ARTÍCULOS CINE

EL HOLLYWOOD MÁS PESIMISTA Y DESCONFIADO

Este ha sido un año convulso y difícil para la industria americana del cine. Pensemos, por ejemplo, en las suspensiones de rodajes a causa de la pandemia, los cierres temporales o definitivos de salas de cine, el tenso y crispado tramo final de la presidencia de Donald Trump, o la guerra latente pero creciente entre las plataformas de televisión. Todos ellos son factores que de alguna manera han tenido que influir en el ánimo de los académicos a la hora de votar las candidaturas a los Óscar de este año. Pero también ha debido pesar la imposición desde octubre de una agenda ideológica a los académicos de Hollywood, que a partir del año que viene tendrán que someterse a un código Hays progresista a la hora de rodar una película si es que quieren que opte a los premios de 2023: afroamericanos y colectivos LGTB tendrán preferencia en la carrera de los Óscar. Este cóctel de circunstancias, agitadas convenientemente, nos ha dejado unas nominaciones al premio a la mejor película que sorprenden por su radicalidad política –e incluso antisistema– o por su desencantada crítica al sueño americano. Vamos a tratar de analizar las conexiones entre las siete películas que compiten por la estatuilla de oro.

Hay tres de ellas basadas en hechos históricos, y que son las más radicales desde el punto de vista político. Nos referimos a Judas y el mesías negro (Shaka King, 2021), El juicio de los 7 de Chicago (Aaron Sorkin, 2020), y en menor medida Mank (David Fincher, 2020). Por cierto, ninguna estrenada en cines, ya que la primera lo hizo en HBO y las otras dos en Netflix, plataforma que suma 35 nominaciones, convirtiéndose en el nuevo imperio de la distribución, superando a la mítica y desaparecida Miramax de los hermanos Bob y Harvey Weinstein. 

Judas y el mesías negro y El juicio de los 7 de Chicago transcurren en la misma época, a finales de los sesenta, durante la recién estrenada administración Nixon. En la primera se recrea la guerra sucia del FBI de Edgar Hoover para reventar desde dentro el partido Black Panther, que combinaba la lucha de los negros por sus derechos con el marxismo internacionalista más revolucionario. En la segunda, se cuenta el juicio contra siete dirigentes de la contestación contra la guerra del Vietnam por su participación en unos disturbios en Chicago durante una convención del Partido Demócrata. Ambas películas comparten incluso algún personaje, como Fred Hampton, líder de los Panteras Negras en Illinois, asesinado por el FBI gracias a un infiltrado en sus filas –asunto central de Judas–. Los dos largometrajes transpiran un maniqueísmo de fondo que, a pesar de que muestra ciertos matices, deja claro que hay buenos y malos, y que estos últimos son, en los dos casos, los representantes más conservadores del sistema y los republicanos. Los buenos, obviamente, son los idealistas del populismo, los representantes de la izquierda extraparlamentaria o los más antisistema. 

El caso de Mank es algo diferente, sobre todo por la época que recrea, finales de los treinta. La película se centra en la gestación del guion de Ciudadano Kane, de Orson Welles, a manos de Herman J. Mankiewicz. Aquí el malo es el magante del cine y de la prensa Randolph Hearst, que somete a los estudios de Hollywood y que financia falsos documentales para hundir al novelista Upton Sinclair, candidato demócrata a gobernador en 1934, algo que por cierto consiguió. Se trata pues de tres películas alineadas en la misma perspectiva ideológica y dirigidas, sin decirlo, contra el universo político de Trump, que supuestamente encarna en la actualidad toda esa iniquidad política. Cinematográficamente, la cinta del famoso guionista de series Aaron Sorkin es trepidante, incluso divertida, con un reparto excepcional. La de Fincher cuenta con una excelente fotografía en blanco y negro y una gran interpretación de Gary Oldman, pero quizá su temática es para un público más cinéfilo. Por último, la película del afroamericano Shaka King es potente y recuerda la etapa dorada de Spike Lee, pero resulta en exceso hagiográfica y eso le resta fuerza dramática.

Si las anteriores películas, pertenecientes al ala más izquierdista de Hollywood, parten de una desconfianza hacia el sistema político y económico, las dos siguientes suponen una mirada desencantada y melancólica al sueño americano. A pesar de su sabor agridulce, estas películas posiblemente son las mejores de todas las nominadas. Nos referimos a Minari. Historia de mi familia (Lee Isaac Chung, 2020) y a Nomadland (Chloé Zhao, 2020), la primera dirigida por un descendiente de coreanos y la segunda por una mujer china afincada en Estados Unidos. En Minari, cuyo argumento se desarrolla en los años ochenta, en tiempos del presidente Reagan, una familia inmigrante coreana de segunda generación decide arriesgar todo lo que tiene para instalarse en Arkansas y cultivar productos de su tierra de cara a la creciente inmigración proveniente del país asiático. Las cosas no van a salir como preveían y la familia se va a ver sometida a una difícil prueba y a una ineludible disyuntiva: ¿se debe sacrificar todo para hacer realidad el american dream? A pesar de la amenaza del fracaso que atraviesa la historia, Minari es también un canto a las relaciones familiares, en las que a menudo debe prender el sacrificio y el perdón para hacer frente a los desencuentros. El tono a menudo cómico del film facilita la empatía del espectador con la familia protagonista. 

