujeres. A ellos nos adherimos y constituyen nuestros cimientos y los debemos de conservar, proteger y consolidar -dice Von der Leyen-.

Si Andrea Bonanni se alegra por lo que llama giro en el diseño de la futura Comisión, con la idea de que Europa sea líder de la revolución verde, y expresa que esta es una Comisión nacida para hacer frente a las demás grandes potencias que no comparten nuestros valores éticos, también nosotros nos alegramos de que esa denominación ministerial haya puesto sobre la mesa los valores que nos identifican y fundamentan como ciudadanos de la UE.

Valores propuestos en el encuentro celebrado en Madrid del 15 al 17 de septiembre y que ha reunido a importantes líderes religiosos y políticos en diálogo con sociólogos, intelectuales, economistas y representantes de la sociedad civil en la construcción de una paz que tenga en cuenta los citados valores y los amplíe. Es el encuentro Paz sin fronteras, organizado por la archidiócesis de Madrid y la Comunidad de Sant’Egidio que desde 1987 los promueve anualmente. 

A este foro han asistido el cardenal arzobispo de Madrid D. Carlos Osoro, el presidente de la Comunidad de Sant´Egidio, Marco Impagliazzo, y diversos líderes religiosos y políticos de todo el mundo. Según sus organizadores, Paz sin fronteras ha significado la búsqueda de una paz que llegue a todos, a una Europa que sea capaz de recuperar su vocación originaria de acogida y al planteamiento de las cuestiones que nos preocupan y ocupan, tales como migraciones, prevención de conflictos, medioambiente, construcción de la paz, racismo y xenofobia, mujer e infancia, etc. 

Al finalizar el encuentro se redactó un manifiesto donde, en el recuerdo del 80 aniversario de la Segunda Guerra Mundial, se expresaron las preocupaciones por las futuras generaciones ante el deterioro del planeta, la reaparición del culto de la fuerza y las contraposiciones nacionalistas, el golpe del terrorismo sobre poblaciones inermes y la tentación antigua de creer que esto se puede superar solo y se nombraron los principales problemas que padecemos: guerras y paz, epidemias, seguridad y ciberseguridad, desplazamientos de poblaciones, sostenibilidad del planeta y calentamiento global, amenaza nuclear… para todo ello, se puso de manifiesto la necesidad del diálogo y la cooperación y, ante todo, la ruptura del muro de la indiferencia. Se solicitó a los responsables políticos, a los más ricos del mundo, a los hombres y mujeres de buena voluntad que proporcionaran los recursos para una educación para todos y una necesaria sanidad.

Se afirmó la necesidad de descubrir el mundo como casa común y la petición de mirar el mundo con los ojos de Dios que libran de la ceguera y permiten reconocer al otro como hermano y “trabajar por la unificación espiritual que le ha faltado a la globalización únicamente económica”.

Y se pidió a Dios, con la fuerza de la oración, el diálogo, la capacidad de un lenguaje sabio y humilde que hable a los corazones y disuelva separaciones y contraposiciones. Un buen manifiesto para recuperar la identidad perdida.

BIBLIOGRAFÍA

1. Versión consolidada del  Tratado de la Unión Europea, 7 de junio de 2016. https://eur-lex.europa.eu/resource.html?uri=cellar:9e8d52e1-2c70-11e6-b497-01aa75ed71a1.0023.01/DOC_2&format=PDF. Consulta hecha el 24 de septiembre de 2019.

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