La salud es el anclaje del bienestar en el universo político, del progreso en el universo económico, y de la salvación en el universo religioso. La articulación de la salud, el bienestar y el progreso con la salvación comprometida con una vida plena, un mundo humano, una comunidad fraterna, una sociedad decente y una tierra sin males es la tarea ineludible tras la convulsión pandémica y la necesaria recreación del sistema socioeconómico, político, cultural y religioso.
A los contemporáneos del Jesús de Nazaret les impactó su condición de sanador en todas las formas concretas de sanación: la curación física, el perdón de los pecados, la incorporación a la comunidad, la recuperación de la autonomía personal, la esperanza última; pasó sanando a oprimidos y liberando de la enfermedad, de la exclusión, de la opresión y de los poderes del mal “porque Dios estaba en El”. El cristianismo primitivo nunca imaginó una salvación de espaldas o al margen de la salud, más bien se vincularon en íntima pericoresis”1.
Humanismo renovado
La articulación y plausibilidad de un mensaje, a la vez inmanente y trascendente, requiere de nuevas expresiones culturales y simbólicas. En su reciente viaje a Atenas, Francisco ha propuesto una fórmula audaz: “Un humanismo renovado en el que Dios pone gustosamente su firma sobre la liberta humana, siempre y en todo lugar, eleva un mensaje orientado hacia lo alto y hacia el otro; a las seducciones del autoritarismo responda con la democracia; a la indiferencia individualista oponga el cuidado del otro, del pobre y de la creación”. (4-12-2021).
Aunque el mal es mal sin paliativos, y nada bueno trae la Covid-19 con la muerte de cerca de 6 millones de personas, entre ellas la de mi hermano menor, las experiencias comunes de la pandemia pueden servir de anclaje del humanismo renovado “hacia lo alto y hacia el otro”, y de tránsito hacia un cambio que no es “suficiente contratar bomberos después de que haya estallado un incendio, para que salven solo unas pocas habitaciones del edifico en llamas”2. Como reconoce la Fratelli tutti “el dolor, la incertidumbre, el temor y la conciencia de los propios límites que despertó la pandemia, hacen resonar el llamado a repensar nuestros estilos de vida, nuestras relaciones, la organización de nuestras sociedades y sobre todo el sentido de nuestra existencia” (n.33).
La renovación del humanismo comienza por construir un marco cognitivo, afectivo y emocional. Sentir, pensar y accionar se puede desde una perspectiva exterior, que pretende, con toda razón, acabar con una patología y controlar las causas y efectos del virus sobre la sociedad. Y se puede desde una perspectiva interior que intenta comprender e iluminar el punto de vista del sujeto e interpretar el mundo tal y como se le aparece a éste. La perspectiva exterior, que ha sido hegemónica en la pandemia, ha generado el marco político de guerra, el jurídico de la excepcionalidad y el sanitario de la inmunidad. La perspectiva interior se debate entre la experiencia de la vulnerabilidad esencial y constitutiva del ser humano, y la perspectiva de lo vulnerado que es un resultado de una determinada historia socio política y cultural. El ser humano no sólo es vulnerable -afectable-, sino que es vulnerado -afectado- 3.
Sufrimiento evitable y anhelo de salud
El anhelo de salud, en el interior de un sufrimiento evitable, alude a la fragilidad constitutiva del ser humano y a la injusticia realmente existente; Según Jan Patrocka, “no es la voz de una razón abstracta, sino la voz del sufrimiento humano” que puede erigirse en el eje central del nuevo humanismo y de la articulación concreta de la salvación con la salud como un hecho total, social y político, natural e histórico, físico y psíquico, comunitario e institucional, económico y espiritual, inmanente y trascendente; afecta simultáneamente a la personalidad y mismidad del sujeto, a las relaciones y vínculos sociales, al sistema económico-político, a la forma de ser y estar en el mundo, y a la pervivencia esperanzada.
