El 22 de diciembre del pasado año 2020 se cumplieron 150 años de la muerte de Gustavo Adolfo Bécquer. El título de este artículo está tomado del de un libro de Rafael Montesinos que, a su vez, lo tomó de una carta de un amigo de Bécquer, en la que hace referencia a la reciente muerte del poeta en diciembre de 1870. Montesinos justifica el título de su libro por la absoluta presencia de Bécquer en la poesía contemporánea, sin importar los años transcurridos desde la desaparición del poeta.
La pandemia ha impedido que se celebren muchos de los actos proyectados para este 150 aniversario, aunque sí se ha podido publicar un libro magnífico de Jordi Estruch: Bécquer. Vida y obra (Cátedra 2020). Sin embargo, parafraseando a Montesinos (y de acuerdo con su percepción), para la literatura española, Bécquer murió hace muy poco, dado lo fuerte que es su influjo.
En este siglo y medio, no obstante, lo más notorio, en la crítica literaria y en el acercamiento al escritor, ha sido recuperar al hombre y al poeta, sacándolo de la leyenda con la que se le rodeó al morir.
La primera edición de sus obras (1871) fue costeada por sus amigos y sus beneficios destinados a ayudar económicamente a su viuda y sus tres hijos. En ella se incluyeron sus poesías, con el título de Rimas, inéditas hasta ese momento.
Hasta la edición de esos textos, nadie conocía a Bécquer como poeta, como atestigua el prólogo a la segunda edición de los textos becquerianos (1878), escrito por Ramón Rodríguez Correa: “La primera edición, que editó la caridad, agotose hace un año y el que murió oscuro y pobre es ya gloria de su patria y admiración de otros países, pues apenas hay lengua culta donde no se hayan traducido sus poesías o su prosa. (…) Calcúlese ahora, por la popularidad y el respeto que su memoria ha alcanzado con fútiles destellos de su preclara inteligencia, a qué altura se hubiera elevado, si la miseria, aguijándole y faltándole la vida, no hubieran sido éstos los cauces imprescindibles de aquel atormentado cerebro.
Dos palabras más sobre Gustavo. Hay quienes han querido censurarle por su novedad.
Hay muchos que han intentado imitarle. Ni unos ni otros le han comprendido bien”.
Las Rimas fueron escritas por Bécquer de su puño y letra, en un libro de cuentas que él mismo tituló Libro de los gorriones. Ahora es el manuscrito MSS/013216 de la BNE que puede leerse digitalmente en la Biblioteca Digital Hispánica. Este manuscrito no se conoció hasta 1914, así que sus amigos publicaron los textos que pudieron recopilar.
Como decíamos, hasta la edición de sus textos nadie conocía a Bécquer como poeta. Si acaso, era conocido como articulista. Escribió en la revista La América. Su amigo Rodríguez Correa le proporcionó trabajo en El Contemporáneo, periódico fundado por el entonces ministro González Bravo, con la ayuda del Marqués de Salamanca. En este periódico, emblemático en la prensa conservadora y monárquica, hizo crónica de salones, política y literatura, hasta que desapareció en 1865.
Por razones de salud y familiares residió por temporadas en Soria o Veruela. En esos lugares escribió algunas de sus Leyendas, que fueron publicadas esporádicamente.
También trabajó como censor de novelas, nombrado por González Bravo en 1864. Desempeñó esa tarea hasta 1868, un año muy duro para el poeta en todos los aspectos. Es el año de la Revolución Gloriosa que derrocó a Isabel II. El despacho de González Bravo fue saqueado y el manuscrito de las poesías de Bécquer desapareció en el asalto. Los hermanos Bécquer decidieron huir de Madrid y se establecieron en Toledo durante un año; allí Gustavo reescribió de memoria sus poemas.
En 1870, se hizo cargo de la dirección de la revista La Ilustración de Madrid fundada por Eduardo Gasset, así como El entreacto, una revista teatral. Ese mismo año murieron los dos hermanos: Valeriano, en septiembre y Gustavo en diciembre.
Bécquer escribió también algunas comedias sin pretensiones, pero verdaderamente graciosas. Opinó de política, adscrito al pensamiento conservador, pero nadie lo habría considerado poeta hasta que sus Rimas salieron a la luz.
Desde el último tercio del siglo XX, la investigación empieza a conocer a un poeta desconocido. Desconocido en cuanto que muchas veces lo oculta una imagen de poeta desmelenado y llorón que poco tiene que ver con su realidad. Esta imagen fue, en cierto modo, fabricada por críticos o estudiosos más empeñados en hacer coincidir a Bécquer con la imagen del poeta romántico que en investigar su realidad.
Como afirma Joan Estruch, en su libro citado, los amigos de Bécquer, especialmente Rodríguez Correa y Julio Nombela fabricaron, conscientemente o no, la figura del poeta desvalido y exánime que aún hoy damos por válida, pero que no se corresponde con la realidad de Bécquer que la moderna investigación ha rescatado, no sin esfuerzo, de aquella fantasmagoría romántica.
