ARTÍCULOS ENTREVISTAS

UN FLECHAZO FULMINANTE CON LOS TAPICES

En el pasado noviembre se presentaba en la Real Fábrica de Tapices, en Madrid una novela, El tapiz de la guerra, que tiene como autora a una mujer apasionada por el arte del tapiz, “un tapiz, metáfora de la vida” que muestra el momento crítico de una institución, la Real Fábrica de Tapices, personaje singular que transita por la vida de una trama amorosa en la que podemos asistir a la muerte y decadencia de un tiempo antiguo. Son los años trágicos de la guerra civil española, 1936, los que ponen el marco temporal a esta narración.

El interés de sus páginas nos hizo adentrarnos en la vida de una mujer, “artista tras un telar”, creadora y superviviente en una modalidad milenaria como es el arte del tapiz y de todos los oficios que concurren en dicha modalidad.  Por ello, una mañana de este frío enero madrileño nos internamos en el sótano del edificio donde se encuentra el taller de Laura de la Calle. En él, percibimos la pasión y enamoramiento de un arte que no ha dejado de crecer en las manos, mente y corazón de esta mujer, a pesar de las duras inclemencias de un tiempo que no lo ha favorecido. Los telares, los cestos de lanas de suaves colores, los hilos, los espejos, la obra en proceso, las otras urdimbres que indican otras manos guiadas por su docta experiencia…todo en su taller refleja la historia de 38 años de búsqueda y creación de un arte que se desborda por sus manos como un intenso río de agua que busca el mar y encuentra la armonía de la belleza, bondad y verdad en sus dedos ágiles tras los hilos del telar.

Se define como artesana y así describe sus años de formación en las Universidades Complutense y Autónoma, Doctora en Arte, licenciada en Derecho e Hª del Arte, Escuela de Artes y Oficios de Madrid, etc. El texto autobiográfico en su web  nos habla de dones y pasiones: “El primer recuerdo de mi vida, a los dos años, es el de un textil; un recuerdo muy intenso, visual, olfativo y táctil. A los tres, mis juegos favoritos eran dibujar, coser y hacer punto. A los seis descubrí el tesoro de los libros y una cosa misteriosa que se llamaba arte que me fascinó. A los 20 años me topé con un telar; fue un flechazo fulminante. Desde entonces no he hecho sino transitar por esa senda con pasión creciente. El secreto de esta ilusión que no se apaga, no está en mí sino en la belleza que resplandece en el verdadero arte y que no es más que prenda de la Verdad”. Ahora nos encontramos con ella y es su palabra la que nos habla de esta pasión.

Carmen Azaustre: Cuando nos llegó la presentación de tu novela nos animamos a ir y allí te conocimos. A continuación, fue su lectura la que nos despertó el interés por el arte de los tapices y decidimos conocer más “a la artista que trabaja tras su telar”.

Laura de la Calle: Yo llevo 38 años aquí sin perder la ilusión ni la esperanza en un mundo absolutamente muerto para el tapiz. Hay muchas cosas muertas, ya lo sabéis, pero la tapicería es un cadáver absoluto desde hace muchísimos años. Entonces estar enterrada con tanta fe en un trabajo como este que no tiene ninguna salida, que nadie se interesa por él, sin perder la ilusión… te enseña muchas cosas, entre ellas la de contemplar la realidad desde muchas perspectivas. 

El tejido, en el arte del tapiz, se trabaja por detrás de la obra, con ella invertida, guiándose por el reflejo, por supuesto al revés, de un espejo y con el modelo a su espalda. Tienes que traducir contantemente de derecha a izquierda, de izquierda a derecha y de arriba a abajo.

C. A.: ¡Qué difícil!

L. C.: Es muy complicado y no ves prácticamente nada porque el tapiz lo vamos enrollando y solamente vemos un fragmento mientras trabajamos, y cuando el tapiz se acaba, quizá a lo largo de dos años, tú ya has olvidado por completo lo que llevabas hecho dos años antes. La sorpresa se produce al final, se trabaja a ciegas.

