ARTÍCULOS CINE

¿EL ESPECTÁCULO YA NO DEBE CONTINUAR?

Asistimos desde hace varias décadas al goteo imparable de cierre de salas de cine en España. Aunque llevamos un par de años estables, lo cierto es que la tendencia es clara. En 2017 quedaban en Madrid capital el 18% de los cines que había en 1969. De la Barcelona de los sesenta a hoy han desaparecido 132 cines de barrio. Las razones del descenso varían en cada periodo y son claramente objetivables. Pero el momento actual parece el más grave de todos.

A finales de los cincuenta se extendió el uso de la televisión en los hogares y se inauguró una forma de ocio doméstico cómoda y barata que se alió con la pereza de salir de casa, sobre todo en invierno. El cine se defendió estrenando películas cuyos formatos panorámicos y proporciones alargadas –como el cinemascope o el cinerama– no eran adecuados para los televisores de la época, casi cuadraditos. 20 años después se difundió la televisión en color y en los ochenta se implantó el video doméstico (VHS, BETA…), que permitía ver en casa la película que uno quería y el día y a la hora que prefería. Además se podía para la cinta e incluso rebobinarla. Los cines reaccionaron abriendo multisalas (megaplex) o tratando de ubicarse en centros comerciales que ofrecían un plan de ocio completo. Pero muchos empresarios no tuvieron posibilidades económicas de reconvertir sus salas, y sucumbieron en aras de la competencia. Cerraron sus salas. Además los planes urbanísticos que modernizaban las ciudades tampoco favorecieron su subsistencia. 

Y llega la era digital. En los noventa triunfa el DVD y ello, además de mejorar llamativamente la experiencia del cine doméstico, dispara la piratería, la cual provocó un tremendo lucro cesante a los exhibidores de cine. Por otra parte, la revolución digital en las producciones de cine de principios del siglo XXI obligó a una digitalización de las salas, que dejaron de proyectar celuloide de 35mm. y empezaron a proyectar desde un cañón digital. No había vuelta atrás tecnológica y la reconversión era algo imprescindible para subsistir, pero no todos los empresarios tuvieron margen financiero para afrontarla y cerraron sus cines. Para colmo en 2012 el IVA cultural subió del 8 al 21 % encareciendo enormemente el precio de las entradas, y disuadiendo de un plumazo al público juvenil.

En fin, por si no hubieran sido suficientemente castigadas las salas de cine, en la segunda década de este siglo se empiezan a consolidar las plataformas digitales y la televisión bajo demanda, a la vez que se venden unas pantallas de televisión tan grandes como finas, con capacidad de reproducir cualquier formato con magnífica calidad. La proliferación de dispositivos audiovisuales (smartphones, ipads,…) alejan definitivamente del cine a los más jóvenes.

En este desolador panorama para las salas de cine llega, por si fuera poco, la pandemia. Los cines se cierran por decreto durante dos meses y la gente, jóvenes y viejos, se convierten en consumidores habituales de cine en plataformas digitales. Empiezan a estrenarse películas de cine en ellas, sin pasar por las salas de exhibición. Con menos de 10 euros al mes, una familia puede ver cine sin parar, las 24 horas del día. Como quiera y a la hora que quiera. Se reabren los cines al llegar el verano, con aforo limitado y con mucho miedo a asistir por parte del público de cierta edad, que no quiere correr riesgos. Además cada vez hay más gente que prefiere las series sobre las películas, series que les encadenan durante semanas o meses. Con este panorama ¿qué futuro les espera a las salas? Nadie lo sabe, pero no pinta nada bien ya que la preferencia de consumo de plataformas parece que ha venido a quedarse. Un botón de muestra. Las salas esperaban como agua de mayo el estreno de Mulán, de Disney. Era la gran apuesta para salvar el final del verano. En el último instante Disney decide suspender el estreno en cines y hacerlo en su plataforma, Disney+, con el consiguiente perjuicio económico para los exhibidores. 

Queda el debate estético. La reivindicación de la experiencia del cine en pantalla grande, la oscuridad de la sala, la espectacularidad, la magnificencia del sonido… Pero he comprobado que, en el ámbito de los jóvenes universitarios, estas cuestiones son irrelevantes para la mayoría. Para ellos es más importante poder ver una película mientras van en el autobús o engancharse a una serie en su cama por la noche. La experiencia estética es algo muy secundario, que parece interesar solo a los cinéfilos empedernidos o ciertos profesionales del sector.

Un hipotético panorama a medio plazo es que cada vez haya más estrenos online, y que las salas se vayan reduciendo paulatinamente, quedando casi como santuarios o museos donde algunos nostálgicos o amantes del séptimo arte puedan reencontrarse con grandes clásicos y selectos estrenos. De hecho, desde hace meses ya se están reestrenando grandes títulos del pasado. Y esto ocurrirá solo en las grandes urbes. No quedan casi cines en la España rural. 

No se puede parar la historia, y mucho menos frenar los intereses económicos de las grandes corporaciones multinacionales del sector audiovisual. Pero hay que reconocer que con las salas de cine desaparecería una magnífica forma de socialización, en la que las gentes del barrio o del pueblo comparten emociones, lloran y ríen juntos. Y desaparecería no para dar paso a algo mejor, sino a un creciente individualismo consumista que siempre le hace más fácil el gobierno al patrón del mundo. Hoy es frecuente encontrar una familia en la que varios de sus miembros están, cada uno en su habitación, consumiendo distintas películas o series en sus respectivos dispositivos. O incluso la misma. Cómo mónadas aisladas, autorreferenciales. Ir al cine, por el contrario, conlleva un acto social completo, y además permite ver algo juntos con la posibilidad de hablar después sobre ello, de intercambiar pensamientos y emociones. Los jóvenes también hablan de sus series favoritas, pero no las han visto juntos y eso es una diferencia nada banal. No se han agarrado mutuamente en un momento de suma tensión, ni han visto cómo a la pareja se le llenaban los ojos de lágrimas ante una escena melodramática.

En realidad, la paulatina desaparición de las salas de cine es un síntoma más del cambio de época que vivimos. La sociedad se deshumaniza a ojos vistas. Pero las películas siguen siendo arte y belleza. Aunque se vean en casa. Y por ello hay esperanza. La belleza salvará al mundo, como dijo Dostoyevski.

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