Cuando el papa Francisco, hace menos de año y medio, el 3 de octubre de 2020, en Fratelli tutti, hablaba de “sueños que se rompen en pedazos” y expresaba su temor de que estuviéramos volviendo atrás y se pudieran encender conflictos anacrónicos que pudiéramos creer ya superados, no podía suponer que estaba anticipando la rotura de esos sueños de diálogo, de fraternidad y amistad social a los que aludía en su encíclica. Quería evitar la guerra porque en toda guerra lo que aparece en ruinas es “el mismo proyecto de fraternidad, inscrito en la vocación de la familia humana” (n. 26). Una fraternidad rota en la actualidad y que ha cubierto de ruinas y desolación un país, Ucrania.
Si cada generación tiene que hacer suyas las luchas y los logros de las generaciones pasadas y más aún llevarlas a metas más altas (n. 11), ¿cuál será nuestro deber en este momento de la historia? Hoy, más que nunca, resuena en nuestros oídos esa llamada a la esperanza, a pesar de las densas sombras que nos envuelven y que no conviene ignorar. Si entonces el papa Francisco nos invitaba a la esperanza, a una esperanza que habla de otra realidad enraizada en lo profundo del ser humano, con independencia de las circunstancias concretas que nos tocaran vivir, hoy esa llamada la tenemos que renovar con más fuerza. “La esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte” (n. 55). Pero esa mirada lleva a la urgencia de resolver todo lo que atenta contra los derechos humanos fundamentales. Y ¿no es esa urgencia la que hoy nos lleva a clamar por la paz en todos los pueblos en guerra? Urgencia, nos dice Francisco, que nos lleva a “hacernos cargo del presente en su situación más marginal y angustiante, y ser capaz de dotarlo de dignidad”. ¿No es esta la llamada que sentimos en lo más profundo de nosotros mismos ante la situación mundial de violencia y de guerra?
Hacen falta caminos de reencuentro, caminos de paz y para lograrlos apela a la verdad, la justicia y la misericordia, esenciales para construir la paz. Una paz que no implica una homogeneización de la sociedad, pero que sí permite trabajar juntos, unidos en la consecución de búsquedas comunes donde todos ganen. Si así lo expresaba en el 2020, en el ángelus del pasado 20 de marzo, calificaba de violenta la agresión contra Ucrania, de “masacre insensata en que todos los días se repiten estragos y atrocidades” y por ello, denunciaba la falta de justificación, la inhumanidad de estas acciones a las que califica de sacrilegio, porque estas acciones van “contra la sacralidad de la vida humana, sobre todo contra la vida humana indefensa, que ha de ser respetada y protegida, no eliminada, y que está por encima de cualquier estrategia! No lo olvidemos: ¡es una crueldad inhumana y sacrílega!”.
Junto a la voz del papa Francisco, otras voces se han alzado contra la violencia de la guerra, entre ellas las que provienen de The Elders, grupo independiente de líderes mundiales que trabajan juntos por la paz, la justicia y los derechos humanos, fundado por Nelson Mandela. Una de sus integrantes, Mary Robinson, primera mujer presidenta de Irlanda y ex Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, presidenta de The Elders y apasionada defensora de la participación de las mujeres en la construcción de la paz, escribe un comunicado donde califica este momento como desesperado para la humanidad, porque “la invasión no provocada de Ucrania por parte del presidente Putin ha causado muerte, destrucción y miseria en una escala que no se había visto en Europa durante décadas”. Sus palabras son una condena enérgica del presidente ruso, porque sus acciones constituyen una violación de la Carta de las Naciones Unidas y una peligrosa amenaza para la seguridad y la paz mundiales. Manifiesta también su solidaridad con el pueblo de Ucrania y con los “valientes ciudadanos rusos que expresan públicamente su oposición a la guerra”.
En su mensaje, declara cómo las consecuencias de este conflicto tienen ramificaciones globales y expone su preocupación por la decisión de Putin de colocar el arsenal nuclear estratégico de Rusia en “alerta especial”, hecho que subraya la amenaza existencial que representan las armas nucleares para la humanidad. En su declaración, comunica la importancia de que las potencias nucleares de la OTAN mantengan la moderación para mantener sus propias armas nucleares fuera de alerta máxima y piensa que la diplomacia y el multilateralismo son esenciales para resolver el conflicto.
Su comunicado concluye con estas palabras: “Quiero terminar con las conmovedoras palabras pronunciadas por Svitlana Krakovska, delegada de Ucrania ante el IPCC, como un recordatorio de aquello por lo que debemos luchar: “No nos rendiremos en Ucrania, y esperamos que el mundo no se rinda en la construcción de un clima futuro resiliente”.
Estas son las voces de mujeres y hombres unidos en la construcción de la paz y en el compromiso de hacer un mundo mejor, como el que muestra que la paz es posible en la diferencia de culturas, razas y religiones, en este programa. Podemos coser con nuestros gestos los trozos desgarrados por la violencia de la guerra.
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