Nada de cuanto ocurre en Israel y Palestina, enclave del Oriente Medio, puede resultar sorpresivo, ni siquiera novedoso. Desde los tres levantamientos de los judíos contra el imperio romano 66-73 d. de C. y desde que mamelucos, otomanos y mongoles, enfrascados en feroces luchas, convirtieron el territorio en un gigantesco y eterno campo de batalla, la región se desenvolvió históricamente bajo una estela repleta de violencia hasta nuestros días.
En la época moderna, los ingleses promueven la Declaración de Balfour en 1917, tras el final de la Primera Guerra Mundial y la expulsión de los otomanos, en la que se otorga a los judíos la posibilidad de lograr un estado judío en una parte de la Palestina actual. Durante el Mandato de los Británicos, otorgado por la Sociedad de Naciones en 1920, los ingleses organizan el territorio creando el emirato de Transjordania, hoy Jordania, logrando con ello la fidelidad de los árabes a sus intereses sin tener en cuenta las aspiraciones de los judíos. Por tanto, estos comenzaron su lucha contra los ingleses a los que consideraban abiertamente beneficiadores de los árabes. Finalmente, los ingleses, sopesando la situación y a raíz del violento atentado llevado a cabo en 1946 por el Irgún, grupo paramilitar judío, contra el Hotel King Davis, sede del mando de su Estado Mayor en el que perecieron 91 personas, abandonan su mandato en 1948 tras el conflicto con los judíos. Naciones Unidas, intentando calmar los ánimos y siguiendo las pautas de la Declaración de Balfour, otorga a los judíos el derecho a crear su Estado en un área delimitada y bien señalada a partir de 1948, fecha de la creación del Estado de Israel. La decisión de las Naciones Unidas, aceptada por Israel y rechazada por todos los países árabes, especialmente Siria, Jordania y Egipto, que tenía potestad sobre gran parte del territorio, dio pie a la primera guerra abierta y a la que siempre conocimos como las guerras árabe israelí por propia conveniencia de la Liga Árabe.
Comenzaba así la diáspora de los árabes de los territorios adjudicados a Israel, unos expulsados y otros siguiendo las directrices sirias que prometían arrojar a los judíos al mar y entregar sus propiedades a quienes las hubieran abandonado. Unos siguieron esas normas y otros, como los habitantes de Nazaret, decidieron desoír la llamada siria y adoptaron la nacionalidad israelí, en un territorio donde la mayoría de sus 80.000 habitantes son árabes con un 60% de musulmanes y, el resto, árabes cristianos.
Era difícil vislumbrar en aquellos tiempos una lucha llevada a favor de la creación de un Estado palestino; sirios y egipcios lucharon para mantener su hegemonía sobre el territorio y los habitantes de entonces conocidos como palestinos fueron los grandes abandonados en el conflicto.
Más adelante, el conflicto sufre una metamorfosis y pasa a denominarse como guerra palestino-israelí, con el fin de darle una resonancia con más trascendencia local y lograr así apoyos internacionales convirtiéndose el problema en algo latente, un polvorín siempre dispuesto y a punto de estallar. Los israelitas viven encima de una mina en permanente estado de explosión y los palestinos en un tremendo socavón donde impera la pobreza y proliferan aquellos que al igual que las carroñas se nutren y agrandan sus riquezas en torno al conflicto.
Todo ello requiere una explicación: los contendientes e intervinientes en las guerras contra Israel, todos los países árabes de la región, principalmente Siria y Egipto, deciden dar un vuelco, habiendo perdido la guerra, a la que Israel llama de la Independencia y los árabes Naqba (catástrofe) en 1948, y la de los Seis días en junio de 1967, sin olvidar la cruenta guerra de Yom Kipur en octubre de 1973, guerras todas que permitieron a Israel extender su dominio sobre una gran parte del territorio, incluidos Gaza, el Sinaí y los altos del Golán.
Egipto, el gran perdedor de las cinco guerras contra Israel, es desalojado de Gaza. Anwar el Sadat, presidente de Egipto, en una arriesgada jugada, reconoce al Estado de Israel y firma la paz en 1979 con el único propósito de recuperar el Sinaí, y es considerado traidor, los hermanos musulmanes ejercen su ley y lo asesinan. En los acuerdos firmados entre Egipto e Israel, no figuró ni se nombró nada referente a Gaza, por lo que gazatíes, denominados entonces como de ascendencia egipcia, sufrieron el abandono. Los jordanos adoptan la misma decisión, reconocen al Estado de Israel y más adelante recibirán a cambio una parte de Cisjordania. Israel arranca a los egipcios la promesa de una libre circulación de sus buques atravesando el canal de Suez.
