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LA VENTANA, COMO SENTIDO METAFÓRICO EN LA OBRA DE CARMEN LAFFÓN (y II)

En 2004, Carmen Laffón comienza una magnifica versión de la ventana vista desde su estudio, que culminaría en 2013, un precioso autorretrato visto de espalda al espectador, que contempla ya en la plenitud de la vida el paso del tiempo, la Sanlúcar que siempre contempló, interpreto y se enamoró, a través de la misma ventana que como marco espacial de la composición sintetiza el recorrido formal de los pintores Friedich Caspar David, Dalí y el propio Maigrate. 

La evocación que Laffón realiza del ambiente familiar, la experiencia de su propia vida está sintetizada en la propia composición. Y es que a través del marco de la ventana cerrada emula los paisajes sanluqueños, aquellos que se han ido convirtiendo en la envoltura a lo largo de su vida, que culmina en sus composiciones dedicadas a las Salinas. La propia Carmen Laffón evocaría la ventana de su estudio de la calle Bolsa, que, como así lo muestra Juan Bosco Díaz-Urmeneta, no “es un estudio, solo un cuarto en la azotea de una casona (…). Pero Lafón sabe que con el cuarto le ofrecen un lugar de acogida y de respeto a su independencia (…) Desde su estudio de la calle Bolsa (donde de niña había esbozado vistas de Sanlúcar) pinta Laffón sus paisajes urbanos de madurez”. De esta manera, Laffón evocaría desde la ventana los trazos de su propia biografía, como un marco donde se iría desarrollando los esbozos más importantes de su vida, un recorrido por su propio interior. Y es que Laffón, desde su ventana, captará el gozo metafísico del universo sanluqueño, sus luces, sus colores, la realidad onírica que trasluce en la propia ciudad de marineros. Una ventana que esboza sus múltiples estancias en la calle Bolsa.  

Los recuerdos de Laffón me recuerdan las visiones de Carmen Martín Gaite en su obra De su ventana a la mía, publicada en 1982, que, escrita con tintes autobiográficos, es un recuerdo de su hogar: “La ventana de mi madre estaba iluminada por el Sol poniente y vibraba con destellos de todos los colores cuando mis palabras llegaban a tocare el cristal; era grande y resplandecía como un brillante irisado entre el humo, el acero y el cemento (…). Pero a la habitación a que pertenecía esa ventana nada podría decirse con certidumbre, sino que tal vez era una mezcla de muchas habitaciones, de todas las que en ella se sentó alguna vez a mirar por la ventana (…). Mi madre siempre tuvo la costumbre de acercar a la ventana la camilla donde leía o cosía, y aquel punto del cuarto de estar era el ancla, era el centro de la casa. Yo me venía allí con mis cuadernos para hacer los deberes, y desde niña supe que la hora que más le gustaba para fugarse era la del atardecer, esa frontera entre dos luces, cuando ya no se distinguen bien las letras ni el color de los hilos y resulta difícil enhebrar una aguja; supe que cuando abandonaba sobre el regazo la labor o el libro y empezaba a mirar por la ventana, era cuando se iba de viaje”1. 

La ventana deja de ser un marco espacial, es una formulación imaginaria, que más allá de unas coordinadas geográficas, de una mera localización, en la que es el impulso emocional el que conlleva la propia orientación. De esta manera la ventana la lleva más allá de Long Island, “estaba mucho más allá, en ese más allá ilocalizable adonde precisamente ponen proa los ojos de todas las mujeres del mundo cuando miran por una ventana y la convierten en punto de embarque, en andén, en alfombra mágica desde donde se hacen invisibles para fugarse” 2. Y es que al igual que Carmen Laffón, la gran escritora Carmen Martín Gaite, crearía un dialogo interior con su madre, fragmentos de páginas melancólicas, en la que proyectaba sus experiencias en un mundo La evocación melancólica de la vida a través de una ventana, debe de desligarse de ataduras: “Nadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mundo hasta confines ignotos”. 

