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La pandemia, de la que, al parecer, ya estamos saliendo con ciertas incertidumbres de cara al futuro, ha acelerado y acentuado algo que ya sabíamos desde hace tiempo: el porvenir a medio, incluso a corto, plazo no es muy halagüeño. Queda sitio para los milagros o para un cisne negro, bien definido en Wikipedia: “Una metáfora que describe un suceso sorpresivo (para el observador), de gran impacto socioeconómico y que, una vez pasado el hecho, se racionaliza por retrospección”.

Quizá el cisne negro sea una variante secular de los milagros. Nada que objetar, pero, como decía la expresión popular, es mejor rogar a Dios para que nos asista, sin dejar de dar con el mazo. O con finura jesuítica expresada por Benedicto XVI, “todo cristiano, por tanto, sabe bien que debe hacer todo lo que esté a su alcance, pero que el resultado final depende de Dios: esta convicción lo sostiene en el trabajo diario, especialmente en las situaciones difíciles. A este propósito escribe san Ignacio de Loyola: ‘Actúa como si todo dependiera de ti, sabiendo que en realidad todo depende de Dios’ (cf. Pedro de Ribadeneira, Vida de san Ignacio de Loyola)”1. Pues bien, la situación es harto delicada y las tensiones son múltiples. En primer lugar, no estamos ante una crisis, sino ante una acumulación de crisis, todas ellas globales, pues afectan a toda la humanidad, y algunas con un carácter existencial, es decir, está amenazada incluso la supervivencia del ser humano como especie. Como no podía ser de otro modo, todas son procesos multicausales, es decir, son diversos los factores que inciden en su aparición y desarrollo, e incluso se da con frecuencia el caso de que un posible remedio para resolver un problema puede tener consecuencias graves para solucionar el otro. 

Por otra parte, existe una cierta circularidad causal, a veces retroactiva: un incremento de la capacidad de producir alimento (pensemos en el efecto del uso del amoniaco para mejorar las cosechas gracias Fritz Haber y Carl Bosch2) provoca un incremento de la población que a su vez exige un incremento mayor de las cosechas. Y lo mismo podemos decir de las vacunas: salvan la vida de millones de niños, pero dispara la esperanza de vida (menos de 40 años en España a principios del siglo XX, a más de 80 en estos momentos) y eso implica un envejecimiento de la población.

No es fácil señalar cuál es el problema prioritario, el más importante. La humanidad aparece con un salto cualitativo en la historia de la evolución de los seres vivos. Demuestra unas estrategias de supervivencia radicalmente novedosas que son posibles por unas capacidades específicas: su gran inteligencia, su habilidad tecnológica y su enorme capacidad de trabajar colaborativamente. Todo ello acompañado por algo también completamente nuevo, la dimensión moral, dimensión central del relato bíblico del árbol de la ciencia del bien y del mal. En ese sentido, es la primera especie que no solo sobrevive por mutaciones aleatorias que favorecen su adaptación al ambiente, obviamente afectándolo como todas las demás especies de seres vivos, sino que logra adaptar el ambiente a sus necesidades. Esto incrementa su capacidad de modificarlo, algo que queda ya muy claro desde el neolítico, la etapa que, para algunos, es el comienzo de todos los males, puesto que el aparente crecimiento en población y recursos ocultaba una degradación de la calidad de vida3. En todo caso, desde el origen se plantea el problema central que podemos llamar la espiral del crecimiento, que es doble: consumo de energía y demografía.

La aventura humana es, desde el primer momento, neguentrópica, esto es, los seres humanos consumimos mucha energía para crear todo ese orden agrícola, ganadero, pero también social, cultural, político… Según los cálculos, ya en el paleolítico cada ser humano consumía aproximadamente 10 Giga Julios (GJ), en el mundo egipcio unos 50 GJ, pero en la actualidad hemos llegado a una situación que oscila entre los 20 GJ de algunas zonas con condiciones de vida muy dura, hasta los 300 GJ de Estados Unidos, y más en los emiratos árabes4.  Es posible que se pudiera conseguir bastante calidad de vida con un promedio de 100 GJ, pero no está claro, pues algunos avances generan más eficiencia y reducen la dependencia de los combustibles fósiles mientras otros requieren mucha energía, como está empezando a pasar con la red. La necesidad de energía es, por tanto, un problema muy arduo.

