Nos encontramos con Jorge Melgarejo, corresponsal de guerra. Tiene una larga trayectoria y es un viajero incansable por el mundo. Ha trabajado como corresponsal de la Agencia EFE, Cadena Ser, Cambio 16, Radio Vaticana y Diario 16, y tiene en su haber grandes reportajes y entrevistas a políticos y destacados protagonistas en Ruanda, Burundi, Bosnia, Irán, Irak, Oriente Medio, Sudán, etc., pero hoy llega hasta las páginas de Crítica porque acaba de publicar su libro Afganistán, la guerra enquistada.
Carmen Azaustre: En las páginas iniciales, Jorge, dedicas tu libro a todos los periodistas y a todos los que en su conjunto decidieron vivir la aventura de Afganistán y comentas que es bastante difícil, imposible, comprender lo que ocurre hoy en Afganistán sin un conocimiento mínimo de lo que ha acontecido en los últimos 40 años. Tú has permanecido, según he leído en tu libro, 25 años en el conflicto de esta guerra enquistada, ¿cómo llegaste hasta Afganistán?, ¿por qué de repente te encontraste inmerso en aquella zona, en aquel conflicto, en aquellos intereses?
Jorge Melgarejo: Hay que poner siempre sobre el tapete el hecho de que también era bastante joven, y siempre la juventud parece que se acoge mucho o se cierne sobre lo que es la aventura, lo desconocido y, por otro lado, siempre he sido un poco osado en algunas cosas y esto es un capítulo que ocupa esa parte. A mí me llamaba la atención Afganistán desde el punto de vista de la lejanía y de que se conociera tan poco, me fue muy difícil encontrar la fórmula, los contactos y todo para ir allá. Pero, en definitiva, despertó mi interés el tema en sí humano; era un país que estaba siendo invadido por una potencia que estaba sufriendo un descalabro enorme desde el punto de vista social y económico. Todo eso me empujó a conocerlo.
C. A.: En tu relato narras lo que ha supuesto para ti el reconocimiento de su cultura, costumbres, tradiciones, que te han permitido entender su idiosincrasia y que, al mismo tiempo, te han llevado a preguntarte por tu identidad y a la revisión de mucho de lo que tenías por cierto y propio. ¿Qué has revisado o que tenías por cierto y propio?
J. M.: Lo primero es que con la experiencia que yo he adquirido allí sobre ese pueblo, me he dado cuenta de que la mayor parte de los ejércitos que han llegado a Afganistán llegan para fracasar y una de las razones por las que fracasan es porque han llegado desconociendo al pueblo afgano. Realmente es un pueblo al que hay que conocer porque no es fácil. Es un pueblo que en algunos aspectos todavía vive en una época bíblica, diríamos así, entonces es muy difícil llegar y, de repente, imponer una voluntad; imponer unas fórmulas con las que no están de acuerdo. Ellos tienen unas tradiciones muy acentuadas que vienen desde tiempos ancestrales. Una de mis convicciones que yo afirmo en el libro es que no se puede ir a un lugar sin conocer mínimamente a la gente. Hay que tener sentido de lo que es, digamos, su simplicidad por un lado y, por otro, la complejidad. Es un pueblo muy atado a las tradiciones. Unas quizá son aceptadas por nosotros y otras no. Evidentemente, yo no acepto algunas, pero otras sí, como el derecho al honor, el respeto a la amistad, la honorabilidad, a la protección y acogida de sus invitados,… Yo me he sentido muy a gusto en un sitio donde sé que el dueño de la casa mientras yo esté allí no va a dormir a sus aposentos, se queda en el lugar donde yo voy a dormir porque mientras esté bajo su techo a mí no me puede pasar nada. Y por otro lado, no me va a faltar nada dentro de la precariedad en la que ellos viven.
