ACTUALIDAD ARTÍCULOS

LA LARGA SOMBRA DE LA ESCUELA DE FRANKFURT

Nuestra sociedad actual está experimentando una serie de transformaciones socioculturales profundas. Para algunos, estas transformaciones representan un progreso real en lo que se refiere a la liberación y la emancipación humanas, mientras que, para otros, representan un ataque coordinado y destructivo contra lo que ellos consideran los pilares más fundamentales de nuestra civilización occidental. En Estados Unidos, se habla de una guerra de cultura entre aquellos que apoyan fervorosamente estos cambios y aquellos que los aborrecen. En Europa, también hay una creciente polarización social inquietante provocada en parte por estos cambios radicales, cambios que están sucediendo con una velocidad vertiginosa. Evitando caer en absurdas teorías de la conspiración, sería interesante preguntarnos si podría  haber un hilo común entre fenómenos tan aparentemente dispares y diversos. ¿Podría haber algún vínculo común entre la ideología de género, el cuestionamiento de la familia tradicional como el único modelo válido de familia, la progresiva marginación de la religión, el creciente y asfixiante peso de lo políticamente correcto en los debates y discursos actuales, y el cambio en la base de apoyo de los partidos de izquierda, unos partidos que ya parecen más interesados en una serie de diversas minorías sociales, unas minorías que se sienten a veces marginadas o maltratadas por la sociedad en general, que en la clase obrera? ¿Podrían tener su origen o inspiración estos cambios en las ideas de un grupo de pensadores alemanes del siglo pasado, los miembros del Instituto de Investigación Social, mejor conocido como la Escuela de Frankfurt?

La Escuela de Frankfurt se fundó en Alemania en 1923. Sus miembros eran neo-marxistas que querían entender por qué los obreros europeos, en vez de unirse para hacer la revolución socialista, se habían masacrado mutuamente en las trincheras de la Primera Guerra Mundial y por qué muchos de ellos habían caído después en brazos de los movimientos fascistas en Italia y Alemania. Los pensadores de la Escuela de Frankfurt, aunque estaban convencidos de que Karl Marx había ofrecido un análisis agudo de los males del sistema capitalista y había propuesto una alternativa atractiva y aparentemente viable que luego fue trágicamente distorsionada y traicionada en la Unión Soviética, pensaron que Marx se equivocó al dar demasiada poca importancia a fenómenos culturales como la familia y  la religión. Marx pensó que estos fenómenos representaron lo que él llamó una mera superestructura, y  que fueron secundarios a las estructuras económicas fundamentales de la sociedad. Él pensó que, para transformar la sociedad entera, bastaría con cambiar las estructuras económicas. Según esta teoría, una vez cambiadas las estructuras económicas subyacentes, los aspectos culturales cambiarían inevitablemente.

En cambio, para los pensadores de la Escuela de Frankfurt, los factores culturales eran fundamentales. Lejos de representar una superestructura totalmente dependiente de la economía, poseían una importancia intrínseca enorme  y podrían incluso explicar el comportamiento decepcionante de la clase obrera. A la hora de la verdad, los obreros habían respondido a las llamadas de la patria y de la bandera y, en vez de hacer la revolución, participaron en una guerra fratricida. Los pensadores de la Escuela de Frankfurt estaban convencidos de que, para cambiar radicalmente la sociedad capitalista,  habría que preparar el terreno para la futura revolución socialista, desmantelando los pilares culturales de las sociedades occidentales, una estrategia que algunos han llamado marxismo cultural.

Con la llegada de los nazis al poder en Alemania, los miembros de la Escuela de Frankfurt  huyeron a Estados Unidos. Después de la Segunda Guerra Mundial, la mayoría volvieron a Alemania, pero Herbert Marcuse decidió quedarse en Estados Unidos. En Estados Unidos, las ideas de estos pensadores, especialmente las de Marcuse, calaron hondo en las universidades y luego en la sociedad en general. Esas ideas han tenido una influencia enorme, no solo en Estados Unidos sino en todo el mundo occidental. Marcuse en particular se convirtió en una figura fundamental en la Nueva Izquierda y fue una referencia intelectual y un héroe para los estudiantes de Mayo’68 en Francia.

