Para el final de la década de los 90, el dominio político y militar de los Estados Unidos en el mundo empezaba a erosionarse. Osama bin Laden y su organización terrorista declaró la guerra a Estados Unidos en 1996. Un año más tarde, al Qaeda bombardeó las embajadas de Estados Unidos en Kenia y Tanzanía, y los ataques del 11 de septiembre de 2001 provocaron la reacción militar por la que Estados Unidos entró en diversos conflictos y guerras aparentemente interminables. Uno de los picos de tales conflictos se dio el pasado enero con la ejecución del líder iraní Soleimani, responsable de diversos ataques sangrientos contra el personal de Estados Unidos en la región.
Irán respondió con una serie de amenazas contra Estados Unidos, a lo que siguieron contra-amenazas del gobierno estadounidense, hasta que se logró una cierta, pero muy precaria estabilidad. Irán posee docenas de misiles y podría lanzar una serie de ataques contra fuerzas militares estadounidenses en Irak. También podría dirigir su ataque, uniendo fuerzas con Hezbolá, contra Israel, cercano aliado de Estados Unidos en la región. Gran parte del conflicto está referido a las incursiones de verificación de los acuerdos nucleares en Irán.
En medio de la tensión que afectaba a toda la región, ya se estaba dando el primer brote de coronavirus en China. La presencia de una posible pandemia hacía temer por la continuación del programa de verificación en Irán, que ya estaba pasando por enormes dificultades a causa de la feroz resistencia de Irán a las visitas, particularmente a dos localidades que pudieran haber albergado material nuclear y que no han sido declaradas. Las visitas de los inspectores se hacen más difíciles durante la pandemia y mientras tanto se desconoce lo que podría estar ocurriendo en las plantas nucleares de Irán. Es posible, sin embargo, comprobar la actividad de manera remota, como ocurrió el pasado julio, cuando Irán aumentó el enriquecimiento de uranio por encima de los niveles establecidos; entonces, monitores atómicos a 4.000 kilómetros de distancia pudieron detectar el cambio. Con todo, la situación se complica y pudiera dar licencia a Irán para convertirse en una potencia mucho más peligrosa durante esta situación. El acuerdo de la ONU de embargo de armas a Irán caduca en seis meses, y desde Estados Unidos, ya se está pidiendo al Consejo de Seguridad de la ONU que lo prolongue, antes de que la violencia iraní se desate. Recientemente ha lanzado un satélite que, si bien consistía en una cámara web, los elementos con los que se fabrican estos aparatos son los mismos que para los misiles de largo alcance.
La pandemia, con todas sus repercusiones económicas está, además, obligando a replantear gran parte de la política internacional de Estados Unidos que ya estaba recibiendo clamores y presiones a cambios radicales en los recientes años.
Hace unos meses, la revista Foreign Affairs, en su número de marzo-abril dedicaba varios artículos a analizar la hegemonía militar de Estados Unidos y a sopesar las ventajas e inconvenientes de mantener tal hegemonía o más bien retirarse de ese panorama en favor de una política mucho más ad intra y mucho más nacionalista y aislada.
Como contrapunto, se señalaban también las implicaciones económicas de la presencia de Estados Unidos en el panorama mundial. En su editorial, Gideon Rose presentaba el cuestionamiento del país sobre su papel, introduciendo los argumentos para la retirada o el renacimiento. Algunos aseguran que tiene sentido rebajar compromisos globales hegemónicos, sin abandonar un papel central en el panorama internacional. Otros aseguran que es el momento de que Estados Unidos se retire de muchos escenarios, y en particular del del Oriente Medio y que concentre su atención en redirigir la economía global hacia lugares de más justicia.
En el momento en que estos artículos iban a prensa, el COVID-19 parecía una amenaza lejana que –inverosímilmente– podría no alcanzar a Estados Unidos. O quizá los países occidentales en general habían confiado excesivamente en sus capacidades de responder y contener la amenaza y seguir su vida como si no pasara nada.
Ahora la pandemia hace estragos en todos los países, pero eso no quiere decir que muchas políticas subyacentes hayan dejado de estar presentes y, en cierto modo, acuciadas por la nube de hecatombe económica que se presenta, quizá cobren fuerza en sus reivindicaciones –por todos lados. Cuando al fin se levante la nube, seguramente nada será como antes. Pero ¿debería Estados Unidos mantener sus políticas, particularmente referidas al Oriente Medio?, ¿o debería retirarse? Seguramente la respuesta va a depender también de las posibilidades reales que tengan los países al final de la pandemia para entrar en políticas beligerantes… o de cooperación, que sería la utopía.
La locura de retirarse
El presidente Donald Trump ha cuestionado la utilidad de las alianzas de los Estados Unidos y su presencia militar en Europa, Asia y el Oriente Medio. No le gusta la idea de una comunidad compartida de sociedades libres, y se siente atraído por líderes autoritarios. Hasta ahora, sus opiniones no han sido compartidas por la mayoría de los líderes republicanos. La mayoría de los demócratas piensan que la presencia tiene que seguir en Asia y Europa, pero quizá no en el Oriente Medio. Desde la derecha y la izquierda hay un creciente coro de voces que piden una estrategia de retirada, por la que Estados Unidos retiraría sus fuerzas militares de casi todo el mundo y reduciría sus compromisos de seguridad. Esto surge de la opinión de que Estados Unidos se ha prodigado excesivamente en países que en realidad no tienen mayor influencia para sus intereses nacionales. Los críticos de dejar las cosas como están arguyen que Estados Unidos debería dar dos pasos: uno es la propia retirada de compromisos actuales, tales como las intervenciones militares en Oriente Medio. El segundo paso sería una política de contención: definir los intereses de Estados Unidos, evitar intervenir en guerras a no ser que tales intereses nacionales se vean amenazados y presionar a las naciones a cuidar de su propia seguridad.
