ARTÍCULOS OPINIÓN

STROMBOLI

Se despedía el mes de septiembre cuando una lluvia de imágenes llenó nuestra retina de la erupción del volcán de la isla de la Palma, Cumbre Vieja o Cabeza de Vaca por la ubicación donde se encuentra.

Las tremendas imágenes y las noticias que nos hablan de más de 6.000 evacuados nos expresan las terribles consecuencias que esta erupción está ocasionando a los habitantes de esta zona de la isla de la Palma. Lenguas de lava que avanzan inexorablemente hacia el mar, casas que en el discurrir de la lava se caen y se destruyen por la fuerza de este río de fuego, rostros demudados por el derrumbe y aniquilación de todos sus sueños, negocios destruidos, vías de comunicación cortadas, grandes filas de coches que esperan para poder recoger en quince minutos  lo que ha sido la historia de su vida… Y junto a ellos los bomberos, la UME, los voluntarios, los políticos, etc.

Veníamos de un tiempo extremadamente serio, de una pandemia que nos encerró en casa durante largo tiempo, de unas cifras de fallecidos que dejaron helado y perplejo nuestro corazón por la soledad profunda que acompañó a aquellos que, tocados por la Covid 19, se fueron sin tocar su mano, sin darles un último beso y… ahora en una salida de esa situación, en el comienzo de un otoño que se preveía primavera, nos golpea de nuevo esa furia desatada que surge del interior de la tierra y abrasa cuanto toca y el volcán ruge.

Y, aún más, la lluvia y el fuego han hecho de este verano un clima propicio para que se nombre a las zonas afectadas como zonas catastróficas y puedan recibir las ayudas necesarias para que puedan levantarse de esa destrucción.

Y ¿no es la hora de que los políticos sirvan al bien común y se unan para remediar estas catástrofes naturales y no permanezcan sentados en sus escaños sin acudir allí donde el dolor de un pueblo los necesita por encima de sus intereses particulares?

Por otro lado, no podemos olvidar que, según el Instituto Geográfico Nacional, en España hay alrededor de un centenar de volcanes y unos 40 en el archipiélago canario. El resto se encuentra en Gerona (comarca de la Garrotxa), Almería (Cabo de Gata),  Valencia (Cofrentes), Castellón (Islas Columbretes) y Ciudad Real (Campos de Calatrava) y, de estos, solo La Garrotxa, Campos de Calatrava y las Canarias cuentan con volcanes activos y es en las Islas donde se han producido erupciones en épocas cercanas, como la del volcán Tagoro en la isla de Hierro en el año 2011 donde el daño fue menor porque la lava se extendió por el fondo marino. Por lo que urge un plan de recuperación de estas zonas y una prevención de los posibles daños que se puedan producir junto con una atención y cuidado de las personas afectadas por ellos.

También es importante considerar cómo las erupciones explosivas pueden enviar rocas, polvo, gases y material piroclástico hasta 20 kilómetros en la atmósfera con volúmenes que suelen llegar a las 100.000 toneladas por segundo, viajando a varios cientos de metros por segundo. En el caso de las experimentadas en la isla de la Palma son erupciones explosivas magmáticas de tipo estromboliano como han sido todas las que alguna vez han ocurrido en las Canarias. Esto significa que a partir de una fractura, el volcán lanza material piroclástico (mezcla caliente de gases, ceniza y fragmentos de roca). Las explosiones son esporádicas, generalmente poco violentas, y la lava no es emitida de forma continua. Su duración puede ir de semanas a algunos meses, como ya apuntan los expertos.

Toman su nombre del volcán Estrómboli, en Italia. Es el tipo de erupciones del Paracutín en México y el Teneguía en La Palma. La última erupción del Teneguía ocurrió en 1971, cuando despertó tras llevar dormido desde 1677. Se llegaron a contar 26 bocas por donde salía lava incandescente, nubes de humo y ceniza. Todas estas emisiones influyen en la contaminación del aire, de hecho, la erupción más violenta registrada en Caldera de la Garita, Estados Unidos hace 27 millones de años,  provocó cambios irremisibles en el clima de la Tierra y también extinciones masivas.

Debemos de ser conscientes de que nuestras pequeñas acciones unidas a aquellas que son imposible de erradicar influyen en esa contaminación que debemos de evitar en lo que nos concierne.

Y también, por qué no, elevar los ojos al cielo como propone Roberto Rossellini en la escena final de Stromboli, en la convulsa voz de Karin -Ingrid Bergman- que sufre la erupción del volcán en la cima de la montaña pero que lleva en ella el germen de una vida que nace en medio de tanta destrucción. Su grito: “Dios, mi Dios… dame la fuerza, comprensión y coraje… ¡ayúdame, Dios, Dios misericordioso!”, pueden ser las palabras que surjan también de nuestra mirada al cielo.

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