C. A.: Sí, porque ese, según tu relato, es un valor que has encontrado allí muy fuerte, el valor de la hospitalidad ¿no?
J. M.: Sí, casi siempre el ser humano lo que más ha vivido es la nobleza. Es decir, la gente cuando practica la nobleza en el sentido de la amistad, en el sentido de la fidelidad, para mí ya han ganado varios puntos, pero ahora es muy complicado hacer esa valoración en Afganistán porque prevalece ante la opinión pública internacional la presencia del talibán, que ha saltado los límites de las cosas nobles que tienen los afganos. Eso sí, yo no he confundido nunca una cosa con otra.
C. A.: ¿Cuáles te parecen a ti que son los valores por los que ellos han luchado a lo largo de esta guerra enquistada?
J. M.: Bueno, lo primero es que ellos sufrieron una invasión y ante esto cualquier ciudadano que está siendo sometido por una potencia extranjera tiene que reaccionar y eso se ha visto en Vietnam, en muchísimos sitios. Los valores son siempre los mismos. Para mí, el querer a tu tierra, el saber que no puede haber alguien que esté por encima de esos valores. Los rusos se saltaron todos los límites y, en el último de los casos, también los afganos lo que han hecho es saltarse las normas de esa hospitalidad que tenían porque estaban siendo invadidos.
C. A.: En el relato de esta guerra narras que no fue un sueño, y lo dices así: “Y no fue un sueño los 10 años que duró la invasión soviética a la que posteriormente se sumó la llegada de los talibanes y luego la consiguiente salida de los afganos hacia países limítrofes, seis millones de refugiados, un millón de civiles masacrados, el experimento de las bombas químicas”. Y yo me pregunto ante estos hechos, si teníamos conciencia de ellos, si hubo libertad para informar al resto de la humanidad de estas atrocidades. ¿Fuisteis libres los que estabais allí para hacer una información veraz de estos acontecimientos?
J. M.: Bueno, desde el punto de vista de la mentalidad de Afganistán jamás se aceptó la presencia de periodistas. Cuando un periodista ha ido de manera oficial, ha ido de la mano de los rusos, eso significa que los rusos le han enseñado la guerra que ellos querían que se diera a conocer, pero no la que estaba ocurriendo, o de la mano de la guerrilla, con los muyahidines. Los periodistas nunca lo tuvimos fácil allí. Primero, por lo complejo del terreno, que teníamos que atravesar en un camión destartalado o a pie, en burro, algunas veces a caballo, siempre lo tuvimos muy difícil y entendía que esa dureza impidiera la llegada de periodistas a esa realidad, excepto la de aquellos que iban con las fuerzas rusas, pero esos no veían la guerra real sino la que los rusos les mostraban. Allí se estaba utilizando el país como un campo de prueba para un montón de armas químicas, y una serie de atrocidades que no era conveniente darlas a conocer.
C. A.: ¿Y por qué tardó tanto Europa en abrir los ojos a esta realidad? ¿No le convenía?
J. M.: Hay un factor bastante importante. Afganistán nunca estuvo desde el punto de vista industrial o comercial en la balanza de nadie, pero sí estuvo en el punto de mira por ser un lugar estratégico y eso solo interesaba de alguna manera a las grandes potencias, Estados Unidos, Rusia o China. ¿Por qué los chinos se empeñaban en dar armas a las guerrillas que estaban luchando contra los rusos? Porque ponían en peligro una parte de su frontera, es decir, la frontera de Afganistán en el norte limita con China y China nunca podía permitir que Rusia estuviera también instalada allí. Entonces la pregunta que tú me haces de por qué Europa tardó… a Europa no se le había perdido nada allí, esa es la triste realidad.
C. A.: Se percibe en tu libro que te has dejado conquistar por el corazón afgano, que te has identificado con su cultura, con su arte… Debe ser un pueblo sensible a la música, a la poesía y tú con ellos tocabas el rubab y también recitabas sus poemas los landays, ¿de qué forma conociste todo eso?
J. M.: Es que es complejo porque de ahí viene también una de las contradicciones en el tema de los talibán. Ellos son amantes de la música, siempre están bailando, tocando el tambor, tocando lo que llamaríamos nosotros guitarra… siempre están en el movimiento del jolgorio, de la fiesta. Esa gran pasión desapareció con el talibán.
