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GRACIAS, VALENTINA

En este mes de marzo en el que las noticias sobre el progreso del COVID- 19 en España nos inundan como viento gélido en día de invierno, un nombre salta a las rotativas y medios de comunicación, Valentina Cepeda. Conocemos su nombre y su oficio, limpiadora en el Congreso de los Diputados, y es esta mujer quien sube las gradas repetidamente tras la intervención de cada diputado. Hace sencillamente su trabajo en un pleno inusual por las circunstancias y por la reducida presencia de diputados ante las excepcionales medidas que el estado de alerta supone. Una mujer de la que solo conocemos su rostro y la responsabilidad con que ejecuta su trabajo una y otra vez para evitar la extensión del contagio del virus al que estamos expuestos.

Muchas Valentinas están haciendo su cotidiano trabajo para que otros puedan seguir gestionando la vida de un país conmocionado y encerrado en casa para detener la expansión de un virus que nos amenaza. Sea esta nuestra gratitud a todas aquellas personas que hacen que este encierro pueda ser soportado en las mejores condiciones. A los medios que nos ofrecen la continuada información de un mundo detenido por una imagen amenazante, la del Coronavirus; a los sanitarios que realizan su labor generosa en condiciones a veces extremadamente difíciles porque carecen de los medios necesarios para proteger su vida; a los cajeros y cajeras de los supermercados que han aguantado estoicamente, de pie y con una sonrisa, el histerismo colectivo de compras compulsivas de sol a noche; a las fuerzas de seguridad que velan por acrecentar la responsabilidad en una población herida por el miedo y el riesgo de la precariedad de un futuro dominado por el expediente de regulación temporal de empleo; a esos desconocidos hombres y mujeres que, desde su sencillo e ignorado trabajo, nos permiten vivir cada día, tomar el pan caliente y saborear los frutos de la tierra que nos vive. 

Una tierra en la que nos sentimos hermanos, en la que no sentimos división sino en la que experimentamos la unidad, una unidad vivida en un aplauso a aquellos que velan y están dando la vida por nuestra salud, amenazada por algo impalpable que nos envuelve. Pero también es ocasión de una oportunidad, la de volver a casa, la de sentir la protección y no el encerramiento de un abrigo que nos protege del frío, que nos libera del calor, que nos hace disfrutar juntos de la luz de los ojos que, a veces, en la cotidianidad de la prisa, nos olvidamos de mirar. Es posibilidad de encuentro cercano con los que convivimos y encuentro virtual con los que sentimos amigos y que nos devuelven las perspectivas de una realidad que, en muchas ocasiones, nos hace sonreír a pesar de la fragilidad y dolor del momento que vivimos.

Por otro lado, quizá esta situación nos haga reencontrarnos con valores antiguos o descubrir los nuevos que la prisa, el ruido, el estrés de la vida cotidiana, habían ocultado en la carrera desenfrenada de una vida consumista de lugares, personas, objetos, deseos.

Esta realidad que vivimos nos tiene que ofrecer un nuevo sentido, en el que la solidaridad, la generosidad, el amor a los otros con riesgo de la vida se conviertan en valores cotidianos. Y a este respecto, me resuenan las palabras de la biblia “conviene que muera un solo hombre por el pueblo” (Jn 18, 14). Son muchas las muertes y pérdidas a lo largo de estos meses, ¿Nos enseñarán una nueva forma de vivir? 

A esas mujeres y hombres que cuidan la vida, que la sostienen, les dedico esa Voz a ti debida en estos versos de un poeta, Pedro Salinas:

Tú vives siempre en tus actos.

Con la punta de tus dedos

pulsas el mundo, le arrancas

auroras, triunfos, colores,

alegrías: es tu música.

La vida es lo que tú tocas.

De tus ojos, sólo de ellos,

sale la luz que te guía

los pasos…

Que el mundo entero sea un recital de esa música serena en la luz de tantas miradas que tocan la vida.

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