La paradoja de ser a la vez gozo y sufrimiento, se despliega en campos de tensión y encrucijadas sociales, entre una sociedad patógena y una vida saludable, entre quedar heridos por el poder destructivo del virus y el poder de la bondad, la solidaridad y la resistencia. La paradoja, decía Henri de Lubac, “es la expresión provisional de una mira siempre incompleta, pero que se orienta hacia la plenitud”.4 Sus componentes no son dicotómicos sino que están mutuamente imbricados: “Hay una especie de sentido inherente a la herida de la vida”5. En los cambios radicales, hay una rotación axial que hace emerger nuevos ideales, valores y normas que transcurren en eslabones, de modo que las catástrofes yacen en otras pestes como el hambre y la pobreza, el individualismo posesivo y la libertad insolidaria; y la salud actual estaba generada en mujeres y hombres que no dejaron de soñar, amar, desear y trabajar. Como advierte el sociólogo Hans Joas, “las innovaciones no son creaciones ex nihilo, sino resultado de una reflexión crítica sobre lo que la tradición trasmite, retrocediendo y mirando más allá”6.
Signos de trascendencia
Hay marcas y signos que apuntan a la emergencia de una nueva realidad, “que siempre debe releerse, interpretarse y vivirse de una manera diferente que, casi siempre, resulta imposible e inaceptable desde el punto de vista de la religión oficial”7.
Emerge la experiencia antropológica del límite existencial que anhela la salud que es lo otro de la enfermedad, anhela justicia que es lo otro de la dominación, anhela igualdad que es lo otro de la sumisión, anhela reconocimiento, que es lo otro de la convivencia, anhela sentido, que es lo otro del sinsentido. Salud, justicia, reconocimiento y sentido apuntan a ir más allá, más lejos y más profundo. Esta autotrascendencia llevó a Le Clezio a decir que “sólo somos pasajes”, “cada cosa lleva en sí su infinito. Pero ese infinito tiene un cuerpo, no es una idea”8.
Emerge la conciencia planetaria, global y común, en un planeta interconectado, desigual y antagónico. El virus traspasa fronteras, ideologías, clases sociales, nacionalidades y confesiones. Con dos efectos colaterales: la conciencia colectiva de que la humanidad navega en la mima barca sin que haya unas zonas seguras y otras inseguras de modo que, si no hay vacuna para todos, de nada servirá la vacunación de unos pocos; y en segundo lugar hiere y ofende las brechas de desigualdades locales y mundiales, que se han acentuado en la pandemia. Esta conciencia planetaria, que sabe más de conexiones abstractas que de contactos, apremia al encuentro y a las relaciones de proximidad, a la amistad social y a la fraternidad universal.
Emerge la autoridad de la ciencia en la gestión de la pandemia, en la explicación de su origen y en la búsqueda de tratamientos eficaces, que ha suscitado la confianza de las poblaciones y sus mayores esperanzas, a pesar de su incapacidad de prever la llegada del virus ni evitar las muertes. Con la misma convicción se reconoce que no puede ser la única instancia, ya que, como diría Milan Kundera, la razón científica camina entre lo angélico y lo demoniaco sometida también a poderes políticos y económicos, y a egoísmos individuales y colectivos. La razón científica necesita de la racionalidad política, de la intuición poética, de la inteligencia emocional, de la imaginación ética, la sabiduría popular y de las espiritualidades. Por sí solas, no están en condiciones de liderar los procesos de humanización. Eclosiona en múltiples y diversas ecologías del saber que buscan poner en dialogo diferentes formas de nombrar y valorar la realidad y procurar articulaciones entre ellas para construir nuevos modos de saber, de ser y de convivir… Las ecologías operan a través de la cooperación, la reciprocidad, la conectividad, la solidaridad y el enriquecimiento mutuo”9. Razón y sabiduría no son excluyentes ni fe y ciencia suman dos.
Emerge la disolución entre lo religioso y lo secular que, según ha mostrado Charles Taylor, nació tardíamente en la Eda Moderna. Lo sagrado toma cuerpo histórico en distintas formas, de múltiples maneras, concretas e identificables. En la pandemia hemos visto templos que se desbordan en iglesia doméstica, recintos religiosos que cobijan personas sintecho y bancos de alimentos, funcionarios ordenados que se convierten en voluntarios sociales, casas que acogen celebraciones litúrgicas, misas que se trasmiten on line, almacenes que acumulan multitud de féretros, ritos funerarios en plazas públicas. Dios ha pasado por la pandemia como afectado, suscitando confianza, esperanza, fraternidad y solidaridad. “La reciente pandemia nos permitió rescatar y valorizar a tantos compañeros y compañeras de viaje que, en el miedo, reaccionaron donando la propia vida. Fuimos capaces de reconocer cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes que, sin lugar a dudas, escribieron los acontecimientos decisivos de nuestra historia compartida: médicos, enfermeros y enfermeras, farmacéuticos, empleados de los supermercados, personal de limpieza, cuidadores, transportistas, hombres y mujeres que trabajan para proporcionar servicios esenciales y seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas… comprendieron que nadie se salva solo” (Fratelli, tutti n.54).