La ventana de Laffón sugiere la necesidad de ver el mundo exterior, la recreación de un mundo de luces y colores que nos espera, que necesitamos para vivir día a día. Quizás hay unos tintes kafkianos de ansias de liberase de un mero interior, que trasluce los textos que dejara el escritor en sus Diarios. Kafka contrapone la apertura y cierre de la ventana como apertura al mundo, en ese juego de abrir y cerrar según las circunstancias de la vida. En una carta a Milena Jesenská, Kafka comenta lo siguiente de un hombre que sufre de melancolía: “La ventana del cuarto del enfermo tenía que estar constantemente abierta, pero cuando pasaba un carro por la calle, había que cerrarla rápidamente un instante porque el padre no soportaba el ruido. La hija se encargaba de abrir y cerrar la ventana”. La ventana de la composición de Laffón está cerrada, pero se trasluce las ganas de vida, la necesidad de su apertura, en la que se vislumbra el paisaje de Sanlúcar de Barrameda. Los interiores kafkianos, agobian, arrojan desesperanzas, convirtiéndose la ventana en un punto de escape. Josef K., protagonista de su obra el Proceso, publicada en 1925 a manera póstuma, busca una salida por la propia ventana, al visitar el taller del pintor Titorelli intenta escapar del lugar y le pregunta “¿No se podría abrir la ventana?’, preguntó K. ‘No’, dijo el pintor.  Su respuesta no tiene paliativo, ‘No es más que un cristal encastrado, no se puede abrir.’ Entonces se dio cuenta K. de que todo el tiempo había esperado que, de pronto, el pintor o el mismo irían a la ventana y la abrirían de par en par”. En Kafka, la ventana es un mero consuelo, un teñido de esperanza, de un escape que nunca se realizará. En una de las cartas escrita a Milena se refiere la ventana: “Cuando no estoy escribiéndote, me repantigo en el sillón y miro por la ventana”. En la mayoría de las ocasiones, la ventana kafkiana es símbolo de desesperación, marco de desesperanza. En su excepcional obra El Proceso, Kafka no deja ninguna duda del tormento propio del pesimismo de la vida: “Casi todas las ventanas del otro lado estaban también a oscuras, y [que] en muchas habían bajado las persianas”. El cierre de la ventana como desesperanza de la vida, en contraposición a la alegría de la luz que encierra el horizonte que se vislumbra a través de los cristales de la ventana de Laffón. 

Quizás la ventana de Carmen Laffón emula aquellos versos del genial Federico García Lorca, en su famosa composición Nocturnos de la Ventana, pertenecientes a su libro Canciones, escritas entre 1921 y 1924, dedicada al poeta José de Ciria y Escalante, que había muerto de tifus con solo 24 años, en la que la ventana se concibe como espacio de apertura a la vida: 

Un brazo de la noche, 

Entra por mi ventana    

Un gran brazo moreno 

Con pulsera de agua.   

La luna lorquiana se convierte en el marco escénico de esta composición, en la que se encierra toda la mitología sensual y onírica de la poesía del poeta granadino. Una sensualidad mágica que subyace en el escenario de la composición de Laffón. Una ventana y la luna que ya emulara Miguel de Cervantes en Don Quijote de la Mancha: “A cuyas señas y voz volvió don Quijote la cabeza, y vio a la luz de la luna, que entonces estaba en toda su claridad, como le llamaban del agujero que a él le pareció ventana, y aun con rejas doradas”3.  

