La caída del muro de Berlín en 1989 fue vista como un símbolo del triunfo del capitalismo y la democracia liberal sobre el comunismo. Este evento histórico pareció dar la razón al filósofo político estadounidense Francis Fukuyama, quien, en su obra, El Fin de la Historia, proclamó: “Lo que podríamos estar presenciando no es simplemente el fin de la Guerra Fría o la desaparición de un determinado período de la historia de la postguerra, sino el fin de la historia como tal: esto es, punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final de gobierno humano”. Sin embargo, unas cuatro décadas después, parece que estamos despertando de este sueño triunfalista.
El comunismo, una ideología que en aquel momento pareció totalmente muerta, ha resucitado; líderes autoritarios y partidos políticos de extrema izquierda y extrema derecha están en auge en varios países y el sistema capitalista está siendo cada vez más cuestionado. El crecimiento de la desigualdad ha suscitado muchas críticas a un sistema capitalista que está demostrando claros signos de disfuncionalidad. Algunos pensadores han ido más allá y nos dicen que ya no estamos viviendo en un sistema capitalista, sino en una nueva versión del feudalismo.
A primera vista, la noción de que estamos viviendo un neo-feudalismo nos puede parecer extraño y poco verosímil. ¿Qué puede tener en común la sociedad tecnológicamente avanzada en la que vivimos y una época más primitiva como la edad del feudalismo? En la Edad Media, el feudalismo llenó el vacío provocado tras la caída del imperio romano y, hasta cierto punto, ofreció a las masas algo de estabilidad y seguridad después del caos provocado por las tribus bárbaras durante la llamada Edad Oscura. Sin embargo, esta estabilidad vino con un precio alto para las clases bajas.
La sociedad de la época del feudalismo estaba dividida en tres clases: los nobles, la Iglesia Católica y una enorme masa de siervos atados al campo. Era un mundo estático, con poca o casi nula movilidad social. La Iglesia Católica impuso un pensamiento único a través de su control sobre el acceso a la salvación y la vida eterna. Aunque hubo a veces algunas disputas entre la Iglesia y los nobles, en general estas dos clases trabajaron conjuntamente para mantener el sistema, un sistema que sobrevivió a varios levantamientos por parte de la clase oprimida. De hecho, el final del sistema feudal, salvo en los casos de Francia y Rusia, no fue el resultado de una revolución violenta. En su libro La Venida del Neo-feudalismo el pensador estadounidense Joel Kotkin describe cómo “el capitalismo liberal debilitó y disolvió el orden feudal, permitiendo la aparición de una clase media robusta… nueva tecnología, la expansión del comercio, nuevas ideas e instituciones transformaron la sociedad medieval”. El mismo autor nos avisa de que los avances históricos no son necesariamente irreversibles, tal como nos enseña la caída del imperio romano. Según Kotkin, estamos viviendo otra época de retrogresión histórica hoy en día. Tras siglos de expansión, el sistema capitalista liberal está demostrando signos de debilidad o agotamiento, tanto en el aspecto económico como en el aspecto social: “Tras un período de expansión rápida, el crecimiento económico en los grandes países avanzados, con la excepción de Estados Unidos, se ha enlentecido… El declive en el crecimiento poblacional, sobre todo en países con altos ingresos, es otro aspecto del estancamiento social”.
Una cosa es reconocer que el sistema capitalista liberal está pasando por momentos difíciles y otra es pensar que estamos experimentando un neo-feudalismo. ¿Podemos identificar algunos paralelismos entre la sociedad feudal y la sociedad en la que estamos viviendo hoy en día? La enorme concentración de riqueza y poder en muy pocas manos se puede interpretar como una nueva versión de la clase noble de la época feudal.
Las fusiones entre tantas empresas y bancos significan que hay cada vez menos competencia real hoy en día. La progresiva desaparición de los pequeños comercios y el auge de las grandes empresas multinacionales ha sido agravada por los efectos de la pandemia. Mientras que algunos gigantes como Google, Microsoft y Amazon vieron crecer los valores de sus acciones, muchos pequeños negocios tuvieron que cerrar para siempre durante la pandemia.
En un mundo dominado por tantos oligopolios ¿tiene sentido decir que estamos viviendo en un mundo de libre mercado? Joel Kotkin está convencido de que los recientes avances tecnológicos, lejos de traer a la mayoría de los seres humanos los beneficios que esperábamos hace unos años, están promoviendo la creación de una oligarquía muy potente: “La reciente revolución tecnológica fue vista al principio como algo transformador y, en general, beneficiosa. Algunos pensaron que nos traerían una nueva civilización con más oportunidades para el desarrollo humano y una mejoría social… pero hoy en día los líderes del mundo tecnológico se parecen cada vez más a una clase dirigente exclusiva. Controlan unas pocas empresas excepcionalmente poderosas y, como cualquier aristocracia, resisten cualquier dispersión de su poder… Están construyendo un orden económico y social más estratificado, con un aumento de las divisiones entre clases”. Estamos experimentando una concentración de poder, no solamente en el campo de la tecnología avanzada, sino en muchas otras esferas de la actividad económica. La concentración de poder en manos de las grandes empresas multinacionales y de alta tecnología es similar al poder que ejerció la clase nobiliaria durante la época feudal.