Es verdad que resulta dificultoso acercarse a su verdadera identidad poética: Bécquer es un escritor de frontera; vive al final del Romanticismo (del que participa) y se acerca, de manera profética, como un pionero, a la sensibilidad poética contemporánea (a la que tampoco pertenece cronológicamente). Excepto para los muy íntimos del poeta, que lo conocían bien (y una vez muertos éstos), resultó muy difícil mantenerlo entre las dos orillas de la frontera entre dos épocas… y se optó por lo más fácil.
No encajaba, sin embargo, con aquella imagen, el que los poetas contemporáneos reclamasen, uno tras otro, la filiación becqueriana: Juan Ramón Jiménez, Machado, Lorca, Cernuda, Miguel Hernández…, cuando, al mismo tiempo, éstos huían de la moda romántica, altisonante, exagerada, desmedida…
Muchos becquerianistas se han empeñado en ahondar, profundizar e investigar al hombre Bécquer y al poeta. En este sentido, los esfuerzos de Rafael Montesinos han sido cruciales. Aunque no sólo los suyos; nombres como Rubén Benítez, Rusell P. Sebold o López Estrada, así como Rica Brown, Estruch Tobella, Rubio Jiménez, Marta Palenque o Pedro Alfageme han contribuido al esclarecimiento de la verdad.
De manera que se nos ha revelado, primero, un ser humano, una persona más bien tímida y reservada, aunque nunca hosca o amargada, con muchas inquietudes, un gran talento y sensibilidad literarios, problemas personales, de salud, y, sobre todo, una gran experiencia interior, nacida de su búsqueda personal en el terreno del espíritu. Bécquer se revela como un hombre generoso, sensible a todo lo bello y lo bueno, que anhela la plenitud en la vida del espíritu. En esta búsqueda gastó, usando sus propias palabras, “los días más hermosos de su existencia”. No encontró lo que buscaba, al menos en esta vida, pero nunca apareció como fracasado o amargado, ya que sus propios deseos y esfuerzos le revelaban que estaba en camino, que llevaba “algo divino aquí dentro”. Y ello le dio la seguridad de conseguirlo.
El deseo constante de elevación personal, de no dejarse arrastrar por el materialismo imperante, el hecho de no claudicar nunca de su ideal, perseguido y amado, revierte en su poesía y en su prosa, convirtiendo a éstas en la expresión constante de su experiencia personal. Así descubrimos al poeta.
Bécquer, como poeta, participa necesariamente del Romanticismo puesto que comulga con los presupuestos de esta corriente; pero no se adhiere a su modo de expresar los sentimientos. Bécquer vive auténticamente la experiencia que escribe, pero los moldes en los que vierte esa experiencia ha de escogerlos en varias corrientes literarias o influencias. De esta manera acude a la poesía popular, la influencia germánica, la poesía renacentista española de corte petrarquista… y todo lo que le ayudase a expresar de manera sencilla y concisa sus estados interiores. Bécquer es un apasionado, pero no un arrebatado; por eso luchará con la palabra (“el círculo de hierro”) para que ésta logre expresar la “idea poética”. Notemos cómo en esto se anticipa asombrosamente a Juan Ramón Jiménez. No escribirá de manera grandilocuente, sino que buscará la hondura de las palabras. Su interés será siempre ir hacia la densidad del significado, no hacia la ampulosidad de las formas. Por tanto, aquí se separa absolutamente del Romanticismo.
En las Leyendas, Bécquer crea un nuevo tipo de relato: la leyenda lírica. En ella persisten elementos de la leyenda romántica, sobre todo en las narraciones terroríficas, y en la descripción de escenas medievales o de tipos costumbristas. Pero sólo son elementos accesorios. A través de historias inventadas o calcadas del folclore, Bécquer expresa su personal visión del mundo, y un claro mensaje ético. Crea sus propios procedimientos. No oculta su propia personalidad y se transforma en un poeta narrador. Los personajes suelen participar de rasgos de esa personalidad, pero no son él. Por otra parte, no se elimina la pretensión realista del relato. Lo más curioso de la leyenda becqueriana, como lo más curioso de su poesía lírica, es que el análisis de la sensación personalmente experimentada no impide la objetividad casi científica.
Desde los tiempos del Infante Juan Manuel y de Cervantes, nadie había manejado con tanta eficacia, en España, la narración directa y breve. La belleza de las leyendas becquerianas reside en un núcleo esencial de significaciones en que se resume la experiencia personal del autor inmerso en la sociedad española del XIX. Este núcleo esencial de significaciones está inmerso en un relato lírico, de manera que así obtiene plena resonancia, porque la lírica es ella misma expresión de la esencia y no del adjetivo.
Pilar Alcalá, poeta y presidenta de la asociación Con los Bécquer en Sevilla, una de las impulsoras del Año Bécquer, tiene claro que la revolución poética becqueriana está en toda su obra y que el mismo poeta rechaza ese romanticismo residual con el que le tocó vivir.
En su poesía “natural, breve, seca”, como él mismo define “la poesía de los poetas”, acaba con los versos sonoros y sensibleros, como escribe, con cierta burla, en su artículo Un boceto del natural: “Toda esa música celeste del sentimentalismo casero de las niñas románticas”.
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