ACTUALIDAD CINE

LOS ÓSCAR VAN PERDIENDO LUSTRE

A finales de marzo se ha celebrado la ceremonia de los Óscar con la entrega de estatuillas a la producción correspondiente a 2021. En términos generales este año se ha repetido la tendencia de los últimos años: llegan a la carrera de las codiciadas nominaciones de los Óscar películas que son más o menos buenas, pero que están lejos de ser obras maestras. Ni siquiera perduran en la memoria de la gente más allá de unos meses. Pero así como en 2020 las películas se reunían en torno a algunas temáticas comunes, este año sorprende la variedad y dispersión de las propuestas, géneros y estilos de las cintas nominadas. Aun así, vamos a tratar de rastrear algunas claves de fondo comunes, y que no son más que síntomas del vertiginoso proceso cultural deconstructivo de occidente. 

En primer lugar llama la atención la ausencia de películas que hagan cuentas con los hechos históricos. El cine siempre había buscado pertenecer al club de los grandes relatos, contar –e interpretar la historia–, reivindicar la épica nacional… o al contrario, criticar la historia oficial, reinterpretar los hechos, dar la vuelta al relato de los vencedores. Pero siempre ha querido estar ahí, en la construcción de la memoria histórica colectiva. Este año la ausencia de cine histórico es casi total. La excepción es una película británica, Belfast, de Keneth Branagh, que se ambienta en los primeros años de violencia en Irlanda del Norte, y que además está narrada desde la perspectiva de un niño, lo que da un barniz algo naif y parcial a los acontecimientos, que no son más que un telón de fondo. El resto de películas se centran en dramas personales o directamente en la fantasía, dando la espalda a la Historia con mayúsculas. 

Otro curioso elemento es que la mayoría de las películas no están narradas por un adulto, sino desde un punto de vista infantil o adolescente. A la citada Belfast, se añade CODA, protagonizada por una adolescente, al igual que Licorice Pizza, West Side Story, El poder del perro, Dune y en cierto modo El método Williams, que da preferencia a la perspectiva de la niña Venus Williams. Parece que la mirada adulta ya no goza de la fiabilidad de otros tiempos, y es por naturaleza sospechosa. Cada vez más el cine retrata la adolescencia –y, por supuesto, la infancia–, como un paraíso perdido de sueños y nobles deseos.

En tercer lugar, la mayoría de las películas está marcada por la disonancia, el rechazo de patrones de normalidad, la búsqueda de un terreno alternativo, fuera de la norma. Los protagonistas de Licorice son bastante sui generis, el joven Peter de El poder del perro es un chico especial, algo inadaptado; la familia protagonista de CODA son sordomudos; en No mires arriba todo es estrafalario; El callejón de las almas perdidas está poblado de freaks de circo; el protagonista de Drive my car es un hombre con serios problemas de comunicación y que dirige una obra teatral con actores que hablan diversos idiomas; y el señor Williams del Método Williams es sin duda obsesivo y cuadriculado.

De todo lo dicho se puede sacar una conclusión: el mundo que reflejan las películas nominadas ya no es el mundo homogéneo, estable y confiable de hace dos o tres décadas, sino un mundo fragmentado, confuso y contrahecho. A diferencia con el cine clásico, ya no se nos proponen héroes referenciales, ideales de vida o parámetros éticos definidos. Lo cual es lógico, pues el cine mainstream refleja la mentalidad dominante del mundo que lo genera. 

Desde una perspectiva antropológica más concreta, de las películas nominadas se pueden extraer interesantes lecturas que mantienen viva una cierta propuesta humanizadora, así como otras claramente desalentadoras. Por ejemplo, hay dos filmes que ofrecen una imagen luminosa de la experiencia familiar: CODA y Belfast. CODA, de Sian Heder, es un remake calcado de la francesa La familia Bélier (Eric Lartigau, 2014). Ruby (Emilia Jones) tiene 17 años y es la única de su familia que no es sordomuda. Dedica su vida a la familia, a hacer de traductora al lenguaje de signos de lo que sucede a su alrededor. Su ayuda es imprescindible para el trabajo de pescadores de sus padres y hermano. Pero un día, su profesor de música del instituto le hace ver que ella tiene por delante un futuro musical muy prometedor. Así que Rudy se enfrenta al dilema de seguir su propio camino o hipotecar su vida por su familia. La película presenta la familia como un lugar de entrega mutua, que no excluye el sacrificio, y que hace que al final el amor ofrezca una salida buena para todos. Por su parte Belfast ofrece también otro canto a la familia, desde la dureza del conflicto norirlandés y el fantasma de la emigración. En este caso, a la citada aproximación al valor del sacrificio se añade el insustituible valor educativo de los abuelos.

