Hace pocos meses participé en un Congreso organizado por el Instituto Andaluz de la Mujer titulado Del feminismo en las aulas a la transformación social. Un modo de nombrar que podía restar interés y asistentes. La realidad demostró todo lo contrario, porque educación y feminismo, porque coeducar –sin identificarlo con aulas mixtas–, es mediación imprescindible en cualquier lugar donde hay hombres y mujeres, para desvanecer la desigualdad, vacunar contra la violencia, generar pensamiento crítico y respeto a la diferencia; por lo tanto, para contribuir a una sociedad mejor.
Pero sabemos que el feminismo actual se ha encontrado con una marea de lecturas políticas e intelectuales que siente muy ajenas a lo que ha sido y quiere seguir siendo; con un paradigma teórico que relativiza el concepto de sexo como conjunto de características biológicas del cuerpo y lo define, al igual que el género, como una construcción cultural. Visión antropológica que conduce a modos distintos de ver los vínculos entre ambas realidades, sexo y género. Hay quienes siguen manteniendo que no cabe hacer distinciones porque las dos son un todo inseparable, fruto de la naturaleza. Quienes subrayan la independencia de cada una, siendo la cultura la que designa roles, destrezas, sentimientos o valores según el sexo biológico. Y están quienes entendiéndolas como socialmente construidas para asegurar el binarismo sexual, animan a deconstruirlas ya que la persona, afirman, no debe sentirse limitada ni por su cuerpo sexuado, bien en femenino, bien en masculino, ni por la cultura que enseña a ser hombre o mujer.
Cuerpo e identidad
Esta tercera posición es la que ha introducido y defiende la teoría y el movimiento queer, liderado por Judith Butler (Estados Unidos, 1956) una filósofa posestructuralista convencida de que las expectativas externas son las que conforman el sexo y de que las categorías de interpretación del yo son fluidas, se transforman al ritmo de los sentimientos y deseos. Teoría queer e ideología transgénero, al hablar de una realidad humana con identidades personales y opciones afectivas desvinculadas de la condición biológica, representan un desafío general a la concepción de persona que sostenemos, y particular a cuestiones que son primordiales para el feminismo.
Unas ideas que han llegado, conociendo su origen o no, a las generaciones jóvenes cuando afianzan aspectos importantes de la identidad, un proceso en el que se acude, sin determinismo biológico ni control cultural infranqueable, a tres elementos básicos: la biología, marcada con la diferencia sexual femenina o masculina; la cultura, que aporta características particulares del contexto social, político, religioso o económico; y la libertad individual, que elige y combina cada uno de los mensajes o mandatos del exterior junto a las propias experiencias y sentimientos. Esta vinculación de unos con otros produce innumerables variantes a la hora de combinarlos en la identidad propia.
Por eso, reflexionar o recurrir al concepto de género requiere tener en cuenta que no es lo mismo el cómo se diversifica en esas posiciones antropológicas, que su utilización como categoría de análisis de las relaciones sociales entre hombres y mujeres, como una ayuda para conocer las características y funciones atribuidas en razón del sexo biológico y pensar su significado social en distintas épocas, geografías y culturas. Dos perspectivas con necesidad de atención para no llegar tarde a un diálogo y a un contraste con temas que están impregnando el ánimo de una parte de la juventud y avisan de una nueva brecha generacional.
Siempre el feminismo, al menos el académico, ha tenido reparos hacia la expresión género, a que su utilización para designar los estudios feministas significara no solo un cambio nominal sino de contenidos y de perspectiva; pero se llegó al acuerdo estratégico de hablar de estudios de género para no levantar excesivo rechazo. Y ahora, el término y concepto género, no solo se ha ido rodeando de gran complejidad, sino que ha terminado imponiéndose de tal modo que pretende cambiar la agenda feminista, sustituyéndola por las reivindicaciones de lo queer. No ha buscado el debate con el feminismo sino establecerse en el espacio que estaba ya ganado, sin más diálogo ni contraste. Ofrecía inaugurar una fase de progreso en la evolución del feminismo, ignorando las convicciones de los movimientos de mujeres y cambiándolas por la contingencia de los deseos, de las identidades percibidas, de los nombres sentidos.
Ser mujer y ser hombre
Una teoría orgullosa de su descubrimiento, no solo el género se construye sino el sexo también, ha suscitado en diferentes ambientes una fuerza de atracción poco explicable. En ella, el ser mujer, o ser hombre, pierde relevancia, carece de significado, se vacía de sentido en la media en que son un mero resultado de condicionamientos sociales y culturales. La trayectoria del movimiento queer y la concreción de sus reivindicaciones olvidan a las mujeres como sujetos políticos del feminismo. Si el sexo es irrelevante, todas las políticas para evitar la desigualdad estructural que afecta a las mujeres –y en su caso, a los hombres– se vuelven superfluas.
No faltan opiniones que establecen una conexión entre los logros del feminismo y esta teoría de la diversidad que adquiere prevalencia con efectos de interferencia en la agenda del feminismo; teoría a la que se suman algunos grupos feministas, mientras otros, la mayoría, asiste con desconcierto al cambio de orientación, incluso de las políticas públicas, decididas ahora a resolver situaciones personales, de innegable atención, o a respaldar proyectos desiderativos de personas organizadas en lobbys con gran capacidad de influencia. Podemos pensar que unas situaciones no tendrían que solapar las otras, aunque lo están haciendo por razones difíciles de entender.
