ACTUALIDAD ARTÍCULOS

MISIÓN 83 OPEN ARMS

Entre el 19 de julio y el 3 de agosto de 2021 tuvo lugar la misión 83 de la ONG Open Arms. Este artículo no es más que una pequeña reflexión sobre la labor que esta lleva a cabo, a través de los ojos de una socorrista voluntaria.

“Que el miedo cambie de bando. Que el precariado se haga visible, que no se olviden de tu alegría. Que la tristeza, si es compartida, se vuelve rabia que cambia vidas”, cantaba Ismael Serrano aludiendo a los afectados por el corralito en Argentina a principios de siglo. Quisiera pensar que estos versos son aplicables a tantas otras veces en las que la ciudadanía se ha tenido que poner en pie para tratar de enmendar algo que debería enmendar otro, en pos de un ideal de justicia del que, por desgracia, nuestro mundo aún está muy lejos. 

Que haya personas adentrándose en el mar, poniendo su vida y la de sus seres queridos en riesgo por huir de una tierra en la que ese riesgo es prácticamente una certeza es, en mi humilde opinión, uno de los mayores exponentes de esta realidad. Y que el rescate de estas personas lo estén llevando a cabo organizaciones de ayuda humanitaria por amor al arte es la señal inequívoca de que algo no funciona. Ser conscientes de esto nos acerca un poco más a la comprensión de la situación migratoria en la que nos encontramos.

Sin embargo, y teniendo esto en cuenta, el trabajo de estas entidades y la participación voluntaria son, por desgracia, uno de los pocos recursos con los que contamos actualmente para abordar una crisis cuyo inicio ya forma parte de la historia reciente y que no tiene visos de terminar en un futuro próximo. Open Arms, junto a un pequeño puñado de ONG repartidas por Europa, es una de estas organizaciones. Trabaja desde hace seis años en el rescate de personas que intentan cruzar el Mediterráneo hacia lo que les han hecho creer que será una vida mejor que la que dejan atrás. Son ya expertos en la materia, y verlos trabajar te hace derivar continuamente entre el “por fin estoy haciendo algo útil” y el “no hay nada que pueda aportar aquí”. Han aprendido desde cero a hacer lo que nuestros gobiernos deberían estar haciendo, y hace tiempo que dejaron de ser un pequeño grupo de socorristas concienciados.

No hay forma ni necesidad de romantizar el trabajo como socorrista voluntaria en una entidad de este calibre. La alegría y satisfacción que pueden aportar el hecho de contribuir a una causa que se considera noble se ven rápidamente compensadas por la ineludible frustración de saber que no debería haber causa noble a la que contribuir. A pesar de todo, no puedo negar que la oportunidad de colaborar con mi (no tan amplia) formación en rescate y atención sanitaria de emergencia me produjo desde el primer momento un sentido de realización personal difícilmente comparable al que me han provocado otros eventos. Esto se debe, sin duda, a la profunda admiración que siento hacia esta organización desde que comenzó su andadura allá en 2015 en las costas de Lesbos. 

Una mañana, hace unos años, en mitad de la crisis existencial clásica que sobreviene tras terminar la etapa universitaria (que en mi caso no había estado ligada en ningún modo al ámbito sanitario) y encontrarse ante una realidad laboral desoladora, me vi sin darme cuenta absorta ante la televisión, que me mostraba en ese momento las imágenes de uno de los rescates que Open Arms había realizado en su última misión. “A partir de ahora, cualquier decisión que no me acerque a estar en ese barco en el futuro, será errónea”, reflexioné, y me sonreí pensando en lo absurdamente casual que había sido tal revelación, puesto que, por desgana o reticencia, nunca veo las noticias por la mañana. 

La oportunidad se presentó en un momento insospechado pero extrañamente apropiado, como suele ocurrir con casi todo lo importante.

La misión 83 zarpó el 19 de julio de 2021 con 11 tripulantes a bordo del Astral, un lujoso velero que unos años atrás dejó de navegar por placer para servir a una causa distinta. Una de las primeras advertencias que recibí al subir a bordo fue lo estresante que puede llegar a ser encontrarse durante tanto tiempo en un espacio confinado y tan compartido. Me habría gustado saber también lo confuso que resultaría volver a tierra y encontrar que el mundo había seguido su ritmo, y que no iba a detenerse ante el esperpento que vive nuestro mar día tras día.

Tres días de travesía hasta zona SAR maltesa, 10 días de asistencias, seguimientos y rescates, y otros tres días de vuelta. Guardias de tres horas, dos veces al día. Ayudar en lo que se pueda, intentando retener lo aprendido para no tener que preguntar dos veces, no siempre con éxito. Adaptarse a una forma de trabajo desconocida y tratar de transmitir una seguridad que no tenía. La dinámica de trabajo era sencilla y a la vez muy compleja para alguien inexperto. 

Si bien se trató de una misión sencilla en términos generales, en la que ejercimos una función principal de vigilancia y asistencia a las embarcaciones cerca de Lampedusa (la primera porción de tierra europea que encuentran, o esperan encontrar, los migrantes en su huida), los escenarios tensos y los momentos de alarma se mantuvieron presentes durante todo el viaje. Avisos incompletos o confusos, búsquedas prolongadas, asistencias que comenzaban antes del anochecer y terminaban cuando el Sol ya había vuelto a aparecer… cualquier contratiempo se convertía rápidamente en un factor de riesgo decisivo a la hora de terminar con éxito, o no, un rescate.

