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¿SERÁ ESTO EL FIN DEL EXPERIMENTO AMERICANO?

Ciertamente, este año ha tenido tonos apocalípticos debido a la pandemia, pero también a los conflictos raciales y sociales y a unas elecciones extrañas y controversiales. Por más de 200 años, la historia americana —incluso con sus fallas— había sido un modelo de un experimento de democracia admirable. Las últimas elecciones, sin embargo, han puesto más de manifiesto algo que ya se sabía, pero que parece haberse acentuado durante este año aciago de pandemia, conflicto social y racial, y unas elecciones turbulentas y cargadas de dudas de fraude, sospechas y acusaciones mutuas. 

Una victoria pírrica… y quizá incluso poco deseable

Lo ideal para un oficial electo en Estados Unidos es tener lo que se llama mandato, es decir, una mayoría de voto tan amplia que no deje lugar a dudas de la voluntad del pueblo. Eso no ha ocurrido ni ocurrirá incluso si (muy improbablemente) los desafíos legales de Trump y los recuentos de votos tuvieran algún efecto. En este momento, el consenso general (y para algunos, la gran satisfacción) es que los demócratas han ganado las elecciones. Es decir, no los demócratas, sino Biden por defecto, ya que el control del Senado y del Congreso aún está muy reñido y podría decantarse por el partido republicano. 

Al nuevo gobierno se le presenta un necesario examen de conciencia que va unido a la enorme herida en la identidad americana, basada en el lema del país que en este momento está tambaleándose peligrosamente: E pluribus unum.  Ciertamente, lo que aparece ahora es más bien E pluribus duos… La polarización del país es alarmante y dolorosa. Aunque tal polarización lleva desarrollándose paulatinamente desde los años 60, no había visto una agravación tan gráfica hasta las elecciones de 2016… y tan escandalosa como en las recientes. La pregunta es muy gráfica: ¿qué pasa con la zona roja? El rojo (que representa  casi toda la franja central del país) corresponde a los estados de mayoría republicana, mientras que el azul (que aparece en las dos costas) corresponde a los demócratas. Es una imagen tremendamente reveladora de la situación de Estados Unidos. Las zonas centrales son mayoritariamente rurales, con una densidad de población mucho menor que la de las concentraciones de las grandes ciudades y una inclinación mucho más conservadora que las zonas azules, predominantemente liberales, secularizadas y económicamente más potentes. Paradójicamente, la imagen del partido demócrata ha sido históricamente la del partido de los trabajadores. Ahora el discurso sigue siendo el de un partido que está a favor del pobre y trabajador y en contra de todo privilegio blanco, mientras que sus seguidores son mayoritariamente profesionales urbanos y de clase media y media alta. Por su parte, el partido republicano —asociado en la mente de muchos con el privilegio y la riqueza— parece atraer a los trabajadores de clase media baja, con un nivel de educación académica menor y que habitan en zonas con mucha menos densidad demográfica. La imagen tiene visos de disonancia conceptual y puede desviar a muchas personas, que no ejerzan una buena crítica y discernimiento, hacia opciones políticas contradictorias con su propia convicción. 

Los padres de la patria advirtieron ya hace 200 años sobre los peligros de la división, con palabras fuertísimas, que parecen haber caído en el olvido. George Washington, en su discurso de despedida se centró en el “hiperpartidismo” diciendo que “agita a la comunidad con envidias y falsas alarmas, alienta el antagonismo, fomenta el disturbio social. Abre la puerta a la influencia extranjera y la corrupción”. Y John Adams dijo, con expresión incluso más fuerte: “No hay democracia cuya muerte no se haya debido al suicidio”. El panorama en este momento parece ser el de un país decidido al suicidio, tanto demográfico, como de sus valores y de su identidad. 

Pero no todo el país. Según algunas encuestas, aunque cada uno de los partidos pretende dibujar al otro como una gran amenaza para el futuro del país (y puede que estén en lo cierto), la población media, sea cual sea su ideología política, parece mucho más deseosa de que los legisladores trabajen juntos y lleguen a políticas consensuadas. Pero tendría que darse mucha escucha y voluntad por ambas partes. 

¿Cuáles son las causas de la polarización?

