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EL MUNDO DE LAS IDEOLOGÍAS (I): LA LIBERTAD EN LA GUILLOTINA

Todos hemos exclamado o escuchado, más de una vez, que esto no hay quien lo entienda. En realidad no es así. La extraordinaria complejidad de nuestra época es evidente, pero podemos comprenderla si la interpretamos en clave ideológica. Ofrecemos ese análisis en dos partes: La libertad en la guillotina y Las ideologías en el siglo XXI.

Los intelectuales europeos del siglo XVIII fueron críticos hasta la extenuación. A las novelas satíricas añadían las comedias, los epigramas, los panfletos, los libelos… Todo eran agudezas, ironías, vejámenes… La crítica universal hizo de la burla una de las actitudes favoritas del espíritu, el deporte de moda. Entre muchos sabrosos ejemplos, los que aportan Oliver Goldsmith y Jonathan Swift. El primero ridiculiza sin piedad a los fine gentlemen: “Mirad la carroza que cruza las calles con gran estruendo: es la de un lord que, descendiente de una cocinera con la que se casó uno de sus abuelos y de un mozo de cuadra a quien la cocinera concedió favores secretos, ha conservado de la primera el gusto por comer mucho y beber demasiado, y del segundo la pasión por los caballos: esto es lo que se llama un noble”.

Jonathan Swift no se conforma con darnos la lección de relatividad más grande que hemos recibido nunca; ataca todo lo que hemos aprendido a creer, respetar y amar. Los hombres de Estado resultan ignorantes, imbéciles, vanidosos y criminales. Los sabios están locos. Los filósofos son cabezas huecas que trabajan en el vacío… Después de Gulliver, multitud de escritores inventarán mundos utópicos y pueblos inexistentes para mostrar, por comparación, qué absurda es la vida en Inglaterra, en Francia, en España, en Alemania… Nada se salva de la mordacidad corrosiva.

¿Qué provocó ese ambiente de crítica generalizada y despiadada? La extraordinaria herencia de Grecia y Roma había sido administrada en Europa, durante muchos siglos, por los dos poderes que configuran el Antiguo Régimen: los reyes y los papas. Ellos acabaron paulatinamente con la esclavitud antigua y sentaron las bases de las instituciones libres que han proporcionado a los países occidentales su predominio geopolítico. Ellos inventaron la universidad, donde despegan las ciencias y la técnica a partir del siglo XVI. Los claustros monásticos y universitarios cultivaron con pasión el humanismo: amplísimo acervo de sabiduría vertida por escrito, que ha ennoblecido ética, estética y espiritualmente a toda una civilización.

En contraste con esos logros extraordinarios, la Edad Media y la Edad Moderna también aparecen lastradas por indudables injusticias. Se trata de una sociedad rigurosamente estamental, que defiende privilegios de clase y consagra la desigualdad social, jurídica y económica; que apenas contempla la libertad política, y menos la de conciencia, pensamiento y expresión. A finales del siglo XVIII, la Ilustración Francesa y su Revolución combatirán esas lacras, acabarán con la alianza milenaria entre el trono y el altar, y darán paso a un nuevo mundo configurado por las ideologías: filosofías revolucionarias a las que se refiere Marx en la cita inicial, interesadas en hacerse con los resortes del poder para cambiar el rumbo de la historia.

Aunque estamos hablando de una docena de cosmovisiones diferentes, en casi todas encontramos tres puntos en común:

1. Promesa utópica de un mundo feliz.

2. Necesidad de una revolución para alcanzar la utopía.

3. Cosmovisión materialista, a menudo anticristiana.

Las utopías, por definición, nunca llegan. Mientras dura su espera, las revoluciones ideológicas se llevan a cabo por medio de dos tipos de guerras: militares y culturales. Si las primeras han provocado incontables millones de muertos, las segundas operan sobre las ideas esenciales de millones de personas, con intención de deconstruir una milenaria visión de la vida.

Todas las ideologías llevan los genes de la Ilustración francesa y su Revolución, y descienden en cascada por ese árbol genealógico, con cierto orden de aparición:

  • Ilustración francesa y masonería.
  • Positivismo y nacionalismos.
  • Liberalismo y comunismo marxista.
  • Evolucionismo radical y ecologismo.
  • Psicoanálisis y revolución sexual.
  • Antinatalismo e Ideología de género.