“Luego te cuento”, fue lo único que pude responder ante la pregunta “¿cómo te sientes?” minutos antes de comenzar el primer rescate de la misión. Tras varias horas de búsqueda, por fin habíamos dado con la embarcación de la que habíamos recibido un aviso poco antes del anochecer. Huelga decir que no estaba de ninguna manera preparada para lo que podíamos encontrar, y no creo que llegue a estarlo en el futuro. Niños, bebés, mujeres embarazadas, ancianos, jóvenes… 50 personas hacinadas en un espacio precario e inestable que se veía muy superado en términos de aforo. Más de un día de viaje desde Libia intentando alcanzar Lampedusa. Tras comprobar el estado general de salud y asegurar que ninguno de ellos requería atención médica inmediata, llegó el momento de entregar chalecos salvavidas a todos. Esta acción aparentemente sencilla resulta ser en realidad muy delicada, ya que los movimientos bruscos o mal calculados pueden provocar fácilmente la caída al agua de varias personas, así como el vuelco de la embarcación. Esto se ve agravado por lo evidente: el oleaje, el nerviosismo, la barrera idiomática, el cansancio y la noche, convierten en casi imposible la tarea de evitar los pasos en falso. Aun así, contra todo pronóstico, todo el proceso se desarrolló sin inconvenientes. 

Y ¿qué vino después? Por difícil que sea de creer, lo que vino después fue la parte más complicada: conseguir que las administraciones hicieran su trabajo. Durante horas observé atónita cómo la tripulación gestionaba por radio la impasibilidad de Italia y Malta ante tal escenario, negándose ambos países a implicarse en grado alguno, y obligando a estas 50 personas a permanecer a la espera, en medio de la nada, durante toda la noche. No fue hasta el amanecer cuando vimos aparecer a la guardia costera italiana, que venía a trasladarlos, al fin, a puerto seguro. 

He de admitir que me costaba creer que la actitud de un país europeo, ante un aviso por parte de una ONG igualmente europea, informando de un grupo de personas en distrés real, pudiera ser de tal indiferencia. Sencillamente no pensaba que fuera posible, pero la realidad se me impuso a una velocidad vertiginosa, tanto esa noche como todas las que vinieron después. 

Unas noches más tarde asistimos a una veintena de personas que se apiñaban en una barquita que cualquiera de nosotros habría podido ver fondeada en una playa o transportando a no más de cuatro pasajeros desde la costa a una embarcación mayor. 20 chavales, todos demasiado jóvenes para verse donde estaban. Prácticamente adolescentes o jóvenes adultos, que debían estar finalizando el instituto, pero en vez de eso estaban huyendo de Túnez. Con cada ola embarcaba agua, desestabilizando la barquita y mezclándose con la gasolina proveniente del motor. Ante la imposibilidad de subir a las personas a bordo, fue necesario utilizar una de las balsas de rescate con las que cuenta el Astral. Aunque en un principio esta medida pudo parecer excesiva, las largas horas de espera que vinieron después aguardando a la guardia costera hicieron patente que no había sido así. 

Situaciones similares a estas se repitieron hasta 15 veces en apenas una semana, asistiendo a un total de 400 personas en riesgo, provenientes en su mayoría de Túnez, y siendo este número solo un pequeño porcentaje del total de migrantes que alcanzó las costas europeas durante esos días. Decidir cómo deben hacernos sentir estas cifras nos concierne a cada uno. 

A pesar de todo, me pareció destacable y alentador el saber estar y el buen humor con el que la tripulación, que en esta ocasión estaba conformada por varios de los miembros más antiguos de Open Arms, afrontaba el día a día, estableciendo una línea clara y concisa entre la necesidad de mostrar seriedad y la de conservar la salud mental en un ambiente nada propicio para ello. “No te asustes si en algún momento te llevas un grito, todos nos lo llevamos a veces. No es nada personal, es que la situación lo requiere”, me advirtieron nada más empezar la misión. Y era verdad, a veces la situación lo requería. Aun así, a pesar o gracias a mi inexperiencia, no encontré nada más que comprensión y paciencia ante los errores que como principiante pude cometer y cometí.

Encontré la vuelta a tierra desconcertante y abrumadora, y me llevó varias semanas digerir lo vivido. En ese tiempo pasaron por mi mente varias reflexiones, ninguna nueva pero sí más explícitas que antes. Entre ellas, que Europa no necesita una gran valla, solo apartar la vista y dejar que el mar haga las veces de verdugo y fosa común de los que vienen de fuera. Que la historia está llena de migrantes y que negar esto es negar nuestros orígenes, y que no hacer nada como sociedad es ser parte del problema. 

Por mi parte, esperando ser parte de la solución, considero esta oportunidad como un honor y no puedo sino esperar a que se repita, cuanto antes mejor. 

Comments

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Solicitamos su permiso para obtener datos estadísticos de su navegación en esta web, en cumplimiento del Real Decreto-ley 13/2012. Si continúa navegando consideramos que acepta el uso de cookies. Más Información

The cookie settings on this website are set to "allow cookies" to give you the best browsing experience possible. If you continue to use this website without changing your cookie settings or you click "Accept" below then you are consenting to this.

Close