Secularización y sacralización
Se ha vivido, en grado máximo, la tensión entre el proceso de secularización, como declive de la religión, racionalización y modernización y el proceso de sacralizaciones, que han producido nuevos ideales. Por una parte, se ha impuesto socialmente la racionalidad científica, que merece la confianza de la población, y quedan desacreditadas las explicaciones míticas sobre el origen y la resolución de la catástrofe, así como las expresiones exóticas de carácter mágico, prodigios extraordinarios, anuncios apocalípticos, procesiones milagrosas. La tesis de la secularización no da razón de lo sucedido en la pandemia, no sólo por su marcado eurocentrismo sino porque en la pandemia se ha invocado, confiado y esperado en Dios hasta reconocer que “la providencia de Dios son las mujeres y los hombres buenos”. Son “sus manos largas”, afirma Javier Vitoria tras sufrir la Covid-1910. “Sobre la cama del hospital –escribe Víctor Codina afectado por la Covid-19–, he vivido de forma nuclear, intuitiva, sintética, cercana una experiencia fundante de cercanía que sitúa ante un Misterio de Trascendencia, Amor, Luz, Perdón, Alegría y Gozo. Me encontré llamando a Alguien Padre y voy rezando”11. “¿Podemos ignorar hoy, se pregunta Boris Cyrulnik, a 7.000 millones de seres humanos que se dirigen a Él, todos los días, sienten su proximidad afectiva, temen su juicio y se reúnen en magníficos lugares de culto llamados Iglesias, mezquitas, sinagogas y otros templos?”. Y llegaremos a comprender, añade, “por qué el hecho de entrar en una Iglesia podía sanar un trauma, calmar una angustia y borrar las imágenes del horror”12.
Y, por otra parte, se ha producido una hemorragia de sacralizaciones: se ha considerado sagrada la vida humana, que ha obligado a sacrificar deseos individuales y bienestar colectivo; sagrada la salud que se impone a la política y a la economía; sagrada la casa común que debe ser cuidada y contemplada; sagrados los derechos humanos que se consideran incondicional, sagrada la vida en común que ha dotado de sentido el confinamiento y la disciplina social. La tesis de la sacralización planta que el problema a futuro no es la secularización sino el poder de generar ídolos y estar expuesto a los excesos idolátricos e idolatrías. La cuestión es que, puestos a generar ídolos económicos, políticos, culturales y religiosos,” que al menos tengamos las ideas claras al respecto y no los dejemos fuera del debate crítico… que sean completamente propicios y no tan cainitas”13.
BIBLIOGRAFÍA
1. García Roca, J. Cristianismo. Nuevos horizontes, viejas fronteras: Valencia: Diálogo, 2016, págs.77-83.
2. Bachelet M; De Schutter, O; Ryder, G. Universalizar un nivel mínimo de protección social. El País, 26 de octubre de 2020.
3. García Roca,, J. Supervivientes. Tiempo de reconstrucción. Valencia: Atrio Llibres, 2020, págs. 123-132.
4. De Lubac, H. Paradojas y nuevas paradojas. Madrid: Península, 1966, pág. 5.
5. Esquirol, Josep Luis. Humano, más humano. Una antropología de la herida infinita. Madrid: Acantilado, 2021.
6. Joas, H. Les pouvoirs du sacré. Paris: Éditions du Seuil, 2020.
7. Duch, L. La religión en el siglo XXI. Madrid: Siruela, 2012, pág.128.
8. Le Clézio. J. M. El éxtasis material. Buenos Aires: Adriana Idalgo, 2010, págs.14-40.
9.Sousa Santos, B. El futuro comienza ahora. De la pandemia a la utopía. Madrid: Akal 2021 págs.1444-1756.
10. Vitoria, J. Otra normalidad es posible, en Iviva, 283, Valencia, 2020.
11. Codina, V. Un mes bajo la COVID. En Blog Cristianisme i justicia. Barcelona, 2021
12. Cyrulnik. B. Psicoterapia de Dios: la fe como resiliencia. Barcelona: Gedisa, 2018.
13. Seguró, M. Vulnerabilidad. Barcelona: Herder, 2021 cap. Fe y razón.
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