Ignacio Botella, -Zaragoza, 1960-, músico, especializado en Ciencias de la Música, ha desarrollado un método basado en la neurociencia y la meditación que imparte en talleres de Entrenamiento musical de la atención para la gestión del estrés y de la conducta. Llegó a él tras quedarse sordo del oído derecho y perder los agudos del izquierdo ocho años atrás. La suya es una historia de superación y, sobre todo, de generosidad. “Si algo me siento es profesor”, confiesa.
Lourdes Durán: Un día “me levanté sordo”. La mayor tragedia para un músico.
Ignacio Botella: En 2011, era el primer día del claustro en el Conservatorio. La noche anterior había tenido dolor en el oído derecho. Me fui al médico, me dijeron que sería sordo para siempre y caí en depresión. Hasta Navidades estuve hecho polvo, tumbado en mi cama llorando. Recibí mucha ayuda, de mi mujer… A partir de ese momento decidí que no iba a poder volver a mi vida normal, seguir dando clases en el Conservatorio con un solo oído sin distinguir de dónde vienen los sonidos; no era capaz de distinguir una flauta de un clarinete, en la radio no distinguía las voces, quién hablaba. Era un caos. Mi mundo se deconstruyó. Decidí ponerme manos a la obra.
L. D.: ¿Qué hizo?
I. B.: Lo primero controlar el parloteo mental, de por qué yo, soy malo, algo he hecho mal. Te salen modelos que no crees, te sientes culpable. Llevo años haciendo meditación, el orientalismo siempre me ha encantado. Me ayudé de la meditación vipasana que consiste en hacer meta cognición, lo que la psicología llama acallar los ruidos mentales. Media hora por la mañana, por la tarde, por la noche. Para no dejarme caer. Un día se me ocurrió que esto era muy aburrido. Meditar sobre un objeto es muy complicado. Va muy bien. Con la respiración es mejor.
L. D.: ¿Entonces enlazó meditación y neurociencia?
I. B.: Pensé, ¿por qué no utilizar la música como soporte de la atención? Es cierto que estoy entrenado a escuchar música en mi cabeza. Se me ocurrió ponerme una partitura, porque aún no podía escuchar música porque me hacía daño, y me puse la Séptima de Beethoven, la que mi padre escuchaba y la tengo metida en la cabeza. El allegreto de la Séptima. Un día se lo expliqué a mi hermano, que es catedrático especialista en Atención, y me dijo: ‘Escribe todo tu proceso, lo que recuerdes’. Yo como soy metódico empecé a escribir, qué ponía, qué quitaba, cómo me conectaba con la música. Desarrollé un método para gente que escucha música normalmente, para enseñarle una melodía conectada con meditación. Cómo enseñar a alguien a buscar ese lugar en la música y mantener su atención. A partir de ahí, mi capacidad de concentración era muy grande. Acostumbrado a analizar, sí, pero no a ser consciente del proceso mental habitual y aplacarlo para estar concienciado en ello. Me puse a estudiar Neurociencia de la música, y empecé a trabajarlo con amigos.
L. D.: ¿En qué consiste?
I. B.: Primero en saber para qué va a servir. Yo utilizo una historia inventada que a todos nos ha ocurrido alguna vez. La llamo la historia de Mercadona… Sábado, es pronto, sin estrés, poca gente. Todos estamos en un ambiente agradable, incluso ayudas a un señor mayor, vas a la caja y, en ese momento, la visión de tu cerebro ya es diferente: la gente viene en contra de ti, son obstáculos, los que van a tu favor son competidores, llegas a la caja, están todas llenas, eliges la mejor, te generas tensión que no necesitas; todas las cajas van más rápidas que la tuya, la ‘tonta de Mercadona’, te dices, te generas un estrés, porque va tan despacio y ves al viejito… ¡Ahora es un pobre desgraciado porque va lento, contando las monedas! Llegas a la caja, pagas, coges las bolsas, sales más rápido para recuperar tiempo perdido. Esto que es una situación normal se ha convertido en una situación de estrés añadido. Es ahí donde trabaja el método, en conocer tus procesos mentales más básicos. Utilizar la música para ser consciente de ellos.
L. D.: ¿Se puede aplicar a cualquier persona? No todos están acostumbrados a escuchar música.
I. B.: Pues mejor que no sean del ámbito musical, para desprofesionalizarlo. El método consiste en saber qué le pasa a tu cerebro. Éste tiene mecanismos a un nivel primario, el de los reptiles, luego el límbico, de los centros emocionales, y luego el humano o el de los mamíferos superiores que es el neocórtex con funciones ejecutivas, de planificación, racionalización. En situaciones de estrés, la parte primitiva invade la parte racional. Funcionamos con modelos aprendidos; se activa la amígdala que es como un radar de peligro, que es muy sensible y no distingue situación de peligro de lo que no lo es. No eres tú misma. Funcionas como un autómata. ¿Qué podemos hacer? Darnos cuenta de cuándo se nos ha disparado y vamos a actuar de manera no pensada, serás capaz de actuar y para eso no perder la consciencia del momento. Se trata de fijarte en la situación del momento y para ello, podemos utilizar la música.
