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LA UNIDAD DE UN PAÍS NO SE CONSIGUE CON VARITA MÁGICA NI TAMPOCO POR DECRETO LEY

Después de unas semanas –más bien décadas– de división y una polarización que llegó a convertirse en una expresión violenta y en una fortificación militar de toda una ciudad, en Estados Unidos en la mañana del 21 de enero se escucharon palabras de esperanza y sueños de un tiempo mejor… Alguien dijo, “un nuevo amanecer”… Y se habló de sueños y se nombró a la joven poetisa que habló de realizar el sueño, de ser el sueño…. La figura de Biden casi elevada a la de mesías. ¿Así de fácil? 

Por supuesto que no. Para empezar, no se puede hablar en términos absolutos desde posiciones relativistas, como se ha intentado hacer y se sigue haciendo en estos días. De entrada, el discurso de Biden—bien construido y con las palabras adecuadas para llegar al sentimiento de la gente—supuso para muchos de los seguidores de Trump un insulto velado. “La democracia ha triunfado”… es decir, que los 75 millones de personas que votaron por Trump no eran democráticos… En estos términos, democracia sería un término absoluto que no incluiría a la otra mitad, a no ser que se aviniera a pensar de igual manera. 

“Empezaremos un nuevo tiempo de verdad, de luz y de tolerancia”… es decir, que esos 75 millones (que sospechaban, y siguen sospechando que había habido fraude en las elecciones) eran mentirosos, oscurantistas e intolerantes… Con toda la llamada a la unidad que se escuchaba en las palabras y la apelación a los sentimientos  patrióticos, se podría estar hurgando y haciendo la herida aún más honda con la continuación del desdén manifiesto hacia los simpatizantes de Trump que ha marcado estos últimos años. 

Y en el propio día 20, con el fervor de una toma de posesión (rara e histórica) todavía muy vivo, el presidente Biden se dispuso a firmar órdenes ejecutivas para asegurarse, no de que esos 75 millones de personas se sintieran alentados a la unidad, sino para enterrar todo el legado de Trump. Casi como para que el Partido Demócrata esté muy unido y feliz, pero que los seguidores de Trump desaparezcan. Es posible que las normas relativas a la crisis del Covid se reciban con esperanza o con indiferencia; las relativas al cambio climático, las que apoyan causas de la izquierda, sin embargo, no parecen tan orientadas a la unidad. Biden también firmó órdenes de leyes migratorias, que serán, sin duda, muy bien acogidas por los millones de trabajadores indocumentados que llevan muchos años en Estados Unidos, pagando impuestos y viviendo en la sombra, así como por los cientos de miles de jóvenes soñadores (los del programa DACA), que al fin verán su esperanza de un camino hacia la ciudadanía más transitable. Pero, afirman los congresistas y senadores republicanos, tales órdenes ejecutivas dan la vuelta a políticas importantes e imponen un coste económico muy significativo que podría poner en peligro la recuperación económica después de la pandemia. Aseguran que tales decisiones exigen una conversación bipartidista—lo cual parecería un paso lógico en esa búsqueda de la unidad que tanto se proclamó. 

División dentro de la división: el Partido Republicano

Los acontecimientos de los últimos meses, a raíz de las elecciones y la negativa de Trump a conceder el triunfo a Biden, alegando fraude, no sólo han ahondado en la polarización de la sociedad americana que tiene su origen en administraciones anteriores y en políticas y actitudes que habían sistemáticamente arrinconado a medio país enfrentado con el otro medio. Han causado también la escisión dentro del Partido Republicano. La actitud beligerante del presidente Trump parecía no cuadrar bien con toda la gentileza política de la que se precian los ciudadanos de Estados Unidos. La transferencia pacífica del poder, el saber perder, la actitud presidencial, parecían haberse esfumado. Y, con ellos, el recuerdo de los logros evidentes de Trump en materia económica, de relaciones internacionales y de seguridad nacional, por no hablar de la defensa de ciertos valores y libertades religiosas bajo ataque de grupos de presión de corte progresista. Sólo parece quedar la imagen esperpéntica del ataque al Capitolio como prueba evidente de que los seguidores de Trump son, como se los había siempre presentados, como él: ignorantes, algo brutos, extremistas… Curiosamente, no queda la misma imagen de las manifestaciones convertidas en violencia callejera de Black Lives Matter

¿Porque estos últimos estaban del lado de la razón? ¿Porqué eran demócratas? El camino hacia la unidad va a estar difícil. El caso es que muchos republicanos se han desmarcado de todo lo que pueda recordar a Trump y se ha roto la cohesión dentro del partido, de manera que los 50 senadores republicanos van a tener muy difícil mantener sus posiciones frente a los 50 demócratas (más el voto decisivo de la vicepresidenta, Kamala Harris). Eso marcaría una unión a fuerza de… fuerza. 