Más compleja en su lectura antropológica es Drive my car, de Ryusuke Hamaguchi. Yusuke Kafuku es un director teatral que está casado con una guionista, Oto. Aunque se quieren arrastran el trauma de la muerte su pequeña hija. Un día, al llegar a casa, Kafuku encuentra a su mujer manteniendo relaciones sexuales con un joven actor, Takatsuki. Kafuku prefiere no darse por enterado y guarda este dolor en su corazón. Unos días después Oto le dice a su marido que quiere hablar con él, pero ella muere de un derrame cerebral antes de que puedan hacerlo. La vida interior de Kafuku es un infierno hasta que poco a poco se va sincerando con su adolescente chofer. La película muestra que no hay sanación si se tapa la herida, que no se sale del propio infierno si no se mira a la cara a los fantasmas que nos acosan, y ello implica verbalizar los dolores, abrirse a otro al que confesar sus demonios. Una propuesta que se declina en el triángulo formado por Kafuku, Misaki y Takatsuki, tres soledades en busca de salvación. No obstante se trata de una película larga, que exige bastante del espectador.

Otra película que indaga en las oscuridades del alma humana, en clave muy moralista, es El callejón de las almas perdidas, de Guillermo del Toro. Enmarcada en los cánones del fantaterror, nos cuenta la historia de Stanton Carlisle (Bradley Cooper), un hombre que huye de un oscuro pasado. Buscándose la vida va a parar a una feria donde es contratado por Clem. Entre los feriantes, Carlisle traba especial conocimiento con Zeena y Pete que le enseñan los secretos de su espectáculo de adivinación y mentalismo. Cuando Carlisle ha adquirido los conocimientos suficientes se marcha a la gran ciudad para estafar a poderosos dispuestos a pagar una fortuna por asomarse a los secretos de más allá. Allí se alía con una famosa psicoanalista, la doctora Lilith Ritter, entre cuyos pacientes está la élite financiera del país, y juntos depredan a los ricos deseosos de contactar con sus fallecidos seres queridos. Guillermo del Toro nos ofrece una fábula moral de lo más clásica: el pecado conlleva un castigo purificador. La figura del engendro nos habla del monstruo en que uno se convierte cuando se acostumbra a cruzar todas las líneas rojas en pos del dinero. Una película en la que apenas encontramos un solo personaje puro inocente, al igual que ocurre en El poder del perro, de Jane Campion. Se trata de un western crepuscular, sórdido, protagonizado por dos hermanos ganaderos, Phil y George Burbank. El bueno de George se casa con Rose, una viuda que tiene un hijo sensible y afeminado. Y Phil, celoso, se dedica a hacer la vida imposible a su nueva cuñada. Entre otras cosas, va influyendo cada vez más en su hijo. Pero el hijo solo desea vengar a su madre. Una historia terrible y oscura, en la que se busca vencer el mal con el mal. Los personajes buenos no tienen ninguna posibilidad en ese entorno de violencia latente. Ecos similares tiene otra película, La hija oscura, nominada al Mejor Guion y a la Mejor Actriz (Olivia Colman), un drama con tintes de terror que nos cuenta la historia de una profesora de literatura que pasa sus vacaciones en una isla griega. Allí conoce a una joven madre que cuida en la playa de su hija pequeña. En la relación con ella van emergiendo los fantasmas de una maternidad entendida como condena asfixiante.

Para terminar queremos mencionar una película que entronca con una tendencia que se puso muy de manifiesto en los estrenos del año pasado: los biopics desmitificadores. Es decir, películas que nos cuentan los aspectos más oscuros de personajes famosos. Recordemos cintas recientes como 3 días en Quiberón –sobre Romy Schneider–, Judy –sobre Judy Garland–, Los Estados Unidos contra Billie Holiday o Capone. Este año está nominada a Mejor Actriz Kristen Stewart por Spencer, una película triste sobre los desequilibrios mentales de Diana de Gales en la época previa a su divorcio. La película nos muestra de forma creativa las heridas emocionales de la princesa, sus fantasmas, sus miedos y delirios, exhibiendo su fragilidad y confusión. 

Podría pensarse de todo lo dicho que el cine cada vez es menos fábrica de sueños y más de pesadillas. Sea así o no, lo cierto es que poco a poco se ha vuelto difícil contentar a tantos espectadores que tradicionalmente iban al cine a reconciliarse con la vida, a respirar una bocanada de aire fresco. Pero también hay que decir que actualmente se hacen tantas películas, que siempre nos llega alguna que nos permite mantener viva la esperanza.

Comments

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Solicitamos su permiso para obtener datos estadísticos de su navegación en esta web, en cumplimiento del Real Decreto-ley 13/2012. Si continúa navegando consideramos que acepta el uso de cookies. Más Información

The cookie settings on this website are set to "allow cookies" to give you the best browsing experience possible. If you continue to use this website without changing your cookie settings or you click "Accept" below then you are consenting to this.

Close