Once de la mañana de una soleada jornada madrileña. Normalmente hay cola para entrar en las salas de exposición de la Biblioteca Nacional. Desgraciadamente, ahora no hay nadie. Esperemos que sea el Covid19, el confinamiento, el miedo, quienes hayan dejado a tanta gente encerrada en casa y a la exposición Delibes casi en el anonimato, a pesar de que su inauguración contara con la presencia de los reyes Felipe VI y Letizia y del ministro de Cultura y Deporte, Miguel Rodríguez Uribes.
La exposición, que se tendría que haber abierto en marzo, por razones obvias se tuvo que retrasar hasta septiembre; abierta hasta mediados de noviembre, esperamos que cambien tanto las circunstancias que muchos hayan podido admirar la obra de este gran hombre, y no solo novelista, que fue Miguel Delibes.
Resulta por lo menos curioso que él que, en 1975 (hace 35 años), en su discurso de recepción en la Real Academia Española que tituló El sentido del progreso desde mi obra, dijera que “errores de enfoque han venido a convertir al ser humano en una pieza más –e insignificante– en este ingente mecanismo que hemos montado… El hombre se ha acomodado a vivir sobre un volcán. Pero “vivir sobre un volcán”, era hasta el día, una situación accidental, esto es lo buscado por él. Lo insensato es que el evolucionado hombre del siglo XX haya encendido el volcán para después tranquilamente, instalarse a vivir en sus faldas”. Convendría repasar ese discurso al que se sumarían no solo los ecologistas sino aquellos pseudoecologistas que están en contra de la caza y la pesca como la entendió Delibes y como plasmó en sus Diario de un cazador, Diario de un pescador o Mis amigas las truchas.
La exposición con más de 250 obras entre libros, manuscritos, dibujos y fotografías, nos presenta la vida de Miguel Delibes (1920-2010) empezando por sus raíces: su abuelo paterno, francés, que vino a España para participar en la construcción del ferrocarril de Cantabria, su abuelo materno, Miguel María de Setién, abogado, y su padre, Adolfo Delibes, catedrático de Derecho en la Escuela de Comercio de Valladolid.
Al terminar la guerra civil, en la que prestó servicio como voluntario en la Marina, ingresó en la Escuela de Comercio y empezó la carrera de Derecho.
Su inicio en el periodismo data de 1941 en el diario El Norte de Castilla donde colaboraba como crítico de cine y caricaturista; alguna de estas caricaturas aparece en la exposición, firmadas con el seudónimo de Max.
“Mi equilibrio”
Con 23 años obtiene la cátedra de Derecho mercantil y tres años después se casa con Ángeles Castro, la dama de rojo sobre fondo gris, como el título de una de sus últimas novelas, y cuyo bello retrato, hecho por el pintor Eduardo García Benito, cierra la exposición. Ángeles, “mi inseparable compañera”, “mi equilibrio” como la llamó en la dedicatoria de Diario de un emigrante, le “tomaba la lección” cuando estaba preparando las oposiciones de Derecho y subrayaba con el rojo del carmín de los labios, los artículos repasados, bello detalle de una mujer simpática y alegre que sabía dar el contrapunto a la cierta melancolía de Delibes. Podemos ver en la exposición la máquina de escribir que Ángeles le regaló el día de su boda y los libros que compraban juntos: “Lo he comprado hoy con Miguel, a ver si nos gusta”.
Con ella tuvo siete hijos a los que podemos conocer de niños en varias fotografías y a los que tenemos que agradecer muchos de los documentos que se presentan en la exposición ofrecidos por la Fundación Miguel Delibes de la que forman parte y que recoge no solo documentos sino los valores que hizo suyos y defendió Miguel Delibes: humanismo cristiano, libertad, justicia social, solidaridad, periodismo responsable, conservación de la naturaleza, caza y pesca respetuosas con el medio ambiente, defensa del mundo rural…
Curioso resulta ver en la exposición un libro de Derecho mercantil escrito por Joaquín Garrigues y más curioso leer que sirvió de estímulo a su vocación literaria: “Garrigues consiguió seducirme con sus múltiples combinaciones de palabras y logró ganarme para un ámbito, el de las letras, en el que hasta entonces yo no había soñado entrar”. Entró en el “ámbito de las letras” en 1948 con La sombra del ciprés es alargada que obtuvo el 6 de enero el premio Nadal; editada por Destino, en la exposición se puede seguir la constante correspondencia que mantuvo Delibes con su editor, Josep Vergés.
El buen oficio de escribir
A los no entendidos quizás les pueda parecer que escribir una novela es algo sencillo. Y ciertamente, en algunos casos deplorables, así es. Pero eso no ocurre con Delibes como lo prueban los apuntes anteriores a la realización de cada una de sus novelas, el escribirla –siempre lo hacía a mano con una letra regular en elegantes líneas rectas, sin grandes tachones en papel reciclado de las sobras de la impresión del periódico y sobre la vieja mesa de madera también expuesta– la corrección de pruebas, a veces hasta tres, y el cuidado minucioso de la edición, hasta el apunte posterior de las pocas erratas que imprevisiblemente siempre aparecen en la obra terminada.