L. D.: ¿Por qué con música?
I. B.: Hay dos razones: una campechana que es que la música nos produce placer, por ello, invita a la repetición. No es terapia porque no soy terapeuta, es algo que aplico que a mí me ha venido bien y lo expongo a los demás. La segunda razón es que cuando el cerebro hace una inmersión consciente en la obra musical se produce armonía neuronal, que consiste en que las redes neuronales de la atención se disparan y el resto se inhiben. La diferencia que hay cuando nadas en superficie o te sumerges. La curiosidad es básica para mantenernos vitales. Yo enseño a la gente a bucear dentro de la música ahora con otro objetivo: tener a la gente consciente. Cuando lo consigo, les llevo a hacer meta condición. Cuando una persona bucea en la música y su consciencia sale de ahí por despiste, pierde placer. Y al cerebro le encanta automatizarse porque ahorra energía; no es que sea vago es que se auto defiende.
L. D.: ¿Sirve cualquier tipo de música? ¿No es contradictorio con el silencio, el acallar el ruido que persigue la meditación?
I. B.: Para ti no, para mí no. Hay tantas tipologías. Yo utilizo siempre música que considero sencilla, fácil de entender, que evoca estados emocionales agradables y suele ser música clásica, barroca, romántica, del siglo XX. ¡Es deformación profesional! Hay una paradoja, que uso música cuando lo que quiero es silencio, cierto, pero el que consigo es el de mi monólogo interior que es el peor de los ruidos.
L. D.: La música es cultural. ¿Puede aplicar su método a cualquier persona o está determinado por su educación?
I. B.: Hay una frase de la segunda mitad del XVIII, la música es un lenguaje universal; hoy la musicología tiene desechada esta afirmación porque en realidad la música como lenguaje, atendiendo a su significado es cultural, no universal. Hay dos niveles en la música: el propio del sonido, el silencio, el tiempo que es común en todas las culturas; después aparece la manera de hacer música, la función de la música. La idea de música universal es eurocentrista. Si escuchamos música oriental o de culturas que desconozcamos le daremos un significado en función de nuestros valores culturales. ¿Esto lo entiende igual un maorí o un chino? La música es cultural y está sujeta a códigos culturales. Ahora bien, todas las culturas basan la música en el sonido, no hay cultura que no haya dividido la escala musical basada en la octava, la quinta o sea en un medio, dos cuartos y tres cuartos que conforman un acorde. La base del sonido son vibraciones distintas de una misma cuerda, por la mitad, en tercios y en cuartos, sobre eso se forman tres intervalos, la octava, la cuarta y la quinta que son los tres intervalos fundamentales de la música occidental. Esos tres intervalos están en la base de todas las culturas. Es el lugar común. Es la base física del sonido, pero la construcción del sistema musical, las afinaciones, son distintas en cada cultura, aunque todos están basados en la física primaria del sonido. Los pitagóricos los llamaron intervalos sagrados, y los cristianos, los intervalos divinos.
L. D.: ¿Cómo llegó la música a usted?
I. B.: Somos una familia de 12 hermanos, un año entre cada uno de nosotros. Mi madre se quedó viuda con 12 hijos y 34 años. En casa, el vínculo ha sido la música, cantando, tocando juntos, y cuando nos reunimos terminamos haciendo música. El único recuerdo de mi padre (abogado, se dedicó a los negocios) era escucharle a Beethoven que se convirtió en el paradigma musical de la familia. Al cabo de los años, mi madre nos compró un tocadiscos. Yo tenía 13 años. La música fue un elemento de la casa fundamental. La guitarra la empecé a tocar muy joven, de manera autodidacta. Me matriculé en Físicas pero me decidí por la música. Estudié musicología en el Conservatorio de Madrid. Y daba clases de matemáticas y de música. Alquilé una habitación en Gran Vía, luego me hice con todo el piso, porque la escuela Tristán, así la llamé, creció desde mis 22 años hasta los 37 que fue cuando decidí venirme a Mallorca. Incluso de ahí surgió una orquesta de cámara.
L. D.: ¿Ya no se ha movido de la isla?
I. B.: Vine a Mallorca en 1997, a una escuela de música privada. Me puse a estudiar Ciencias de la Música por internet ya que en Palma no existe, especializándome después en Neurociencia de la música. Luego entré como contratado en el Conservatorio Superior de las Islas Baleares para dar clases de Paleografía musical y pensamiento musical del mundo antiguo. Luego ocupé la plaza de profesor de Armonía e Historia. Hasta que en 2011, como ya he contado, sufrí un proceso de sordera. Ahí empecé mi reinvención personal y laboral.
L. D.: ¿Escucha de otra manera?
I. B.: Sí, me ha enriquecido. Uso la música como medio más que como fin. Si me siento algo es profesor. Me sirve para dar noción transversal del mundo. No hay explicación del mundo sin música.
L. D.: ¿Qué es la música?
I. B.: Tras años de estudio es difícil responder. ¿Qué es para mí, qué efecto me produce? Es vital en mi vida; es una forma de expresión de las culturas, una manera de vivir y de entender el mundo. Es un medio para observar el mundo exterior e interior. Se ha entendido desde un punto de vista mágico religioso, la idea que yo manejo es muy antigua que la vincula con las ideas pitagóricas, la matemática, la proporcionalidad. A la belleza en sentido clásico.
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