ARTÍCULOS CINE

¿EL FIN DE LAS DISTOPÍAS?

Hemos vivido una distopía. Estamos viviéndola. Hemos experimentado algo que sólo habíamos visto en películas apocalípticas siempre consideradas improbables y poco verosímiles. 

Hemos comprobado en nuestras carnes con dolor, angustia y miedo, que la distopía ya no pertenece a la ciencia ficción, sino que es algo real que está ya aquí, dentro de casa, ni siquiera a la vuelta de la esquina. Ese tipo de películas, que se concebían como productos de evasión y entretenimiento, ya no van a ser percibidas de la misma manera, e incluso muchos espectadores les darán la espalda durante un largo tiempo, no queriendo revivir el horror. Y eso a pesar de que muchas de ellas terminaban con un desenlace de esperanza, con un mensaje de segundas oportunidades. En cualquier caso, y ante la duda sobre el futuro de las distopías en el cine, que a buen seguro van a vivir una transformación decisiva, vamos a repasar algunos títulos interesantes, releídos desde nuestra experiencia presente.

Muchas películas distópicas se construyen sobre un esquema paradójico. Por un lado, es evidente que, conscientemente o no, ilustran lo iluso e inconsistente de la soberbia del hombre moderno, mucho más vulnerable de lo que se cree mientras disfruta de su vida consumista. Estas películas suelen disparar a la línea de flotación de la autosuficiencia de una sociedad narcisista y encantada de conocerse. Pero a la vez, los héroes y protagonistas de estas cintas, sobre todo las americanas, son finalmente capaces de vencer la epidemia o la catástrofe, con su voluntad y su ciencia, restaurando la autosuficiencia perdida.

La ciencia contra los virus

En primer lugar, reseñamos algunas películas que giran en torno a pandemias víricas y la búsqueda de un antídoto o vacuna. La primera cita ineludible es Contagio (S. Soderbergh, 2011), un largometraje que trata de una turista norteamericana que en Hong Kong se infecta de un virus mortal que en seguida se extiende por todo el mundo, transmitido de persona a persona. Sobrecoge el parecido con la pandemia del coronavirus. Es curioso que esta cinta, con un reparto de lujo y bien tratada por la crítica, fue bastante menospreciada por el público, y durante estos meses del confinamiento se ha convertido en una de las películas más vistas, creciendo en un 86% su número de visionados. Otra película redescubierta por las actuales circunstancias es la surcoreana Virus (Kim Sung Soo, 2013), de temática bastante similar.

Sin duda es interesante Epidemia (W. Petersen, 1995), protagonizada por Dustin Hoffman y Morgan Freeman, y que trata de un virus mortal que llega a Estados Unidos desde África. En este caso, la cinta se centra en los esfuerzos científicos por encontrar una cura, y en el juego sucio del poder, usando mentiras y ocultaciones, algo que parece que tampoco nos es ajeno del todo. 

Menos conocida, más antigua y mucho más apocalíptica es la coproducción japo-canadiense The End (Kinji Fukasaku, 1980), que nos habla de un virus que en siete meses mata a toda la humanidad, excepto a los que viven por debajo de los diez grados bajo cero. Por esta razón nuestros protagonistas van a ser unos científicos que trabajan en una misión en la Antártida. 

En los noventa se estrenó una película de culto, 12 monos (T. Gilliam, 1995) que se sitúa en el 2035, cuando una pandemia producida por un virus ha diezmado la humanidad. Los supervivientes viven en comunidades subterráneas, donde el prisionero James Cole se ofrece para viajar al pasado y conseguir una muestra del virus, para que los científicos puedan fabricar una vacuna. 

En el ámbito de las series también encontramos ejemplos de epidemias de virus letales, como Apocalipsis (M. Garris, 1994) o Pandemia (A. Mastroianni, 2007). Vemos que, más o menos todas estas producciones tienen el mismo esquema, demostrado insuficiente: en la ciencia están las respuestas.

