ARTE

CAMILLE CLAUDEL: UNA TILDE RASGADA

Hurgar en la vida de un artista puede dar paso a muchas inquietudes. La obra plástica de un creador nos da pie para traspasar el umbral de lo externo, del envoltorio humano y entrar en la vida más íntima, observar el corazón de quien dio vida a una obra y entonces vislumbrar el palpitar de un alma. Cuando ese umbral nos abre una vida como la de la escultora Camille Claudel, es nuestra alma la que solloza, es nuestro corazón el que sufre, y es nuestra razón la que grita. 

Existen vidas dolientes e injustas, y en ese saco está la vida de un genio de la escultura, que tuvo la desgracia de ser anulada, maltratada y negada, no solo por otro escultor, sino que también por su hermano, su madre y una sociedad completa. Camille tuvo todo en su contra. 

Más de 40 años después de su muerte, la actriz, directora de teatro y fundadora de la prestigiosa escuela Théatre Go, la francesa Anne Delbée, reconstruyó la vida de Camille Claudel, a partir de las cartas que ésta escribió durante 30 años desde su reclusión. Dichas cartas revelan una vida que limita con los extremos que un ser humano puede soportar, y nos abren en carne viva lo que sintió y sufrió una artista plástica por el hecho de ser una mujer creadora. 

El 8 de diciembre de 1864 nace en Fére-en-Tredenois, Francia, Camille Anastasia Kendall Maria Nicola Claudel, más conocida como Camille Claudel. Pasó su primera infancia en Villenueve-sur-Fére, sin conocer el mundo agitado de las grandes ciudades, ni menos la vida de la díscola ciudad de París. 

Desde muy pequeña Camille desarrolló una pasión y una vocación absoluta por la materia y la escultura. Niña que jugaba constantemente con barro, y no con muñecas; niña que huía al monte para llevar arcilla, su tesoro más preciado dentro de una maleta hasta su casa. Modelaba y esculpía a las personas de su entorno, con absoluta pasión y entrega. Esta pasión extraña para una pequeña de intensos ojos azules no era muy bien vista en su entorno familiar, solo su padre veía en ella a una artista. Su madre, en cambio, veía a un engendro endiablado, que, por cierto, sería muy difícil de casar. 

Cada vez que Camille hundía sus pequeñas manos en aquella húmeda materia extraída de sus escapadas a la montaña, se sentía viva, se sentía poderosa y capaz de crear un mundo nuevo. Desde su propia intuición la pequeña trabajaba haciendo retratos de sus hermanos y de su sirvienta. 

Se gestó en ella un carácter duro, firme, de voluntad y determinación en su quehacer, sabía qué quería de la arcilla, sabía qué quería de la escultura, sabía que poseía un lenguaje auténtico. 

La oportunidad de tener una formación académica que por un lado apoyara a la joven Camille en su conocimiento, y por otro, le incorporara en el mundo de los elegidos que pueden vivir de su creación, pueden exponer y vender su obra, pareció presentarse cuando trasladaron a su padre por motivos de trabajo. En 1876 llegó la familia Claudel a Nogent-sur-Seine. 

Esta jovencísima artista llamó la atención del escultor Alfred Boucher, quien fue su mentor en su posterior residencia de Nogent. Impresionado por las habilidades y el talento de Camille, cuando aún ella nunca había recibido clases de modelado o dibujo, mostró un David y Goliat suyo al escultor y director de la escuela Superior de Bellas Artes Paul Dubois. Dubois expresó que aquellos dibujos eran de alguien que habría tomado clases con el célebre y siempre aplaudido escultor Auguste Rodin. 

Camille entonces comienza a soñar con ingresar a la Escuela de Bellas Artes de París. En 1882 es admitida en la Academia Colarossi, donde se acababa de abrir un taller femenino, en tiempos en que las mujeres aún tenían prohibido estudiar Bellas Artes. Según algunos biógrafos, la obra que presenta para ser aceptada en dicho taller es el retrato de su sirvienta La vieja Helena, realizado a la edad de 17 años. 

Llama la atención del mismo Rodin la similitud que hay en dicha escultura con trabajos de su propia autoría. El poder que Camille tenía para plasmar el mundo psicológico, el interior y la personalidad de sus modelos en la arcilla, esa capacidad para exagerar la musculatura, la tensión corporal o la piel, hacían del lenguaje de esta joven un idioma absolutamente expresionista, justamente lo que buscaba el propio Rodin. 

El encuentro de la joven Camille de 19 años, alumna y Rodin, profesor, escultor, un señor de 43, fue del todo eléctrico. Sin embargo, por un lado, precipitaron la desgracia de la joven y, por otro, dieron nueva sabiduría y nuevos éxitos al siempre aplaudido Rodin. Fue una relación en principio unida por la creación, pero pronto se tornó tormentosa en lo pasional. 