Algunas de las críticas de nuestra sociedad occidental y capitalista que hicieron estos pensadores siguen siendo muy relevantes y acertadas: hablaron de una hegemonía despótica desde la época de la Ilustración de la razón instrumental, una versión limitada y empobrecida de la razón humana que convierte la naturaleza en meros recursos a explotar, una actitud que pone en peligro la salud ecológica de nuestro planeta. Esta actitud acaba convirtiendo los mismos seres humanos en meros objetos o recursos y, según la Escuela de Frankfurt, podría explicar, al menos en parte, como el pueblo probablemente más culturalmente avanzado de Europa, el pueblo alemán, había perpetrado uno de los genocidios más repugnantes de toda la historia humana. En sus propias palabras, Adorno y Horkheimer escribieron La Dialéctica de la Ilustración para intentar explicar “por qué la humanidad, en vez de entrar en un estado verdaderamente humano, se hunde en una nueva especie de barbarie”.

Estos pensadores también hicieron una crítica aguda y acertada de la creciente influencia de lo que ellos llamaron la industria cultural, una industria que dicta y moldea los gustos de las masas y ofrece una dieta de entretenimiento que las idiotiza.

Al nivel económico, criticaron duramente un sistema capitalista que, a pesar de su indiscutible habilidad de generar riqueza, parece cada vez menos capaz de repartirla con un mínimo de equidad y justicia y que convierte a los seres humanos en unos consumidores que, manipulados por las técnicas sofisticadas y omnipresentes de la publicidad, buscan constante y frenéticamente una felicidad en una serie de compras innecesarias. Tristemente, esta fiebre consumista no se traduce en felicidad, sino en un estado permanente de insatisfacción. 

Otras de las ideas de la Escuela de Frankfurt son más discutibles. Sigmund Freud reconoció que, para desarrollar una civilización, tendríamos que suprimir, aplazar o sublimar muchos de nuestros deseos instintivos y habló de la necesidad de sustituir lo que él llamó “el principio del placer” por “el principio de la realidad”. Él consideró que el sacrificio o sublimación de nuestros impulsos primitivos fue el precio a pagar para disfrutar de los beneficios enormes de la civilización, un precio que Freud estaba dispuesto a pagar, dado que, en su opinión, el resultado valió la pena. Marcuse, en cambio, pensó que sufrimos actualmente un exceso de represión sexual en nuestra sociedad, un exceso que el sistema capitalista necesitaba y aprovechaba para mantener a los obreros disciplinados y controlados. Marcuse abogó por lo que él llamó una “perversidad polimórfica”. Él pensó que la activación o liberación de tanta energía libidinal actualmente reprimida puede despertar a las masas de su somnolencia política inducida por la satisfacción por parte del sistema capitalista moderno de sus necesidades, muchas de las cuales, por cierto, son falsas y creadas por el mismo sistema. 

La esperanza de Marcuse era que, una vez despertadas de la letargia de su falso bienestar, las masas canalizarían las energías liberadas en una actividad política y harían la revolución que traería el Paraíso de la felicidad a la tierra. Aunque es posible que algunas ideas tradicionales respecto a la sexualidad eran excesivamente restrictivas y podrían haber generado complejos o algún sufrimiento psicológico, se puede argumentar que actualmente hayamos cruzado la línea fina que existe entre liberación y libertinaje, y que las consecuencias de la revolución sexual en marcha están teniendo algunas resultados negativos importantes, sobre todo en cuanto a la estabilidad de la vida familiar.

