LITERATURA

‘LA OTRA’ GABRIELA MISTRAL

“Una en mí maté, yo no la amaba” es el primer verso del poema La Otra, del libro Locas Mujeres, de Gabriela Mistral. Éste poema contiene el conflicto de una mujer que tuvo la capacidad de atizar tan profundamente el alma y el espíritu humano, que logró develar tanto su propio interior, como el de muchas mujeres. Aquella verdad escondida, y aquel conflicto que surge cuando una mujer debe construirse a sí misma desde la más absoluta adversidad, teniendo todo en su contra.

Lucila María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga, nace el 07 de abril de 1889 en la calle Maipú N° 759, en Vicuña, Chile. Una ciudad con traje de pueblo polvoriento, y cara de campesina antigua, situada en el norte de aquel larguirucho país del sur de Latinoamérica. Pueblo polvoriento, sí, y de carácter campesino también, pueblo que soñaba con minas de oro cada noche en una cuna mecida por los faldeos del conocido Valle de Elqui. 

Ésta es una particular zona geográfica que se formó  en la cuenca del río Elqui, confluencia de los ríos Claro y Turbio, ambos provenientes de la cordillera de Los Andes y que luego de un largo y tortuoso viaje desembocan en el Océano Pacífico. Valle conocido por sus largos períodos de sol durante el año, por su sequedad atmosférica, sus cielos limpios de los azules más intensos y nítidos del hemisferio sur.

Lucila pues, nació en una zona del país que contenía una cultura de características únicas y diferentes, con matices propios tanto en su geografía como en sus gentes, lo que modeló su sensibilidad exquisita, un sentido estético y propio de su palabra. El valle la forjó y también dibujó en ella los temas que movieron su siempre inquieto espíritu.

Juan Gerónimo Godoy Villanueva, fue su padre, poeta, maestro de ascendencia española. Conocido por su carácter saleroso, y por su afición a la vida errante, 12 años menor que la madre de Lucila. Hombre bueno para las fiestas, tocador de guitarra y de violín, organizador de coros y que inventaba canciones mientras acunaba a su hija, canciones que quedaron para siempre en la memoria de ella. Padre ausente, que sin embargo dejó un sabor de boca dulce ya que aquel amor tierno quedó grabado en el corazón de Lucila. Padre errante de viajes largos en busca de oro y fortuna y que un día se fue, para no regresar jamás. 

Petronila Alcayaga Rojas,  fue su madre, mujer madura quien dio a luz a Lucila a la edad de 44 años. Madre soltera, de ascendencia vasca, con  una hija de 15 años, Emelina Molina Alcayaga. Doña Peta, como era llamada Petronila, se instaló con sus hijas, siendo Lucila aún muy pequeña, en el pueblo de Monte Grande, un pequeño poblado situado junto a aquella antigua huella de tierra que se dirigía hacia el interior del Valle de Elqui, rumbo a las montañas. Doña Peta,era una mujer valiente, independiente y esforzada. Había criado y educado muy bien a Emelina, quien comenzó muy joven el ejercicio de magisterio, influyendo claramente en su pequeña hermana.

Para muchas personas oír el nombre de Gabriela Mistral es decir Premio Nobel de Literatura, pero antes de nobel, y antes que Gabriela, esta mujer fue aquella Lucila Godoy Alcayaga, y como tal vivió lo que jamás le correspondería vivir a una niña. La que luego fuese La Mistral, fue víctima de todos los prejuicios de su época, hija de madre soltera, pobre, del mundo rural y campesino, y posteriormente señalada por su nunca declarada opción sexual.

Niña retraída, secreta, que jugaba y hablaba con las flores, niña de inquietudes espirituales e intelectuales. Su capacidad para el estudio y su buen comportamiento le habían valido ser quien repartía los cuadernillos a sus compañeras de escuela. La pequeña Lucila consideró que era justo dar más cartillas a las niñas más pobres y favorecerlas respecto de las niñas cuyas familias tenían más recursos. Esta acción fue observada como un robo por sus compañeras. Por este hecho Lucila fue víctima de una atrocidad inconcebible, fue lapidada tras ser culpada de ladrona por las demás niñas. La directora de aquella pequeña, arrinconada y destartalada escuela, Doña Adelaida Olivares no escuchó explicaciones, pese a que Lucila era su alumna lazarillo, pues la directora era ciega. Doña Adelaida la condenó como ladrona en el patio frente a todas las alumnas, las que luego la insultaron y dieron pedradas en la plaza de Monte Grande. 