El Big Tech

Los medios de comunicación más progresistas, las grandes compañías y las redes sociales parecen haber estado muy empeñadas en demostrar la total falta de idoneidad de Trump para dirigir el país, su despotismo y sus mentiras. Las grandes compañías que controlan las redes sociales, la comunicación cibernética y gran parte del transporte, como Amazon, Google, Twitter, y Facebook, se han puesto decididamente contra Trump hasta el punto de arrogarse el privilegio de censurar comunicaciones poco aceptables. En cierto modo, esto convertiría a quienes se nieguen a utilizar tales medios y redes en parias, excluidos del diálogo…el mismo que podría fomentar y construir la unidad. 

¿Qué hereda Biden?

Un país terriblemente polarizado y con una población envejecida, que en este momento además atraviesa la peor crisis sanitaria del siglo. Una pandemia que, a pesar de las medidas de subsidios, estímulos al consumo y protecciones a empresas, ha frenado el crecimiento económico que iba teniendo el país en los últimos 11 años y ha aumentado el desempleo. La expectativa de vida ha descendido a niveles de la Segunda Guerra Mundial. 

Además, hay una cambiante demografía que presenta cuestiones de identidad y de cultura. Estados Unidos se está convirtiendo en un país más diverso racialmente. Gracias (o más bien, debido a) las políticas de derechos reproductivos y de control de la natalidad, hay muchos menos nacimientos, y la población crece muy lentamente. Además, a mediados de la década pasada, hubo un raro y rápido ascenso de muertes por sobredosis de droga y por suicidio, lo cual también hacía descender la expectativa de vida. Eso había comenzado a mejorar, antes de Covid.  Aunque la tasa de inmigración ha descendido, la población blanca sigue en descenso frente al crecimiento de la población hispana, asiática y negra.  La economía (antes del frenazo de la pandemia) mejoraba de manera firme, con los niveles de pobreza descendiendo y la bolsa creciendo. 

El número de americanos que se identifican como conservadores o progresistas no ha cambiado mucho. Pero, dentro de los partidos, las posiciones se han ido radicalizando, lo cual es también un factor de la creciente polarización. 

Gran parte de la división, aparte de temas económicos y el asunto nuclear de la inmigración conectado a la seguridad nacional, trata de valores culturales y religiosos profundos, que están en la raíz de la identidad del país (Una nación bajo Dios…). Asuntos de vida tales como el aborto, la eutanasia, la ideología de género, chocan con el movimiento más progresista (y orquestado a nivel mundial) de revolución sexual. Biden, y mucho más Kamala Harris, se han pronunciado a favor de políticas progresistas en este sentido. Los primeros nombramientos del gabinete de Biden dejan clara la voluntad de hacerlo así. Y no parece haber mucho espacio para el diálogo, aparte de la posibilidad de asuntos constitucionales que tendría que dirimir la Corte Suprema, de mayoría conservadora…

¿Unidad o diferencias irreconciliables?

En una situación de tal división, la unidad solo sería posible a través de la reconciliación. Pero una verdadera reconciliación, aseguran los académicos y los teólogos, tiene que pasar por el reconocimiento de errores en las dos partes, no por una amnesia o eliminación de una de las posiciones. El partido demócrata tendría que reconocer que ha alienado a la zona central del país (la zona roja, o republicana) –la que ideológicamente dicen estar defendiendo como partido de los trabajadores y de los desfavorecidos– en favor de las posiciones de las élites intelectuales y económicas de las dos costas. El partido republicano (o quizá mejor dicho, el trumpismo) tendría que reconocer que ha cometido graves errores estratégicos y de imagen, proyectándose como extremista, poco compasivo y arrollador. Ambos tendrían que reconocer también la “virtud” en el otro. La compasión (al menos aparente) y la tolerancia del partido demócrata, y la buena economía, el no haber entrado en ninguna guerra durante esta última administración, la seguridad nacional que ha proporcionado el partido de Trump. Solo en un diálogo que pueda encontrar algún punto común y tenga la generosidad y la humildad de reconocer errores y logros se podría intentar caminar hacia la unidad. 

No es muy probable que esto ocurra a golpe de discurso o de orden ejecutiva. El daño es muy profundo y la opinión pública está demasiado manipulada. Pero la solución de reconocer diferencias irreconciliables tampoco es muy viable, ya que daría lugar a la división del país en dos países distintos… lo cual es enormemente complicado debido a la distribución geográfica.  

La cosa está extremadamente difícil. Hay quienes se preguntan si los acontecimientos de esta última semana estarían marcando el final de la democracia americana… Los acontecimientos son sólo un síntoma de lo que ya estaba ocurriendo hacía un par de décadas. Trump, se dice, no fue el causante, sino el síntoma de la profunda llaga del país. Pero el pueblo americano de ambos partidos, además de profundamente optimista y algo ingenuo, es radicalmente patriótico y está dispuesto a todo sacrificio por el país. Ésta, no los discursos, las varitas mágicas, ni las órdenes ejecutivas, es la pequeña luz de esperanza de que se pueda reconstruir. In God we trust, dice la moneda americana (Confiamos en Dios). 

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