C. A.: Me gusta mucho como abordas el tratamiento de los dirigentes políticos, de los grandes luchadores, de los jefes, de los guerrilleros, y hablas, entre otras, de una persona, Ahmad Shah Massoud, ¿Cómo fue tu relación con él? Porque creo que fue estrecha.
J. M.: Massoud ha sido el héroe más importante en la lucha contra los soviéticos; él no dirigía toda la oposición porque en Afganistán había siete partidos políticos importantes y en el lado iraní había ocho que eran los chiitas, y los que estaban en el lado afgano, pero funcionando desde Pakistán eran los sunitas. Él era el líder militar de una de las facciones, o sea el Jamiat-i Islami que luego estuvo en el primer gobierno cuando sacaron a los rusos y echaron a los comunistas. Ahmad Shah Massoud fue Ministro de Defensa. Influyente y carismático aseguró en más de una oportunidad que su misión era combatir para liberar al país y nunca para luchar en contra de otros muyahidines.
Yo creo que todos los periodistas que estuvimos por ahí teníamos un poco de admiración por Massoud. Primero, porque no tenía ningún tipo de radicalidad; segundo, porque verdaderamente él si era un gran amante de la poesía y recitaba poesía como nadie. Entonces todo el mundo le quería porque era un hombre muy noble, con un atractivo especial. Él conquistó Panjshir desde donde sus hombres lanzaban frecuentes ataques sobre el túnel de Salang, paso único e imprescindible que conduce desde Afganistan a la URSS. La prueba de su fortaleza es que los rusos jamás lograron entrar en él, tampoco lo pudieron conquistar los talibanes. Él era muy poderoso, habrá gente que a lo mejor no comulgue con él, no por nada, él no era pashtun obviamente, él era tayiko entonces siempre va a existir ese problema étnico, pero no hay nadie que en Afganistán pudiera hablar mal de Ahmad Shah Massoud que además murió en un absurdo atentado.
C. A.: Existe otro tema del que hablas en tu libro que nos interesa y es el de la mujer afgana ¿Cómo has percibido tú su situación allí? porque citas que alrededor del 40% de las víctimas de la guerra son mujeres y te pregunto: ¿ Además de ser víctimas de la guerra ¿eran víctimas de su propia cultura o la mujer estaba contenta con lo que tenía?
J. M.: Mira, es un tema que a mí personalmente me fascina porque ellas están muy atadas a las tradiciones. Cuando llegan los talibán no es que ellos hayan impuesto el burka, el burka ha existido siempre en Afganistán sobre todo en la parte rural, que fue lo que yo más conocí, pueblos, aldeas… ellas siempre lo han utilizado entonces no puedo decir que estuvieran contentas con eso ni descontentas porque no conocían otra cosa. Ellas nacieron así, crecieron así, y así criaron a sus hijos, no conocieron otra cosa. Pero la gente más culta está en contra de esto con muchísima razón, yo personalmente me dio muchísima pena porque los talibán, es cierto que no lo impusieron, lo institucionalizaron. Es decir, a partir de la llegada de ellos, ni una mujer podía salir sin el burka. Es decir, ellos lo único que han hecho es institucionalizar algo que ya estaba, es decir obligar a la gente a andar así.
Luego una cosa horrorosa para mí, es algo que en pastún se llama purdah. El purdah es la forma de esconder a la mujer, es decir de no darla a conocer, de que no tenga ninguna trascendencia, y entonces ellos prohibieron, por ejemplo, que la mujer usara tacón porque hacía ruido al caminar, prohibieron que se rieran en voz alta, que rieran estrepitosamente porque llamaban la atención entonces las escondieron, volvieron a 2.000 años atrás. Todas esas cosas no existían antes pero en las aldeas yo te puedo decir que yo solamente he visto a las niñas pequeñas y a las señoras mayores. A las jóvenes jamás las he visto porque ellas sí te ven pero tú no las puedes ver porque se practica esa tradición que según los intelectuales y la gente política creen que volverán a cambiar con el tiempo. Aunque lo dudo, porque el afgano es muy amante de sus tradiciones. Y esto es posiblemente algo de las cosas que no me gustan de Afganistán.
