ARTE ARTÍCULOS

CONTEMPLAR LA PASION DE CRISTO EN LA PINTURA DE EL GRECO

Estamos en el tiempo litúrgico de Cuaresma. En lenguaje evangélico, vamos a acompañar a Jesús, que “sube a Jerusalén”. El Maestro ha visto muy claro que su obra de salvación, la oferta del Reino de Dios, ha sido rechazada frontalmente por los representantes del bíblico Pueblo de Dios y que, por tanto, la obra redentora del Verbo encarnado sólo podrá realizarse de manera cruenta. 

Ante este cambio de situación, el serio panorama que nos presenta el mismo Jesús para quienes deseen acompañarle no tiene vuelta de hoja: “Si alguno quiere venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, tome su cruz de cada día y que me siga. Pues el que ama su vida la perderá. mientras el que la pierde por mí la salvará” (Lc 9, 23-24). Tiempo éste, pues, de renovar la opción del seguimiento por un camino que conduce, inevitablemente, a la cumbre del Calvario, para hacerse uno con el Crucificado y con su Madre, que permanece fiel, al pie de la cruz, así como el discípulo amado.

¿Cómo reforzar el sentido existencial crístico, cómo sacar fuerzas de flaqueza, cómo afrontar, tal vez, el cansancio de creer? En el trayecto del existir cristiano, cuando el tiempo pasa y no pasa nada, el vigor de la fe se puede venir abajo y dar lugar al desfondamiento espiritual. El medio más eficaz para reforzar esa fe es la oración, pero tal vez no tanto la oración de súplica. No, la oración que nos adentra en el ámbito pasionista de Jesús y María es la contemplación, el pararse y mirar silenciosamente. Para ello, nada como el arte, las representaciones en las que se han ido plasmando las escenas escalofriantes del martirio sufrido por Jesús. Contemplación sin palabras y sin prisas que impidan el recogimiento. 

Mas no todas las plasmaciones artísticas consiguen generar en el ánimo lo más cercano a una sentida vivencia de ese momento doloroso del Señor o de su Madre. No vamos a hacer ahora un repaso de tantos artistas como han abundado en tema tan sugerente; nos vamos a centrar en uno de los más singulares del panorama universal y que, de modo preferente, hizo objeto de su obra el tema de la Pasión del Salvador: me refiero al Greco. Cretense, es cierto, y pintor de iconos en su origen, aunque al pasar por Venecia y Roma absorbió las deslumbrantes maneras de los epígonos de ambos lugares. Y, por fin, acabó afincándose en Toledo, ciudad que prestó al Greco el clima ambiental y social que le llevará a dar a su pintura el especialísimo carácter que adoptó, con unos niveles de originalidad y, digamos, de esencialidad, que muy pocos artistas han conseguido en la historia. Pero mantuvo, además, el tema de la representación del rostro de Cristo. El Greco continuó siendo pintor de iconos, mas con un estilo totalmente renovado que nos impacta. Sus abundantes pinturas del Salvador y lienzos de la Santa Faz nos hablan de sus orígenes bizantinos, pero supera el hieratismo de aquel mundo para darnos una imagen viva, llena de expresividad, que propicia la contemplación. 

No vamos a extendernos en consideraciones genéricas; nos vamos a centrar en lienzos de tema pasionista que presentan un campo de prodigiosas dimensiones para contemplar el misterio fundamental de nuestra fe. Y nos reduciremos a pocos temas: La Oración del Huerto, Jesús abrazando la cruz, La Santa Faz y el famoso del Expolio, asunto que abordó como nadie, del que tomamos el lienzo de la catedral de Toledo. 

¿Qué hallamos en la imagen de Jesús, en su expresión, tal como la pinta El Greco?, ¿cómo nos sitúa en actitud contemplativa? Y, para hacer este análisis, ¿cuáles son los factores en los que se plasma la expresividad emocional de sus figuras? Dos elementos sobresalen, mediante los cuales manifiesta la expresión vivencial de sus personajes: los ojos (la mirada) y las manos (el ademán). La altura magistral del Greco al pintar las miradas y los ademanes que adoptan las manos de sus imágenes, encuentra muy escasos competidores y, desde luego, lo sitúan en el nivel más elevado de los artistas de todos los tiempos. Pero vayamos a la contemplación de estas obras. 

