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NECESITAMOS LA LUZ

Teníamos toda la esperanza puesta la noche de fin de año en el término de un 2020 doloroso y pandémico, y saludamos el nacimiento de un 2021 con la esperanza y confianza puesta en la luz que se aventuraba a través de un largo túnel de pandemia, paro, violencia y que se vestía de una maravillosa palabra que estimábamos fuera remedio de alguno de nuestros problemas, vacuna. Si la palabra del pasado año fue confinamiento para la Fundación del Español Urgente (Fundéu) y la Real Academia Española (RAE), es probable que la del 2021 sea vacuna o vacunación. 

Pero es que los hechos vividos en este primer mes del año se visten con palabras tales como zona catastrófica por la que es ya considerada como la primera nevada del siglo que ha interrumpido y colapsado la vida de tantos españoles, violencia de género que se ha hecho evidente en el ataque a dos mujeres con la intención de destruirlas con ácido sulfúrico, o con la muerte de otras por su pareja; asalto y violencia en el santuario de la democracia en el Capitolio, en Estados Unidos, corrupción en la vacunación para uso propio de algunos políticos… y cuando las pantallas nos ofrecían la esperanza de una nueva presidencia en Estados Unidos, simultáneamente a este pequeño rayo de luz, una explosión de gas en Madrid segaba la vida de cuatro personas y hería el centro neurálgico de la ciudad.

En esta noche oscura de invierno ¿Hay espacio para la luz? Sí, quiero creer que la luz se filtra por las rendijas de las sombras, quizá solo hay que estar atentos a ella.

Y me llenan de esperanza estos versos del poema La luz de Eloy Sánchez Rosillo:

La luz

No se puede prever. Sucede siempre

cuando menos lo esperas. Puede pasar que vayas

por la calle, deprisa, porque se te hace tarde

para echar una carta en correos, o que

te encuentres en tu casa por la noche, leyendo

un libro que no acaba de convencerte; puede

acontecer también que sea verano

y que te hayas sentado en la terraza

de una cafetería, o que sea invierno y llueva

y te duelan los huesos; que estés triste o cansado,

que tengas 30 años o que tengas 60.

Resulta imprevisible. Nunca sabes

cuándo ni cómo ocurrirá.

Transcurre

tu vida igual que ayer, común y cotidiana.

“Un día más”, te dices. Y de pronto,

se desata una luz poderosísima

en tu interior, y dejas de ser el hombre que eras

hace sólo un momento. El mundo, ahora,

es para ti distinto. Se dilata

mágicamente el tiempo, como en aquellos días

tan largos de la infancia, y respiras al margen

de su oscuro fluir y de su daño.

Praderas del presente, por las que vagas libre

de cuidados y culpas. Una acuidad insólita

te habita el ser: todo está claro, todo

ocupa su lugar, todo coincide, y tú,

sin lucha, lo comprendes.

Tal vez dura

un instante el milagro; después las cosas vuelven

a ser como eran antes de que esa luz te diera

tanta verdad, tanta misericordia.

Mas te sientes conforme, limpio, feliz, salvado,

lleno de gratitud. Y cantas, cantas.

Aunque dure un instante el milagro, merece la pena haberlo experimentado. Como la existencia de vidas jóvenes segadas en la explosión de gas de Madrid. Vidas como las de los fallecidos, entre los que se encuentran David Santos y  el sacerdote Rubén Pérez Ayala, recientemente ordenado, ambos entregados a una vida de servicio. La luz ha hecho una irrupción total en su vida en un encuentro brusco que nos llena de tristeza pero sabemos que se han encontrado con el Amor que los ha guiado de forma definitiva.

Sí, esperamos que la luz se haga paso en este incierto invierno y el milagro sea cita cierta en nuestra mirada diaria.  

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