En la Edad Media, la Iglesia Católica ejerció una influencia enorme sobre la sociedad y, los pocos individuos que se atrevieron a disputar la ortodoxia reinante corrieron el riesgo de sufrir el ostracismo, la prohibición de sus discursos o libros, la excomulgación y, en algunos casos, castigos físicos. Hoy en día la élite que impone sus dogmas no recurre a la hoguera, sino al cancel culture (la cultura de la cancelación), al silenciamiento de voces discrepantes y a la imposición de lo políticamente correcto a través de su enorme influencia social y su control de los medios de comunicación.
El sistema educativo, en vez de abrir mentes jóvenes, a veces parece empeñado en cerrarlas. Una generación de profesores, especialmente en Estados Unidos, está traicionando su misión y parecen empeñados en adoctrinar a sus estudiantes, llenando sus cabezas con las ideas actualmente de moda. En vez de ser centros donde los jóvenes están expuestos a una variedad de ideas que les permite reflexionar y formar su propio pensamiento, muchas universidades hoy en día están limitando el libre intercambio de ideas, un libre intercambio que es la esencia de la experiencia universitaria. Instalan lo que llaman espacios seguros en los cuales los estudiantes no correrían el riesgo de ser expuestos a ideas que les podrían ofender.
El cancel culture ya está ejerciendo el poder sobre el pensamiento que ejerció la Iglesia en la Edad Media. A menudo, pensadores que no comparten las doctrinas de lo políticamente correcto están boicoteados por los estudiantes, que no quieren participar en un debate, sino simplemente silenciar ideas con las que no están de acuerdo.
La cultura de la cancelación no se limita al mundo académico. Los guardianes de los dogmas considerados políticamente correctos no se distinguen exactamente por su sentido del humor. Las actuaciones de cómicos que cuentan chistes que no están conforme con la ideología dominante están siendo suprimidas también, hasta tal punto que algunos cómicos dicen que la existencia de la profesión de la comedia corre el riesgo de desaparecer. Los medios sociales que, al principio, ofrecieron la posibilidad de una libre expresión por parte de las masas están convirtiéndose en otro ejemplo de la dictadura de lo políticamente correcto. Facebook incluso llegó a prohibir su uso por un expresidente de Estados Unidos, algo que demuestra el enorme poder ejercido por esta elite tecnológica. Aunque es cierto que existen muchas voces discrepantes, existe el peligro real de que lo políticamente correcto se convierta en una tiranía capaz de controlar el pensamiento de la sociedad entera, o al menos su expresión pública, igual que hizo la Iglesia Católica en la era feudal.
¿Podemos identificar un grupo en la sociedad actual equivalente a la clase de los siervos medievales? Todos los estudios indican que la clase media en los países avanzados está en declive. Según Kotkin, “la movilidad social se ha reducido en dos tercios en los países de la Unión Europea, incluyendo Suecia”. Mientras tanto, la clase obrera está viendo sus derechos progresivamente erosionados en muchas zonas del mundo, con contratos temporales y salarios bajos. Sus hijos probablemente representarán la primera generación en mucho tiempo que tendrá un futuro económico y profesional inferior a la generación de sus padres. ¿Estamos creando el equivalente a la clase de los siervos de la Edad Media?
¿Es posible frenar lo que parece un descenso a un neo-feudalismo, una regresión social parecida a lo que sufrió el imperio romano? Es poco probable que ni las revueltas callejeras inspiradas en una variedad de causas ni los partidos populistas tengan más éxito que las rebeliones campesinas de la Edad Media. Kotkin reconoce la crucial importancia de los valores en este contexto: “Una civilización solo puede sobrevivir si sus miembros, sobre todo aquellos con mayor influencia social, creen en sus valores básicos”. En el fondo, la crisis que estamos viviendo es más una crisis de valores morales que una crisis económica o política. En el famoso debate entre Joseph Ratzinger y el filósofo Jürgen Habermas, Ratzinger insistió que la democracia liberal nace en el contexto de unos sólidos valores morales pre-políticos. Si queremos que la democracia liberal sobreviva nos urge recuperar estos valores y asegurar que tanto el sistema político como el sistema económico se ponen al servicio de la justicia y la dignidad humana.
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