Además, debemos ser conscientes de que se ha ido acompañado de un crecimiento de la población, lento hasta el neolítico y acelerado desde entonces, con una explosión casi exponencial a principios del siglo XIX, vinculada a la aparición del capitalismo, marcado en su origen por el objetivo de incrementar la riqueza de las naciones (Bentham), pero dando paso a algo  monstruoso, como refleja la novela iniciática de Mary Shelley, Frankestein. Se dispara ya en el último tercio del siglo XX: 1000 millones en 1800, 1.600 en 1900, 3.200 en 1960 y 6.500 en 2005. Naciones Unidas ha previsto que la población mundial alcance los 8.500 millones en 2030, 9.700 millones en 2050 y 11.200 millones en 21005. Las tasas de crecimiento, muy elevadas el siglo pasado, experimentan un retroceso desde el año 2000 y puede seguir bajando el crecimiento en general, aunque en algunas áreas pueda seguir alto. Siguen creciendo las poblaciones que necesitan incrementar su consumo energético para vivir dignamente.

Dicho esto, parece que hay varios riesgos que son absolutamente urgentes: romper la cadena de consumo de energía (sobre todo dejar de utilizar combustibles fósiles), frenando así el calentamiento global (restricción drástica del CO2 y el metano) y el deterioro del medio ambiente.  Y eso vinculado a la existencia ya de una población cercana a los 8.000 millones. No deja de ser la cuadratura del círculo, y bastan un par de datos para entenderlo. La Unión Europea ha acordado reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en al menos un 55% para 2030. Ambicioso objetivo, pero si todos los aviones, coches, camiones, motos del mundo se pusieran verdes mañana, solo ahorraríamos un 14% de las emisiones6. Además, Europa lleva sin aumentar su consumo energético muchos años. 

Estamos, por tanto, ante una tormenta perfecta: más población que necesita más energía, con un agotamiento de los combustibles fósiles que siguen provocando el calentamiento global. El decrecimiento, propuesta habitual entre los ecologistas, es una palabra muy poco afortunada. Cierto es que ese es casi un imperativo para ese 10% de la población mundial que ocupa posiciones de poder, incluso para el 40% siguiente en orden descendente, pero ya no está tan claro si seguimos  bajando en el nivel de bienestar.  Si aceptamos que 120 GJ es el consumo de energía adecuado y necesario para vivir dignamente, casi la mitad de la población mundial, en España cerca del 25% está por debajo del nivel de vulnerabilidad soportable. Las mejoras de eficiencia energética, el incremento de las energías renovables e incluso, como algunos proponen, la recuperación y crecimiento de la energía nuclear, son estrategias complementarias, sin seguridad de que se pueda lograr el objetivo. A ellas se suman las propuestas neomaltusianas que retoman los planteamientos de Malthus sobre la población, enfoque que surgió en 1798, cuando se iniciaba ese período de crecimiento acelerado de la humanidad. Aunque no goza de aceptación generalizada, un ministro japonés  dijo claramente que la gente debería morirse antes, variable dura del decrecimiento, con antecedentes históricos desgraciadamente7.

Nadie duda de que hay que hacer algo y hacerlo rápido y bien. El 25 de septiembre de 2015, los líderes mundiales aprobaron en la Asamblea General de la ONU el plan Transformar nuestro mundo: la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, en el que fijaban un conjunto de 17 objetivos globales para erradicar la pobreza, proteger el planeta y asegurar la prosperidad para todos8. Destaco el objetivo: nada de decrecimiento, sino más crecimiento, pero distinto, crecimiento de calidad y sostenible. Continuaban así propuestas realizadas con anterioridad, objetivos del milenio del año 2000, en los que se propusieron ocho objetivos, evaluados en el Informe de 2015 que hacía un balance parcialmente optimista. Esta nueva agenda vuelve a fijar un periodo de 15 años, y será evaluada en 2030. El mayor interés de esta segunda Agenda es su enfoque que recoge un abanico muy diverso de temas. Incluye los dos bloques fundamentales mencionados anteriormente: hambre y desigualdad, relacionados directamente con la crisis demográfica; y crisis climática y medioambiental, vinculada a las exigencias energéticas. Y añade algunos bloques total o parcialmente nuevos: una educación de calidad; un trabajo decente y crecimiento económico; paz, justicia e instituciones sólidas; y alianzas internacionales. 

Está claro que la pandemia, que todavía sigue, ha introducido nuevos retos y puede alterar en parte la agenda de desarrollo sostenible, al exigir políticas específicas como la que ha sido diseñada por la Unión Europea, el plan de recuperación europeo9, llamado también  NextGenerationEU.  Este plan, teniendo muy en cuenta el destrozo provocado por la pandemia, supone un esfuerzo centrado sobre todo en cuatro áreas: 1. Mercado único, innovación y economía digital; 2. Cohesión, resiliencia y valores; 3. Recursos naturales y medio ambiente, y 4. Migración y gestión de las fronteras. 

