Uno de los significados del verbo to trump en inglés es derribar, derrocar… Desde el comienzo de su presidencia, esto es precisamente lo que han intentado muchos, hasta ahora sin éxito. El deseo de comenzar un proceso de destitución es ¡casi anterior al resultado de las elecciones de 2016! Es decir, al temor de que Donald Trump resultara ganador, como así fue –sorprendentemente para muchos–, pero casi predeciblemente dada la polarización que se había provocado en el país, el sentimiento de abandono de las clases trabajadoras y de lo que se podría llamar la América profunda, el temor por la amenaza a valores tradicionales, etc…
En los meses anteriores a unas nuevas elecciones, se recrudecen los temores por parte de los dos bandos: ¿qué pasa si gana Trump de nuevo? ¿Y qué pasaría si ganara Sanders? Quizá anticipándose a posibles escenarios, el partido demócrata, encabezado para este asunto por Nancy Pelosi, decidió poner en marcha, precisamente en estos momentos, el proceso de destitución, incluso a sabiendas de que lo más probable (como así sucedió) es que no desembocara en la destitución real.
¿Qué es un proceso de destitución en la política de Estados Unidos y cómo se desarrolla?
El proceso de destitución (impeachment) arranca de la historia constitucional británica, y se remonta al siglo XIV, como manera en que el Parlamento podría responsabilizar a los ministros del rey por sus acciones públicas.
Durante la Convención Constitucional Federal que inauguró Estados Unidos como país, los arquitectos de la Constitución debatieron mucho sobre si realmente sería necesario incluir artículos de impeachment, cómo, cuándo y qué delitos merecerían tal destitución. Las grandes categorías de delito serían: traición, sobornos, mala administración, obstrucción de procesos judiciales.
El proceso tiene que ser iniciado por la Cámara de Representantes (es decir, los representantes de los Estados, o the House of Representatives). Una persona individual puede iniciar el proceso y entonces la Cámara tiene que votar si pasarlo al Senado, que llevaría a cabo el juicio y daría la decisión final. En este momento, la Cámara está controlada por los demócratas, mientras que el Senado tiene una mayoría republicana… lo cual en esta situación casi determina el resultado final. Concluido el juicio, el Senado tendría que dar el veredicto final sobre la destitución, pero se necesita una mayoría de dos tercios de votos, lo cual en este caso concreto sería prácticamente inalcanzable, a no ser que algunos republicanos se opusieran a Trump… y únicamente había una voz republicana, la de Mitt Romney, contra Trump.
¿Cuáles era los cargos para una posible destitución de Trump?
Lógicamente, aunque el deseo de destituir a Trump naciera ya en noviembre de 2016, con el inicio de la presidencia, el proceso es demasiado serio como para comenzarlo simplemente porque la figura de Trump fuera antipática a muchos. Es necesario presentar artículos de destitución. Los artículos, que venían amenazándose desde antiguo, no se presentaron hasta el otoño de 2019, con el debate en la Cámara y la votación final a finales de 2019. El juicio en el Senado tuvo lugar ya en enero de 2020, ya casi a punto de iniciarse las primarias presidenciales.
Los dos artículos se refieren a la misma situación, pero con dos cargos distintos. El primero es de abuso de poder. “El presidente abusó de los poderes de la presidencia, ya que… solicitó la interferencia de un gobierno extranjero (Ucrania) para que investigara a Joseph Biden y su hijo Hunter…”. Tales investigaciones redundarían en su propio beneficio político al influir las elecciones de 2020. La idea sería que la publicación de tales investigaciones minaría la credibilidad del anterior vice-presidente, uno de los principales contrincantes para las elecciones de 2020. El otro punto de las investigaciones de Ucrania estaría dirigido a demostrar una teoría desacreditada fomentada por Rusia alegando que habría sido Ucrania, en lugar de Rusia, quien interfirió en las elecciones presidenciales de 2016.
El artículo también indica que Trump puso presión sobre el gobierno de Ucrania para dar estos pasos, al condicionar actos de valor significativo para Ucrania a estas investigaciones. Tales actos de valor significativo serían la entrega de fondos de ayuda militar, y una reunión en la Casa Blanca con el presidente ucraniano Zelensky, que daría legitimidad a su resistencia a su lucha contra los separatistas apoyados por Rusia. Trump ha negado que pusiera tal presión sobre Ucrania, aunque la falta de claridad de las declaraciones del personal de la Casa Blanca siembran la duda.
El artículo alega que, en tal abuso de poderes presidenciales, Trump puso en peligro la seguridad nacional y otros intereses nacionales vitales para obtener beneficios políticos personales, y de ese modo traicionó también a la nación abusando de su poder para corromper las elecciones democráticas mediante la intervención de un poder extranjero.