La ventana es apertura, en la preciosa descripción que Luis Cernuda realizara en la recreación emotiva de la Casa en su obra Ocnos: Sólo cuatro paredes, espacio reducido como la cabina de un barco, pero tuyo y con lo tuyo, aún a sabiendas de que su abrigo pudiera resultar transitorio; “ventanas abiertas al cielo y a las nubes, sobre las copas de unos árboles”. La concepción melancólica de Laffón en la mirada hacia el exterior, es una trasposición del interrogante cernudiano al exclamar en las notas autobiográficas de Ocnos: “Apoyado sobre el quicio de la ventana, nostálgico sin saber de qué, miró al campo largo rato”. Es el sentimiento de soledad que subyacerá a lo largo de su vida, la que incide en la contemplación emotiva del paisaje a través de una ventana. Unas ligeras notas de esperanza se traslucen en Platero y yo, en ese excepcional texto de Juan Ramón Jiménez, en el que vislumbra al Sol, como esperanza vital de la vida: “Mirábamos el sol con todo: con los gemelos de teatro, con el anteojo de larga vista, con una botella, con un cristal ahumado; y desde todas partes: desde el mirador, desde la escalera del corral, desde la ventana del granero, desde la cancela del patio, por sus cristales granas y azules”.

Sanlúcar es contemplada desde la ventana de aquel marco habitacional donde Carmen Laffón concibe la ventana. Se vislumbra la loza a modo de muro de la terraza, que deja vislumbrar a lo lejos el paisaje sutil de un caserío que se va dibujando en la lejanía. Son tintes melancólicos, llenos de buen gusto, de combinaciones de las luces que acompañan la ciudad que mira todos los días desembocar el Guadalquivir. Es la ventana que se convierte en el receptor de sus múltiples episodios de vida, desde que en su juventud se estableciera allí, un pequeño estudio que unos parientes le ofrecieron. Correría el año 1973, la pintora vivía en Madrid… Un verdadero mirador de días y noches de creatividad, de diálogos de su interior con la plasmación de su obra, en consonancia con los acentos melancólicos que siempre conlleva el horizonte del escenario sanluqueño. Desde la ventana, Laffón nos muestra la vida en sí misma, las alegrías de sus contrastes, el contorno de sentirse vivo día a día. Y es que desde su ventana, Laffón podía contemplar la vida, diluidas las tinieblas. Una experiencia que emula, el poeta Rafael Alberti, en su poema Háblame del mar, marinero: 

Desde mi ventana 

El mar no se ve 

Háblame del mar, marinero. 

Cuéntame, que sientes

Allí, junto a él.

Desde mi ventana

No puedo saberlo, 

Desde mi ventana, 

El mar no se ve. 

Quizás en la serie de los armarios realizada entre 1973 y 1985, imita a aquel marinero albertiano que no puede apreciar la mar. Aquel Armario Blanco, de puertas cerradas, realizado en 1985, encuadres que van más allá de un objeto, estado de ánimos, que recorre desde su interior, y su pincel le hace fluir. Una mujer que ha dejado atrás ya los años iniciales de su carrera, cuando siendo una niña se forma con Manuel González Santos, sus estudios de Bellas Artes en Madrid con solo diecinueve años, su periodo italiano, después de conseguir una beca y su unión con la galerista Juana Mordó, una vez de vuelta a Madrid. Carmen Laffón junto con otras artistas de renombre, como Teresa Duclós crearía la galería sevillana La Pasarela, en el número 25 de la calle San Fernando, evocando la pasarela, que hoy desaparecida, se había convertido en uno de los inmuebles de la vanguardia arquitectónica. Detrás de la fundación de esta galería se encontraría un gran nombre, Enrique Roldán, verdadero revulsivo del arte contemporáneo sevillano. 

