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DEMOCRACIA Y CIUDADANÍA: PLURALIDAD DE VALORES

Partimos de que la noción de ciudadanía es una noción legal. En el curso del siglo XX se desarrolla una concepción más amplia de ciudadanía y del ciudadano1, es decir, hay una extensión del sentido de ciudadano.

Legalmente no es suficiente ser reconocido como ciudadano de un país, sino que debe serlo a la luz de los derechos que le otorga la ciudadanía legal, como por ejemplo: tener acceso a un sistema educativo público o gratuito, tener derecho a trabajar, beneficiarse de los servicios de salud, etc. En sentido amplio, son ciudadanos aquellos a quienes se les reconocen también derechos económicos.

La Segunda Guerra Mundial se llevó a cabo en nombre de la democracia por países que se oponían al fascismo y el nazismo.  Pero, ¿qué democracia?, pues los países en guerra carecían de prácticas democráticas. Posteriormente, hubo obstáculos para la democracia ya que, por ejemplo, los sistemas educativos continuaron siendo elitistas, excluyendo así a una gran parte de la población. Lo mismo ocurrió con los servicios de salud y el reconocimiento de los derechos económicos. Precisamente esta idea de democratización de la sociedad es lo que ha dado lugar a la ampliación de la noción de ciudadano. Conviene recordar a uno de los principales pensadores, el sociólogo y politólogo británico, uno de los padres del estado de bienestar, Thomas Humprey Marshall (1893-1981) y su importante papel en la posguerra consiguiendo que la noción de ciudadanía fuera reconocida en las políticas de los estados occidentales. Para Marshall, la verdadera ciudadanía solo podría tener éxito en una sociedad socialdemócrata.

¿Es el ciudadano un invento de la Revolución francesa (1789) o de la Revolución americana (1776)? Después de la Segunda Guerra Mundial, la evolución de la ciudadanía fue muy lenta y a través de esta evolución la idea de ciudadano fue muy selectiva. Ciudadano era quien pertenecía a cierta burguesía y era dueño de bienes, propiedades, etc. El modelo de democracia se expandió progresiva y muy lentamente debido a la existencia de fuertes obstáculos. Para Guy Rocher (1924), uno de los obstáculos es la reacción contra el estado asociado con el neoliberalismo. Porque la libertad del ciudadano solo existe en la medida en que exista un estado de derecho.

En nombre de la globalización, los poderes de los estados están restringidos. De hecho, los propios estados aceptan limitar su poder frente a la ideología neoliberal imperante; no solo la globalización reduce su poder sino que los estados lo aceptan. Es obvio que los estados nacionales deben proteger a los ciudadanos contra ciertos peligros de la globalización. La hegemonía económica, política y cultural, base de la globalización, puede ser destructiva para las libertades individuales. La globalización se creó en nombre de la libertad, pero es una libertad que se puede enrarecer convirtiéndose en una prerrogativa de los que están en el poder.

Nuestra visión de la libertad no debe ser reductora, no puede reducirse a la libertad de uno mismo. La libertad es mucho más amplia. Porque, ¿cuáles son los derechos, límites y responsabilidades de la libertad? La educación cívica a veces no es suficiente para formar a un ciudadano verdaderamente libre. Hay una ética de la libertad. La libertad se gana. Desde esta perspectiva, es necesario reflexionar, pensar y trabajar sobre la libertad individual y colectiva. La libertad individual presupone el respeto a la libertad de los demás. Así es como debe pensarse en una verdadera educación cívica: libertad personal, libertad social, libertad política. La libertad es el gran valor que identifica la cultura política europea como una cultura democrática. Como tal, es necesario pensar en los diferentes niveles de realidad social en los que estamos integrados. Ser libre de los demás, del poder de los demás sobre nosotros, de todos los poderes sociales. Saber cómo vivir esta libertad dentro de este contexto es lo que se puede llamar la ética de la libertad que puede ser, de hecho es, una utopía. La libertad, como la democracia, puede seguir siendo una forma utópica de vida personal y social.

