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BOLDINI Y UN MUNDO QUE DESAPARECIÓ REPENTINAMENTE

Boldini fue testigo y protagonista de lo que se vivía en las élites culturales y artísticas de la Belle Époque. Poco menos de 40 años de optimismo, marcados por la fe en el progreso, el desarrollo espectacular de la técnica, de las invenciones, la euforia económica y cultural… y la aparición de nuevos escenarios de la vida social y de la diversión como el café, el cabaret, las grandes exposiciones, el deporte, la moda y una imagen nueva de la mujer… Un mundo feliz que se desvanece bruscamente un 14 de junio de 1914 en Sarajevo. Alguien dijo: “Todo iba de bien a mejor. Este era el mundo en el que nací, y, de repente, una mañana de 1914 se precipitó hacia su fin…”. Escritores como Stephen Zwig y Sandor Marai son testimonio dramático de aquel fin de ciclo y de una Europa desquiciada. Boldini vio también el fin de la efímera época y el presagio de la segunda guerra. ¿Hay algo de esto en su obra? Pues no lo sé, pero intuyo una especie de vértigo en algunos de sus retratos…

Un total de 124 obras componen la muestra Boldini y la pintura española a finales del siglo XIX. El espíritu de una época. Agunas son piezas de los pintores españoles que tienen relación con la pintura del Boldini. La muestra está comisariada por Francesca Dini y Leyre Bozal Chamorro. La primera, encargada de la selección de la obra de Boldini, es la autora de su Catálogo Razonado. Leyre Bozal se ocupa de la parte española, explorando las conexiones e intercambios con Fortuny, Madrazo, Sorolla, Zuloaga, Eduardo Zamacois, Ramón Casas, o el menos conocido Román Rivera.

Un apunte biográfico

Boldini nació en 1842, el año de la Unificación de Italia, en Ferrara, la primera capital del nuevo Estado, y estaba en plena madurez artística cuando comenzó la Gran Guerra. Murió en 1931. Su primer cuadro, El patio de la casa paterna lo pintó a los 13 años. Su padre era pintor y restaurador. En Ferrara se inscribió en cursos de arte y pronto pasó a la Escuela de Bellas Artes de Florencia. Allí comenzó a frecuentar a los macchiaioli, el grupo de pintores que promovía una renovación antiacadémica de la pintura italiana. Con su amigo Banti, también pintor, estuvo en Nápoles y con la familia Falconer visitó París. Allí conoce a Degas, y Manet.

Viaja a Londres en 1870, invitado por William Cornwallis-West, a quien había conocido en Florencia. Este pone a su disposición un estudio frecuentado por la alta sociedad, pero Boldini regresó pronto a Florencia.  Le seducía frecuentar los ambientes de la alta sociedad, el trato con los dandys, los modos aristocráticos. Y también la posibilidad de hacer carrera y el deseo de obtener un reconocimiento económico acorde con su talento. En octubre de 1871 se establece en París. Trabaja para el marchante más importante, Goupil, con quien trataban ya pintores de gran éxito como Mariano Fortuny y Ernest Meissonier, y él firmo un contrato de exclusividad que posibilitó que su obra se expusiera por todo el mundo.

París fue para Boldini la meca del arte y el lugar en que entró en contacto con los ambientes más exclusivos y refinados. De 1872 a 1902 triunfa en los salones parisinos proporcionando con sus retratos una nueva representación de la femineidad. Su obra se encuentra en museos de todo el mundo, incluido el Museo Metropolitano de Nueva York, el Museo de Orsay en París o la Galería Nacional de Retratos en Londres. Pero gran parte de sus pinturas permanecen en colecciones privadas, ya que la mayoría fueron retratos por encargo, retratos de la sociedad.

Impresiones y sorpresas

La muestra se compone de 124 obras, incluyendo las de autores españoles de la misma época. Sorprende la variedad. Se exponen cuadritos que apenas llegan al tamaño de una cuartilla, a los que hay que acercarse mucho para apreciar el detalle (y aún para saber de qué se trata), casi todos de sus primeros años. Y también obras medianas de paisajes urbanos, escenas costumbristas con atención especial hacia cierto pintoresquismo español. Pero, sobre todo, retratos a un tamaño más que respetable. 

Las mujeres –y algunos hombres– que retrató Boldini son ejemplares perfectos del concepto de belleza, sofisticación y elegancia de la Belle Époque. Captar el momento, casi en modo fotográfico, aparece como intención. Lejos del amaneramiento académico la mayoría de los personajes se presentan en movimiento, a veces muy leve, sólo sugerido, a veces forzado y en ocasiones, como alguna escena de baile, violento. Hay una progresión sorprendente. Una de sus obras –que no figura en esta exposición– es un retrato ecuestre de Alice Regnault (esposa del escritor Mirbeau, actriz sin demasiado talento, pero muy guapa, que tenía mucho éxito en los salones). El movimiento, la luz y especialmente el caballo son de una extraordinaria perfección y detalle que recuerda el hiperrealismo posterior. La pintura está fechada en 1878. 12 años más tarde, un nuevo retrato de Alice, un punto burlesco, centra todo el detalle en el rostro mientras que el vestido, el movimiento y el marco espacial apenas están esbozados con pinceladas, manchas y trazos rápidos y enérgicos. 

Este salto estilístico llamativo se percibe nítidamente. Los primeros retratos tienen ese carácter realista y cuidadoso del detalle, aunque el pintor busque y consiga presentar lo instantáneo y casual de un modo casi fotográfico. Paulatinamente la técnica del retrato femenino va modificándose: cada vez más impaciente, cada vez más esbozo, cada vez más expresionista y violento… Sólo permanece el detalle en el tratamiento de los rostros, especialmente en la mirada llena de intención.

Es posible que Boldini evolucionara, dentro de su estilo e intereses, mientras el ambiente social en el que se movió siguiera aparentemente igual. Creo que, de alguna manera, la ruptura, la decadencia y crispación de Europa, están en esa obra final, en esos retratos vertiginosos, de trazo enérgico o borroso en el que las formas se diluyen y confunden. En cualquier caso, autor y obra, fascinantes y no muy conocidos, merecen la visita a la muestra.

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