En una era dominada por superespecialistas, el filósofo George Steiner, que falleció en febrero 2020 en su casa en Cambridge, Inglaterra, a la avanzada edad de 90 años, destacaba por el extraordinariamente amplio rango de sus intereses intelectuales, incluyendo la filosofía del lenguaje, la literatura, la música y la cultura en general. Daba conferencias y escribía sobre estos temas con un estilo brillante y ameno.
Steiner nació en Paris en 1929 de padres judíos de origen vienés. Gracias a la previsión de su padre, que trasladó la familia a Estados Unidos en 1940, Steiner fue uno de los dos alumnos judíos de su clase en el colegio parisino, donde se educó, que escaparon de las garras de los nazis. Dada su historia personal, no es nada sorprendente que el tema del Holocausto que sucedió en uno de los países más avanzados y cultos de mundo, y la compleja relación entre la barbarie y la cultura en todas sus facetas, le obsesionaran durante su larga vida académica.
En el pequeño pero denso y rico libro La barbarie de la ignorancia, publicado por la editorial Alfabeto, el periodista francés Antoine Spire entrevista a Steiner y recrea en cierto sentido la esencia dialéctica de la filosofía, tal como hacía Platón en sus diálogos. El formato de la entrevista permite al lector evitar el peligro de quedar hipnotizado por la elocuencia y erudición de Steiner y nos obliga a reflexionar activa y críticamente sobre sus ideas en lugar de ser consumidores pasivos de ellas.
Steiner creció trilingüe, hablando con total fluidez el alemán, el francés y el inglés. Consideraba que el multilingüismo representa una riqueza enorme y era partidario de ofrecer a los niños las ventajas intelectuales y culturales de aprender varios idiomas. Estaba convencido de que el dominio de múltiples idiomas ampliaba la capacidad mental del niño y le permitía entender y empatizar con culturas distintas a la suya: “Cada lengua es una ventana a otro mundo, a otro paisaje, a otra estructura de valores humanos.” Veía el avance aparentemente imparable del inglés como idioma de alcance mundial con bastante recelo: “Si el angloamericano llega a ser la lengua planetaria, verdaderamente total… se producirá un empobrecimiento, al igual que sucede allí donde se destruye la ecología, los animales, la fauna y la flora; será un planeta terriblemente empobrecido”.
Steiner pensaba que la dispersión o diáspora a la que el pueblo judío fue condenado en el curso de su trágica historia tuvo un lado positivo; la ausencia de raíces fuertes nacionales obligó a los judíos a adoptar una actitud cosmopolita y les ofreció la posibilidad de trascender el apego a estrechas identidades locales y abrazar la humanidad entera.
Para él, el multilingüismo puede ayudar mucho en esta tarea de trabajar para conseguir una hermandad universal, una visión global que supera la estrechez de miras que fomenta tantos fundamentalismos y nacionalismos exclusivos en el mundo actual.
“Si los árboles tienen raíces –¡y yo adoro los árboles!– los hombres tenemos piernas; esto supone un progreso inmenso: las lenguas nos dotan de estas piernas. Podemos ser los invitados de los otros hombres, comprender lo que nos dicen y responderles a nuestra vez”.
Otra ventaja de haber sido esparcido por todo el mundo durante tiempo, sin ningún poder político o militar, es que el pueblo judío mantuvo su inocencia durante casi dos milenios, mientras que los demás pueblos mancharon sus manos de sangre en el curso de tantas guerras y luchas políticas. Aunque el pueblo judío ha sufrido una historia terrible de masacres, persecuciones y pogromos durante tantos siglos, para Steiner es preferible ser víctima que verdugo. “Durante dos mil años, en nuestra debilidad de víctimas, hemos tenido la nobleza suprema de no torturar al otro. Para mí esto es lo más grande de nuestra herencia”.
Aunque reconoce que el estado de Israel ofreció un refugio a gente cuya supervivencia ha sido tan amenazada durante tanto tiempo, Steiner tenía serias preocupaciones sobre algunas consecuencias negativas del establecimiento de un estado judío en Palestina. Le preocupaba la posibilidad de que implicara la pérdida de la inocencia que el pueblo judío disfrutó durante su diáspora. “Hace 30 años escribí un ensayo en el que decía: ‘Este estado de Israel va a torturar a otros seres humanos. Habrá que hacerlo para sobrevivir’… Israel necesita ser un campamento armado, armado hasta los dientes. Es preciso tener gente encarcelada en circunstancias a menudo terribles. Me parece un precio que no estoy dispuesto a pagar”. Sin embargo, reconoce la complejidad de la cuestión. “Mis amigos responden: ‘No tienes ningún derecho a decir eso. ¡Tendrías derecho a decirlo si vivieras entre nosotros!’ Percibo la fuerza de esta respuesta. No pretendo tener razón; trato de explicar el centro de mi angustia y de mi pensamiento”. En esta área, como en tantas otras, el sabio Steiner no ofrece respuestas fáciles ni dogmáticas a las preguntas profundas que él plantea y reconoce la complejidad de los problemas que aborda. Su actitud sobre la cuestión del estado de Israel era una de las muchas ambivalencias en el complejo pensamiento de Steiner.
Le fascinó, casi se puede decir que le obsesionó, el hecho de que el Holocausto sucedió en lo que era quizás la nación más civilizada y culta del continente europeo de entonces. “La primera pregunta, con la que peleo en todos mis libros y en toda mi docencia, es muy simple: ¿por qué las humanidades en el sentido más amplio del término, y por qué la razón en las ciencias no nos ha proporcionado ninguna protección ante lo inhumano? ¿Por qué efectivamente… se puede interpretar a Schubert por la noche y acudir a cumplir con el propio deber en el campo de concentración por la mañana? Ni la gran lectura, ni la música ni el arte han podido impedir la barbarie total”.