Es difícil construir la libertad porque se necesita saber cómo ganarla, construirla y protegerla. Como dice Amin Maalouf (1949): “No se puede instalar uno en el sillón y decir: Yo soy libre”2. La libertad se gana; es un combate permanente.  El experto en comunicación política Dominique Wolton (1947) cuando nos habla de la libertad, de la libertad de los ciudadanos, dice: “Aunque técnicamente podamos acceder a más información, no por eso seremos más libres”. En la comunicación, agrega Wolton, lo primero es más político que técnico. En su opinión, lo más importante es el proyecto humanista y no el sistema técnico.

Para que la libertad de información y comunicación contribuya a la emancipación, es esencial incluirlos en el orden de la política y de la democracia. Esto permitirá a los ciudadanos mejor información, privacidad, libertades públicas, derechos de autor, preservación de la diversidad cultural y protección de los derechos fundamentales.

Internet y las técnicas de información y comunicación son un tema particularmente estimulante. En ellos coexiste la lógica del valor: un ideal humano y democrático, con la lógica del interés; por eso la comunicación es hoy un gran negocio en todo el mundo.

Para algunos, con una visión un tanto utópica, Internet es un “proyecto de una nueva solidaridad humana”. Al mismo tiempo y como bien sabemos, hoy ofrece una gran concentración de las industrias de la comunicación.

Por lo tanto, la expresión “libertad ciudadana” corresponde a una idea práctica: libertad de poderes: poder religioso, poder político, poder económico, y para algunos autores como Amin Maalouf y el sociólogo Guy Rocher poder del grupo, de la sociedad como gueto. Para lo negativo, la noción de libertad consiste en el derecho a desobedecer, a no someterse.  Entonces, ¿dónde comienza la libertad? Es interesante el análisis que hace a este respecto el profesor de lingüística de origen argelino, Alain Bentolila3. Para este lingüista, el aprendizaje de idiomas es el primer instrumento que permite acceder a la libertad: “Si domino el idioma, podré afirmar mi existencia ante el mundo”. En su opinión, la verdadera conciencia política presupone un poder lingüístico del ciudadano. Este es el medio de comunicar su pensamiento: “La lengua es la llave de la humanidad”.

Pero la palabra libertad como la palabra paz no se presenta de la misma manera en todos los países, en todos los continentes. Incluso no se ha introducido aún en los programas educativos de todo el mundo la misma concepción de hombre. A pesar de la televisión, la transmisión por satélite e Internet, la idea del otro no es universal.

La educación no se puede reducir a los pocos años que se pasan en la escuela. El hombre libre, el ciudadano, puede controlar mejor los abusos del poder. Por lo tanto, aprender el lenguaje, la lógica y la mecánica del lenguaje nos ayuda a distinguir lo verdadero de lo falso, nos permite la insumisión, el escapar de las trampas y, finalmente, descubrir la libertad4. 

¿Cuáles son los valores de la cultura política europea?

Los valores democráticos dentro de la Unión Europea son el resultado de una historia en la que se han agregado estratos sucesivos de pensamiento filosófico y religioso. Nuestra concepción de la democracia no es ateniense, ni puede limitarse al liberalismo y al humanismo. No es solo el resultado de la Declaración americana o de los Derechos Humanos. El pensamiento democrático europeo es el resultado de una construcción plural múltiple y particular. Sin embargo, esta complejidad de un patrimonio común no ha inspirado, en los países europeos, una experiencia común de democracia.

La democracia se estableció en el continente europeo, con el sufragio universal, la evolución de la relación entre el estado y la religión, el nacimiento de partidos políticos, la afirmación del régimen parlamentario y la expansión del socialismo. Entre 1945 y 1947 es cuando se juega el futuro democrático del continente europeo5. 