Una agenda con historia
Cuando el feminismo ha alcanzado cierta popularidad, aparecen intérpretes de discursos sorprendentes, insospechados, que pueden contribuir a frenar el avance hacia aquello que les corresponde a las mujeres –cuando menos, la mitad de la población– como personas y como ciudadanas. Feminismo que ha ido incorporando a la agenda un continuo de acciones en sus más de dos siglos de vida; desde su origen, las referidas a derechos de ciudadanía, sociales y personales y a conductas, de dependencia, sometimiento, violencia o negación de capacidades, legitimadas si se era mujer.
Agenda promovida y planificada por un movimiento que fue creciendo en incorporaciones y en compromiso con dichos objetivos. Respondía a una manera de interpretar el mundo y la organización social que ponía en el centro la igualdad y la libertad, unos valores de los que disfrutaban los hombres, haciendo de ello condición de posibilidad de cualquier democracia. Porque sin igualdad y sin libertad no la hay, aunque pretendan convencernos de su existencia. Un camino secular de esfuerzo, de logros, y también de desengaños, que ahora se encuentra con algunas consecuencias ni previstas, ni queridas.
Por ejemplo, propuestas feministas fundamentales han pasado a considerarse barreras a la libertad. Así se dice respecto de la producción y consumo de pornografía, que observamos desde edades muy tempranas; de la prostitución, en la que España lidera el porcentaje de demanda en el contexto europeo; de la disponibilidad de vientres de alquiler, una actividad comercial de compra de cuerpos, ahora con la finalidad de que otros alcancen su deseo de descendencia; una práctica que defienden en el marco de los derechos sexuales y reproductivos, de la libertad de elegir, cuando significa, tristemente, perpetuar con nuevas formas, un comportamiento de dominio sobre mujeres para aspiraciones individuales y fantasías masculinas caprichosas. Frente a ello, el feminismo reclama: control de la pornografía porque está siendo una escuela de violencia y de cosificación del cuerpo femenino; la abolición de la prostitución porque es una práctica de esclavitud, de ultraje a la dignidad y de relaciones desiguales; prohibir los vientres de alquiler, bajo el nombre de gestación subrogada, porque implica control sexual, mercantilización de mujeres y de sus criaturas.
Todavía, feminismo
Ante estos escenarios, ¿podemos pensar que sobran las políticas feministas? ¿Qué las mujeres no deben continuar denunciando las actuales situaciones de desventaja que experimentan? No sobran, indudablemente, porque estas denuncias van provocando un quiebro en costumbres naturalizadas, incluso antes de que intervengan las administraciones públicas; porque orientan hacia un mundo de convicciones de orden más humano. Y, además, son un estímulo tranquilizador para mujeres dispuestas a abandonar rutinas insostenibles, en su materialidad y en la connotación simbólica que encierran. Lo hacen, a veces con costes personales directos, y otras buscando que apenas se note para evitar el miedo de su entorno a la ruptura del equilibrio que ellas mantienen.
En numerosos ámbitos el cambio de mentalidad se ha producido, se funciona con criterios que no actúen en su contra. La paridad ha sido asumida como un principio democrático e incluso se ha rodeado al feminismo de una cierta normalidad. No sin resistencias –el orden patriarcal está muy arraigado y afecta también a los hombres–, se va tomando distancia de pautas de supremacía poco justificables.
Demostrar públicamente autoconciencia fue durante mucho tiempo una posibilidad de pocas mujeres, pero en las últimas décadas se ha extendido con una cadencia acelerada; sobrepasa las percepciones personales para incorporar a las que viven en peores condiciones de trato, de vida, de expectativas. Por eso el feminismo cuenta con una agenda internacional de avances y de vigilancia, sabiendo que lo conseguido puede desvanecerse en cualquier momento, como estamos viendo en distintos países. Las decisiones en este ámbito son frágiles, sometidas al albur de los cambios políticos, aunque no desaparezca la claridad y la coherencia de la teoría que sustentaba lo reclamado.
De nuevo las mujeres colocadas en un lugar secundario del sistema, ante un nuevo poder que descalifica el feminismo por esencialista; de ahí la reacción tenaz que están teniendo las feministas para deslindar situaciones y enjuiciar políticas. Parten, sin duda, del respeto a las reivindicaciones LGTBI, a situaciones existenciales que reclaman dignidad, que tenemos cerca y que han de encontrar un lugar propio, simbólico y de acciones, aquel que sus protagonistas quieran crear. Hay muchas posibilidades al alcance y no les va a faltar el respaldo del feminismo.
Feminismo que ha invertido mucho esfuerzo, solidaridad femenina cómplice, eficaz, tiempo para documentados debates internos y confianza en un camino abierto por el que quiere y necesita seguir avanzando. En el logro de la libertad y de la igualdad hay que poner mucho empeño e inteligencia, pero merece la pena pues forman parte del horizonte humano que buscamos.
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