En gran parte, las mismas que se dan en la mayoría de los países industrializados y secularizados. La cultura progresista que emergió en los 60 ha llegado a controlar muchas instituciones clave de los Estados Unidos. 

Por otro lado, ha habido un desarrollo desigual de la cultura. Las universidades, los medios de comunicación, y las grandes empresas han seguido una tendencia liberal que en gran parte ha dejado atrás a los no universitarios, y a los que no viven en grandes concentraciones urbanas. Por otro lado, el fenómeno de las migraciones masivas, ha contribuido a tal desigualdad en el desarrollo. Sin despreciar el hecho de que las migraciones pueden introducir aspectos culturales muy ricos en su variedad, y que los inmigrantes pueden ofrecer excelentes aportaciones a su nueva sociedad, el hecho es que tales grupos no han vivido desde su cuna el ideal del sueño americano, que traen consigo unos valores culturales muy distintos y que, muy posiblemente, no estén tan dispuestos a subirse al tren de un progresismo que puede muchas veces sacudir sus más profundas convicciones en materia religiosa, familiar y social. 

Steve McIntosh, en un artículo titulado La polarización trata más bien de un problema cultural escribe algo muy esclarecedor, que puede dar toque de atención al partido demócrata al enfrentarse a esta nueva e inciertísima etapa: “Las élites liberales están ciegas a la amenaza que el progresismo representa para la cultura americana históricamente establecida. Y esto causa un mal diagnóstico de las fuerzas de la guerra cultural. Aunque el racismo es un factor, los millones de americanos de sentido común y buena fe que votaron a Donald Trump en 2016 lo hicieron porque veían en él un guardaespaldas cultural, alguien que los salvara del ataque progresista a sus valores”. 

Muy unida a esta causa, algunos autores apuntan a otra que atraviesa diversos aspectos de la sociedad, y es el relativismo. Aseguran tales autores que el principio de contradicción se está colapsando. Si todo es bueno, nada es totalmente bueno; si todo vale, nada vale. Es imposible para algo ser y no ser al mismo tiempo. Y en estos tiempos —particularmente en lo que se refiere a la identidad sexual, aunque no solamente a ésta— tal manera de pensar lleva a la erosión del tejido social, de las instituciones educativas y, finalmente, a la desintegración. El pensamiento auto-referencial conduce a una incapacidad de llegar a consensos para el bien común. 

El partidismo político se correlaciona con todo, desde la religión a la edad, a la educación. El partido demócrata es cada vez menos religioso, más diverso racialmente y mejor educado (académicamente). El partido republicano se mueve en dirección contraria.

David Blakenhorn, presidente de una organización que intenta unir “rojo y azul: alianza de americanos para despolarizar América”, hace un elenco de las razones de la polarización, entre las que destacan: 

ο El final de la Guerra Fría. Al no haber un enemigo global común, la unidad parece perder su urgencia y necesidad. 

ο Creciente diversidad religiosa. Secularización creciente, menos confianza pública en la religión organizada y números crecientes de americanos sin afiliación religiosa. Pero, a la vez en muchas partes de la sociedad, está creciendo e intensificándose la práctica religiosa. Recientemente, los cristianos social y teológicamente conservadores son mayoritariamente republicanos. 

ο Creciente diversidad racial y étnica. A largo plazo, esto sería un beneficio. Pero a corto plazo, contribuye a la disminución de la confianza social y al surgimiento de conflicto social y político. 

ο La desaparición de la Generación más Grande. Personas que se forjaron en las pruebas de la Gran depresión, la segunda guerra mundial y que estaban dispuestas a sacrificarse por el país, tenían un temple fuerte y estaban adheridos a una fe cívica compartida. 

ο La difusión de los guetos de los medios de comunicación. El hecho de que cualquiera pueda publicar cualquier cosa está reemplazando el viejo sistema con un a-sistema atomizado y acéfalo. Vivir en estos guetos significa menos que mis opiniones sean formadas y mejoradas y mucho menos desafiadas, que se enroquen y se hagan más extremistas.

