Guerra, violencia, odio, envidia, injusticia… La vida del mundo transcurre inmersa en estos conceptos. ¿Por qué? ¿Cuál es el motivo de la violencia entre las personas? ¿Tiene acaso razón Hobbes cuando dice que todos los hombres que viven sin un poder común que les someta se encuentran en estado de guerra de todos contra todos? ¿Por qué el ser humano tiende a la violencia y a la competencia? Según Aristóteles, el ser humano es animal político. La cuestión es: si el ser humano es social por naturaleza, ¿por qué tiende constantemente hacia la guerra?
La identidad única y el riesgo del fanatismo
El pensador indio Amartya Sen ha profundizado en la relación entre identidad y violencia. Según él, cuando las perspectivas de buenas relaciones entre seres humanos diversos son vistas en términos de amistad entre civilizaciones o diálogo entre grupos religiosos, etc. se comete cierto error de fondo. ¿Pero acaso no son buenos la amistad y el diálogo entre culturas?
Nos consta según la trayectoria vital del citado autor que es férreo defensor de la convivencia pacífica y multicultural, tan propias de su nación, la India. ¿Por qué entonces sería malo para él hablar de amistad entre pueblos o entre culturas diversas? No es que el diálogo y amistad entre pueblos no deba ser buscada, se trata de un cierto matiz de fondo a nivel antropológico acerca de la identidad y las relaciones humanas.
Para Amartya Sen, dividir el mundo en civilizaciones o según la religión es un error. Concretamente, porque de esa manera, los seres humanos serían miembros sólo de un grupo bien preciso. En cambio, la vida cotidiana de cada persona se desarrolla cotidianamente como perteneciente a diversos grupos (puede profesar una confesión religiosa como creyente, pero también ser aficionado a un equipo deportivo, o perteneciente a un cierto colectivo laboral,…).
Según el citado autor, cada una de estos colectivos a los que se pertenece simultáneamente nos confiere una identidad específica. El universo de las múltiples clasificaciones a las que pertenece cada persona sería más real que la conceptualización de una identidad unitaria y exclusiva. Sen habla en términos de ilusión de la identidad única.
El punto esencial, que hace reflexionar a nuestro autor es cómo el empeño o favorecimiento de una cierta identidad única es utilizado habitualmente con objetivos violentos y de persecución. La identidad única sirve para el fomento de la propia colectividad y como medio de reafirmación pero, en el caso extremo, puede ser utilizada para el fomento de la lucha violenta. Así los grupos militantes más sectarios buscan que los individuos a los que se refieren ignoren cualquier otro tipo de afiliación o pertenencia que pueda enfriar su fidelidad. Es decir, la colectividad mantiene su fuerza principal de cohesión interna en el fomento de la mono-identidad.
En el hecho que todo esté orientado en clave de identidad única; así, es fácil ver el mundo y la historia en clave de lucha a favor o contra el propio colectivo. Una vez hablaba con un amigo católico de diversos hechos históricos y su tesis principal era que la historia se escribía siempre en clave de ataque o defensa de la Iglesia. En concreto, la segunda bomba atómica caída sobre el Japón, en Nagasaki, la ciudad de los mártires católicos, entraba en su teoría como ataque de origen masónico, dada la supuesta pertenencia del presidente americano de aquel entones a algún de grupo de este tipo. Sin entrar por mi parte en si había o no motivos de persecución religiosa detrás del citado ataque militar fue muy grande mi sorpresa, hablando con una amiga que se declaraba abiertamente homosexual, que ella entendía la historia en clave de sucesión de ataques o defensas, en este caso, de la orientación homosexual. El argumento era distinto pero la estructura formal del razonamiento es la misma: cuando una identidad predomina en un individuo sobre las otras el mundo pasa a verse entorno a esa propia y concreta identidad.
Fácilmente, la entera historia del mundo puede llegar a ser vista como una sucesión de ataques o defensas de nuestra propia identidad. De hecho, numerosos conflictos actuales son sostenidos por sus promotores en base a rivalidades o diferencias ancestrales, que con su peso histórico justifican la concreta violencia actual (y para esto no hay grandes diferencias de un continente a otro, varía si acaso la modalidad y lo explícito de la violencia aplicada).
La identidad múltiple y la lucha por el reconocimiento
El ser humano tiene en general la necesidad de ser reconocido por los otros y por sí mismo como perteneciente a un determinado colectivo. Según Amartya Sen, el individuo debe tomar una decisión sobre el peso relativo que atribuir a las diversas identidades. Según él, una identidad no debe necesariamente cancelar la importancia de las otras, sino más bien establecerse un cierto orden de prioridad. Pero ¿acaso el reconocimiento de una identidad no es un evento social? ¿Basta nuestro reconocimiento interior de nosotros mismos en nuestro interior?
Surge un argumento sutil: la libre elección de nuestras identidades en muchas ocasiones viene muy limitada por las circunstancias y el entorno (como la dificultad que podía tener un ciudadano alemán hebreo para ser reconocido como completamente germano en un momento dado de la historia…). Es decir, no es solo una libre elección de la propia o propias identidades y su jerarquización interior, sino también una lucha social por el reconocimiento de las mismas. No es el individuo aislado sino el evento social del reconocimiento. Se traslada así el acento del ser al reconocimiento del ser.
En numerosas ocasiones, en la vida encontramos una distancia entre lo que hacemos o somos y la percepción o reconocimiento por parte de los demás. Podemos actuar en modo correcto pero sentir que la imagen dada lleva a que piensen lo contrario los demás. Y viceversa. El factor del reconocimiento se sitúa así lógicamente como factor antropológico social, no individual. El individuo con sus mociones interiores queda en cierto modo expuesto al juicio social. Y ese juicio social, según colectivos e identidades únicas, difícilmente es pacífico. Pero, ¿por qué?
Si observamos a nuestro alrededor y a lo largo de la historia, se percibe cómo a nivel de creación de naciones o de reconocimiento de derechos de colectivos normalmente siempre hay una lucha, un conflicto. Según Axel Honneth, el reconocimiento se realiza a tres niveles: afectivo, jurídico y social. Según los cuales la persona encuentra respectivamente: fé en sí misma, respeto y autoestima. Consecuente y recíprocamente, la falta de reconocimiento lleva a la violencia, la privación de derechos y finalmente a la humillación. La lucha por el reconocimiento tiene así un fondo de falta de afecto, una negación real de derechos y un fondo de humillación que pueden muy bien atraer el espíritu de la violencia. No necesariamente una violencia gratuita, sino una violencia que se siente justificada. Es decir, la más difícil de detener.
Tener, crear, o sentir la propia identidad es plenamente humano. La necesidad de que esa identidad colectiva sea reconocida a todos los niveles, una exigencia natural. Que esta reclamación sea fuente de conflicto, una experiencia histórica. El punto de superación pacífica, quizás la consciencia de la pluralidad de esas múltiples identidades que nos atraviesan transversalmente casi sin darnos cuenta. No es tanto una negación contra natura de la propia identidad, sino un ensanchamiento de la perspectiva de la multiplicidad de nuestras identidades. Si bien jerarquizadas, en la pluralidad encontramos la paz. La cuestión es: ¿queremos ampliar nuestra perspectiva?
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