El segundo artículo, relacionado con el primero, trata de la obstrucción del proceso, negando acceso a la documentación. Esto no es nuevo en los procesos de destitución. Anteriores presidentes que pasaron por tal proceso (Jackson, Clinton) también se negaron a cooperar. Nixon estuvo a punto de entrar en tal juicio también, pero renunció a la presidencia antes de que comenzara el proceso.
Y ahora, ¿qué?
Ahora, inmediatamente de su absolución, Trump, lejos de estar trumped, ha demostrado su decisión de controlar férreamente el gobierno, alejar a quienes percibe como no suficientemente leales y recompensar a quienes lo han defendido. En los últimos días, Trump ha hecho uso de sus poderes de perdón presidencial absolviendo o condonando penas a distintos personajes acusados de corrupción.
Aparte de los rumores de posibles represalias contra quienes testificaron o se pusieron contra él –ya anunciadas en los famosos tweets del presidente– ahora el país se enfrenta a unas elecciones complicadas y extrañas. Si lo que esperaban los demócratas (dado que no podían realistamente confiar en un veredicto de destitución) era minar la credibilidad de Trump, lo más posible es que no lo hayan conseguido y que hayan alimentado el fuego de los defensores de Trump. De hecho, aunque varios representantes republicanos de la Cámara habían expresado su preocupación por la conducta del presidente, la mayoría de los políticos republicanos están con él o guardan silencio. Quienes hace tres años dudaban públicamente de su idoneidad como presidente, tales como Lindsey Graham o Ted Cruz, son ahora sus defensores más apasionados. El único que ha expresado su oposición ha sido Mitt Romney y, aunque haya otros que opinen lo mismo, no están hablando, al menos de momento.
Los procesos de destitución se han llevado a cabo históricamente cercanos a las elecciones. Es una táctica electoralista, y lo cierto es que ningún presidente procesado tuvo acceso a la presidencia en las siguientes elecciones. En el caso de Clinton, no podía ser reelegido de todas maneras, pero su partido perdió la elección. Eso no parece totalmente asegurado en esta elección, aunque sí temen, unos y otros, la pérdida de escaños en el Congreso. El proceso de destitución, que es una garantía democrática constitucional, es extrañamente peligroso y, de alguna manera, daña la credibilidad de partidos e instituciones.
Así que, ahora es el momento de enfocarse en las elecciones. Ambos lados utilizarán los argumentos del proceso para apoyar a sus candidatos. Los demócratas, y sobre todo Nancy Pelosi, la portavoz, tratarán de seguir apuntando a lo que perciben como abusos de poder y corrupción, y de demostrar que los logros económicos de la administración Trump no lo son tanto… pero van a tener problemas en convencer a la clase trabajadora que percibe su futuro económico con más optimismo. Y, curiosamente, el partido demócrata sigue cojeando en este aspecto por las mismas razones que llevaron a su derrota en 2016: el partido que se supone sea más del pueblo atrae más a una juventud de profesionales liberales y yuppies, pero no tanto a la clase obrera.
El campo de Trump utilizará el proceso como un evidente fracaso de lo que ha llamado caza de brujas, para desprestigiar al partido demócrata. Biden podría esperar salir adelante con la imagen de víctima, pero para otros tal imagen estará dañada por la culpa por asociación. Biden representa a algunos grupos demócratas tradicionales y afro-americanos, pero hasta el momento no ha visto el ascenso en las encuestas que favorecen más a Bernie Sanders, el candidato más radical izquierdista, a Butlieg, o a Bloomberg. Se esperaba quizá que Barack Obama mostrara su apoyo más a una mujer (hay dos en la carrera, Elizabeth Warren y Amy Kobluchar), pero parece que está más bien demostrando su apoyo a Bloomberg, el que fuera alcalde de Nueva York.
Para quienes cuestionaron la sabiduría de llevar el proceso de destitución en este momento (no la necesidad, sino el momento), el enfocarse en las elecciones siempre era lo mejor. En ese momento, el tema no sería si Trump había cometido delito, sino si el pueblo pensaba que debía seguir en el poder. Eso, pensaban no sería tan polarizador, la que ninguno de los partidos podría acusar al otro de tratar de sofocar la voluntad del pueblo. Pero eso no ha ocurrido y, cualquiera que sea el resultado de las elecciones—sobre todo si la diferencia de votos es muy escasa—lo que se habrá conseguido será una mayor división de la nación, un aumento de extremismos y una continuada tensión. El daño ya se ha hecho –por las dos partes–. Trumping Trump puede estar algo más limitado a un muto trumping…
Comments