En la práctica, este enfoque significaría finalizar operaciones militares en Afganistán, retirar fuerzas del Oriente Medio, y no tomar la responsabilidad de la seguridad de otros estados. Quienes proponen este enfoque, tanto de izquierda como de derecha, aseguran que Estados Unidos estaría mucho mejor si redujera sustancialmente su huella militar global y sus compromisos de seguridad.
Por su parte, Thomas Wright, director del Centro de Estados Unidos y Europa asegura que la retirada global sería un grave error. “Al disolver las alianzas de Estados Unidos y terminar la presencia de las fuerzas militares, esta estrategia desestabilizaría la seguridad regional en Europa y Asia, y también aumentaría el riesgo de proliferación nuclear, daría fuerzas a nacionalismos de ultra-derecha en Europa y agravaría la amenaza de un conflicto de poder”. Dice, además, que la retirada agravaría la competición de seguridad en Europa y Asia. Aunque algunos aseguran que tal competencia puede ser buena, porque resultaría en un equilibrio de fuerzas, Wright asegura que eso es una apuesta peligrosa, porque a menudo los conflictos regionales implican a intereses de Estados Unidos.
Un segundo problema con la retirada, asegura Wright, es que podría desatar una proliferación de armas nucleares si Estados Unidos se retirara de la OTAN o terminara su alianza con Japón. Algunos de los aliados, sin la protección nuclear de Estados Unidos, podrían sentirse tentados a adquirir armas propias. Los defensores de la retirada aseguran que eso puede ser algo bueno, ya que la política de disuasión podría ser beneficiosa. Pero tales armas nucleares corren el peligro de caer en manos de terroristas, podría haber accidentes nucleares en países con menos experiencia de control, o tener menos capacidad de respuesta rápida a un ataque y los conflictos podrían escalar rápidamente. Un problema más sería el recrudecimiento del nacionalismo y la xenofobia, ya que se daría el mensaje de que cada país podría asumir una política de aislamiento. Tal situación restaría palanca a Estados Unidos para apoyar a democracias más jóvenes o frágiles, además de dañar los intereses económicos de Estados Unidos.
El cuarto problema que ve Wright es el de la estabilidad regional después de una retirada global. China y Rusia podrían aprovechar el momento para dominar a sus vecinos… lo cual también sería una amenaza para Estados Unidos. Por último, la retirada no tiene apoyo del pueblo. Los estadounidenses ven en la presencia de Estados Unidos a nivel internacional una garantía de seguridad doméstica. En un momento de competición ideológica como el que vivimos, la retirada concedería la victoria técnica a China y otros Estados autoritarios.
Con todo, el mundo no es lo que era hace unas décadas y el dominio como primera potencia mundial del que gozaba Estados Unidos no es el mismo. Quizá no se requiera una retirada global, pero sí ciertas retiradas locales, como, por ejemplo, la de Afganistán que, con dificultades iniciales, ya había comenzado antes de la explosión de la pandemia. El objetivo inicial en Afganistán era arrancar todo rastro de Al-Qaeda después del 11 de septiembre, pero en los años siguientes las operaciones se extendieron para evitar que Afganistán desestabilizara Paquistán y para fortalecer al gobierno afgano para que pudiera llegar a un acuerdo de paz con el Talibán. Pero lo más probable es que la situación continúe siendo muy frágil en Afganistán, mientras que la amenaza terrorista ahora surge de otros lugares como Irak, Siria y el Sahel. En esos países, las fuerzas militares de Estados Unidos no pueden salir, porque ISIS continúa siendo un grave peligro. Pero puede limitar el enfoque de sus operaciones militares con la lucha contra el terrorismo y la protección de otros intereses nacionales, tales como la prevención del genocidio, la proliferación nuclear, el uso de armas químicas o biológicas y la interrupción del suministro de petróleo, pero sin intervenir para tratar de transformar el gobierno de los países del Oriente Medio.
La globalización ha, por así decir, encogido el mundo, para bien o para mal. Un pequeño virus que comenzó en una sola persona ha infectado a millones. No se pueden contener a los virus ni las posibles malas intenciones de malos gobiernos. Pakistán ha vendido armas nucleares a Corea del Norte y Corea del Norte podría venderlas a su vez a quien quiera. Las armas nucleares pueden caer en manos de terroristas. Ni Estados Unidos ni ningún otro país puede sustraerse o retirarse del escenario mundial. La pregunta ahora es hasta qué punto las capacidades para trabajar por la propia seguridad y la paz de los países habrán quedado afectadas, limitadas, o eliminadas totalmente.
El futuro es muy incierto; pero las probabilidades de que Estados Unidos vuelva a ser la primera potencia mundial no parecen muy reales. Todo está en el aire.
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