“Cuando estaba redactando esta carta, irrumpió de manera inesperada la pandemia de Covid-19 que dejó al descubierto nuestras falsas seguridades… Si alguien cree que sólo se trataba de hacer funcionar mejor lo que hacíamos, o que el único mensaje es que debemos mejorar los sistemas y las reglas ya existentes, está negando la realidad… Los sueños se construyen juntos… Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos”
(Francisco, Intr., n. 7-8)
1. Una fuerte llamada a cambiar el paradigma antropológico moderno
Toda praxis humana, personal y comunitaria, se fundamenta en un relato ideológico que ordena las creencias que configuran la vida humana. La convicción es muy antigua, socrática: hacemos lo que hacemos porque creemos lo que creemos. Convicciones filosóficas, antropológicas, epistemológicas, éticas, culturales… constituyen un supuesto, a veces no pensado suficientemente -en las creencias se está con suma naturalidad-, desde el cual configuramos nuestras vidas y construimos nuestras instituciones comunitarias -culturales, sociales, jurídicas, políticas-.
Pues bien, la modernidad nos ofreció un rotundo relato ideológico para ordenar nuestras creencias: el ideal de un ser humano autónomo, con soberanía absoluta sobre su vida y sus bienes. Autosuficiencia que obliga a un pacto de no agresión con los demás para posibilitar la vida social y las instituciones políticas. Es el relato mítico del contrato social desde el que se configuran las instituciones culturales, educativas, jurídicas y políticas de las democracias liberales.
En este marco ideológico, y perdonen los lectores el exceso de síntesis: no hay espacio para más, lograrse humanamente exige ir ampliando progresivamente los espacios que posibiliten una mayor independencia. Por eso, el nacimiento, la vejez o la enfermedad, momentos en los que el ser humano depende de otros para que su vida sea viable, suponen acontecimientos biográficos especialmente críticos y, por el contrario, los escasos instantes en los que el ser humano puede fantasear con no necesitar de nada ni de nadie son propuestos como el gran ideal de vida autorrealizada.
Y como el Papa Francisco insinúa bajo la dolorosa experiencia de la pandemia del Covid-19, cuando el relato ideológico de la autosuficiencia se confronta con la realidad, y, cuidado, porque esta confrontación es cada día más difícil en una cultura inundada de realidades virtuales, se descubre su insuficiencia. Somos, y Unamuno debería resonar con fuerza en nuestra cultura, hombres de carne y hueso, caminantes de la misma carne humana, y, por eso, especie animal sumamente frágil, condenada al fracaso sin el cuidado del otro, sin la presencia de una alteridad, a veces incluso extraña en el camino de la vida (cf. Francisco, II, n. 56-86), que generosamente se hace presente en el seno de nuestra vulnerabilidad ofreciendo su cuidado gratuito.
La reflexión crítica puede y debe discutir, siempre en busca de respuestas fundadas, si poseemos una naturaleza común como especie, si todos nacemos libres e iguales, si existe una dignidad universalmente compartida, si la justicia es posible en la historia humana… pero nunca podrá dudar, si no quiere caer en un abstracto idealismo, que el ser humano, como todo ser viviente, es vulnerable1, de carne y hueso. Sin partir de esta, parafraseando a Ortega, verdad radical toda reflexión corre el riesgo de terminar en un universalismo abstracto que quizá logre establecer definiciones esenciales del ser humano, proyectos ético-políticos de exigencia inigualable… pero que siempre supondrán un ser humano tan perfecto como inexistente. El ideal del universalismo abstracto: teorías sobre lo humano universal que seguirán siendo válidas incluso en la hipótesis de que no existiese ser humano en la tierra, porque en ellas la corporeidad, la carne y el hueso humano, nunca es tenido en cuenta, porque, quizá, lo real, lo verdaderamente real, siempre amenazará con quebrar la orgullosa razón idealista.
