OPINIÓN

EL CANTO DE LO PEQUEÑO

En 1973 se publicó un bello libro, Lo pequeño es hermoso, de Schumacher. En su prólogo se alertaba sobre la entonces crisis del petróleo a la que se nombraba como hito en la historia del mundo moderno. Crisis esperada, pero difícil de aceptar, y el autor se preguntaba si esta crisis nos ayudaría a librarnos del gigantismo y de la violencia o nos conduciría a más profundas aberraciones y si íbamos a seguir aferrándonos a un estilo de vida que crecientemente vacía al mundo y devasta a la naturaleza por medio de su excesivo énfasis en las satisfacciones materiales o por el contrario íbamos a emplear los poderes creativos de la ciencia y la tecnología, bajo el control de la sabiduría, en la elaboración de formas de vida que se encuadren dentro de las leyes inalterables del universo y que sean capaces de alentar las más altas aspiraciones de la naturaleza humana. 

Catástrofe inevitable a no ser que se pusiera el énfasis en la persona, dotada de enormes dones creativos y capaz de desarrollar un sistema económico tal que la gente esté en primer lugar y la provisión de mercancías en el segundo, ya que la provisión de mercancías se cuidaría entonces de sí misma.

Desde entonces, han pasado 48 años, hemos asistido a multitud de violencias, guerras, crisis económica, y, en último lugar, a la pandemia de la Covid-19 que ha generado más crisis de todo tipo, políticas, sanitarias, sociales, económicas, de empleo, etc., y en este 2021,  energéticas, cuando el precio de la luz y el gas se dispara, cuando los agricultores salen a la calle porque sus costes de producción son más altos que lo que genera la venta de sus productos, cuando el sistema económico se tambalea y nos podemos preguntar si estas advertencias sobre el valor de lo pequeño, del cambio en nuestros estilos de vida, se logró o seguimos escalando y construyendo altas torres que la fuerza de un volcán asola y destruye.

Y es diciembre el mes que nos pone delante de los ojos la necesidad de volver a lo pequeño, lo sencillo, porque es solo en el silencio y la oscuridad de la noche donde surge una luz y el interés por lo humano. 

Demasiadas luces en el centro de nuestras ciudades, demasiado ruido que impide volver los ojos al interior y preguntarnos ¿dónde estamos? ¿Qué queremos? ¿Cómo hacer más habitable la Tierra que pisamos? ¿Es el bien integral de las personas lo que se convierte en nuestro horizonte?

Y, como cada año, suena en nuestros oídos la voz del profeta Miqueas que nos habla del lugar en donde nacerá la luz, la salvación, “Y tú, Belén Efratá, tan pequeña entre los clanes de Judá, de ti nacerá el que debe gobernar a Israel” (Miqueas 5, 1-4ª).

Belén, una tierra pequeña y olvidada. Sí, queremos creer que es en lo pequeño, en lo olvidado, donde Dios se encarna de nuevo en cada Navidad y viene de la carne de María una mujer que dice sí al designio de Dios y que es capaz de hacer suyo el canto de los pequeños, porque ella se siente pequeña, apoyada en la fuerza de Dios, por eso se alegra y canta, porque su misericordia se derrama de generación en generación, porque dispersa a los potentados y exalta a los humildes, porque se siente acogida por Dios y cree en su promesa.

En este diciembre de 2021, podemos acoger en nosotros el canto de lo pequeño y la luz de Dios calentará nuestro aterido corazón, porque…

de noche iremos, de noche,

Sin luna iremos, sin luna,

que para encontrar la fuente

solo la sed nos alumbra.

L. Rosales

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