LA ORACIÓN DEL HUERTO

El momento inicial de la Pasión que pinta el Greco se apoya en la narración de Lucas, quien incluye la figura de un ángel, que acude como celestial ayuda a confortar a un Jesús bañado en sudor de sangre. De los lienzos sobre el tema nos quedamos con  el que se halla en el museo de arte de Toledo (estado norteamericano de Ohio). Este lienzo posee una estructura y estilo pictórico que es una auténtica fantasmagoría, algo en lo que no podemos entrar. 

Centramos nuestra atención en la imagen orante de Jesús. Está arrodillado, envuelto en una amplia túnica de cuello desbocado y con el manto caído por el suelo, ambas prendas pintadas con brillante colorido carmín y azul. La expresión del Señor, de lívido rostro, es de ansiedad, pero sin llegar al desgarro angustioso. Tiene los ojos levantados hacia el cáliz que le muestra el ángel, mientras una leve ráfaga de luz desciende sobre él desde extrañas y fantasmales nubes. 

Jesús muestra sus manos abiertas, un gesto característico del Greco, en un ademán que podemos calificar de aceptación, en línea con el final de su oración al Padre: “… pero no se haga mi voluntad sino la tuya”. Y tampoco aparecen signos de sangre en su rostro. Estamos ante un Jesús en actitud que denominaríamos expectativa orante. No es una imagen trágica, en sentido estricto, aunque el rostro muestra un interior abrumado por la ansiedad y, a la vez, nimbado por la identificación con el querer del Padre. 

Al contemplar esta maravilla nos viene a la memoria la descripción, rebosante de saber psicológico, y con detalles de muy finos rasgos fenomenológicos, que hace Romano Guardini en su obra cumbre, El Señor (5ª P., cap. 12), titulado Getsemaní, un texto digno de ser leído con gran reverencia en la noche del Jueves al Viernes Santo. Imagen y texto se complementan y nos adentran en la dramática situación vivencial de Jesús.

JESÚS ABRAZA LA CRUZ

Más que una imagen de Jesús doliente aplastado por el peso de la cruz, El Greco nos trae al Señor en ademán de abrazarla. Hay diversas versiones del asunto, con la exclusiva figura del Señor, siempre de medio cuerpo. Y son dos los modos de representarlo, ligeramente vuelto hacia su izquierda y más de frente, así como son dos los tipos de indumentaria que lleva Jesús, con túnica rojiza y manto azul, y con túnica de tonos ocres, sin manto. En ambos casos el Señor tiene corona de espinas, de grueso trenzado y agudas púas, pero sin abundantes rasgos de sangre, algo muy propio del Greco. Jesús carga una gruesa cruz plana que podríamos imaginar muy pesada, más, sin embargo, en las imágenes donde viste túnica y manto nos sorprende la postura erguida y la levedad, casi de caricia, con que abraza la cruz, que parece no pesarle, aunque el madero es de grueso y macizo aspecto. 

Podemos decir que estamos ante un Cristo místico, una aparición que lleva la cruz como un signo triunfal, dominador, y no con expresión de dolor agudo, sino, más bien de paciente aceptación del tormento. Nos evoca una frase bíblica, tomada del salmo 39, y modificada por el autor de la Carta a los Hebreos: “Cuando Cristo entró en el mundo, dijo: Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me ha preparado un cuerpo… Entonces yo dije… “Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”(Heb 10, 5-6). Nos hallamos de nuevo, como en el lienzo del Huerto, ante la imagen del Redentor que acepta la voluntad de Dios Padre, mas ahora sin gesto angustioso o de dolor. Por el contrario, en el lienzo que designamos como segundo modelo, en el que Jesús viste sólo túnica de intenso color ocre, sí que hallamos signos expresivos del dolor que comporta el peso de la cruz, aunque predomina la paciente aceptación del martirio. También hay una diferencia en algo más de rasgos de sangre.

En ambos modelos Jesús tiene la cabeza levantada y los ojos mirando al cielo, con acusada elevación. Un rasgo que el pintor reitera en casi todos sus lienzos es el de los ojos brillantes, como arrasados en lágrimas (detalle que destaca en varios lienzos del Greco hecho a base de un recurso levísimo, un toque blanco que nos permite considerar al pintor como adelantado en tres siglos, ‘precursor’ del impresionismo). Estos lienzos del tema de Jesús Nazareno se prestan bien a la contemplación silenciosa del sufrimiento del Señor. 