La vida hila descargos, y cuando Lucila volvió a Monte Grande ya como La Mistral con un Nobel bajo el brazo, se encontró en medio de un cortejo fúnebre. ¿A quién llevan a enterrar? preguntó, a Doña Adelaida, la que fue directora de la escuela, ¿la recuerdas?, “Yo no olvido nunca” fue la respuesta de la poeta e hija más célebre de aquel valle, y de Chile entero.

Luego de ese espantoso incidente en la escuela de aquel minúsculo y asfixiante pueblo, Lucila siguió estudiando junto a su madre, guiada por su hermana Emelina. Entonces ocurrió una nueva aberración en su vida, fue violada por un ayudante de las labores del campo de Doña Peta, a quien la pequeña Lucila enseñaba a leer, y a escribir. Así fue como una niña de doce años, tuvo que reponerse o más bien guardar en una caja sellada dos dolores inconcebibles que nunca deberían de haber sucedido.

Posteriormente se presentó a la escuela Normal de la ciudad de La Serena para estudiar magisterio, y aunque fue admitida con las máximas calificaciones, el Consejo de Profesores revocó su matrícula pues fue considerada “incapacitada para estudiar”, y le recomendaron a Doña Peta que su hija Lucila, se dedicara a las labores domésticas, es decir, a lavar trastos y dar maíz a los pollos. Quizás por eso cuando ya fue Gabriela, solía declarar que no era capaz de hacer ninguna labor doméstica, ni hervir agua, ni hacer una tostada tan siquiera. La razón de aquella negativa del Consejo de Profesores estaba escondida en un artículo escrito por Lucila, en un periódico local, a la edad de 15 años en el cual reflexionaba sobre Dios y mencionaba que éste estaba en la naturaleza. Aquello habría sido tildado de herejía y de un acto subversivo hacia la iglesia católica.

Lucila Godoy pudo entrar en la Escuela Normal N°1 de la capital del país, Santiago, y así comenzó sus estudios para convertirse en maestra. Vivirá un periplo de norte a sur, como maestra rural, siendo trasladada constantemente desde el sol quemante del norte hasta el gélido y lluvioso sur del país. 

Mucho padeció Lucila hasta construirse como Gabriela. Aquel pueblo, aquel valle, aquel sol extenuante, aquellos montes de apariencia extremadamente seca habían forjado a una mujer disciplinada, respetuosa y austera, firme, seria y de una sensibilidad aguda y delicada. Así como el río Claro y el Turbio daban vida a un nuevo río más caudaloso, Lucila tuvo que echar mano de Gabriela, para poder caminar en un mundo que le era esquivo y en el que nunca estuvo cómoda.

Gran comunicadora de temas humanos, ejerció de profesora y periodista desde los 15 años, llegó a ser una poeta excelsa y universal. Será conocida por primera vez como tal en todo Chile cuando gana su primer premio de poesía con Los Sonetos de la Muerte, en 1914. Premio que se entregaba en el escenario del Teatro de Santiago, con el auspicio del Presidente Don Ramón Barros Luco, la presencia del alcalde, y la socialité capitalina. Gabriela Mistraly, que fue su seudónimo, se mezcló entre los invitados y no subió al estrado a recibir su premio, pues se sabía mal mirada, no disponía de las prendas adecuadas para vestir bien, solo llevaba un manto sobre sus campesinos y rurales ropajes, manto que con desprecio era llamado por las damas de alta alcurnia: El tapa mugre.

Hay dos versiones sobre la construcción de su seudónimo unos dicen que fue tomado del nombre de su sobrina llamada Gabriela, niña a la que Lucila amó mucho, y que desgraciadamente falleció cerca de los dos años de edad, y otros dicen que toma el nombre del poeta italiano Gabriel D´Annunzio. Por su lado Mistral, habría sido tomado de un escritor a quien leyó y admiró, el francés Federico Mistral.

“Y en este rincón del mundo tienen los chilenos a Gabriela Mistral” expresó el escritor e historiador mexicano Carlos Pereira cuando vio a la poeta en una escuela rural de Punta Arenas, la austral y gélida ciudad del sur extremo de Chile. México la invitaría para realizar la reforma educacional y sería el propio poeta José Vasconcellos, ministro de Educación de México quien habría de expresar “lo mejor de Chile se halla ahora en México”.

Gabriela, aquella Lucila destinada a dar maíz a los pollos, produjo una revolución en la poesía y en la educación, sobre todo en lo relativo a la valoración de la madre soltera, de la mujer trabajadora, de la campesina, y de la mujer en general. Feminista y defensora de la educación a la mujer, igualmente defensora del pueblo indígena, de la infancia, de Latinoamérica y mucho más.