No se vio libre de la absurda censura de los años cincuenta. Como subdirector de El Norte de Castilla y en alguna de sus obras se vio obligado a cambiar algún texto e incluso alguna palabra. Así lo podemos comprobar en El príncipe destronado que, editado ya el libro, hubo que cambiar una página para poder difundirlo sin problemas.
Sus encuentros con la censura y con el ministro Fraga Iribarne le obligaron a dimitir como director de El Norte de Castilla en 1963, aunque seguiría dirigiéndolo en la sombra hasta 1966.
La exposición nos muestra las primeras ediciones de sus libros que se van sucediendo con éxito: Diario de un cazador, El camino, La hoja roja, Las ratas, Cinco horas con Mario, El príncipe destronado, El disputado voto del señor Cayo, Los santos inocentes, Madera de héroe… Así como los premios; además del Nadal, el Nacional de Literatura, el Fastenrath de la RAE; el de la Asociación Española de Críticos Literarios por su octava novela, Las ratas; en 1982 Premio Príncipe de Asturias de las Letras, compartido con Gonzalo Torrente Ballester; en 1999, el Nacional de Narrativa del Ministerio de Cultura, por su novela El hereje.
Un novelista de cine y teatro
Los amigos de teatro, del cine y de la televisión también se pueden recrear observando en la exposición carteles y fotografías de las obras que se pudieron ver en esos medios: Ana Mariscal adaptó El camino en 1963; Retrato de familia es la adaptación de Mi idolatrado hijo Sisí, en 1976, donde actuaba un jovencísimo Miguel Bosé. El príncipe destronado pasó a ser película con el título La guerra de papá dirigida en 1977 por Antonio Mercero.
Mención aparte merece la adaptación de Mario Camus de Los santos inocentes en 1984 con un reparto asombroso, gracias al cual Alfredo Landa y Francisco Rabal consiguieron el Premio a la mejor interpretación en la 37ª edición del Festival de Cannes.
También El disputado voto del señor Cayo, dirigida por Antonio Giménez-Rico, mereció la Espiga de plata en la 36 Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci). El tesoro, La sombra del ciprés es alargada y Las ratas también han sido llevadas a la pantalla.
Y en el teatro, quién puede olvidar Cinco horas con Mario dirigida por Josefina Molina e interpretada magistralmente por Lola Herrera, repuesta muchas veces con el mismo éxito. O La hoja roja interpretada por Narciso Ibáñez Menta y María Fernanda D´Ocón, Las guerras de nuestros antepasados con José Sacristán y Manuel Galiana entre los principales y, por último, en 2018 Señora de rojo sobre fondo gris también con José Sacristán en el papel de Nicolás.
Amistades, viajes y rostros
Delibes era más amigo de escribir que de hablar, quizás por su carácter un poco huraño y tímido. En la exposición se pueden ver y leer muchas de las cartas (su archivo conserva casi cuatro mil) algunas dirigidas a sus colegas: Ana María Matute, Carmen Laforet, Francisco Umbral, Camilo José Cela o Carmen Martín Gaite.
Le gustaba escribir cartas y estaba al tanto de las horas en que pasaba el cartero, se sabía los sellos que debía llevar cada carta según fuera su destino… detalles hoy olvidados gracias al correo electrónico y los whatssaps.
Su hija Elisa, presidenta de la Fundación, ha dicho que en sus últimos años, le imprimían los correos electrónicos para que los leyera, aunque a él le resultaba raro ver una carta sin su sobre, su franqueo y su remite.
La exposición nos presenta varias fotografías de sus viajes, pues no solo recorrió los pueblos de Castilla sino que también estuvo en Hamburgo, París, Maryland como profesor invitado de la Universidad e incluso en Praga donde vivió su histórica primavera en 1968.
Como es lógico, a través de las salas de la exposición van apareciendo fotos de Delibes: de niño, de joven, con su mujer, sus hijos, sus nietos, con gorra, escopeta y chaqueta de cuero, vestido de etiqueta en los premios príncipe de Asturias… Resalta la fotografía genial que le hizo Alberto Schommer y su retrato más conocido, que presidía la sala de su casa, pintado por el cubano John Ulbricht; también le podemos ver con Francisco Umbral y Manu Leguineche, con Rosa Chacel y Rafael Alberti, con Esther Tusquets, Torrente Ballester, Buero Vallejo, Camilo José Cela, Gironella, José Hierro, Carmen Martín Gaite, Mercedes Salisachs, Juan Goytisolo, con Italo Calvino, Alain Robbe-Grillet…
La exposición ofrece el principio de algunos de los libros del escritor recitados por José Sacristán, y por último los testimonios de sus hijos que cierran la muestra acercándonos aún más a este personaje que supo presentarnos la vida de una etapa de España. Hay que agradecer a Jesús Marchamalo, comisario de la muestra, haber conseguido acercarnos tan certeramente a Miguel Delibes, el novelista que afirmaba: “Mi vida de escritor no sería como es si no se apoyase en un fondo moral inalterable. Ética y estética se han dado la mano en todos los aspectos de mi vida”.
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