Los acuerdos de Oslo y los de Madrid, firmados y ratificados en 1993 frente a Clinton, Yasir Arafat y Yitzhak Rabinl, dejan claro entre otras cosas la posibilidad de creación de una región autónoma que se oficializa con el nacimiento de la ANP, –Autoridad Nacional Palestina– con Arafat al frente. En dichos acuerdos, figura la retirada israelí de Gaza y Jericó y la entrega de una parte de Cisjordania a Jordania que se lleva a efecto en 2005, quedando las fronteras y la seguridad bajo responsabilidad de Israel. De allí, las palabras que reflejan lo ocurrido con los palestinos de Cisjordania, “hoy me acosté siendo palestino y me levanté como jordano”.
El izado de la bandera palestina y el arriado del emblema de Israel, junto al estrechado de manos a la entrada de Jericó entre los jefes militares de ambas comunidades, además de la entrega del puesto de control, ofrecía un panorama esperanzador y emotivo. No ocurría lo mismo en Gaza. Cuando el gobierno de Israel decidió la salida inminente de los colonos judíos de Gaza en 2005, los judíos ortodoxos rechazaron cualquier acuerdo que les impidiera continuar en la región y solo el ímpetu de la policía y del ejército de Israel logró doblegarles, aunque no fue fácil, porque la mayor parte de ellos, además de enfrentarse a las autoridades, se encadenaron en los tejados; una vez reducidos, antes de abandonar la zona, dedicaron un tiempo a explosionar viviendas, sinagogas desacralizadas, factorías y granjas.
Las ONG, en su esencia neutrales, aunque los judíos las señalaran como dudosas, se empeñaron en que no se destruyeran las factorías para ser regentadas por ellas y aliviar las penurias de los habitantes de Gaza. Sin embargo, no hubo piedad, no quedó piedra sobre piedra, lo que no pudieron llevarse lo explosionaron, muchos de los judíos ortodoxos habían pasado media vida en el lugar logrando hacer florecer un terreno árido y convertirlo en un vergel y no resultaba fácil que lo abandonaran y menos para que lo usufructuaran aquellos que consideraban su pesadilla, pese a las promesas del gobierno de proporcionarles otros lugares donde comenzar de cero.
Es cierto, los palestinos reclamaban algo que consideraban suyo a pesar de que Sir Lawrence de Arabia dejara escrito que habiendo recorrido toda Palestina, en gran parte de ella solo encontró desiertos y terrenos baldíos sin ser habitados. Muchos de los judíos que construyeron sus colonias, aseguran que los terrenos fueron comprados y abonados a sus propietarios árabes, aunque no siempre ocurriera así.
Las interferencias no dejaron de jugar su papel, así, la creación y proliferación tanto de Hamas como de la yihad Islámica, sostenidos en su mayor parte por algunos países árabes y especialmente Irán, pasaron a ser los principales protagonistas de lo acontecido en Gaza. Hamas gana unas elecciones y tras un violento combate contra los miembros de Al Fatah, sostén de la ANP, son expulsados, quedando el poder del enclave exclusivamente bajo el mando de Hamás que imponía sus normas religiosas y de conductas. Desde su posición, ejercieron ataques y actos de terror contra la población de Israel, por lo que fueron considerados tanto por USA como por la UE como grupos terroristas. Surgieron mártires por doquier y los actos suicidas dejaron de ser una sorpresa. El suicida es el tanque de los pobres, difícil de combatir y fácil de activar y se comienza por despojarle de la esperanza, porque un ser con esperanza no se inmola.
Los últimos combates, tanto los del 2014, como los llevados a cabo en recientes días, destrozaron la ciudad y dejaron a una gran parte de los dos millones de habitante aún más pobres y sin hogar. Las voces populares en Israel dejan caer su rechazo. “si nos tiran misiles no pretenderán que les enviemos flores”. Hamas, con su defensa a ultranza de que no existe otra fórmula para conseguir objetivos, lleva adelante su plan de ataque lanzando misiles, a sabiendas de que las destrucciones llevadas cabo por las fuerzas de Israel serán letales, pero terminaran siendo subsanadas con ayudas internacionales. Unos lo destruirán y otros lo propiciaran.
Una vez disipada la humareda y el olor de pólvora deja de impregnar el ambiente de ambos lados, solo resta esperar la próxima andanada. Un ciclo de trayectoria nefasta.