En aquellos años cuando nadie sospechaba quién llegaría a ser Gabriela para el mundo, escribiría en el humilde periódico de Elqui, sobre la Instrucción de la mujer, “instruir a la mujer es hacerla digna y levantarla (…) es necesario que la mujer deje de ser mendiga de protección”. La Mistral defendió la educación de la mujer más allá de las labores maternales, y esto la erigió como una mujer transgresora. Desde su mirada de mujer proletaria creó un texto que escandalizó primero, y revolucionó después a su entorno, pues pensó en la educación como una vía para disminuir la desigualdad impuesta a la mujer. Es este un texto instructivo que debería ser re leído, pues se observa que aquello que Gabriela desveló y denunció, sigue siendo realidad en muchas partes del mundo.

Gabriela en su obra Locas Mujeres, fisgonea el alma femenina, en esta obra dibuja un mapa de la condición de la mujer, válido hasta hoy. La Abandonada, La Desvelada, La Humillada, La Ansiosa, así hasta cerca de 20 mujeres son las que observa la vate. Describe todas las mujeres que habitan en ella, y hace un retrato hablado de una mujer compleja. En esta obra se llega a establecer una geografía femenina, delicada, profunda, y a ratos desgarradora.

“Una en mi maté

yo no la amaba

era la flor llameando

del cactus de montaña

era aridez y fuego

nunca se refrescaba”

¿Gabriela asesina a Lucila, o Lucila mata a Gabriela? Quizás en este poema es donde La Mistral se muestra en su intimidad más honda. Este dueto será permanente, pues aquellos dos ríos del valle moran en ella. Locas mujeres logra una atemporalidad y una universalidad en tanto todas las mujeres contienen a un conjunto de mujeres que les habitan, hay tantas personalidades femeninas como roles les pide esta sociedad. Gabriela logra una atemporalidad tal que hoy caben las preguntas, ¿qué mujeres habitarán hoy en las madres e hijas afganas?, ¿cuáles residirán en las mujeres migrantes que huyen en patera?

Gabriela hizo una radiografía del alma femenina como nadie, pues en ella habitaron, la lapidada, la violada, la proletaria, la campesina, la maestra rural, la extranjera, la hija devota, la franciscana, la madre que llora al hijo muerto inscrito como sobrino al nacer para salvar su dignidad social. Gabriela fue muchas mujeres a la vez, y quizás por ello logra en La Otra, dibujar con su docta palabra a una múltiple mujer universal.

En el verso Una en mí maté, yo no la amaba, La Mistral invita a asesinar a aquellas mujeres que les habitan, y que ya no son necesarias ni queridas, que fastidian, que entorpecen el camino de la libertad y del desarrollo personal. Esa batalla que Gabriela y Lucila emprendieron con ahínco y veracidad, invitan a pensar y a ahondar en todas las mujeres contenidas. Más pareciera que aquellas asesinadas resucitan, siempre están agazapadas en los rincones del corazón y del alma, están permanentemente allí esperando dar el zarpazo. Vuelven, vuelven, siempre vuelven, y pareciera que hay que estar alerta para asesinarlas cuantas veces sea necesario pues La Otra siempre espera un momento de despiste para volver a la vida.

Gabriela nunca logró el acomodo en su país natal, siempre se sintió observada, escudriñada, puesta en el estrado del juicio social e intelectual. En su tercer poemario, Tala, escribe un poema profético y visionario:

“País de la ausencia,

extraño país,

más ligero que ángel

y seña sutil

color de alga muerta

color de neblí

con edad de siempre

sin edad feliz (…).”

“…y en país sin nombre

Me voy a morir”

Gabriela Mistral recibió el Premio Nobel de Literatura el año 1945, y el Premio Nacional en 1951, hecho que constata su relación con su país de origen.

El 10 de enero de 1957 fallece Gabriela enLong Island, EE UU, en aquel “país sin nombre”, como vaticinara en su poema. 

Por disposición testamentaria lega todos sus derechos de autor de sus obras publicadas a los niños de Monte Grande.Su diploma y medalla premio Nobel, su biblia, su rosario, y el molde de su mano derecha vaciado por la escultora Laura Rodig, y otros documentos los legó al museo de San Francisco, Santiago, lugar en el cual por su propio deseo fue enterrada con el hábito de Francisco el santo de Asís.

“Yo era mística. Soy ahora católica y, más aún, pertenezco a la Orden tercera de San Francisco. Soy libre. Es una orden para los católicos libres” (Zig-Zag N° 1055, 1925). Junto con La Mistral murieron Lucila y Gabriela, todas murieron a la vez, pero a través de su legado poético se puede conocer a la vate en toda su extensión y también la mujer puede reconocerse y ahondar en ella misma, estando siempre atenta a la resurrección de La Otra.

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