El humanismo y el pensamiento liberal, democrático y social constituyen las diferentes etapas del camino hacia la liberación, la humanización, la racionalidad. Pero, este no es un progreso continuo; hay una larga marcha de la humanidad en busca de la dignidad. Incluso hoy, como dice Jean Leca (1935), hay un “confuso rumor que viene del mundo”6. De hecho, el egoísmo y el altruismo limitado son bastante notorios. Así, la construcción de valores políticos europeos se basa en los principios definidos por la trilogía de la Revolución francesa: libertad, igualdad, fraternidad. Hoy podemos hablar de solidaridad mejor que de fraternidad. Y de otro principio, de gran valor en la modernidad: la seguridad. Como valor político y legal frente al poder y la ley, la seguridad encaja en el marco del estado liberal; está vinculada no solo al valor de la libertad, sino también al de la igualdad y la solidaridad.

La libertad es el gran valor que identifica la cultura política europea como una cultura democrática; todos los demás valores la completan. Podemos hablar de libertad segura, libertad igual y libertad solidaria, ya que la seguridad, la igualdad y la solidaridad dependen de la libertad. La libertad puede ser protectora, de participación, libertad social. La libertad protectora exige la creación por el derecho de un espacio libre para toda interferencia de individuos o grupos.

La libertad protectora impulsa los derechos individuales y cívicos. La libertad social, política y jurídica, con la tolerancia y el pluralismo, es uno de los signos de la identidad de la cultura y la sociedad europeas como sociedad abierta. La tolerancia significa aceptar al otro, al diferente, a lo que piensa y lo que hace de acuerdo con sus propios valores, poniéndonos en su lugar para comprenderlo. El pluralismo es un reflejo de la tolerancia y un reconocimiento de diversas ideologías.

La libertad de participación es el segundo elemento que identifica al estado liberal y enfatiza sus dimensiones de defensa de la dignidad humana.

Se desarrolla con los organismos en los que se registra esta participación: en los municipios, en el parlamento, en la participación política, en el derecho al voto, en los empleos públicos, etc. Estas libertades, protectoras y participativas, son parte de los principios intelectuales del liberalismo.

La fraternidad, la solidaridad, es un valor político que se sitúa en las relaciones sociales y marca la idea de cooperación y participación de los miembros de la sociedad. El valor de la solidaridad está vinculado a la idea de la igualdad de la dignidad humana para todos y de la tolerancia que justifica el respeto y la disposición a comprender la diferencia y las diferencias. En esta construcción de valores comunes de la cultura política europea, la solidaridad puede superar los egoísmos, los odios, la dialéctica amigo/enemigo.

El punto de partida de la solidaridad es el reconocimiento de los demás y la aceptación y comprensión de sus problemas; contribuye al diálogo ilustrado entre personas que se respetan y se reconocen entre sí, y al mismo tiempo puede ayudar a superar el eurocentrismo. Se puede hablar de ética pública de asociación y cooperación entre ciudadanos, lo que el personalista Jacques Maritain llamó “amistad cívica”. Esto no significa olvidar las culturas nacionales, pero puede y debe allanar el camino para la consolidación de valores comunes, fundamento de la ciudadanía europea, basada en el bien común europeo.

 

NOTAS BIBLIOGRÁFICAS

1. Guy Rocher, en Michael Lacombe, L’idée du siecle. La liberación del citoyen, s. l., 2001, pp. 6-7.

2. Amin Maalouf (1949) nació en el Líbano, aunque vino a París en 1976. Es un reconocido especialista del mundo árabe y de las relaciones entre Occidente y el Medio Oriente.   Les identités meurtrières, essai, Paris, Le livre de poche, 2001.

3. Alain Bentolila, Argelia (1949), exiliado en Francia, profesor de Lingüística, consejero del Observatorio Nacional de Lectura, dirige investigaciones sobre las causas del analfabetismo en Francia. Véase, por ejemplo, De l’illetrisme et de l’école en particulier, Plon, 1997.

4. Michel Lacombe (coord.), L’idée du siècle. La liberte du citoyen., Fides, 2001. 

5. Véase Véronique Auzépy-Chavagnac, L’Europe au risque de la Démocratie. Essai sur le sens de la construction européenne, Paris, L’Harmattan, 2006.

6. Jean Leca, La question démocratique, in Dominique Damamme (dir.), La Démocratie en Europe, Paris, L’Harmattan, 2004, pp. 21-30.

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