Platón temía el poder de la música por su capacidad de estimular directa y fuertemente la parte emocional de nuestra alma, sin pasar por el filtro de nuestra razón. Por eso, en La República, describió detalladamente los tipos de música que él consideraba apropiados y sanos en una sociedad ideal, tipos de música que fomentarían las cualidades más excelsas de los ciudadanos. Steiner va más allá de Platón e insinúa que incluso la música más sublime puede no humanizarnos. En este tema, la historia parece dar la razón a Steiner. En sus propias palabras: “El señor Gieseking interpretaba a Debussy… mientras se oían los gritos de los que pasaban por las estaciones de Múnich para ir a Dachau”.
A pesar de sus dudas sobre la capacidad de la música clásica de fomentar lo mejor del ser humano de una manera predecible y fiable, en muchas ocasiones Steiner subrayaba la importancia de ofrecer a los niños una educación musical de calidad y claramente despreciaba la música de masas que domina el escenario entre la gente joven hoy en día. En una charla suya en el Congreso de la Fundación Nexus en 2010, habló de “la sustitución de muchas formas de música por ruido organizado, la barbarie de ruido organizado”. En La barbarie de la ignorancia critica vehemente lo que él considera los importantes efectos negativos que pueden tener ciertos tipos de música sobre el comportamiento humano. “El rap está vinculado, precisamente ahora, con lo más asesino de nuestras civilizaciones urbanas. El rap, igual que el heavy metal, es la voz misma de la violencia, del embrutecimiento del individuo”. Parece que, mientras que, para Steiner, la música clásica puede tener efectos positivos o negativos, los efectos del rap o del heavy metal van a ser inevitablemente negativos.
No sólo la música parece incapaz de ofrecer garantías de fomentar lo mejor del ser humano. La filosofía también puede ser ambivalente en este sentido. El ejemplo más dramático del siglo XX en este sentido es el caso de Martin Heidegger, uno de los filósofos más brillantes de los tiempos modernos que ha ejercido y sigue ejerciendo una gran influencia sobre muchos pensadores importantes. A pesar de su enorme erudición, Heidegger ingresó en las filas del partido nazi. Lo peor quizás es que jamás pidió perdón después ni dijo ni una sola palabra sobre los horrores de nazismo, manteniendo un silencio sepulcral sobre este episodio vergonzoso. El caso de Heidegger no es el único que suscita preguntas importantes sobre la posible relación entre la filosofía y la tiranía. Para Steiner “el problema son las alianzas sumamente inquietantes entre la más alta filosofía y el despotismo. Pensemos en Platón, que visita en tres ocasiones al tirano Dionisio de Siracusa. Se trata de la fascinación ejercida sobre la alta abstracción por la tiranía e incluso lo inhumano”.
Sartre era otro ejemplo de la desconexión que a veces surge entre un pensamiento abstracto brillante y la más mínima moralidad o humanidad. Durante años, según Steiner, Sartre, cegado por su apego incondicional a una ideología, “pasó la vida contando una mentira tras otra sobre las tiranías”. La literatura tampoco conduce necesariamente a la mejora de sus lectores en el sentido humanístico.
A pesar de sus dudas sobre el valor de la cultura en cuanto a su capacidad de humanizarnos, por muy contradictorio que pudiera parecer su actitud, Steiner aboga claramente por la filosofía, literatura y música de alta gama y desprecia la cultura de masas, un fenómeno que él asocia al sistema neocapitalista que domina nuestra época. “Los medios de comunicación de masas, el mercado totalmente libre que domina en la actualidad nuestro mundo (el dinero jamás había sonado tanto como hoy a través del planeta), la estructura de un capitalismo planetario tardío tecnocrático no es, a mi juicio, la que mejor organizada está para la comunicación de los valores filosóficos y estéticos”.
Steiner no niega la acusación planteada por su interlocutor en un momento tenso de la entrevista de ser elitista. Considera que su postura al respecto es simplemente realista. Está convencido que el gusto por la buena literatura, la música clásica o la filosofía estará siempre por encima de las posibilidades de la mayoría de los seres humanos, igual que sólo unos pocos son capaces de entender las complicaciones de las matemáticas o la física moderna.
La barbarie de la ignorancia
El libro sobre el que trata este artículo se titula La barbarie de la ignorancia, pero en el curso de la entrevista que compone el libro, lo que Steiner hace realmente es investigar la compleja y ambivalente relación entre la barbarie y la cultura, sin llegar a conclusiones dogmáticas.
Educado en un ambiente esencialmente secular, el aspecto religioso del judaísmo no tuvo mucha presencia en la vida de Steiner, cuyo judaísmo fue más bien un fenómeno cultural. Quizá por eso, no plantea la posibilidad de que cualquier producción cultural humana tendrá siempre una potencial ambivalencia si carece totalmente de la dimensión religiosa o espiritual. Posiblemente tal ambivalencia refleja las limitaciones de nuestras capacidades meramente humanas, por muy desarrolladas y sofisticadas que fueran.
De todos modos, si la tarea del pensador consiste en plantear preguntas que nos estimulan a reflexionar en profundidad y seriedad, en vez de ofrecer respuestas fáciles, se puede decir que Steiner ha cumplido con su misión y seguramente estaría encantado si, después de su muerte en 2020, continuáramos los debates fascinantes e importantes que él inició durante su larga y fructífera vida.
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