¿Cómo el relato ideológico moderno, tan frágil y discutible, ha llegado a ser hegemónico para la cultura occidental? ¿Por qué la ineluctable evidencia de la vulnerabilidad humana, verdadero universal concreto, no ha formado y sigue sin formar parte de los relatos ideológicos, de esos relatos que ordenando nuestras creencias configuran nuestra vida personal y social? Quizá sean estas las grandes preguntas que la Encíclica Fratelli Tutti nos invita a enfrentar, para poder soñar -¡qué importante es soñar juntos!- una única humanidad en esta tierra que nos cobija a todos como caminantes de la misma carne humana, (Francisco, Intr., n. 8).
“Se advierte la penetración cultural de una especie de deconstruccionismo, donde la libertad humana pretende construirlo todo desde cero. Deja en pie únicamente la necesidad de consumir sin límites y la acentuación de muchas formas de individualismo sin contenidos… Si una persona les hace una propuesta (a los jóvenes) y les dice que ignoren la historia, que no recojan la experiencia de los mayores, que desprecien todo el pasado y que solo miren al futuro… ¿no es una forma fácil de atraparlos con su propuesta para que solamente hagan lo que ella les dice? Esa persona los necesita vacíos, desarraigados, desconfiados de todo, para que solo se sometan a sus planes…” Un modo eficaz de licuar la conciencia histórica, el pensamiento crítico, la lucha por la justicia y los caminos de integración… (Al vaciar de sentido las grandes palabras se puede) justificar cualquier acción… En esta pugna de intereses que nos enfrenta a todos contra todos, donde vencer pasa a ser sinónimo de destruir, ¿cómo es posible levantar la cabeza para reconocer al vecino o para ponerse al lado del que está caído?”, (Francisco, I, n. 13-14; 16).
2. Los elementos del nuevo paradigma: fraternidad y amistad social
Aceptarnos como seres vulnerables no implica renunciar a la sabiduría que nos ha legado el pasado histórico, también la modernidad. Pero sí pide resituar dicha sabiduría; porque la vulnerabilidad exige, siempre ha exigido, pero en nuestra situación actual podemos empezar no sólo a pensar sino a saborear, experiencia corporal, dicha exigencia, un nosotros-interdependiente, un nosotros-vinculado frente al sueño del yo autónomo, prometeico, de la cultura occidental. Con palabras de Adela Cortina: “No existe la independencia, que ha sido el santo y seña de las teorías atomistas, sino la interdependencia de los iguales. Las personas, vulnerables de hecho y autónomas en proyecto, se necesitan mutuamente en el seno de la ciudad para conquistar su señorío”2.
Es decir, la autonomía a la que todos somos llamados, excelencia humana, ni remedia ni supera la vulnerabilidad de la vida. Nunca dejamos de ser vulnerables y, por eso, interdependientes. Esta es la verdad paradójica que define a cada ser humano: vulnerable y llamado a ser autónomo. Porque la vulnerabilidad se convertiría en fragilidad patológica, ahora parafraseamos a Ricouer, si acallase la llamada a la autonomía personal, biografía propia, que todo ser humano puede escuchar en lo más íntimo de su corazón. Con palabras de Lydia Feito: “La autonomía es una tarea, es algo que hay que ganar. Debemos llegar a ser autónomos precisamente porque somos vulnerables; y nuestro horizonte, nuestro objetivo, es la búsqueda de autonomía. La vulnerabilidad antropológica, intrínseca, es entonces no solo una afirmación de nuestra impotencia o debilidad, sino una constatación de la vida como quehacer, como algo que hay que construir desde nuestra radical finitud”3.
Porque no se trata, como proponen algunos, ni de diluirse con la naturaleza en fusión oceánica ni de aceptar proyectos socializantes que anulen la libertad personal. Se trata de aceptarnos como somos: seres vulnerables y, por eso, interdependientes, llamados, como dirían los antiguos, a la excelencia personal4.