C. A.: ¿Tienen derecho a la educación o no van a la escuela?
J. M.: Actualmente sí, pero hubo demasiadas etapas. Tuvieron la etapa de los rusos que fueron 10 años, la etapa de gobierno títere que dejaron los rusos que fueron tres años, la de la llegada al poder de los muyahidines y la llegada de los talibanes, y en cada una de esas la mujer ha ido ocupando facetas distintas. Pero también hay una cosa interesante: ellas ahora mismo -y me refiero a la mujer de la ciudad- sí estudia, no así la del campo que tiene muy pocas opciones… En el libro relato una pequeña historia sobre ellas y cómo conseguí hablar con una de estas jóvenes, sin dirigirle la mirada, en un cementerio.
C. A.: Es difícil comprender, desde nuestra cultura, la situación de un ser humano, al que se le impone el silencio de su voz, el silencio de su risa, no sé, no sé… es difícil entenderlo desde aquí. Tú sin embargo como lo has vivido desde dentro podrás entender un poco más
J. M.: Es difícil, yo por mi propio carácter siempre intento comprender a los demás. Hagan lo que hagan, digo cuando lo hacen, pues por algo lo hace. Entonces no intento llegar más allá. Lo único que sí sé es que esa violencia tan grande, tan grande que crearon en el tema de los talibán no es en absoluto aceptable para nadie.
C. A.: Jorge, creo que tu libro viene a aportar muchísima luz a todo este complejo entramado de todos los acontecimientos que durante 40 años se han vivido en Afganistán. Te lo agradezco muchísimo porque leyéndolo a fondo ves también un pueblo que no quiere ser sometido, que quiere conservar sus valores, que al mismo tiempo está en una posición estratégica muy privilegiada de todos los países que a su alrededor tratan de conseguir sus objetivos.
J. M.: Estoy contentísimo de haber dado un poquito de luz a muchos de los temas que confluyen en Afganistán. Es necesario que la gente conozca un poco aquel pueblo, un pueblo muy noble, que ha sufrido muchísimo, que hay una generación o dos enteras que no conocen la paz y eso conlleva a muchísimas cosas.
C. A.: Claro, creo que lo logras perfectamente Jorge. Y se nota ese cuidado que pones en esas ultimas páginas cuando te refieres también a todo el tema de Bin Laden, de Al Qaeda, todo eso a mí me ha dado mucha luz. Así que te lo agradezco infinitamente. Comentas un dicho afgano que dice que quien logra enfrentarse a Afganistán una vez se apoderará de él la extraña sensación de necesitar volver. ¿Tú tienes que volver? ¿O ya has vuelto, y has vuelto en distintas ocasiones no solo una vez?
J. M.: A mí me gustaría muchísimo ir en un momento de paz y recorrerlo, siempre hay que tener en cuenta que durante todo aquel tiempo yo traje a España 23 niños heridos por la guerra para que se curaran aquí y algunos son hombres, algunos se murieron por la situación pero sé por dónde andan y con uno de ellos me escribo de forma habitual porque es un gran médico. Me gustaría ir a visitarles a todos sin que me caiga en la cabeza ninguna bomba e irme por las aldeas y los pueblos, y visitar a mis amigos, y ver cómo van evolucionando y todo eso…
C. A.: Pero ya veo que el dicho no se ha quedado en palabras sino que es un realidad porque tienes por dentro esa urgencia. Quiero darte las gracias a ti y a tantos periodistas que en unas situaciones de guerra y de peligro nos habéis dado una información muy necesaria. Muchísimas gracias, Jorge, por todo lo que nos has aportado
J. M.: A vosotros y a la revista que tanto quiero de tantos años atrás y me alegro muchísimo de haberos recuperado.
Pues nosotros también te hemos recuperado y hemos conocido la historia real porque como tú mismo escribes “las historias de los pueblos nos pertenecen, tanto como sus miserias y sufrimientos”.
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