¿Cuáles son las pretensiones de Hamas? Una de ellas, la recuperación de Jerusalén este, como capital del futuro Estado Palestino y la principal, el retorno a la línea verde de 1948, aquella que señalara las Naciones Unidas y que los árabes rechazaron en su día y que propiciaron todas las guerras. Ello significaría la devolución de todo el territorio conquistado en el transcurso de las batallas. Los sirios presionan para la devolución de los Altos del Golán, Israel lo rechaza como imposible porque Los Altos forman parte del escudo de protección de su territorio.
Jerusalén
Es señalado como el lugar más sagrado de las tres religiones monoteístas, judía, cristiana y musulmana y sin embargo ríos de sangre circulan por su recorrido. Destruida cinco veces y vuelta a reconstruir, ningún monarca, ni aún Godofredo de Bolonia, rey latino tras la reconquista, lograron reinar desde ella, la excepción fue el Rey David, cuya mausoleo en Jerusalén es venerado con devoción por los hebreos.
Considerada por los judíos como la capital eterna de su Estado, la misma atrajo a las más de 80 nacionalidades que integran la población hebrea de Israel cuyo sueño de reconstruir el Templo no deja de ser un deseo utópico, las ruinas del “Kotel”, templo de Yahve, muro de las lamentaciones, se hallan debajo y a escaso metros de Al-Aqsa que lo impediría. Tras la guerra de 1948, resultó ser la única ciudad que no pudieron conquistar los israelitas a pesar de cruentas batallas; fueron expulsadas las mil ciento noventa personas sobrevivientes entre heridos y rabinos que, portando los Rollos de la Ley, abandonaron apesadumbrados la ciudad santa que quedó en poder de los jordanos. Sus cincuenta y ocho sinagogas, algunas históricas, resultaron incendiadas, así como la destrucción del barrio judío y se prohibió a los judíos la entrada a la ciudad durante 19 años, hasta la guerra de los seis día en que fue reconquistada. De allí las palabras que emocionaron a los judíos del mundo entero. har abait beyadeinu, el monte del Templo es nuestro.
El temor constante de los judíos ortodoxos gira en torno a la guerra de Armagedón y en que el mal existe y se presenta cada vez con un rostro diferente, por las 38 veces que lo señala la Biblia. No quedan atrás las profecías de Isaías que predice la destrucción de Jerusalén por un ataque nuclear.
Los extremos finalmente terminan hermanándose, por ello, tal vez el barrio ultra ortodoxo de Mea Sharin, barrio de las cien puertas en Jerusalén, tiene todos los ingredientes para la radicalidad, por sus calles difícilmente se podría circular con los brazos descubiertos, ni hablando en voz alta y, por supuesto, sin que nada obstruya el silencio, incluida la música; las mujeres sobrellevarán la economía de la casa y los hombres evitarán trabajar por ser considerados sostén espiritual de la familia, leyendo el Talmud y rezando.
“Los tres mil años de Jerusalén constituyen para nosotros ahora y siempre un mensaje de tolerancia entre los cultos, de amor entre los pueblos, de entendimientos entre las naciones”. La oratoria de Yitzhak Rabin preconizando una solución de satisfacción para todas las partes, terminaría por costarle la vida cuando un judío radical acabo con él y con su proyecto de esperanza.
“Donde existen dos judíos, siempre habrá tres opiniones” dicen las voces y la feroz lucha política de estos días para desalojar del poder al líder del Likud, Netanyahu corrobora el adagio.
Un cambio para que no cambie nada, la llegada del ya Primer Ministro Neftali Bennett tras desbancar a Netanyahu, difícilmente producirá cambios sustanciales en cuanto al tablero del conflicto. “Nunca existió un Estado palestino, y nunca reconoceré a un Estado palestino”. Estás palabras pronunciadas por Bennett, héroe de comandos, señala claramente que nada cambiará y la eterna lucha de adversarios políticos marcará la pauta.
Difícil olvidar las palabras atribuidas a Eleazar Ben Yair, líder zelote en la defensa de la fortaleza Masada y dirigida al romano Lucio Flavio Silva, general de la décima legión romana, sitiador de la fortaleza. “Si desea derrotar a los judíos, déjeles vivir en paz y se mataran entre ellos, pero mientras tengan un enemigo, serán una piña inderrotable”.
Difícil toparse con la solución del problema sin contar con la aportación y flexibilidad de las partes y sin intentar obviar las injerencias de aquellos que desde lejos, sin sufrir las consecuencias, aportan su granito, no con intenciones de pacificar nada, pero sí de agudizar el odio.
Un país con nueve millones de habitantes, dos millones árabes, es apenas nada en el conjunto numérico del planeta, sin embargo lo ocurrido allí termina conmocionando a buena parte del mundo. Es difícil no intentar comprender las razones y queda suspendido en el aire lo que puede dar una pista, ni el bueno es tan bueno ni el malo es tan malo.
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