La vulnerabilidad, finitud humana, resitúa, así, la autonomía del yo: no pertenece a la definición esencial de lo humano, sino al horizonte del deber ser que descubre la reflexión ética cuando sabe escuchar los anhelos del corazón. El vulnerable ser humano no está esencialmente determinado por rutinas instintivas o reacciones defensivas de supervivencia; tiene la posibilidad, el poder, de construirse proyectando sus propios fines vitales: su excelencia personal.
Y lo que pide el papa Francisco es que todos, al buscar la excelencia personal, nos dejemos afectar por el rostro del prójimo: levantar la cabeza para reconocer al vecino; y, sobre todo, nos dejemos afectar por el prójimo caído, para soñar, desde la experiencia de la finitud compartida, sueños que provoquen a la razón humana (búsqueda de la verdad) para que busque y pueda ofrecer a la voluntad (compromiso con el bien) motivos para la creación de espacios donde todo ser humano pueda elegir su camino de excelencia personal.
“Solo desde la verdad histórica de los hechos podrán hacer el esfuerzo perseverante y largo de comprenderse mutuamente y de intentar una nueva síntesis para el bien de todos. La realidad es que el proceso de paz es un compromiso constante en el tiempo. Es un trabajo paciente que busca la verdad y la justicia, que honra la memoria de las víctimas y que se abre, paso a paso, a una esperanza común, más fuerte que la venganza”, (Francisco, VII, N. 226).
Compromiso moral, búsqueda de la propia excelencia, que está llamado a encarnarse en el compromiso sociopolítico: eticidad. Porque de lo que se trata es de construir un discurso jurídico, legalidad, en el que todos debemos participar -las exigencias propias de los proyectos personales de felicidad, y la fe lo es, vendrán después-, que exija el cuidado de todo ser humano por el mero hecho de ser humano: fraternidad y amistad social.
“Pero observando con atención nuestras sociedades contemporáneas, encontramos numerosas contradicciones que nos llevan a preguntarnos si verdaderamente la igual dignidad de todos los seres humanos, proclamada solemnemente hace 70 años, es reconocida, respetada, protegida y promovida en todas las circunstancias. En el mundo de hoy persisten numerosas formas de injusticia nutridas por visiones antropológicas reductivas y por un modelo económico basado en las ganancias que no duda en explotar, descartar e incluso matar al hombre”, (Francisco, I, n. 22).
3. Conclusión: Los desvelos del amor (Francisco, V, n. 187-189) y sobre todo con los últimos (Francisco, VII, 233-235).
Tomar conciencia de que la llamada a la excelencia personal, autonomía, debe partir de la ineluctable vulnerabilidad y, por eso, de la interdependencia de los seres humanos, obliga a reconocernos como seres corporales, porque es en nuestro cuerpo donde reside tanto nuestra identidad como nuestra fragilidad y necesidad de cuidados. El sujeto universal abstracto de la modernidad ni sufre, ni se fatiga, ni pasa hambre, ni siquiera muere… y sin cuerpo es imposible descubrir la exigencia de ese cuidado universal por la vida que puede abrir novedosos caminos de justicia, novedosos caminos de vida buena: “La filosofía moral universalista, y en concreto, las teorías universales de la justicia, han acentuado nuestro valor como personas morales a costa del olvido y la represión de nuestra vulnerabilidad y dependencia como seres corporales… El yo autónomo no es un yo desencarnado, y la filosofía moral universalista debiera reconocer esa honda experiencia de la formación del ser humano a la que se corresponden el cuidado y la justicia”5.