Nomadland nos cuenta la historia –en un tono casi intimista– de una mujer que ya está de vuelta del sueño americano. Ha perdido todo lo que en su día conquistó: marido, trabajo y casa. Así que no tiene más remedio que entrar a formar parte del mundo de los nómadas temporeros que habitan en los márgenes de las autopistas, viviendo en sus autocaravanas. Ella tiene que reinventarse y descubre en ese universo de erráticos descartados un mundo de personas solidarias, que funcionan como una gran familia en la que cabe el afecto, la fiesta, el amor y la compañía. Pero aun así nada logra disipar del todo el drama de su profunda soledad y nostalgia. Película profundamente humana y de ritmo bastante contemplativo, con maravillosos paisajes de los grandes espacios de las autopistas que cruzan América, y sobre todo con una de las mejores interpretaciones de Frances McDormand de toda su carrera. 

Si en las primeras nominadas se desconfiaba del sistema, y en las que acabamos de comentar era el sueño americano el que se desmoronaba, en las que repasamos ahora es el otro el que se convierte en objeto de sospecha, para acabar desconfiando incluso de uno mismo. Una joven prometedora (Emerald Fennell, 2020) se centra en los fenómenos de la manada. Un grupo de estudiantes de medicina abusan sexualmente de una compañera borracha y casi inconsciente. Como consecuencia de ese acto, que queda impune gracias al desinterés de las autoridades académicas, la víctima abandona la carrera y finalmente pierde la vida. Su amiga del alma, Cassie, decide hacer pagar esa injusticia al género masculino en general, empleando métodos delirantes,… hasta que llega su gran oportunidad: vengarse del líder de la manada que violó a su amiga. La película está muy bien interpretada por Carey Mulligan, pero resulta artificiosa en exceso. Esta cinta de la directora y actriz británica Emerald Fennell es la propuesta MeToo de los Óscar, y ofrece una mirada despiadada sobre la supuesta guerra de géneros. El otro siempre es una amenaza sospechosa. 

La segunda película, que llega hasta la desconfianza en uno mismo, nos llega de Reino Unido: El padre (Florian Zeller, 2020), con una de las mejores interpretaciones de Anthony Hopkins. Aquí el enemigo está dentro del protagonista. El Alzheimer le obliga a desconfiar de sus propios sentidos, de sus propias certezas. Anthony empieza a sufrir los primeros síntomas de la enfermedad, y no puede fiarse de lo que ve. Confunde a su hija con su enfermera, ya no sabe dónde vive y acaba no sabiendo ni quién es él. Una cinta dura y conmovedora que nos acerca al drama del enfermo desde su propio punto de vista. Probablemente es la película más triste de las siete.

La gran excepción y la nota de esperanza es Sound of Metal (Darius Marder, 2019), una historia de redención en la que el otro no es motivo de sospecha sino camino de salvación. Rubén es un batería de rock que lleva con su novia una vida bohemia de gira en gira, siempre huyendo hacia delante. Pero el día que se queda completamente sordo su vida cambia por completo y tiene que volver a empezar, afrontando los problemas reales de su vida que llevaban tiempo aparcados. Su novia Louise y otras personas serán puntos de apoyo imprescindibles en ese camino. En cierto modo la película podría engrosar la lista de las que finiquitan el sueño americano, pero su profunda mirada antropológica le da a la esperanza la última palabra. Incluso el final alumbra una cierta apertura a la trascendencia. El personaje, que anteriormente se había declarado ateo, al reconstruir su vida y sus relaciones, cuando se reconcilia con el mundo y encuentra la paz, se queda mirando el campanario de una iglesia, y luego mira al sol que brilla en el cielo a través de unos árboles, y así se queda, en contemplación hasta que funde a negro y comienzan los créditos finales del film.

El balance que queda ante las siete películas nominadas es, por un lado, de un gran pesimismo sociopolítico, pero por otro lado, de una cierta fe en el individuo, algo muy propio de la cultura norteamericana. Sin embargo, tanto en Nomadland como en Sound of metal se evidencian las debilidades del individualismo y se subraya la importancia de la apertura al otro como camino de restauración de lo humano, a menudo dañado o perdido. 

En un año de pandemia y crisis económica, los Óscar vuelven a apostar por la ideología como camino, aunque afortunadamente se han colado películas que muestran que el cambio del corazón es el único cambio que puede mejorar el mundo.

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