ARTÍCULOS CINE

EL REGRESO DEL CINE ESPAÑOL

La pandemia congeló el cine español en 2020. Hace un año comentábamos en estas páginas lo que supuso el confinamiento para los sectores de la exhibición y de la distribución. Pero la producción también se vio seriamente afectada. Por un lado, se interrumpieron muchos rodajes, con la quiebra económica consiguiente y, por otro, una vez levantado el confinamiento, hubo que inventarse unos protocolos covid que complicaron y encarecieron los rodajes. La situación pandémica fue mejorando lentamente, y a la vuelta del pasado verano empezaron a darse cita en las carteleras muchas películas pospuestas que por fin han visto la luz. Una avalancha de cine español que nos permite tomar el pulso a la salud de nuestro cine. Es completamente imposible aludir a todas las películas estrenadas, que son muchísimas, pero vamos a fijarnos en algunas más significativas.

No es oro todo lo que reluce

Lo primero que llama la atención es la reaparición simultánea de los veteranos, los directores más populares: Pedro Almodóvar, Fernando León de Aranoa, Icíar Bollaín, Benito Zambrano, Daniel Monzón, Fernando Colomo, Manuel Martín Cuenca, Rodrigo Cortés o Agustín Villaronga. Incluso Alejandro Amenábar ha irrumpido en el ámbito de las series. Pero de todos ellos, solo dos han mejorado su filmografía precedente con su última película: Icíar Bollaín y Rodrigo Cortés. El resto se quedan por debajo de películas anteriores y confirman que una película es grande cuando sobre los personajes no pesa ni la ideología del director ni la artificiosidad del guion. 

Por ejemplo, el Almodóvar de Madres paralelas, a pesar de querer contar una historia de gran potencial dramático, se enreda en clichés ideológicos oportunistas y el guion acaba matando la autenticidad de sus personajes. Lo que podía ser una mirada elocuente sobre la maternidad acaba siendo un quiero y no puedo por meter con calzador el guerracivilismo y una inverosímil trama de género. Lo mismo le ocurre, pero en menor medida, a El buen patrón, de Fernando León, ya que, pretendiendo hacer un oportuno y justo retrato del abuso de poder, acaba caricaturizando a los personajes y en consecuencia, generando un marco inauténtico de crítica social. Sólo se salva el silencioso personaje secundario interpretado por Celso Bugallo, que es en realidad el personaje de la película. Distinto es el caso de Pan de limón con semillas de amapola, de Zambrano, que aborda muchas cuestiones de interés, pero que naufragan en un exceso de escritura literaria. Toca asuntos como la maternidad, la familia, el sufrimiento, el machismo… pero se le ven las costuras al guion y el resultado es frío y poco empático, amén de sus concesiones ambiguas a la eutanasia y al consumo de drogas. En el caso de La hija, de Manuel Martín Cuenca, lo que comienza siendo una historia de potente contenido social y antropológico se torna a mitad de metraje en un sórdido thriller cruel, truculento y desesperanzado. Fernando Colomo nos sorprende con una película familiar navideña, Cuidado con lo que deseas, blanca, buenista, pero con un desastroso guion y una impersonal puesta en escena. Por último, Agustí Villaronga, con El vientre del mar, realiza una película casi experimental, abstracta, interesante, pero nada comercial. En resumen, ninguno de estos cineastas nos ha dado este año su mejor película. 

La primera alegría viene de Maixabel, de Icíar Bollaín, que está claramente muy por encima de las otras. A pesar de algunas acusaciones, seguramente injustas, la película se construye a partir del núcleo humano y desnudo de los personajes: dos ex-etarras y la viuda de su víctima. Se centra en el encuentro radical de dos personas, y el guion desaparece ante la carnalidad, autenticidad y fuerza espiritual de los personajes. Todo ello, independientemente de lo interesante que es que ponga sobre la mesa la cuestión de la justicia restaurativa. La segunda buena noticia es El amor en su lugar, de Rodrigo Cortés. Un excelente canto al amor verdadero, ambientado en el gueto de Varsovia, e inspirada en sucesos reales. De esta manera, Cortés se separa de su habitual género de terror para hablarnos con hondura y genialidad narrativa del sacrificio que conlleva el auténtico amor.

Los que suenan menos, pero no defraudan

Muy significativa es la presencia de cineastas menos conocidos, algunos incluso primerizos, con importante proporción de mujeres. Es el caso de Clara Roquet, una joven barcelonesa que ha debutado con Libertad, bien acogida en el Festival de Valladolid. Una cinta sobre el despertar de una adolescente al mundo adulto, pero también una fresca reflexión sobre la inmigración, las diferencias sociales y la desestructuración familiar. 

Otras dos mujeres catalanas merecen nuestra atención. Una es Neus Ballús, proveniente de la Universidad Pompeu Fabra, que ya interesó con El viaje de Marta. Ahora ha estrenado Seis días corrientes, una deliciosa historia de tres fontaneros, en la que se pone el punto de mira en la cuestión de los prejuicios hacia el inmigrante, pero sin acentos ideológicos o políticos, sino partiendo únicamente de la experiencia humana elemental. Una cinta entrañable y positiva. 