C. A.: Y al final, al desenrollarlo, se te abre la historia… 

L. C.: Es como la vida, trabajamos a ciegas. Tantas veces te desesperas porque no ves salida, lo ves todo oscuro, nadie te escucha, no por ti, porque de verdad creo que yo he tenido una suerte inmensa de haber llegado no digo al éxito porque no es el éxito, pero sí a que se conozca algo de mi trabajo, cuando he llegado a una edad en que ya no tengo ninguna vanidad. Trabajas porque crees en una cosa, porque no solamente es arte lo que yo hago -el arte de la tapicería es un sueño- sino porque además en la artesanía lo que hacemos nos construye por dentro, construye la paciencia, la belleza…

C. A.: Son entre otras las virtudes que el tapiz genera…

L. C.: Sí y ellas te sostienen el ánimo y la belleza te enamora, ¡Es la belleza lo que te empuja y la esperanza por conseguir comunicar, decir, alcanzar… Es la paciencia que tienes que desarrollar para trabajar tres centímetros en 10 días!

C. A.: ¡10 días… !

L. C.: Es una lucha entre el enorme deseo de llegar y la retención que debes tener… como un caballo frenado. Pero cuanto más te frenas, más tira de ti la belleza. La vida del artista, aunque sea modesto como yo, es una vida oculta que no tiene escaparate, pese a lo que parezca. En el mundo del arte, todo es escaparate ahora y venta y comercio; pero este arte genera una potencia interior como pocas profesiones. 

C. A.: Me ha llamado la atención el texto, que, escrito por ti, aparece en el inicio de tu web donde narras el origen de tu vocación, a los dos o tres años, y señalas que tu ocupación preferida era tejer…

L. C.: Sí, la vida es como un tapiz. Claro cuando tienes dos años no tienes ni la menor idea de lo que va a ser tu vida, pero la estás proyectando, todos los años de tu vida son pequeños ladrillos que se van colocando uno tras otro y cuando llegas a mi edad dices: “Todavía hay mucho misterio por delante”, pero es que ya voy entendiendo de qué va esto. Este oficio te ayuda a estar siempre joven.

C. A.: Hay una juventud que no depende solo del tiempo…

L. C.: Sí, porque yo no me doy cuenta de que soy vieja, no me doy cuenta… No me falta energía interior, aunque me duele todo como es normal a esta edad, pero no me importa. Me han operado 10 veces y salía del quirófano y ya estaba con el lápiz, con el papel… es algo que tira de ti; no tiene nada que ver con tu voluntad, es algo que te ruje dentro. 

C. A.: Hay un texto en la novela, que me gustó mucho, que está en boca de uno de los personajes que dice “¿Cuál será la palabra nueva del tapiz para este siglo?” ¿Qué palabra intentas comunicar a través de tus tapices? 

L. C.: Aquella que creo a través de cada tapiz. Lo llevo intentando durante 38 años y no estoy segura de si la habré pronunciado a través de mis manos. Pero de lo que sí estoy segura es de que es un don, un regalo que he recibido para comunicarme con otros.

C. A.: Es un regalo que te llena por dentro totalmente.

L. C.: Sí, es una vocación a la belleza, todo lo que es la poesía, la música, la naturaleza, un no sé qué que no se sabe, que es el origen de todo evidentemente, tira de una manera impresionante. Y, a pesar de lo que se sufre- porque los que se dedican al arte yo creo que sufren más que otros, porque precisamente tienen el alma todo el día al rojo -cualquier cosa, la recibes como premio, gotas de esencia que te animan, te empujan, te llenan. 

