Lo más difícil ha sido la despedida. Mi hijo Eduardo (de 11 años), no paraba de abrazarme y repetirme que tenga cuidado, que no me meta en ningún jaleo. Mi mujer, ha tratado de no darle importancia y me ha dicho: “Nos vemos en unos días. Te quiero”, aunque sus ojos vidriosos expresaban todo lo que no quiso decirme para no hacérmelo más difícil. Solo traspasar el umbral de la puerta la duda me asalta: Alfonso, ¿es necesario ir a fotografiar el horror de la guerra? Aun así, no retrocedo porque mis sentimientos son contradictorios y hay una parte de mí que me impulsa con fuerza a ayudar en lo que pueda a tantas personas que están viviendo una situación durísima que yo tampoco querría para mi familia.
Me quedan todavía horas para llegar a Ucrania y mi cabeza no para de pensar. Trato de mentalizarme y prepararme para ver las escenas de dolor que me encontraré. Familias rotas, niños sin hogar, personas a las que les han arrebatado todo de una manera trágica. Familias huyendo de la barbarie sin saber qué les espera en la frontera. Víctimas a las que dentro de muy poco tiempo voy a poner rostro, nombre y apellidos, con historias llenas de vida. Corredores humanitarios que se convierten en auténticas trampas mortales. Es la guerra. Dolor, mucho dolor y sufrimiento. Nuestro trabajo como fotoperiodistas consiste en hacer llegar estas historias al mundo. No están solos y no podemos permanecer impasibles. Quiero contribuir a ser la voz de quienes en estos momentos más lo necesitan. Aunque también soy consciente de que el ser humano no aprende de sus errores y las luchas de poder siguen siendo idénticas a las que hemos vivido a lo largo de la historia de la humanidad; con otros líderes, pero siempre es lo mismo, el egoísmo, ansias de poder que ciegan y nublan la razón, anulando por completo el corazón. Sigo mi viaje, despega mi vuelo. Ya no hay marcha atras. Acabo de llegar a la estación de tren de Przemysl (Polonia). Es difícil encontrar las palabras exactas para describir lo que veo. Los refugiados llegan desde distintos puntos de Ucrania. La estación de tren está abarrotada de gente que viene y va con la mirada perdida. Sus ojos delatan cansancio, miedo e incertidumbre por el futuro incierto que les espera. En esta ocasión tienen los ojos azules y el color de su piel es blanca, como la nuestra. Hay muchos locales comerciales que han sido habilitados con colchones para recibirlos. Se palpa la solidaridad, empatía y complicidad entre todos los que comparten el mismo sentimiento de un sufrimiento atroz.
Niños jugando, a los que su inocencia, les impide ser conscientes de la realidad que están viviendo. Madres que mantienen la cabeza hacia abajo, incapaces de levantar la mirada. Una pareja de jóvenes se besa y se funde en un abrazo enorme que anuncia despedida. Otra pareja de ancianos, se ayudan el uno al otro a caminar mientras arrastran una maleta en la que probablemente lleven todos sus recuerdos, su vida y los bienes más preciados que han podido salvar de sus hogares devastados. Parece increíble decirlo, pero aquí se respira AMOR y se aprecia la esencia más vulnerable del ser humano, aun teñida del negro más oscuro por la crueldad de la guerra.
¡Cuánto daño gratuito e injustificado! ¡Cuánto dolor! ¿De verdad que nadie puede hacer nada para poner fin a este infierno?…
FRAGMENTOS DE UNA GUERRA
Estación de Przemysl
Paso fronterizo de Medyka. A un paso de cruzar la frontera. Más de tres millones de personas han dejado ya Ucrania huyendo del horror. Tras jornadas inagotables impregnadas de cansancio, dolor y pérdidas terribles, se sienten afortunados por estar vivos y pese a la gran incertidumbre que les invade, tienen la esperanza de seguir adelante, allá donde les depare el destino.
No puedo evitar que me venga a la cabeza Guido, el protagonista de la película “La vida es bella” de Roberto Benigni, que trataba de hacer ver a su hijo un mundo de fantasía e ilusión haciéndole creer que todo era un juego para ganar puntos en medio de la barbarie. Aquí hay muchos Guidos encarnados en rostros de madres ucranianas. La diferencia es que esto no es una película que nos conmueva desde el sillón de nuestra casa. Es la realidad de la guerra que en pleno siglo XXI están sufriendo millones de personas inocentes. ¿Dónde quedan los avances de la humanidad del siglo XXI?
Comments