ο El deterioro de la responsabilidad periodística. El desmantelamiento de los antiguos medios ha venido acompañado de un descenso de los standards del periodismo. Esto incluye a periodistas que aceptan la mala calidad así como el desvanecimiento de las líneas divisorias entre hechos y opiniones, entre el periodismo y el entretenimiento. 

Otra causa, o mejor dicho, agravante, es el activismo político (que se ha visto en acción virulenta y extrema a partir de los conflictos raciales, de la acción de Black Lives Matter por un lado y de grupos de supremacía blanca por otro,  y del resultado de las elecciones), que tiende a animar a la gente a los extremos y a la libre expresión de agresividades que antes se contenían por buena educación y sentido democrático. 

En términos prácticos, ¿en qué se diferencian las ideologías?

A grandes rasgos, la izquierda está asociada con políticas sociales y económicas liberales, mientras que la derecha se asocia con políticas sociales conservadoras y menos regulación de la economía. (tirando más a libertario)

En economía, la izquierda (partido demócrata) aboga por la expansión de la sanidad y la seguridad social universal y el aumento del salario mínimo, mientras que la derecha considera que el estímulo a la economía pasa por la bajada de impuestos a las grandes fortunas y empresas y la limitación de la regulación gubernamental en cuestiones económicas. 

En políticas sociales, los demócratas abogan por una mayor expansión de los derechos del colectivo LGTB, a la vez que por caminos abiertos a la ciudadanía para inmigrantes, promoción de la educación pública e imposiciones a instituciones médicas y sociales respecto al acceso al aborto o la adopción por parte de parejas homosexuales, mientras que la derecha se postula por más restricciones de inmigración, un acceso limitado al aborto, libertad de opciones educativas para los padres y libertad de conciencia de hospitales y agencias sociales. 

¿Qué significa todo esto para el voto católico?

Para muchos católicos —y sobre todo para los grupos inmigrantes que traen consigo valores familiares, morales y cristianos arraigados en la tradición— estas líneas tan diferenciadas de posicionamiento provocan confusión y desconcierto. Mientras que muchos se oponían totalmente a Trump por considerarlo racista y anti-inmigración por su empeño en bloquear iniciativas como la de los Dreamers (que daría acceso a la ciudadanía a más de 300.000 jóvenes indocumentados llegados a Estados Unidos de niños) y la construcción del muro en la frontera y prácticas de detención infantil que han horrorizado a muchos, no pueden aceptar tampoco el otro paquete de políticas tan opuestas a la defensa de la vida que está en la base de su fe. 

En ambos lados existen elementos acordes con la doctrina social de la Iglesia y otros que se oponen frontalmente a ella. 

Por eso, cuando el arzobispo José H. Gómez, presidente de la Conferencia de obispos de los Estados Unidos, pronunció sus palabras de conclusión de la reunión anual de este año —celebrada de forma virtual—estaba de nuevo apuntando a la grave herida en el alma y la identidad de este país. Refiriéndose al hecho de que el que el nuevo presidente del país es católico, señaló que si bien por un lado se pueden esperar cambios favorables en ciertas leyes, como la inmigración, algunos derechos laborales y de cuidados de salud, por otra parte, existen razones para creer que otras medidas irán contra los valores fundamentales católicos, como el aborto, la eutanasia, y ciertas libertades religiosas. Y eso presenta una delicadísima situación para el liderazgo católico de los Estados Unidos. Al mismo tiempo, llama a ejercer la libertad de la separación de Iglesia y Estado que también está en el núcleo de la constitución de este país e ir tomando acción, alabando o reprobando según las circunstancias y los temas en cada momento, y estando en todo momento vigilante en defensa de la fe del Pueblo de Dios. 

¿Qué soluciones puede haber?

Regresar a las fuentes siempre es bueno. La búsqueda de la comprensión común de la historia compartida y construida. Algunos expertos sugieren que hay que regresar a la educación cívica e incluso requerir de los pre-universitarios un examen de ciudadanía comparable al que se pide a los nuevos naturalizados. 

En todo caso, el desafío es a una conducta adulta y a la superación de la balcanización y el tribalismo que permita a una gran nación ser realmente grande otra vez. David Blakenhorn concluía el artículo anteriormente mencionado diciendo que lo primero es cambiar las propias mentes. 

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