La amenaza de microbios, mutaciones y enfermedades extraterrestres

Si abandonamos el mundo de los virus, y entramos en el de otro tipo de amenazas químicas o biológicas, encontramos a principios de los setenta una curiosa adaptación de un libro de Michael Crichton, protagonizada por Arthur Hill, La amenaza de Andrómeda (Robert Wise, 1971). En esta cinta de ciencia ficción, con un esmerado trabajo de dirección artística, se nos habla de un microbio llegado del espacio que causa efectos letales. Un grupo de científicos trabaja en un laboratorio subterráneo tratando de encontrar una solución. Pero son más interesantes dos películas que tratan de una infección que afecta exclusivamente a las mujeres. En Hijos de los hombres (A. Cuarón, 2006) las mujeres ya no pueden tener hijos, y la humanidad está abocada a la extinción; en La luz de mi vida (C. Affleck, 2019) un hombre oculta a su hija en un mundo en el que ya no quedan mujeres. En ambos casos, la película ofrece una sugerente y esperanzadora metáfora sobre el ser humano, a la vez que hace una dura crítica de nuestro modelo actual de sociedad. Además, la primera cuenta con alguna escena que rinde un hermoso homenaje a la maternidad, y la segunda, a la relación paterno-filial.

La infección zombie: una metáfora del hombre moderno

Si adoptamos una perspectiva más filosófica deberemos fijamos en una de las grandes modas de la última década: el cine –y las series– de zombis. Una infección que se transmite de persona a persona, y que convierte al infectado en un mero cuerpo deshumanizado y depredador. Si entendemos esas historias en clave metafórica, y no solo como meros productos de entretenimiento, nos encontraremos con interesantes reflexiones. 

El zombi puede ser visto como una representación mítica del hombre moderno: un deambulador sin sentido, ávido de consumir, depredador del semejante, individualista muerto viviente. Pero, además, como apunta el ensayista Martínez Lucena en sus dos obras sobre este tema (Vampiros y zombis posmodernos, 2010, y Ensayo Z, 2012), el zombi, como “no muerto”, se caracteriza por ser solo cuerpo, sin alma, expresión lógica de una cultura materialista y positivista. Como afirma este autor, vivimos una plaga cultural caracterizada por “la infección de la desesperanza, de la abulia, del aburrimiento y la pérdida de horizontes de acción y de pensamiento”.

Dentro de este género, junto a los títulos puramente taquilleros y de entretenimiento, encontramos otros que encierran propuestas antropológicas y filosóficas de cierto interés. Es el caso de Memorias de un zombie adolescente (J. Levine, 2013). El argumento se basa en la novela R y Julie, de Isaac Marion, y nos cuenta la relación que se establece entre Julie y un zombi. Ella es una cazadora de zombis, y él, obviamente, es un atacante peligroso. Pero cuando, después de haberse comido a su novio, ve llorar a Julie, en el zombi se pone en marcha un eco de humanidad que va a despertar paulatinamente todos los anhelos que caracterizan al corazón humano. Esta humanización rompe la barrera insalvable entre vivos y no-muertos, y en seguida se manifiesta contagiosa: todos los zombis albergan el deseo de volver a sentirse humanos. En la perspectiva antropológica que hemos adoptado, no podemos no interpretar esta cinta en clave esperanzada: a pesar de nuestra deshumanización, es posible volver a despertar nuestro corazón. Cualquier gesto de ternura, compasión o hermosura, puede reabrir la herida cerrada de nuestra exigencia infinita de bien, paz, amor, belleza y justicia.

No vamos a citar aquí la ingente cantidad de películas y series de temática zombi, con sus variantes paródicas tipo Orgullo y prejuicio y zombis. Sólo haremos una mención de Soy Leyenda (F. Lawrence, 2007) singular adaptación de una novela de R. Matheson. Por un lado, presenta los riesgos de la investigación genética y la ilusión de un futuro en el que todo está bajo control. La película sugiere la amenaza del progreso mismo, entroncando con la gran literatura de ficción anti-cientifista de mediados del siglo XX. En ese sentido se puede deducir de la película que los avances eugenésicos pueden terminar produciendo monstruos como los del filme. Otro aspecto interesante es cuando el agnóstico personaje exculpa a Dios del desastre y carga sobre el hombre toda la responsabilidad de lo ocurrido, recordando los límites morales del ejercicio de la ciencia. Por último, el sacrificio del protagonista no deja de ser una analogía crística de quien entrega su vida para salvar al género humano, encarnado en este caso en la imagen de una mujer y su hijo, metáfora de la esperanza de un futuro mejor.

Conviene terminar este breve repaso por las distopías cinematográficas, recordando la lección que no sólo debemos sacar de ellas, sino sobre todo de la experiencia vivida con la pandemia del coronavirus, y que la expresó muy bien el capuchino Cantalamessa en su homilía en San Pedro el pasado Viernes Santo: “Nosotros también, después de estos días que esperamos sean cortos, nos levantaremos y saldremos de las tumbas de nuestros hogares. No para volver a la vida anterior, como Lázaro, sino a una vida nueva, como Jesús. Una vida más fraterna, una vida más humana”.

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