Hace poco he tenido una experiencia preciosa. Me llamaron de un centro de Formación Profesional para presentar la novela a estudiantes de moda. Chavales de 17 a veinte y pocos años. Moda, jóvenes, señora vieja, tapices… y dije “a ver cómo hago esto”. Llegamos al aula magna, enorme, con muchísimos estudiantes, entré en ella y los estudiantes estaban con el teléfono móvil, repanchigados en los asientos, dándose codazos, diciéndose uno a otro vaya rollo… Empecé a hablar y a los cinco o diez minutos los móviles estaban en los bolsillos, empezaron a ponerse un poquito más enderezados, uno de la última fila se levantó, yo pensé que se iba, y se plantó en la primera fila, estuvimos casi una hora de charla y no se movía nadie y cuando nos marchamos decían y esa novela ¿dónde se puede comprar, puedo pedirla prestado? No es la novela, es el transmitir que hay mucho…

C. A.: Es la fuerza de la comunicación que toca por dentro cuando es verdadera…

L. C.: Y no es que yo quisiera que ellos se dedicaran al tapiz, sino que, así como tengo yo el alma al rojo vivo -les decía- vosotros, haciendo vestidos, podéis tener el alma igual. Porque es belleza, porque es arte…

C. A.: Les despertaste algo interior porque si estaban allí es porque sentían una llamada, pero tú les diste algo más.

L. C.: Creo que hay que despertarlos al arte, porque el arte es belleza y aunque lo que hagamos no sea maravilloso, sí es maravillosa la belleza que nos empuja.

C. A.: Y la búsqueda, esa búsqueda constante de cada vez más que revela una profunda intuición…

L. C.: Es un don del que no podemos estar más que agradecidos, no orgullosos. Nos han regalado la estatura, el color de los ojos y esto. 

C. A.: Laura, tu formación es muy variada. Licenciada en Derecho, en Filosofía y Letras con la modalidad de Historia del Arte y Psicología. Doctora en Historia del Arte, te formaste también en la Escuela de Artes y Oficios y me gusta cómo te defines a ti misma, artesana, en la Comunidad de Madrid, en el Gremio de Artesanos de Cataluña y cómo reúnes en tu persona esa faceta investigadora y docente que llena tu vida y, ahora, novelista, a través del arte del tapiz. Me gusta como pones en tu currículum tu trabajo como artesana y además te defines así, artesana. Me encanta, porque reúnes en tu persona la formación teórica e investigadora y la dimensión creadora a través del arte del tapiz.

L. C.: Un arte al que he llegado en mi deseo de abrirme a otras dimensiones y, en este conocimiento, se despertó en mí el interés por los textiles. En los inicios de mi formación universitaria me quedé absolutamente sorprendida al ver que no había ni la menor mención a los textiles, entonces no sabía lo que eran los tapices, pero conocí cómo a través de los textiles se han disipado guerras, se han rescatado cautivos, comenzaron  guerras comerciales que han durado 1.300 años alrededor de la Ruta de la Seda, y me dije ¿y esto tan interesante nadie se ha acordado de ello? Llegué por casualidad un día a la Escuela de Artes y Oficios y vi un telar. Conseguí entrar en la clase fuera de plazo porque ya estaba la matrícula cerrada, pero la pasión que me entró fue tan desbordante que el Jefe de Estudios dijo:  “Quédate, hija mía”. 

C. A.: En tu novela describes esa experiencia de inmersión en el interior de La Real: los sonidos de las primeras voces, el chirrido del cabestrante, el crujido de la devanadera, el tintineo de las tijeras… Al leerlo, pensaba que revivías en la figura de tu protagonista, Guy, a la Laura que se sintió fascinada por aquel primer telar. Te agradezco muchísimo este personaje que es alma de la novela, la Real Fábrica de Tapices, y las personas y acontecimientos históricos que giran en su entorno, porque puede significar tu obra un importante acercamiento al conocimiento y valoración de lo que esta entidad española ha hecho en el arte del tapiz.

L. C.: Sí, es necesario conocer la historia de este arte y yo trato de darla a conocer a mis alumnas. Unas alumnas que cuando comenzaron creyeron que venían a entretener su tiempo y que muy pronto comenzaron a conocer, desde la práctica, la dificultad y la paciencia de montar el telar, de preparar la urdimbre sobre la que las lanas tejen los diseños propuestos. Tardamos mes y medio en montarlo. 