Los pensadores de la Escuela de Frankfurt pensaron que, a la luz del comportamiento decepcionante de los obreros a la hora de verdad, los partidos de izquierda no deberían depender exclusivamente de la clase obrera para conseguir la transformación social que deseaban, sino que debería extender su base de apoyo a una coalición de minorías que se sentían insatisfechos con su situación actual dentro de la sociedad. No cabe duda de que el creciente interés demostrado por los partidos de izquierda en las minorías sociales ha ayudado a mejorar la vida de muchas personas que, por razones de raza, color de piel u orientación sexual, antes sufrían mucho por causa de la intolerancia y estrechez de miras de la sociedad. La actitud más comprensiva hacia estas minorías, que actualmente se nota, representa, sin duda, un avance real. Sin embargo, existe el peligro de caer en una espiral de victimismo y en una lucha constante de unos grupos sociales contra otros; blancos contra negros, mujeres contra hombres, homosexuales contra heterosexuales, y un largo etcétera, con consecuencias muy negativas en cuanto a la convivencia y la cohesión social. 

En su libro, Mil Novecientos y Ochenta y Cuatro, George Orwell habló de la existencia de la “policía del pensamiento” en la sociedad distópica descrita en el libro. Actualmente, este concepto del control del pensamiento de una población entera por parte de una autoproclamada élite, en la forma de la dictadura de lo políticamente correcto, se ha trasladado del mundo de la ficción a la realidad. Se puede trazar el origen de esta tiranía, una tiranía que imposibilita cualquier debate real y, al final implica el final del pensamiento auténtico, en el artículo de Marcuse La Tolerancia Represiva, en el que él insistió que no hay que tolerar ideas que, en su opinión, representan ideas regresivas o reaccionarias. Según Marcuse, si toleramos estas ideas, estamos perpetuando el status quo, con todas sus injusticias y limitaciones.

Los cambios sociales dramáticos que estamos experimentando  nos pueden hacer pensar que la sociedad actual está siguiendo fielmente, conscientemente o no, el guión escrito por los pensadores de la Escuela de Frankfurt. Aunque parece poco probable que haya una conspiración internacional neomarxista, y es rigurosamente cierto que la gran mayoría del público no sabe nada de dicha Escuela, es posible que las ideas generadas por estos pensadores, tras permear profundamente el mundo académico, se hayan extendido a la sociedad en un proceso de ósmosis y que ya ocupan el inconsciente colectivo, ejerciendo una influencia potente, aunque subliminal.

La Escuela de Frankfurt era muy diversa y algunos de sus aportaciones siguen siendo interesantes y válidas. En cuanto al diagnóstico que hicieron estos pensadores de la naturaleza limitada de la Ilustración y de los males que afligen a nuestras sociedades capitalistas occidentales, tenían razón en muchos casos. Sin embargo, los tratamientos que propusieron como remedios a estos males, sobre todo, aquellos propuestos por Marcuse, pueden resultar peligrosos o contraproducentes.  En efecto, la terapia que proponen podría resultar peor que la misma enfermedad. 

De poco sirve un tratamiento tremendamente eficaz contra una enfermedad si su elevada toxicidad provoca la muerte del paciente.  Se puede argumentar que hay otros remedios que podemos poner en marcha para corregir los abusos y flagrantes injusticias de un sistema capitalista salvaje y disfuncional y un consumismo galopante. Como dejó claro el Papa Benedicto XVI, tenemos que comportarnos moralmente en la política y la economía, igual que en cualquier actividad humana. Quizás debamos mirar las tradiciones éticas judeocristianas y los positivos efectos sociales de una familia sólida y comprometida como parte de la solución y no, como pensaron los pensadores de la Escuela de Frankfurt, como parte del problema. 

Comments

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Solicitamos su permiso para obtener datos estadísticos de su navegación en esta web, en cumplimiento del Real Decreto-ley 13/2012. Si continúa navegando consideramos que acepta el uso de cookies. Más Información

The cookie settings on this website are set to "allow cookies" to give you the best browsing experience possible. If you continue to use this website without changing your cookie settings or you click "Accept" below then you are consenting to this.

Close