La polarización ha venido y nadie sabe cómo ha sido. Disculpen la licencia primaveral becqueriana, porque sí lo sabemos, y también lo sufrimos, demasiado bien: ha sido un empeño demorado y atento, concienzudo y a prueba de cualquier matiz, para reubicar nuestro temperamento político afectivo. Esta eliminación de tonos grises puede que no esté tanto en la vida como en el espectáculo de los representantes que en la vida nos hacen percibir su eco melancólico. Se han eliminado los matices, esas notas menudas y acertadas que son el pie de página vital de cualquier narración. Ahora la narración está extremada: ya se han levantado los dos frentes y hay demasiadas voces encargadas de hacernos entender, a los más rezagados del viejo pensamiento democrático -que aún sigue creyendo en la cultura del respeto y el pacto, porque nos resistimos-, que estamos otra vez ante el ruido de sables nebuloso y fatídico de la primavera levantisca de 1936. La gente no está en eso, porque la vida es dura y la pandemia es dura y se hace demasiado estrafalario estar ahora armando barricadas en lugar de defender la salud, que es una riqueza del espíritu. Pero cómo le explicas a los protagonistas de este cuadro goyesco sin talento que tan sólo queremos llegar al verano con unos cuantos muertos menos que el verano pasado, y también vacunados si es posible. Pero cómo le explicas a estos actores que ni siquiera serían secundarios en cualquier otra empresa, que no han gestionado ni un solo presupuesto en toda su vida pero ahora sí organizan nuestra vida, desde los fondos europeos de recuperación hasta el mismo ritmo de la vacunación, que la política debiera ser la actividad más triste y más oscura, más aburrida y átona de todos los tiempos. Sin embargo, las redes sociales ya han finiquitado a los últimos poetas verdaderos y a los buenos políticos, que quizá podrían ser esos políticos que hacen su gestión de frente y sin retuit. O sea, una casta sin ego que ni siquiera se sintiera casta, sino servidores aplicados.
Pero tenemos lo que tenemos, hasta nuevo aviso electoral, y la resistencia ha de ser ética. Me niego a que me enfrenten con cualquier vecino, con cualquier amigo o familiar, tan sólo por el hecho de que sea más conservador o más progresista de lo que yo crea ser. Me niego a eso con ferocidad, con ese salvajismo democrático que te convierte en facha sólo por vindicar, con sus carencias o sus imperfecciones, nuestra Constitución. Qué le vamos a hacer: soy un equidistante, porque ya he decidido no acudir a ninguna cuestión con posicionamiento previo entre los dientes. Prefiero caminar sin ataduras, a ver qué encuentro, a ver con quién comulgo en esta y otra cuestión, por más que haya otra gente que decide expedir sin rubor los carnets de izquierda y de derecha. Y además te cobran, antes o después. Quizá la rebelión más de ahora mismo sea precisamente no caer en la trampa de la alineación: un curioso juego de palabras con alienación, aunque a George Orwell no se lo parecería tanto, ni tampoco a Manuel Chaves Nogales. Ellos, como Albert Camus, o Mario Vargas Llosa mucho tiempo después, con aciertos o errores -yo creo que con aciertos- prefirieron dejar la zona cómoda de la tranquilidad ideológica para adentrarse en todos los meandros de la existencia humana, que al final sólo sabe de bondad y de crueldad extremas. Esos son los dos polos de nuestra libertad, esos son los dos vértices sonoros sobre los que basculan, de verdad, todo hombre con su moralidad.
Es bastante curioso que, desde el punto de vista de muchos de los análisis de hoy día, cualquiera de estos buenos escritores sería catalogado como fascista furibundo. Hemos llegado a una simplificación burda y malsana de la realidad que, en eso sí, puede recordarnos a muchas de las proclamas anteriores a la guerra civil. El contexto es muy otro y la vida también, pero quizá en todos los años de rodaje democrático reciente, que afortunadamente ya supera en años a la dictadura franquista, nunca hemos estado tan próximos a esta alineación/alineación que castiga al que elige no alinearse ni alienarse, bajo la amenaza permanente de ser tildado de fascista, sólo por cuestionar el comunismo como sistema veraz de convivencia o recordar los años de plomo del terrorismo vasco.
Debemos mirar primero y escuchar después. Es verdad que asistimos a la caída en barrena de un partido, Ciudadanos, que durante un tiempo breve representó la posibilidad de algo que en realidad nunca ha existido en el paso público: una tercera España sin frentismo sobre el territorio de la ley. Todo eso es hoy paisaje de demolición, pero constituyó una posibilidad ya diluida; o, mejor dicho, pisoteada y triturada, por los errores propios y la furia ambiental. Afortunadamente aún hay gente cabal que cree en el respeto entre contrarios, en esa vecindad cordial entre opiniones. Esa gente no está en una excitación de barricadas ni en un lenguaje bélico más de cartón piedra que real. Y así hemos de seguir: sin caer en la trampa.
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