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LA ÚLTIMA CARICIA

León Felipe en su poemario Versos y Oraciones de Caminante escribía en su poema Romero sólo estos versos: …Que no se acostumbre el pie/a pisar el mismo suelo […] la mano ociosa es quien tiene/más fino el tacto en los dedos, decía Hamlet a Horacio/viendo como cavaba una fosa/y cantaba al mismo tiempo/un/sepulturero./-No/ sabiendo/los oficios/los haremos/con/respeto-./Para enterrar/a los muertos como debemos/cualquiera sirve, cualquiera…/menos un sepulturero…

La situación vivida a lo largo de este tiempo de pandemia quizá ha cambiado la afirmación de León Felipe porque todos hemos aprendido la esencialidad de unos oficios que nos han mantenido con el pulso de la vida o han acariciado los restos de personas queridas en su último viaje al cementerio. Y así hemos valorado esos oficios que, escondidos en la cotidianidad, son esenciales para nuestra vida. Oficios y trabajos en ocasiones mal pagados y mal valorador por la sociedad, como los trabajadores de los supermercados, cajeras, reponedores, transportistas, profesionales de la limpieza, y… sepultureros. Todos hemos asistido al reconocimiento y visión de los miles de fallecidos en nuestro país y en el resto del mundo. Por ello, sea esta pequeña muestra del trabajo de los sepultureros un homenaje a los que llevaron una última caricia a nuestros seres queridos. Quizá no sirva cualquiera, como expresaba León Felipe, para enterrar a los muertos. Pero lo que sí es innegable que esa última mirada proviene de un corazón compasivo y una mano encallecida que siente en su carne el dolor de la humanidad y la acaricia.

César Cantano lleva 11 años trabajando como sepulturero en la preciosa localidad de Huétor Tajar (Granada).  Sus vecinos lo respetan y lo quieren. Realiza su trabajo con mucha responsabilidad e intenta hacerlo lo mejor posible, siempre cerca de los familiares, dándoles su apoyo, cariño y acompañándoles en esos momentos tan duros como es la muerte de un ser querido.  

Desde hace más de una década César entierra a sus paisanos, pero ahora más que nunca, en plena pandemia por el Covid-19, ha vivido y vive momentos muy duros, difíciles de explicar con palabras.  Su teléfono no para de sonar. César trabaja provisto de mascarilla, guantes y traje especial de protección integral. Dice haber sentido miedo a contagiarse, pero no está obsesionado con ello, pues está por encima su sentido de la responsabilidad y profesionalidad. Sabe que su actividad es esencial y lo importante que es para los familiares poder despedir dignamente a un ser querido.  

Nos cuenta su actividad: acondicionar nichos, dejar espacio para los siguientes, en muchas ocasiones abrir tumbas, recoger restos de lo que fue la vida de un ser humano, depositarlos en otro espacio o en un espacio común del cementerio, limpiar, colocar el ataúd o las cenizas, cerrar el nicho, colocar coronas de flores … Pero lo más duro es sentir y compartir el dolor de los familiares, teniendo que estar preparado psicológicamente para enterrar a todas esas personas a las que le pone rostro, nombre y apellidos, que son sus vecinos e incluso sus propios familiares y compañeros.  

Todos pensamos que somos y seremos inmortales. En cierta manera nos aferramos así a la vida para tener ilusiones, emprender proyectos y construir un futuro. Nos cuesta mirar de frente a la muerte.  

Por eso el trabajo de César no es apto para cualquiera y es digno de admirar. En cada una de sus jornadas realiza un auténtico acto de valor. Se enfrenta a diario al dolor y al sufrimiento.   

Su presencia en cada acto de sepultura –la mayoría de las veces invisible para el resto–, le ha hecho ser un experto conocedor de la fina línea que separa la vida de la muerte. “Estamos preparados para la vida, pero no para la muerte”, nos dice César, con la templanza y serenidad de quien sabe perfectamente de lo que habla.  

César se levanta cada día apreciando la vida porque trabaja con la muerte. Acaricia la muerte en su rutina.  Tiene una sensibilidad especial. Asombra su capacidad de reponerse cada mañana, dispuesto a ofrecer lo mejor de sí mismo para trabajar con la mayor de las adversidades porque es consciente de que tiene la misión de ofrecer “la última caricia” al que se va.  

Personas como César merecen todo el reconocimiento, respeto y admiración. Merecen salir del anonimato. Merecen el agradecimiento público por su valentía y profesionalidad. Sirva este reportaje para hacer visible a un héroe que nos ha emocionado y nos ha dado una gran lección de vida.  

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