OPINIÓN

LA PALABRA, PUENTE DE COMUNIÓN

El 22 de enero, en el periódico El País, Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia escribía: “Recurrir al verso de Blas de Otero Me queda la palabra en situaciones de desconcierto es un lugar común. ‘Si he perdido la vida, el tiempo, todo lo que tiré, como un anillo, al agua, me queda la palabra’, decía el bien conocido texto. Para disentir o para acordar, seguimos creyendo que siempre nos queda la palabra. El medio más propiamente humano para construir la vida compartida”1.

En su texto, sigue definiendo a esta palabra como algo característico del ser humano, algo que le hace social porque le permite deliberar sobre lo justo y lo injusto, sobre lo conveniente y lo dañino. Una palabra a la que considera base de la familia y de la amistad, de la comunidad política que “congrega diversas familias y diversas etnias” y que se diferencia de ellas porque tiende al bien común. Una palabra que acontece en el diálogo y es ese diálogo el que debería sustituir a la violencia que se impone hoy en el acontecer diario.

Una palabra que tiene como meta la comunicación entre las personas y para alcanzarla ha de tender un puente entre el hablante y el oyente, entre el emisor y el receptor. Pero un puente que se debe sostener para poder recorrerlo en varios pilares: la inteligibilidad de lo que se dice, la veracidad del hablante, la verdad de lo afirmado y la justicia de las normas. “Si no es así, no hay auténtico diálogo, sino violencia por otros medios verbales: discurso manipulador, discursos del odio, que dinamitan los puentes de la comunicación y hacen imposible la vida democrática”.

Efectivamente, uno de los elementos más importantes de la comunicación verbal es la palabra hablada o escrita que tantos veces buscamos y se nos escapa, vuela, como afirmaba María Zambrano en su presentación de uno de sus libros Claros del bosque, a los estudiantes del Colegio mayor San Juan Evangelista de Madrid: “La palabra ha sido en mí desde el principio, en mi pensamiento y en mi alma, eso justamente, el principio como dice el Evangelio de San Juan: ‘El principio era el Verbo, y el Verbo era luz, y la Luz era Vida, y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros lleno de gracia y verdad’”.

Y afirma que esta revelación la sostuvo a lo largo de toda su vida, y en su estudio aparecía cada vez más la palabra, el lenguaje en forma, sirviendo a la razón, al logos y expresa que sentía a la palabra como algo que circula, como algo que se va y vuelve, como algo que no puede ser propiedad jamás de nadie, ni de uno solo, sino de todos.

Esta palabra necesaria y viva puede ser abismo o puente de comunión. Necesitamos decir esa palabra comunión que se construye entre todos y que alimenta la fraternidad en la familia humana a la que pertenecemos. Una palabra-diálogo que construye la paz. El deseo y construcción de la paz, de la fraternidad, no solo se hace con palabras, sino con gestos que la construyen. 

Entre esos gestos cabe destacar, por un lado, la conmemoración que se hacía el pasado 4 de febrero del documento sobre La fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común que se firmó el pasado 4 de febrero de 2019 en Abu Dabi por el papa Francisco y el Gran Imán de Al-Azhar Ahmand Al-Tayyed en el que se invitaba a la reconciliación y a la fraternidad, a la conciencia viva que repudia la violencia aberrante y el extremismo ciego, a que este sea un testimonio de la grandeza de la fe en Dios que une los corazones divididos y un símbolo del abrazo entre Oriente y Occidente, entre el Norte y el Sur y entre los que creen que Dios nos ha creado para conocernos, para cooperar entre nosotros y para vivir como hermanos que se aman, y, por otro, las palabras del papa Francisco en el mensaje del 24 de enero, en la 54 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, en las que denunciaba la violencia y falsedad de los mensajes que construimos y consumimos: “A menudo, en los telares de la comunicación, en lugar de relatos constructivos, que son un aglutinante de los lazos sociales y del tejido cultural, se fabrican historias destructivas y provocadoras, que desgastan y rompen los hilos frágiles de la convivencia. Recopilando información no contrastada, repitiendo discursos triviales y falsamente persuasivos, hostigando con proclamas de odio, no se teje la historia humana, sino que se despoja al hombre de la dignidad”.

Y alentaba, “en medio de la confusión de las voces y los mensajes que nos rodean” a escribir un relato humano que nos hable de nosotros y de la belleza que poseemos. Nos animaba a crear “una narración que sepa mirar al mundo y a los acontecimientos con ternura; que cuente que somos parte de un tejido vivo; que revele el entretejido de los hilos con los que estamos unidos unos con otros”.

Palabras comunión para un mundo que sufre el ataque de los fanáticos como revelan los últimos asesinatos en Alemania. Palabras y gestos que abrazan y no manos sedientas y ejecutoras de violencia fratricida.

 

BIBLIOGRAFÍA

1. Cortina, Adela. El País, 22 de enero de 2020, pág. 11.

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