Sin duda alguna, la UE aporta un enfoque novedoso y positivo. Novedoso en el sentido de que, a diferencia de lo que hizo en 2010, parece tener más claro que no se puede dejar a nadie atrás y que hay que incrementar la solidaridad actuando con cierta visión política realmente unitaria, que va más allá de una unión económica y mercantil. Y positivo porque aborda temas centrales muy centrados en evitar la desigualdad, frenar el cambio climático y afrontar el reto de la digitalización de la economía y de todas las actividades sociales, políticas y culturales.

Estamos ante problemas de gran envergadura, para los que hay que buscar políticas técnicamente adecuadas y, sobre todo, éticamente aceptables: cohesión, resiliencia y valores. Sin embargo, la experiencia previa, sobre todo la de la crisis de 2008-2010, nos hace ser especialmente cautos y nos recuerda la necesidad de que la ciudadanía participe activamente para lograr que la aplicación de esa agenda esté realmente a la altura de las circunstancias. No solo conviene tener presentes los análisis optimistas, como los ya citados de la Unión Europea o algunos de la prensa influyente, como La Vanguardia, sino también los que son más críticos y no auguran grandes logros, como hace El salto, pues temen, con razón, que al final la presión de los sectores con más poder terminen imponiendo medidas que no favorezcan a todos por igual. El reciente hecho de la fusión bancaria acompañada de subidas salariales escandalosas a los cargos importantes y despidos de miles de trabajadores confirma que no podemos dejarlo todo en manos de las élites. El corazón de las tinieblas del sistema dominante sigue demasiado vigente: el ánimo de lucro basado en una productividad expoliadora de recursos y de seres humanos.

Termino recordando lo que ya decía en un artículo publicado en esta revista hace solo seis meses: no podemos esperar, se trata de cambiar aquí y ahora. Debemos ser conscientes de que son muchas las personas y las instituciones, públicas y privadas que están volcadas en buscar una salida. La tarea, ya lo he dicho, no es sencilla, pero nunca ha sido sencillo vivir en esta Tierra. El mundo actual parece un enorme transatlántico que toma conciencia de que debe cambiar el rumbo si no quiere hundirse o chocar contra la costa, pero cambiar el rumbo de un barco de ese tamaño es tarea ardua y quizá, dicen los pesimistas, ya no hay tiempo. Pero debemos actuar como si lo hubiera y, sobre todo, siendo conscientes de las prioridades que no son objetivos a medio o largo plazo, sino objetivos que debemos hacer presentes aquí y ahora, y debemos hacerlos presentes todos y cada uno de nosotros, en los diversos ámbitos en los que nos movemos. Y no podemos hacerlo solos sino que tenemos que hacerlo codo a codo con aquellas personas que buscan lo mismo y quieren prefigurar aquí y ahora una vida digna de ser vivida. Y sabemos que hay personas y colectivos que piensan más en un “sálvese quien pueda”, entre otras cosas porque creen que ellas y sus próximos podrán vivir en burbujas protegidas de la debacle que pueda crecer a su alrededor.

 

BLIBLIOGRAFÍA

1. Benedicto XVI: Ángelus. Plaza de San Pedro. Domingo 17 de junio de 2012.

2. Dejo de lado, aunque es muy importante, el hecho de que Fritz Haber recibió el premio nobel de Química en 1918, por su descubrimiento para producir amoniaco, y leyó su discurso de aceptación en 1920, unos meses después de haber sido incluido en la lista de criminales de guerra elaborada por los aliados por ser el responsable máximo del uso mortífero del gas mostaza.

3. Scott, J. (2018). Against the Grain: A Deep History of the Earliest States. New Haven.Yale Univ. Press.

4. Gómez Cadenas, J.J. (2009). El futuro de la energía. Revista de Libros. N. 151-152

5. Estos son datos de Naciones Unidas. Se completa con los datos que aporta Población Mundial. 22/08/2020 en Wikipedia.

6. Bret, Antoine (2021). Un colapso es posible. Acontecimiento, n. 138, pp. 10-12

7. Riechman, J. (2019) ¿Somos demasiados? Reflexiones sobre la cuestión demográfica Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global, nº 148. invierno 2019-2020. Pp. 13-38

8. Naciones Unidas (2020) Informe de los objetivos del desarrollo sostenible. New York. Ediciones de Naciones Unidas

9.Comisión Europea (2020). Plan de recuperación para Europa Accesible .

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  Bret, Antoine (2021). Un colapso es posible. Acontecimiento, n. 138, pp. 10-12

  Riechman, J. (2019) ¿Somos demasiados? Reflexiones sobre la cuestión demográfica Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global, n 148. invierno 2019-2020. Pp. 13-38

  Naciones Unidas (2020) Informe de los objetivos del desarrollo sostenible. New York. Ediciones de Naciones Unidas

  Comisión Europea (2020). Plan de recuperación para Europa Accesible en https://ec.europa.eu/info/strategy/recovery-plan-europe_es#nextgenerationeu 

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