Prontamente Camille pasa a ser la ayudante del taller de Rodin. Éste tenía encargos importantes para toda Francia, Bourgeois de Calais, Les portes de l´Enfer, La pensé, Le baiser, Balzac, Víctor Hugo, etc. Rodin debe cumplir con los pedidos; Rodin no da abasto; Rodin está en la cúspide; Rodin tiene a Francia en lo más alto de la escultura; Francia se rinde a los pies del escultor. Rodin recibe premios, honores, éxito, prestigio, mas en su taller hay una joven que realiza pies y manos de sus obras, pues el propio genio sabe que ella posee un talento sin igual para dar vida al cuerpo humano en una materia que aparentemente es inerte, hasta que Camille le da vida. 

Lo único que se hablaba en París era sobre la promiscuidad de esta joven amante del genio, una más, una de tantas, siempre jóvenes, siempre bellas, siempre al servicio de los deseos del gran maestro. La sociedad parisina pudo juzgar sin tapujos a la joven Camille, la madre pudo escandalizarse y avergonzarse de su hija, sus hermanos pudieron recriminarle y denostarla, mas su padre intentó abrirle los ojos a su adorada pequeña. Él supo decirle que dejara de trabajar para el maestro, que no olvidara que ella era una escultora con ideas propias, que trabajara para ella misma. 

Seguramente el padre tenía claro que Camille había hecho Sakountala o L´Abandon en 1888, obra que, por cierto, le valió una Mención de Honor en el Salón de París del mismo año. Un año antes de que Rodin hiciera L’Éternelle Idole, obra fechada en 1889. 

Muchos historiadores coinciden en que alguna de las obras más aplaudidas de Rodin tienen las huellas de Camille. Y, hoy por hoy,  son muchos los que ya se atreven a aseverar que hay obras de Rodin que fueron hechas por la aprendiz.

En un camino paralelo corría su hermano, el también aplaudido poeta, ensayista, dramaturgo diplomático y narcisista Paul Claudel, quien termina por convertirse en un fanático religioso. Su relación de infancia había sido muy unida, tierna, de complicidad absoluta. 

Paul llegó a ser un referente máximo, un paladín del catolicismo francés, aplaudido y respetado, con altos cargos como diplomático. Ciertamente, su hermana mayor comenzó a ser una molestia, comenzó a estorbar en la impecable reputación de Paul.

Rodin la negó y usó a su ayudante para que terminara sus esculturas o para que resolviese las composiciones de obras que le traían por la calle de la amargura, como la escultura del novelista Honoré de Balzac. Por la calle de la amargura, si, pues Rodin trabajó en esta obra desde 1892 hasta 1897. Una obra que fue cambiando, pues no lograba dar con el lenguaje apropiado para expresar la personalidad del escritor. Curiosamente,  el resultado final de la obra es muy semejante en estilo, lenguaje y expresividad a la extraordinaria obra realizada por Camille, llamada Clotho y que hizo en 1893 en yeso, y en 1897 en mármol. 

En una ejecución genial muestra a Clotho, en la mitología griega una de las hijas de Zeus, anciana, decrépita, calva sin cabellos, con unos ojos hundidos, casi extraviada. Por primera vez, un cuerpo de mujer no se muestra desde la exaltación de la belleza, la turgencia y el colágeno en su máxima expresión. Al contrario, la mujer asoma en su decrepitud física. Es una obra desgarradora, que transmite soledad, angustia, desesperación y tormento. Clotho se muestra en la escultura de esta escultora sin igual, enredada en unas telas, como si la muerte la envolviese y la tomara para sí. Hoy por hoy son varios los que dudan que la escultura de Balzac que todos conocen, sea de la autoría de Rodin. 

Si alguien tiene dudas sobre el hecho de que toda obra es en alguna medida un auto retrato del alma, la pequeña escultura Les Causeuses, Las Habladoras que realiza Camille en 1897, nos borra toda huella de interrogantes. Esta obra surge desde un estudio a partir del natural. Un grupo de cotillas, doblan y extienden sus cuerpos para escuchar el chisme. Un muro en esquina alto y recto protege a las mujeres, quienes desnudas están absortas en aquello que se cuenta. La desnudez hace universal y atemporal esta acción, son mujeres de cualquier espacio de tiempo y en cualquier lugar del mundo. Cabe pensar que esto es lo que sentía constantemente la propia escultora, se sentía en el centro del chisme como mujer, pero no lograba poner en el centro del debate plástico a su obra. 

Camille comienza una escalada de soledad, de angustia y de depresión, así comienza a destruir sistemáticamente toda su obra. Es fácil imaginar y ponerse en la piel de esta artista, sumida en el frío invierno parisino, viviendo en un diminuto apartamento, lleno de humedad, materiales, polvo, escayola, mal nutrida y con el alma hecha trizas. Años de trabajo, años de ninguneo, años siendo el centro del cotilleo parisino, más aún viendo como Rodin cada día aumenta más y más su gloria, habiéndole usurpado ideas y obras, todo ello hace que esta gran mujer creadora no pueda más, y caiga en el abismo. 