La otra es Judith Colell, de la Universidad Ramón Lull, que obtuvo el Premio católico Signis España en el Festival de Málaga por 15 horas, película sobre el maltrato machista, pero igual que la anterior, sin reduccionismos ideológicos o caricaturas maniqueas. 

Señalamos dos directores que también nos han sorprendido positivamente. El primero es Juanjo Giménez, que ha estrenado su segundo largometraje de ficción, Tres, una peripecia de género casi fantástico, original en su argumento, rodada brillantemente y que no se limita al suspense, sino que incluye una interesante historia humana. La protagonista es una mujer que oye con retardo. Lo que empieza como discapacidad se torna casi en un don. 

El otro realizador es Marcel Barrena, que después de la digna 100 metros, ha presentado Mediterráneo, situada en la crisis humanitaria y migratoria de Lesbos de 2015, y en los orígenes de la ong Open Arms. Mucho más ideológica es La vida era eso, de David Martín de los Santos, que en realidad ofrece una cinta feminista sin más, es decir que la historia y los personajes están al servicio del feminismo y no al revés. 

Sumamente original –pero minoritaria– es Espíritu sagrado, de Chema García Ibarra. Aunque quiere hablar de un asunto muy conocido, como es el del tráfico de órganos, lo hace de una forma insospechada, con un argumento que tiene como protagonistas a unos pobres hombres que pertenecen a una asociación ufológica rural. 

¿El lodo? El buen momento del cine documental

El cine documental español está viviendo un momento excelente. Tampoco es posible abarcar aquí todo lo que se estrena de ese género, pero nos vamos a fijar en tres documentales muy distintos pero relevantes. El primero es España, la primera globalización, de José Luis López-Linares. Una película que debería ser obligatoria en el Bachillerato, y que desmonta con rigor científico los principales mitos de la Leyenda Negra, con la intervención de prestigiosos historiadores europeos y latinoamericanos. En la misma línea de memoria histórica bien entendida y no menos importante es Impuros, de Alberto Utrera, que filma una conversación entre Eduardo Madina y Borja Sémper, víctimas de ETA, en la que recuerdan el pasado y toman el pulso al presente, en lo que al problema vasco se refiere. Otro documental es Quién lo impide, de Jonás Trueba, un interesante retrato generacional de nuestros adolescentes, grabado durante varios años de la vida de un grupo de chavales, y cuyo principal inconveniente son sus tres horas y media de duración. 

La consolidación del cine confesional católico

No podemos pasar por alto la proliferación de películas con un marcado tono confesional o apostólico, y que de hecho han constituido casi un género en sí mismo en los últimos años. Hay una pléyade de directores que han optado explícitamente por hacer un cine de motivación evangelizadora, aunque en realidad su principal nicho de taquilla está en el mundo católico. Uno de estos realizadores es Pablo Moreno, con una trayectoria muy consolidada, y que se ha convertido en especialista de biopics de santos. Finalizada en plena pandemia, ha estrenado recientemente Claret, sobre la figura de este santo catalán. Se trata de una película muy ponderada, que toca asuntos históricos muy delicados, y lo hace con inteligencia, sensatez y brillante puesta en escena.

El periodista José María Zabala, después de dos cintas sobre el padre Pío, y una sobre Madre Teresa de Calcuta, dos santos del siglo XX, ha estrenado Wojtyla. La investigación, una interesante y sugerente aproximación a la figura de este santo, ahondando en la dimensión sufriente del personaje, paradójicamente inseparable de su alegría. La cinta cuenta con elocuentes testimonios y memorables imágenes de archivo. Por su parte, otro periodista, Jesús García Colomer, ha estrenado Medjugorje, la película, que se acerca al fenómeno mariano de este santuario, ofreciendo tanto una completa información histórica, como diversos testimonios conmovedores. Por último, Juan Manuel Cotelo abandona por esta vez el terreno documental y ha estrenado Tengamos la fiesta en paz, una comedia musical familiar navideña, muy brillante en lo formal y muy actual e incisiva respecto al fondo. 

Con estos mimbres podemos sacar algunas conclusiones. En primer lugar parece obvio que la industria está muy viva, en gran parte debido al abaratamiento de costes del cine digital. Con muy pocos medios es posible hacer una película. Otra cosa es la cantidad de público a la que llega, frecuentemente insignificante. Pero esta democratización del cine ha permitido también la proliferación de realizadores, muchos de ellos prometedores, y la consolidación sin vuelta atrás de un interesante volumen de mujeres directoras que han introducido perspectivas muy valiosas y de honda sensibilidad. Pero sigue siendo necesaria una mayor desideologización en nuestro cine, que aunque ha mejorado mucho, necesita liberarse de la dictadura de la corrección política.

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