C. A.: ¿Mes y medio?

L. C.: La primera tarde, por ejemplo, nos la pasamos entera haciendo sumas y restas, cómo se calcula, cómo se mide, cómo hay que pesarlo… Estaban un poco asombradas y les dije “esto es lo que es aprender el oficio, lo que vosotras veníais a hacer ¿qué era?”.

C. A.: ¿Se desanimaron?

L. C.: No, en lugar de desanimarse están cada día más contentas y luego una vez a la semana presento la historia de los tapices… Nos hemos pasado un trimestre completo estudiando solo materiales, herramientas y procedimientos, recorrido de la historia desde el neolítico hasta hoy. Solo en materiales y herramientas me dije “se me van a morir” y no. Se despertó su vocación por la belleza y por crearlos.

C. A.: ¿Lo que haces en tu taller se enseña en alguna parte?

L. C.: En ninguna parte. Esta enseñanza, por ejemplo, no se da en la Real Fábrica.

C. A.:  Hubo una escuela que ahora se ha cerrado ¿No?

L. C.:  Es algo complicado… Los tapices empezaron a decaer en la Revolución Francesa, pero era una cuestión ideológica como pasa en todas las revoluciones. Los tapices nunca tuvieron una finalidad exclusivamente ornamental, porque estaban constantemente en la calle, eran lo mismo que los retablos barrocos o las fachadas medievales, enseñaban historia, enseñaban teología, estaban constantemente en la calle con motivo de cualquier fiesta, en los templos constantemente. Eran pagados por aquellos que disponían de medios, pero en realidad eran un bien público. 

C. A.: Eran materiales didácticos.

L. C.: Completamente, y además, eso hermoseaba y ayudaba a la gente a saber lo que es la belleza. Con la revolución francesa se inició la decadencia. 

C. A.: ¿En Bélgica también? 

L. C.: Sí, y, aunque había sido su industria más importante, cuando España perdió los Países Bajos en 1713, esta industria empezó a decaer y a finales de ese siglo desapareció el último taller. Lo que los españoles no saben o no defienden es que España tuvo un papel muy importante en el apogeo de este arte. Cuando España dejó Bélgica, este arte empezó a decaer y es justamente Felipe V quien en 1721 crea la Real Fábrica de Tapices en Madrid para promoverlo, pero no era la industria potente y libre que funcionaba en Bélgica, sino pequeñas fábricas que surtían a reyes y aristócratas, ya no era aquella industria potente y además libre que funcionaba en Bélgica, que vendían libremente su producto. 

El tapiz de la guerra narra ese momento de nuestra guerra civil en que La Real sufre la crisis y está a punto de desaparecer pero subsistió y, terminada la contienda, hubo un esfuerzo como no ha habido en época alguna: protección en las leyes, centros de formación, escuelas de artesanía, fundación de nuevas fábricas… Entre los años 50 y 60, en esos 20 años, la tapicería española alcanzó unas dimensiones jamás logradas, pero, a partir del año 80, empezó otra vez la decadencia, se cerraron todas las fábricas por Real Decreto, las escuelas dejaron de impartir la enseñanza, se cerró la escuela de artesanía que era una escuela maravillosa, se quemaron todos los archivos que se habían ido haciendo sobre artesanía española desde la época de la guerra hasta los años 80. Se destruyeron, con lo cual, todo el repertorio de trabajos artesanos españoles como si no hubiera existido. Se desmantelaron un montón de fábricas, se cerraron. Yo llegué a este arte de los tapices en el 82 que desde el 80 era un erial. 

C. A.: En el erial fuiste llamada a este arte…

L. C.: Justo en el erial, y es rarísimo, ¿no? No tenía ninguna tradición artística en la familia, pero me atrajo la investigación y publiqué, después de muchas incursiones por las editoriales, 37, el libro Cien años del tapiz español, mi primer libro, después, otros, artículos y, en este momento estoy llena de proyectos y demandas… todo es sembrar y esperar.

El taller de Laura de la Calle, Vián en la firma de sus tapices, queda en silencio, pero su arte habla en sus tapices y en la tradición que transmite a sus alumnas.

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