LA SANTA FAZ: MIRAR Y SER MIRADO

Con esta frase un tanto enigmática pasamos a uno de los temas predominantes del Greco, en el que manifiesta su raíz de pintor de iconos; nos referimos a sus abundantes pinturas del rostro de Cristo con base en la estación del Vía Crucis en el que una mujer le limpia el rostro, y esa faz dolorida queda impresa en el paño; es la veron icon (en griego el verdadero rostro del Redentor), título que se asignó a la decidida mujer, la Verónica. El genio del cretense hizo innumerables versiones del tema. 

Todas ellas tienen el mismo rasgo definitorio: Jesús mira de frente al espectador. La expresión del Señor es de tal fijeza y fuerza que al pararse ante cualquiera de estas figuras se tiene la impresión de que no soy yo quien mira la imagen, sino, a la inversa, es el mismo Jesús quien fija sus impresionantes ojos en el que tiene delante. Por ello hemos puesto el subtítulo a este apartado; podemos decirnos: no soy yo quien contempla la faz de Cristo sufriente, es él quien me está mirando. 

Un escalofrío de asombro puede apoderarse del ánimo en esta experiencia, que trae a la memoria otro salmo: “Señor, tú me sondeas y me conoces…, desde lejos conoces mis pensamientos. Antes de que venga la palabra a mi lengua, tú, Señor, te la sabes toda” (S. 138,1-4).

EL EXPOLIO: MIRAR A JESÚS PACIENTE

Por último nos ocupamos del lienzo de El Greco, junto al del Entierro del señor de Orgaz, más famoso y repetido en ilustraciones: el Expolio de la túnica del Salvador. Es un tema infrecuente en la mayoría de los pintores, mas reiterado por el cretense en varias réplicas, la mayoría con idéntica composición y personajes, aunque en alguno el Greco eliminó parte de los que rodean al Señor. La escena del expolio concentra en torno a Jesús una turba numerosa, agresiva y vociferante, a excepción del centurión de brillante armadura, y la imagen de la Virgen junto a las otras mujeres, que respiran aflición.

Nos vamos a limitar al lienzo que centra el altar de la sacristía de la catedral de Toledo. Y una advertencia es oportuna: Para contemplar la imagen de Jesús, de su rostro, mirada y ademán de la mano derecha tenemos el riesgo de quedar atrapados por el impacto de la túnica de restallante color rojo que viste el Redentor. La escena nos ofrece más de un motivo de contemplación: como conjunto, el contraste admirable entre el estallido de ira y rencor de la turba frente a la absoluta serenidad y paz que emanan de la figura de Jesús, de sus divinos ojos, y, abajo, la presencia de María y las mujeres que miran absortas la preparación de la cruz. La contemplación del Salvador nos habla bien de la actitud de libre aceptación del tormento de la Pasión. Dos detalles de su figura lo evidencian: ante todo, la expresión del rostro, la mirada de hermosos ojos vueltos al cielo y arrasados en lágrimas, y la mano derecha sobre el pecho, sin el menor signo de crispación. Todo ello nos vuelve a recordar las palabras sálmicas: “Aquí estoy yo para hacer tu voluntad. Lo quiero, llevo tu ley en las entrañas” (S. 39, 8-9). La multitud de verdugos y soldados acosa a Jesús, sin conmoverlo; alguno de los verdugos inicia el acto de arrancar la túnica del cuerpo del Salvador mientras otro lo insulta. Y un contraste más apreciamos: la imperturbable indiferencia del centurión, vestido con brillante armadura, similar a la del señor de Orgaz y propia del s. XVI más que de soldado romano, rasgo que aprovecha El Greco para mostrarnos magistralmente el reflejo rojizo de la túnica de Jesús en el pulido acero. 

Tal vez sea éste, junto a otros pocos, el lienzo donde la figura de Jesús nos sumerge en un mundo de plenitud existencial que nos testimonia la condición divino-humana del Señor, su identificación total con el plan de Dios, con la voluntad del Padre. La carencia de rasgos cruentos, como la ausencia de corona de espinas, que sí porta el Señor en otras réplicas del tema, contribuye a dejarnos una imagen neta de la paciencia con la que Jesús afrontó su Pasión, tras la angustia abrumadora sufrida en el huerto de Getsemaní.

El Greco nos ofrece otros varios testimonios como fuente de contemplación de la imagen sufriente del Salvador. Para comentarlos nos extenderíamos muy por encima de los límites de este texto. Queden para otra oportunidad. Los aquí traídos dan para un denso y ponderado acercamiento a Jesús, tal como recomendaba a sus hijas la Santa Madre Teresa de Jesús: “No quiero que le digáis nada, basta con que le miréis”.  

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