Utopías mesiánicas

La muerte de Dios –decretada por Marx y Nietzsche en el siglo XIX– va a ser cláusula obligada en muchos programas ideológicos. Pero esa Gran Ausencia va a provocar un inmenso vacío de sentido, que pide ser llenado con otras explicaciones. Será el cometido de las nuevas filosofías. Sin embargo, Dios es el Absoluto, y para sustituirle las ideologías necesitan absolutizar sus propuestas. Por eso proponen lo máximo, la utopía, y por eso se dice que son religiones de sustitución. Los nuevos dioses serán la igualdad, la libertad, la fraternidad, la revolución, la razón, el progreso, el pueblo, la nación, el ecologismo, el antinatalismo, la libertad sexual, el transhumanismo…

Las ideologías, en la medida en que llevan a cabo sus programas, resetean la realidad y configuran a fondo nuestra época desde una comprensión del hombre contraria a las raíces históricas de Occidente. Nacidas en Europa y América a lo largo de dos centurias, estos híbridos de teoría y praxis llegan al siglo XXI en buena forma, sumando sus esfuerzos de ingeniería social para deconstruir la civilización en la que han nacido. Aunque suene a película, su objetivo es el asalto a Occidente.

Ilustración francesa

y masonería

La madre de las ideologías fue la Ilustración francesa. Llamamos Ilustración a la gran corriente cultural del siglo XVIII en Europa y América. Su nombre expresa el deseo de ilustrar al pueblo llano. Si la ignorancia es aliada de la miseria y la opresión, conviene tomar muy en serio la educación de los niños y del pueblo en general. Sapere aude!, propone Kant. ¡Atrévete a saber! Este hermoso ideal se corrompió en Francia cuando un puñado de radicales incendió la política y quiso imponerlo por medio de una violencia incontrolada, hasta el punto de hacer de la guillotina el símbolo de su Revolución.

Antes de la Revolución Francesa, el afán educativo de la Ilustración produjo en Francia la Enciclopedia o Diccionario razonado de las artes, las ciencias y los oficios. Esta obra magna fue publicada en 28 tomos, entre 1751 y 1772, bajo la dirección de Diderot y d’Alembert. Pronto fue reproducida e imitada en toda Europa y América, con su marcada ambivalencia: excelente obra de referencia y máquina de guerra contra la religión; cruzada del conocimiento y gigantesco panfleto.

Los ilustrados franceses estimaron que su tarea reformadora requería eliminar un obstáculo previo: el cristianismo. No su ética de amor y fraternidad, sino su pretensión de verdad, su teología y la misma Iglesia. Después la luz de la Razón disiparía las grandes masas de sombra y superstición que cubrían la Tierra; la sociedad se ordenaría con un nuevo derecho, ante el que todos serían iguales, sin injustos privilegios históricos.

Los voluntarios que regresaban de la guerra de independencia de las 13 colonias americanas de Nueva Inglaterra, hablaban de un extraño país democrático donde no había rey, ni corte, ni aristocracia, tan solo ciudadanos y ciudadanas libres e iguales. Era la prueba de que resultaba posible lo que predicaban Rousseau, Diderot y Voltaire. Saltaba a la vista, sin embargo, una diferencia no pequeña: los americanos eran sinceramente cristianos. Así, unos y otros enarbolan la bandera de la libertad, la igualdad, los derechos humanos y la democracia, pero los franceses desatan además el terror de la guillotina y una sangrienta represión contra los católicos de La Vendée, mientras Napoleón siembra los campos de batalla de Europa con millones de cadáveres.

El optimismo vital es, sin duda, uno de los aspectos más atractivos de la Ilustración, y será alimentado, sobre todo, por Rousseau. Si sus antepasados calvinistas habían afirmado el dogma del pecado original, el defenderá la postura opuesta: la bondad original. Su fe en la naturaleza humana y en la perfectibilidad de la sociedad impresionó a sus contemporáneos y levantó una ola de simpatía en toda Europa. Por desgracia, las atrocidades del Terror revolucionario, entre 1793 y 1794, pusieron de manifiesto lo extravagante de su optimismo y borraron la fe en la bondad esencial del ser humano. Ni siquiera el gran apóstol de la idea de progreso, Condorcet, pudo evitar la guillotina.

En perfecta simbiosis con la Ilustración, la masonería. Nació como gremio medieval de albañiles en el siglo XII, pero en el XVIII se refundó como sociedad secreta para manejar en la sombra los hilos del poder. Sus numerosos adeptos en sectores intelectuales y aristocráticos crearán una poderosa red de influencias en toda Europa y América, medio fundamental para provocar las revoluciones liberales y los procesos de independencia de los virreinatos hispanos. Entre las fuentes para su estudio son indispensables las Constituciones de Anderson, aprobadas y publicadas en 1723. Sus páginas describen a una sociedad de élite, cerrada a las mujeres, cuyos vínculos están por encima de la familia, la religión y la patria.

Si unas palabras de Marx abrían este artículo, unas líneas de Dickens lo cierran, a modo de balance. La efervescencia ilustrada, que alumbrará el mundo contemporáneo, es resumida por el novelista inglés en el célebre arranque de su Historia de dos ciudades: “Fue el mejor de los tiempos y también el peor; la edad de la sabiduría y de la locura; la época de la fe y de la increencia; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Parecía que lo teníamos todo y no teníamos nada. Íbamos directamente hacia el cielo pero nos extraviábamos por el camino opuesto”.

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