Laffón a través de la ventana contempla la ciudad histórica, el pasado y el presente de una ciudad que no deja indiferente al viajero. La ciudad histórica que describe Fernando Cruz Isidoro al evocar el precioso dibujo que Antonio de la Viña realizara en 1567, por encargo de los Guzmán, la ciudad en su esplendor, “la que ha ocupado históricamente una posición estratégica en la desembocadura del Guadalquivir,  defendiendo  la  entrada  de  un  río  navegable  que  conduce  hasta  Sevilla,  la  capital  del  Reino  de  su  nombre,  donde  se  ubicaba  el  monopolio  real  del  comercio  americano  desde  la  fundación  de  la  Casa  de  Contratación  en  1503,  aunque  era  en  las  playas  sanluqueñas  y  en  su  puerto donde se aprestaba la Flota de Indias, pues de allí partía y llegaba, y a la que suministraba personal de todo tipo (marinería, soldados y artilleros) artillería, y pertrechos variados (agua, productos alimenticios, cordelería…”. Esa Sanlúcar que no se perdería con el tiempo, que seguiría perviviendo en sus preciosos monumentos históricos, en sus parajes naturales, como la playa de Bonanza o el ingenio de sus gentes, Una Sanlúcar que dejaría huella en las páginas de la historia personal de una artista como Carmen Laffón, que nunca la dejaría a lo largo de su vida, con innumerables obras. Siguiendo a Juan Bosco Díaz-Urmeneta, desde 1975 a 1978 pintaría dos grandes vistas de Sanlúcar (114 x 200 cm), hacia 1989 vuelve para trabajar nuevos paisajes. Regresará de nuevo en 1999, quiere recuperar algunas cosas que aún siguen en aquel cuarto. “Siguen allí, en efecto. Nada parece haber cambiado. El vértigo de ese instante de tiempo suspendido la llevará a tomar una decisión: condensará la memoria de aquel lugar en esculturas y grandes dibujos”.

La ventana abierta de Carmen Laffón recuerda aquellas emociones que Charles Baudelaire reflejó en su obra Pequeños poemas en prosa o Spleen de París, publicada en 1862: “Quien desde fuera mira a través de una ventana abierta, jamás ve tantas cosas como quien mira una ventana cerrada. No hay objeto más profundo, más misterioso, más fecundo, tenebroso y deslumbrante que una ventana tenuemente iluminada por un candil. Lo que la luz del sol nos muestra siempre es menos interesante que cuanto acontece tras unos cristales. En esa oquedad radiante o sombría, la vida sueña, sufre, vive”.

Y es que, en el año 2013, como referimos al principio de este artículo, la propia artista nos deja una excepcional obra, la ventana desde dentro del estudio, en la que se representa a sí misma, de espalda al espectador, en la que esta vez, observa a la ciudad milenaria. Ya han pasado los años desde que irrumpió en su estudio, pero el escenario sigue siendo el mismo, es inmortal, como su propia obra. 

 

BIBLIOGRAFIA 

Baudelaire, Charles, El Spleen de París. Pequeños Poemas en Introducción, traducción y notas de Pablo Oyarzún R. 

Díaz-Urmeneta Muños, Juan Bosco Carmen Laffón. Apuntes para una biografía artística. Arte Hispalense, 86, Sevilla, 2014. 

Díaz-Urmeneta Muños, Juan Bosco, Carmen Laffón. El paisaje y el lugar. Centro de Estudios Andaluces, Sevilla, 2015. 

Chacana, Roberto, Las ventanas de Kafka, Revista 180, Número 35, 2015, pp.41-45.

Cruz, Fernando Antonio de las viñas y los Pérez de Guzmán. Sobre la “ejecución y pinturas de ciertos lugares de España” en 1567: ¿Las vistas de Tarifa, Zahara de los Atunes y Sanlúcar de Barrameda, archivo Español de Arte, LXXXVII, 346 abril-junio 2014, pp. 163.

García lorca, Federico Nocturnos de la Ventana, Obras completas, vol. I (Barcelona, 2005, RBA-Instituto Cervantes, p. 330): Canciones (1921-1924), pp. 321-386

Yahni, R. algunos rasgos formales en la lírica de García Lorca: función del paréntesis. Bulletin Hispanique, tome 66, n°1-2, 1964 .pp.106-124. 

1. Martín Gaite, Carmen. De su ventana a la mía. 

2. Ibidem.

3. Cervantes, Miguel de.  Don Quijote de la Mancha.

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