El Papa Francisco califica, denuncia hiriente, nuestras sociedades como espacios de descarte: no solo acontece la explotación del ser humano, sino que muchos de ellos son considerados desechos sobrantes. Cuerpos invisibles, no tienen voz para hacerse presentes, y cuerpos inservibles, anomalías para el sistema económico, y, por eso, desatendidos por los visibles cuerpos jurídicos imperantes. Y las preguntas se abren: ¿Solo el poder de un individualismo prometeico, autosuficiente, puede ser el fundamento de una comunidad política? ¿No es posible edificar la comunidad política desde la finitud de cuerpos vulnerables que exigen cuidado? Y ahora sí, nuestra fe. El Evangelio presenta una gran multitud de cuerpos vulnerables y vulnerados: prostitutas, endemoniados, leprosos, cojos, ciegos, hambrientos… que provocan bellos relatos de cuidado y de interdependencia que manifiestan, revelan, la novedosa y desconcertante Buena Nueva que trae Jesús, el Cristo: la fe en un Abba que desea todo bien para los seres humanos y, por eso, llama a constituir comunidades fraternas -la filiación común es fraternidad- dispuestas a responder con fidelidad a ese deseo de su Buen Padre/Madre Dios.
El Papa Francisco llama a toda la humanidad a soñar despiertos con un nuevo proyecto vida. ¿Responderemos los creyentes con fidelidad o mantendremos esos relatos ideológicos que nos impiden buscar con otros espacios políticos donde los cuerpos invisibles e inservibles puedan ser atendidos?
“En efecto, Dios, el Omnipotente, no necesita ser defendido por nadie y no desea que su nombre sea usado para aterrorizar a la gente. Por ello quiero retomar aquí el llamamiento de paz, justicia y fraternidad que hicimos juntos:6
ο En el nombre de Dios que ha creado a todos los seres humanos iguales en los derechos, deberes y dignidad y los ha llamado a convivir como hermanos…
ο En el nombre de la inocente alma humana que Dios ha prohibido matar…
ο En el nombre de los pobres, de los desdichados, de los necesitados y de los marginados que Dios ha ordenado socorrer…
ο En el nombre de los huérfanos, de las viudas de los refugiados, de los exiliados… de todas las víctimas de las guerras, las persecuciones y las injusticias…
ο En el nombre de los pueblos que perdido la seguridad, la paz y la convivencia común…
ο En el nombre de la fraternidad humana que abraza a todos los hombres…
ο En el nombre de esa fraternidad golpeada por políticas de integrismo y división y por los sistemas de ganancia insaciable…
ο En el nombre de la libertad, que Dios ha dado a todos los seres humanos…
ο En el nombre de la justicia y la misericordia…
ο En el nombre de todas las personas de buena voluntad, presentes en cada rincón de la tierra…
En el nombre de Dios y de todo esto… asumimos la cultura del diálogo como camino; la colaboración común como conducta; el conocimiento recíproco como método y criterio… Que Dios inspire ese sueño en cada uno de nosotros”, (Francisco, VIII, Llamamiento, n 285-287).
Muchas, muchas ideas quedan en el tintero. Muchas, muchas ideas que exigen diálogo, discusión, confrontación, búsqueda y compromiso. Pero no hay espacio para más. Que este reconocimiento final sea una invitación a leer, reflexionar y orar con el sueño del Papa Francisco. Porque su Carta Encíclica dará mucho que pensar… y dará mucho por hacer…
BIBLIOGRAFÍA
1. Cf. Torralba, Francesc. Ética del cuidar. Fundamentos, contextos y problemas. Institut Borja de Bioética-Fundación Mapfre Medicina, Madrid, 2002, p. 247.
2. Cortina, Adela. Justicia Cordial. Trotta, Madrid, 2010, p. 63.
3. Feito, Lydia. Construyendo la compasión en Gracia, Diego (cord.) Ética y ciudanía. II. Deliberando sobre valores. Fundación Xavier Zubiri, PPC, Fundación SM, Madrid, 2017, p. 71.
4. Para una justificación de la definición del ser humano como vulnerable, interdependiente y autónomo aconsejo la lectura de Marcos, Alfredo; Pérez Marcos, Moisés. Meditación de la naturaleza humana. Bac, Madrid, 2018.
5. Benhabib, S. Una revisión del debate sobre las mujeres y la teoría moral, en Isegoría, 6, 1992, pp. 49-50
6. Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, Abu Dabi (4 febrero 2019): L’Obsservatore Romano, ed. Semanal en lengua española (8 febrero 2019, p. 10
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