El 3 de marzo de 1913 fallece Louis-Prosper Claudel, el padre de Camille. El 10 de marzo del mismo año su hermano Paul y su madre firman la autorización para internar a Camille en Ville–Evrard, maniatada y contra su voluntad. Posteriormente, en julio del mismo año, es trasladada Montdevergues. El diagnóstico dijo: “Delirio sistemático de persecución basado en interpretaciones e imaginaciones falsas” (…)  “una sistemática manía persecutoria y delirios de grandeza”, (…) “se cree víctima de los ataques de un famoso escultor”. 

Auguste Rodin nunca la visitó; su madre, su hermana Louise, tampoco. Paul fue un par de veces, Camille se aferraba a su cuello, implorándole que la sacara de allí, él obtuso y obseso no accedió a ello, se requería su firma para liberarla, y el no la dio. 

A pesar de los posteriores diagnósticos positivos de su evolución, y que los informes médicos indicaron que estaba en condiciones de salir, que alguien la fuese a buscar para que recuperara su vida, su hermano Paul jamás consintió que ello sucediera. 

Camille escribió cientos de cartas a su hermano Paul, algunas también a Rodin, mas su madre había dejado establecido que no recibiera visitas ni tuviese correspondencia. Ninguno utilizó su poder para responderle, ninguno quiso mover su conciencia para rescatar a Camille hacia la vida. Una enfermera guardó aquellas cartas, y quedaron en un sótano olvidadas. Las cartas conocieron la luz, y a través de ellas se conoce a una mujer sana mentalmente, diáfana, fuerte, llena de conocimiento y de claridad, más esa mujer tuvo que vivir 30 años en un manicomio. 

Nunca más salió de Montdevergues; nunca más vio la libertad; nunca más supo lo que era pasar un invierno abrigado, ni comer un plato en condiciones. 30 años, ni más ni menos, y fueron 30 porque el 19 de octubre de 1943 Camille Claudel falleció en aquel manicomio. Nadie asistió a despedir su cuerpo, el cual, finalmente, fue arrojado a una fosa común. Muchos años más tarde, cuando un grupo de parientes se interesó por saber sobre su morada eterna, se les informó que un incendio había arrasado con todo. Así se esfumó Camille Claudel de la vida de sus familiares, de la ilustre sociedad parisina, de la cultura francesa, y del mundo del arte, así de una plumada. 

La caligrafía que se puede observar en las cartas que se han hecho públicas de la escultora, podemos observar como siempre las tildes de la letra T, eran tan fuertes, que llegaban a rasgar el papel. Esas tildes fueron la única manifestación gráfica, cercanas a la plástica, que quedó de esos 30 años, lo único de todo el poder de esta impresionante mujer, de tan impresionante vida trágica.

Estando en el manicomio le dieron cuadernos, lápices para que dibujara; ella se negó sistemáticamente, quizás fue la única libertad que le quedaba, el último atisbo de dignidad y de libre albedrío. Nunca más dibujó, nunca más trabajó la arcilla, nunca más esculpió. Así se negó el desarrollo del lenguaje de esta genio. 

El historiador del arte sevillano Manuel Jesús Roldán, nos da cuenta en su libro Historia del Arte con nombre de mujer la dificultad que ha tenido la historia para aceptar la creatividad artística femenina. 

Nos dice el propio Roldán: “El silencio cayó en torno a sus figuras, especialmente tras la muerte de muchas de ellas, momento en el que solía comenzar un progresivo olvido de su obra, cuando no la atribución de muchas de sus creaciones a artistas masculinos, en muchas ocasiones esposos, amantes, progenitores o maestros de las artistas silenciadas (…) Es responsabilidad de todos nosotros volver a traer a Camille la vida que se le negó en vida. Cada vez que veamos una de sus geniales obras lograremos la inmortalidad de Camille Claudel, la mujer creadora, la escultora, la innovadora artista eterna”.

“Me llamo Camille Claudel. Eterna amante. Superé tu obra genial y sobreviví sola hasta que me arrastraron de mi pequeño apartamento, cuyas paredes sangraban por heridas de rabia. Así quiero ser recordada. Como la mujer que descubrió el poder de la vida frente a una piedra inerte y conoció a su peor enemigo”.

Comments

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Solicitamos su permiso para obtener datos estadísticos de su navegación en esta web, en cumplimiento del Real Decreto-ley 13/2012. Si continúa navegando consideramos que acepta el uso de cookies. Más Información

The cookie settings on this website are set to "allow cookies" to give you the best browsing experience possible. If you continue to use this website without changing your cookie settings or you click "Accept" below then you are consenting to this.

Close